Tribuna
Tinder, una apisonadora emocional
En la ‘app’ de citas se entrecruzan de manera fascinante las lógicas del neoliberalismo, el consumismo de imágenes y experiencias y las estructuras desiguales de género
Lionel S. Delgado 25/09/2019
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Todas hemos sentido alguna vez ansiedad a la hora de confeccionar un currículum: una de las grandes historias de terror en la época de la precariedad. Un terror ligado en parte a la exposición y a la valoración ajenas. Construirse un currículum tiene que ver con objetualizarse a una misma, convertirse en producto vendible y deseable para una mirada que nos valora duramente: de cómo nos presentamos depende nuestro éxito o nuestro fracaso.
La importancia de exponerse a la valoración ajena no es, sin embargo, única del currículum. Hoy, crear perfiles es común a muchas plataformas: LinkedIn –red social para profesionales–, Instagram, Badi (para buscar compañeras de piso). En nuestras sociedades estamos haciendo perfiles todo el rato. Como los que se hacen para Tinder, la aplicación, para smartphones, de citas más usada en España y que constituye ya una herramienta básica en la vida social de gran parte de la población. Creas tu perfil eligiendo unas fotos y poniendo (de forma optativa) una descripción, decides un rango de distancia de la persona respecto de tu dispositivo móvil y su edad… ¡Y ya está! Comienza el deporte favorito de muchísima gente: si te gusta lo que ves, le das al corazoncito (like), si no te convence, le das a la X (Nope). Rápido y sencillo, como todo lo que nos gusta.
En mi caso, cuando me abrí Tinder por primera vez, la dinámica se tiñó rápidamente de ansiedad: no tenía casi likes y los que yo daba a las demás casi nunca acababan en match (cuando dos personas se gustan mutuamente). Delante de tus ojos aparece un desfile de personas preciosas con vidas interesantísimas posando en sitios paradisíacos. Y todas esas personas están lejos de ti. Lo de “apisonadora emocional” me lo dijo una colega y me pareció muy certero. En mi caso fue así durante meses.
La promesa de la felicidad
Estela Ortiz, autora del famoso perfil de Facebook e Instagram Filósofos del Tinder, relaciona este factor de promesa de felicidad de la aplicación con una filosofía individualista ligada a la filosofía positiva y el fenómeno del coaching. La felicidad depende de la voluntad y no alcanzarla es un error atribuible cada uno. En este caso, la felicidad viene prometida en los perfiles que aparecen: gente genial a la que quieres parecerte o gente-símbolo que quieres poseer, a ver si su estatus también se te contagia. Posibles parejas que traen consigo la promesa de vacaciones en yate, fiestas privadas en azoteas, viajes por el mundo y mucha diversión. Si no consigues gustarles es por un problema en ti mismo: no eres lo suficientemente atractivo/interesante/aventurero.
Esto implicar introducirse en una lógica neoliberal de venta del Yo-Marca. Si valgo lo que me valoran, al final el perfil de Tinder (pero también el de LinkedIn, Instagram, etc.) es un espejo de mi valor real. Parece que con mi perfil debería comunicar “Cómprame, invertir en mi es una oportunidad de mercado”, algo bastante turbio si tenemos en cuenta que el fin último de la aplicación son las citas.
Esta lógica neoliberal, no obstante, se encarna de una manera diferencial según el género. Cuando empecé a investigar Tinder (hablando en plata, también con el interés de hacerme un mejor perfil) pregunté a la gente a mi alrededor y descubrí que la experiencia entre hombres y mujeres (cisgénero, la experiencia trans tendrá su particularidad y no soy quién para hablar de ella) difiere radicalmente. Me centro en este artículo únicamente en la experiencia heterosexual ya que la experiencia homosexual merece un artículo aparte.
El perfil masculino
La masculinidad y el Tinder casan bien: el consumo de imágenes de mujeres es una constante en nuestra cultura. Valorar positiva o negativamente cuerpos ajenos, también. Para el hombre heterosexual, la experiencia Tinder es un trance por consumo, consumo de perfiles a los que se les da like indiscriminadamente. Un hombre entiende rápidamente que su like vale poco: normalmente no tenemos más que un match por cada 20-30 likes (o incluso más). Así que cualquier hombre hetero acaba aprendiendo que lo más lógico es no valorar perfiles: se da me gusta a todo y ya se criban luego los pocos que se consigan.
Es, sin embargo, en el momento de la creación del perfil donde los varones sudan más. La estructura de género patriarcal estipula que la que debe ser vista y valorada constantemente es la mujer. El hombre no construye su identidad a través de la mirada sexualizadora del Otro, y por ello, la creación de un perfil para ligar supone una incomodidad inicial tan fuerte para él.
Para la antropóloga Rita Segato, la masculinidad se presenta en el mundo a través de la exhibición de la potencia. Una potencia que el hombre demuestra como puede: mediante violencia, su físico, su poder económico, autoridad… Y a la hora de hacer el perfil esa necesidad de demostrar valía se nota: “Hay que sacar rentabilidad de tus puntos fuertes”, me dijo una amigo reflexionando sobre su perfil.
En el mío yo puse fotos de lo que se me daba bien: montaña (potencia aventurera), leer (potencia intelectual), dar charlas (potencia de autoridad) y salir de fiesta (potencia de diversión). Pero exponerse en lo mejor que tenemos y no recibir la atención esperada genera frustración. Y si no estamos atentos, pensaremos que el problema no es la aplicación sino el perfil, y sudaremos tiempo y energía para tener un perfil más atractivo.
De cualquier forma, pensar en cómo podemos llamar mejor al deseo femenino mediante imágenes y descripciones es algo nuevo para los hombres. Normalmente casi la única experiencia en la que nos objetualizamos es la de buscar trabajo. El hombre aprende desde temprano que él es el agente en el cortejo: en las discotecas, en las calles, en el puesto de trabajo. Él es el que le entra a la mujer. Por eso, convertirse en objeto visual y esperar las valoraciones implica salir de la zona de confort de la masculinidad.
El perfil femenino
Para la mujer la experiencia es bien distinta (entiéndase que hago generalizaciones, por motivo de tiempo y espacio, la experiencia es mucho más diversa). En una cultura hipersexualizadora donde la mujer interioriza desde pequeña que ser mujer es ser vista por otro, a la hora de crearse un perfil de una aplicación de ligue, es normal que se muestre más desconfiada: elegirá fotos donde no se le vea mucho, donde no parezca una “fresca” o incluso fotos en las que aparece de lejos o no aparece, como una amiga que sólo puso una foto de su gato. “Quería mostrarme, pero preservando la intimidad”, me decía una colega al respecto. Aquí el ritmo lo marca la desconfianza y la sensación de estar siendo (otra vez) un objeto de escaparate (algo de lo que suelen huir).
Por lo que he ido escuchando, sin embargo, la primera sorpresa que suelen llevarse es la de cientos de likes al poco rato. ¡Incluso la que ponía sólo la foto del gato! Eso, al principio, puede ser estimulante: ¿a quién no le gusta la aprobación de tanta gente? Como me dijo una amiga, “ahí dentro te sientes como una diva, mientras en el mundo de fuera todo es una mierda”. “Me caían los hombres por todos lados y te sientes como importante”, dijo otra.
Pero con el tiempo vas relativizando esa atención desmedida y al final, lo que importa es filtrar. Esa palabra aparece siempre que hablo con alguna amiga sobre Tinder. Con el tiempo, todo se trata de filtrar para expulsar al indeseable (“esos chicos de los músculos que solo quieren follar”) y conocer a alguien interesante. “Entre 200 tíos, ¿cómo sabes cuál puede ser guay sin perder mucho tiempo?”.
Huir del indeseable no es una cuestión solo de gustos: casi todas las amigas con las que hablé contaban como hay muchos tipos que se “ponen violentos” cuando no les respondes como quieren, cuando no accedes a follar rápidamente, cuando no le mandas fotos en las que se te ve más, o cuando no te muestras disponible. Tipos que del piropo pasan rápidamente al insulto cuando no tienen lo que buscan. Y de esos hay a montones.
Lo más interesante, sin embargo, es la contradicción que supone intentar escapar de la lógica Puta/Santa (que explico en otro artículo) en una aplicación de ligue: ¿cómo escapar de la hipersexualización de la Mirada Masculina pero a la vez estar en una aplicación para ligar? ¿Cómo plantearse como persona disponible sin convertirse en un objeto de acoso constante? ¿Cómo salirse del corsé que supone el papel de la Mujer Santa sin caer como castigo en la consideración de la Mujer Puta? Cada tres perfiles que ves, uno tiene que especificar “No encuentros de una noche” y a todas las mujeres con las que hablé les han preguntado sin mediar presentaciones si quieren follar. Querer ligar sin ser humillada en el camino: un difícil equilibrio en apps como Tinder.
En este tipo de escenarios se entrecruzan de una manera fascinante las lógicas del neoliberalismo, el consumismo de imágenes y experiencias y las estructuras desiguales de género. Desigualdades específicas desde los dos lados: no conozco ni a un solo hombre al que le hayan insultado por no tener fotos (o por enseñar poco en las que tiene), o que le hayan ofrecido sexo en el primer mensaje. Aunque tampoco conozco ninguna mujer que haya pasado por dificultades enormes para tener un match, ni a ninguna que haya desarrollado una fuerte inseguridad por ver que su perfil no gusta.
En ambos casos hay condiciones que hacen que, para hombres y mujeres, estas aplicaciones constituyan una experiencia dura e incómoda. Basándonos, sin embargo, en la célebre cita de Margaret Artwood, podríamos decir que los hombres en Tinder, a lo sumo tienen miedo de que la mujer se ría de ellos; la mujer, mientras, tiene miedo de que su interlocutor pueda llegar a ser violento o acosador.
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