Ensayos prácticos de un mundo mejor
El Hackmeeting, el encuentro anual de hackers y activistas que se celebra en Vitoria, apuesta por actividades relacionadas con tecnologías libres y liberadoras
Marta Cambronero 25/09/2019
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“Movilízate por el clima” se llama el vídeo alojado en Youtube que acabo de recibir por Whatsapp y que me invita a sumarme a la semana por la emergencia climática. Pocos segundos antes, ha sido reenviado por una amiga desde su teléfono móvil. Para llegar hasta el mío, ha tenido que pasar por los servidores centralizados de Google y Facebook, respectivas propietarias de dichos servicios. Estamos en Errekaleor, un barrio de Vitoria en el que más de 100 personas viven con energía solar autoproducida. Aquí se celebra este fin de semana –por el 20, 21 y 22 de septiembre– el Hackmeeting, encuentro anual de hackers y activistas en el que se realizan actividades abiertas relacionadas con tecnologías libres y liberadoras.
Mi amiga podría haberme contactado por Riot, alternativa de mensajería instantánea mantenida por una comunidad de software libre que (se supone) nunca traficará con nuestros datos. Pero ni ella ni yo conocíamos esta posibilidad hasta ahora. Nuestra idea de las comunicaciones seguras llegaba como mucho hasta Signal, aplicación que en su día acabamos desinstalando al comprobar que encontraríamos a pocos de nuestros amigos allí.
El movimiento ecologista, que estos días nos llama a una gran huelga global por el clima, apuesta de forma explícita por extender las redes de difusión de la iniciativa a través de las plataformas digitales más populares. La urgencia lo merece. Nos jugamos frenar el calentamiento global, que ya desencadena catástrofes climáticas cada vez más agresivas. En el libro La gran encrucijada. Sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo histórico, se habla, por ejemplo, de las “amplias capacidades educativas” de Youtube o del “peso como fuentes de información” de Twitter y Facebook “por su instantaneidad”. También se reconoce la “capacidad de movilización ciudadana de la comunicación móvil” y se citan para ello los SMS y Whatsapp. Nadie fuera del hacktivismo parece recordar los pads alojados en servidores libres que servían para la producción colaborativa; redes sociales como N-1, que pretendían ser la alternativa activista a Facebook; ni las conexiones multitudinarias que se realizaban con programas de software libre en tiempos del 15M.
La situación es de emergencia y eso nos hace buscar lo viral. “Nos están matando y no podemos permitir que haya ni una menos”, dice el feminismo. “No hay planeta B y queda poco tiempo para actuar”, proclama el ecologismo. Ambos movimientos sociales propagan sus mensajes por redes como Instagram (propiedad de Facebook), acción equivalente a tirar plásticos en el mar o a seguir quedando con un novio tóxico. Sin ser del todo conscientes, estamos dando por perdida de antemano la batalla por la privacidad ante los primos hermanos de aquellos que amenazan con seguir esquilmando el planeta. O quizá lo sabemos, pero no modificamos nuestra conducta, porque la necesidad que tenemos de ser vistos y de ser reconocidos (y, por tanto, de estar en las redes hegemónicas) es mayor que la de estar protegidos. Porque no podemos esperar a que todo el mundo decida cambiar de herramienta: la urgencia manda. Y porque, también, la seducción que produce el intercambio simbólico que realizamos en las redes sociales es más poderosa que la monstruosidad que supone regalar datos y metadatos al poder.
“La mayor isla autosuficiente del sur de Europa”
La mayoría de personas que participan en el encuentro asisten a alguna conferencia. Aprovecho que se despeja el cielo y me siento en el parque, que está vacío, a escribir este artículo (en mi cuaderno). Aparece otra chica, se sienta en la otra punta de la mesa. Es italiana y ha venido al Hackmeeting. También escribe (en su cuaderno). Llega una tercera mujer. Se sienta en la zona intermedia. Ella lee (un libro). Parece que es vecina de Errekaleor, porque saluda a los jóvenes que pasan por la calle. Al otro lado, veo los columpios municipales que aún están en perfecto funcionamiento, los montes verdes al sur de Vitoria-Gasteiz y un unicornio rosa pintado en la pared, uno de los tantos dibujos que pueblan los murales de este colorido barrio. Detrás, se encuentra la gran instalación de placas solares que da suministro eléctrico a esta colonia desde 2017. El caso de Errekaleor puede ser tomado como ejemplo mundial sobre cómo ensayar un mundo mejor ante la amenaza del colapso climático y energético. Sus promotores lo saben y por eso dicen que aspiran a ser “la mayor isla autosuficiente del sur de Europa”.
El barrio, que toma su nombre del río Errekaleor que pasa justo al lado, fue conocido desde su origen como Un mundo mejor. “Cáceres, Badajoz, Abechuco y Un mundo mejor”, se decía en Vitoria en referencia a los migrantes extremeños que llegaron en los años 50 a Errekaleor y a otro barrio, Abechuco, éste al norte de la ciudad, en busca de oportunidades para mejorar sus expectativas vitales. Los planes urbanísticos de la burbuja inmobiliaria de los 2000 preveían la reubicación de las 192 familias residentes allí para la posterior reurbanización de la zona, pero la crisis de 2008 y la resistencia de alrededor de 25 familias truncó estas expectativas. Este fallo en el sistema, unido a la decisión de un puñado de estudiantes de ocupar parte de las viviendas cuyas familias ya habían sido realojadas, fue el germen de lo que hoy se conoce como Errekaleor Bizirik (Errekaleor Vivo). En las últimas elecciones municipales los partidos contrarios a la continuidad del proyecto rescataron la bandera del desalojo y del derribo de las viviendas, pero ese plan por ahora duerme.
Las familias que se resistieron al realojo en su momento ya no viven en el barrio. Quienes sí lo hacen son entre 100 y 150 personas, en su mayoría jóvenes de los movimientos sociales y del entorno universitario, que mantienen el espacio de forma asamblearia y mediante grupos de trabajo. Ellas mismas renuevan las infraestructuras del barrio, compuestas por el legado municipal (que incluye edificios como un frontón o un cine) y por otras de nueva creación (como la instalación de placas solares o la zona de huerta). En 2017, Iberdrola cortó el suministro eléctrico de viviendas y equipamientos. La comunidad decidió caminar hacia la autosuficiencia y apostó por realizar una gran instalación de energía solar, que hoy es posible gracias a los 100.000 euros que 1.100 financiadores donaron en tan solo 40 días. La campaña de crowdfunding fue acompañada de una gran visibilidad del proyecto y de muestras de solidaridad desde varios puntos del planeta, especialmente desde comunidades latinoamericanas y europeas.
La instalación de las placas solares no liberó a vecinos y vecinas de la obligación inmediata de reducir el consumo energético. Pasaron a consumir un 90% menos. Las soluciones que han encontrado pasan por tener luces led de 5 vatios en todos los hogares y por restricciones en el uso de electrodomésticos. “En lugar de tener 50 lavadoras en 50 casas, tenemos una lavandería con 6 lavadoras para todas las familias, que además es un punto de encuentro entre nosotras”, explica una de las habitantes, que lleva cuatro años viviendo en el barrio. Otro de los proyectos en marcha es el de consolidar un grupo de consumo de alimentos que acerque a todo el vecindario bienes y servicios de productores locales. Algo así como un mercado de barrio de toda la vida, pero basado en un circuito de distribución que hoy se considera, a la fuerza, alternativo.
Del tecnoutopismo al uso crítico de la tecnología
De islas que resisten a la cultura hegemónica saben un rato en el movimiento hacktivista. Las redes sociales y las plataformas digitales inspiradas en modelos de negocio impulsados desde Silicon Valley, dedicados a solucionar todo tipo de problemas (incluidos muchos que ni habíamos imaginado), se han colado en nuestras vidas como un tsunami imparable. Lejos queda la épica de “tecnopositivismo revolucionario” de la Declaración de Independencia del Ciberespacio. El espacio virtual ya no se percibe tanto como ese “lugar otro” desde el que imaginar y construir un mundo más justo, sino como un amplificador de mensajes ofensivos y noticias falsas; un coladero infinito de fraudes y amenazas. En consecuencia, la comunidad del Hackmeeting también ha evolucionado. Si hace unos años las preocupaciones giraban en torno a cómo extender al máximo la filosofía y los programas de software libre para que las comunidades pudieran autogestionar sus infraestructuras digitales, hoy las prioridades del hacktivismo apuntan hacia la búsqueda colectiva de soluciones a nuevos problemas sociales relacionados con el uso de tecnología.
Las soluciones ya no se confían únicamente al uso intensivo del software libre. Hoy el campo de batalla se ha desplazado hacia otros lugares como la garantía de conexiones seguras para grupos vulnerables
Entre los conflictos planteados durante el encuentro en Errekaleor se encuentra la tendencia privatizadora de los comunes digitales, con casos como la compra de GitHub (la comunidad más grande en la que los desarrolladores comparten su código) por parte de Microsoft; la transformación de carácter comercial de comunidades de intercambio, como Couchsurfing; o los efectos negativos de Airbnb sobre el acceso a la vivienda en las grandes ciudades. Por eso, entre otros retos que aparecen en el horizonte está el de cómo diseñar plataformas que puedan llegar a ser de gran alcance pero que sean controladas realmente por la comunidad de usuarios. Otro de los problemas de extracción de riqueza señalados se encuentra en la capacidad del capital de captar talento técnico, lo que se traduce en una falta de personas con conocimientos avanzados comprometidas con el desarrollo de proyectos digitales sin ánimo de lucro. Dicho de otra manera: los programadores y administradores de sistemas también pagan facturas y trabajar en la empresa privada es más ventajoso en términos económicos.
Las soluciones ya no se confían únicamente al uso intensivo del software libre. Hoy el campo de batalla se ha desplazado hacia otros lugares como la garantía de conexiones seguras, especialmente para grupos vulnerables, y de un entorno simbólico saludable, libre al mismo tiempo de trolls, noticias falsas y aplicaciones diseñadas para la adicción y la extracción masiva de datos. La preocupación por la privacidad de las comunicaciones ante los gigantes tecnológicos convive con la necesidad específica de distintos grupos sociales de mejorar su protección en línea ante un uso malicioso por parte de otros usuarios. Las iniciativas más interesantes en este sentido no tienen mucho que ver con el solucionismo de app, popularizado por el modelo start-up, sino que afrontan los problemas desde toda su complejidad social y, lo más importante, desde el conocimiento situado de las comunidades. Un buen ejemplo lo vemos en las estrategias diseñadas por las feministas brasileñas para afrontar la amenazada del revenge-porn (divulgación de imágenes íntimas como forma de ejercer violencia machista).
No está claro si llegará el día en que nuestro cuerpo genere un rechazo genuino a aceptar las condiciones de algunos servicios web, igual que hoy nos empieza a doler sinceramente cada envase de plástico que hemos de tirar, aunque sea al cubo de reciclaje. Lo que sí parece es que si ese día llega y nos damos media vuelta en busca de alternativas, seguramente los hackers tendrán alguna solución en marcha. Sean cuales sean las condiciones, su capacidad como comunidad para encontrar resquicios de libertad parece inagotable. Mientras tanto, seguiremos con el difícil equilibrio entre no renunciar a ser vistas y al mismo tiempo poder volver a casa seguras, de seguir conectadas a multitudes sin olvidar cómo se construye y se cuida un entorno material y simbólico más saludable para nosotras, nuestras amigas y el futuro del planeta.
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Este artículo se publica gracias al patrocinio del Banco Sabadell, que no interviene en la elección de los contenidos.
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Autora >
Marta Cambronero
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