En primera persona
La verdad de Cuelgamuros que mi abuelo no quiso contar
El ingeniero depurado Carlos Fernández Casado tuvo que calcular la Cruz del Valle de los Caídos para evitar una catástrofe humana
Ritama Muñoz-Rojas 24/08/2019
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El silencio sigue ocultando pequeños o grandes relatos familiares que tienen relación con la guerra civil o la dictadura. Por las razones que sean. La historia de la construcción de la Cruz del Valle de los Caídos es una de ellas. Rompo ahora ese silencio que siempre se respetó en mi familia porque ése fue el deseo de mis abuelos, Carlos Fernández Casado y Ritama Troyano de los Ríos, para contar la verdad sobre el ingeniero republicano que calculó la Cruz de Cuelgamuros. ¿El motivo? Ha sucedido lo que ellos quisieron evitar a toda costa, lo que más les podría haber dolido, lo más detestable: ver su nombre escrito junto al del dictador, relacionarle con ese régimen que rompió tantas familias, la suya también. Y además, junto a datos falsos.
Como periodista, siempre he querido contar que la Cruz del Valle de los Caídos la tuvo que calcular un ingeniero de caminos depurado para evitar que las fantasías faraónicas del dictador se llevaran por delante vidas humanas, las de los condenados que allí trabajaban esclavizados. Como orgullosa nieta, también me hubiera gustado hablar de la valentía y la dignidad de Carlos Fernández Casado cuando Félix Huarte le pidió y le insistió en que colaborara en la construcción de esa obra faraónica que comenzaba a gestarse.
Félix Huarte sabía bien que Fernández Casado (1905-1988) era un ingeniero civil excepcional con una inteligencia fuera de lo normal. Las obras realizadas durante la República dan fe de ello. Había terminado la carrera con 19 años; poco después obtenía el título de ingeniero de Telecomunicaciones en París. Hizo además otras tres carreras: Derecho, Filosofía y Letras y, ya muy mayor, Psicología. En 1935, inventó un método de cálculo que se ha usado hasta la aparición de las computadoras, y con el que han estudiado decenas de generaciones de ingenieros, Cálculo de estructuras reticulares (no es el caso ahora hablar de la inabarcable obra de mi abuelo, de sus publicaciones, sus investigaciones; otros ya lo han hecho mucho mejor de lo que yo pueda aportar). Durante la guerra civil, que pasó en Madrid, Fernández Casado formó parte de la División de Defensa Antiaérea y proyectó varios refugios antiaéreos de hormigón.
En los años cuarenta, Huarte le había acogido en su empresa justo cuando estaba tomando la decisión de exiliarse con su familia: en España se le daba la espalda (no es una metáfora) pues era bien conocido por todos su pasado republicano (entre otras cosas, estaba casado con una sobrina de Fernando de los Ríos). En los primeros años del franquismo, Fernández Casado era un ingeniero depurado, como tantos y tantos. Desde luego, la ayuda de Félix Huarte fue importantísima para la familia Fernández Casado.
El problema se presentó de nuevo cuando se pone en marcha la construcción del Valle de los Caídos, proyecto que se adjudica a la empresa de Félix Huarte, Huarte y Cia SA. Felix Huarte le pidió que participara en ellas. Le insistió y le insistió. Y mi abuelo, jugándose otra vez su trabajo, su futuro profesional y el de su familia dijo, mantuvo y repitió que “de ninguna manera”. Entonces se produjo la conversación que me contó alguna vez mi abuela: “Pero don Carlos, esto es para mayor gloria de España”, y mi abuelo contestó: “No, esto es para mayor gloria de Franco”.
Félix Huarte respetó la decisión de mi abuelo y Carlos Fernández Casado no tomó parte en la construcción del Valle de los Caídos. Hasta que un día, a las tantas de la noche, sonó el teléfono y mi abuelo salió corriendo de casa. Mi abuela también me ha contado esto, aunque no le gustaba nada hablar de ello. La cruz gigantesca de Cuelgamuros se caía. No había manera de sujetarla y, lo peor, no había manera de hacer entrar en razón al dictador; se había empeñado en levantar una cruz de proporciones descomunales y verdaderamente desmedidas para un lugar con vientos tan fuertes como lo es esa zona de la sierra de Guadarrama.
Por supuesto, y ante semejante panorama, mi abuelo calculó la Cruz de Cuelgamuros. Lo hizo para salvar vidas humanas, y puso dos condiciones: que jamás apareciera su nombre vinculado a semejante edificación y no cobrar nada por ello. Eso también se había respetado siempre, hasta ahora. Y ésa es la razón por la que el nombre de Fernández Casado no ha aparecido nunca vinculado a esa obra faraónica y terrible que representa lo opuesto al pensamiento, vida y obra del ingeniero Carlos Fernández Casado. Y al ejemplo que nos ha dejado, a sus descendientes y a sus discípulos como persona firme, comprometida, progresista, solidaria y de una bondad infinita.
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Ritama Muñoz-Rojas
Periodista y licenciada en Derecho. Autora de 'Poco a poco os hablaré de todo. Historia del exilio en Nueva York de la familia De los Ríos Giner, Urruti'.
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