‘Mientras dure la guerra’: habla mal, pero habla de cine
Las críticas ideológicas o históricas a la nueva película de Alejandro Amenábar son legítimas, pero hay razones cinematográficas suficientes para criticarla sin recurrir a ellas
Arturo Tena 4/10/2019
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Se ha hablado mucho de Mientras dure la guerra. Sobre todo, y como ya es costumbre, por nadie que haya visto la película. Su argumento principal –Unamuno en la Guerra Civil– ha generado amenazas de la Plataforma Millán Astray, tweets en contra de diputados y llamadas al boicot. Todo, por supuesto, antes de que se estrenase en cines. El viernes pasado llegó el día, y por fin se puede hablar de la obra en sí, que es de lo que debería de ir esto. Y hay motivos para ponerse en contra de ella, aunque sea por unos muy diferentes a los de Juan Carlos Girauta.
Lo último de Alejandro Amenábar no se puede descartar simplemente por tratar la Guerra Civil o por sus fallos históricos, pero tampoco por ser equidistante en sí misma como se le ha achacado también. No es verdad que trate a los dos bandos por igual. Lo que se cuenta en Mientras dure la guerra es la represión de los golpistas en Salamanca, cada vez más dura a medida que se asentaba el conflicto. No aparece ni un soldado republicano en todo el filme, pese a que el guion se empeñe –una y otra vez– en poner en boca de algún personaje que los republicanos están cometiendo los mismos crímenes que los nacionales. La violencia que vemos en pantalla es franquista, y darle una representación, recrearla, es ya una toma de posición. La imagen, elegir qué está en plano, nunca es neutral.
En lo que el director de Tesis patina para caer de culo es en su manera de proponer una “tercera vía” alternativa e inofensiva a las dos Españas. Sin entrar a valorar la legitimidad ideológica de defender un camino alejado de unos y otros para llevar la reflexión hasta nuestros días, Amenábar se equivoca en la forma de expresar ese mensaje a nivel cinematográfico. Aunque pueda parecer valiente el ponerlo sobre la mesa a través de las contradicciones y vivencias de un pensador como Unamuno, lo que hace Amenábar es más bien cobarde. Primero, por intelectualizar su posición con muchas palabras y sin imágenes (por ejemplo, en las conversaciones que mantiene el escritor con su amigo Salvador Vila, el alma republicana de la película) y, segundo, por dramatizarla a medida que Unamuno "despierta" y hay que llegar al clímax del famoso episodio en el paraninfo de la Universidad.
El resultado es que la teoría se queda a un nivel superficial como acercamiento a la filosofía de Unamuno y la parte dramática del Miguel persona no conecta porque no se ha creado la intimidad necesaria a lo largo del metraje (unos cuantos sueños-flashbacks tampoco lo arreglan). Amenábar lleva su inocente tercera vía incluso a su forma de hacer cine, y toma la inútil carretera del medio. Es cierto que era complicado hacerlo bien porque hay distintas explicaciones a lo que hizo Unamuno en aquellos turbulentos meses del 36, pero la forma de expresarlo de Mientras dure la guerra es estéril en las dos lecturas.
Donde Amenábar no tiene por qué elaborar ninguna teoría y se guía por lo que intuitivamente le interesa, la película crece. Eso pasa en las partes en las que vemos los entresijos del bando nacional y la paulatina escalada de Franco para hacerse con todo el poder al inicio de la guerra. Además de que se cuentan unos meses que en cine de ficción nunca se han contado (la previa del golpe la encontramos en Dragon Rapide), lo más interesante y con matices de la película es el retrato que se hace de Franco. Bastante más parecido al de Dragon Rapide que al de otras ficciones donde el retrato psicológico del dictador es casi inexistente, aquí vemos a un Franco dubitativo, cauteloso –o cobarde, según se mire– y calculador. Incluso un protodictador muy influenciado por su mujer.
Los tramos donde aparecen los golpistas son los más sutiles, simbólicos y potentes de toda la película, aupados por las buenas interpretaciones de Eduard Fernández (Millán Astray) y Santi Prego (Franco). La sensación que queda es que a Amenábar, en realidad, lo que le interesaba era contar esa parte de la historia. De hecho, el título elegido para la producción de Movistar+ da esa idea: el nombramiento de Franco como Jefe del Estado por parte de la Junta de Defensa Nacional incluía ese “mientras dure la guerra”. Un día más tarde, en el decreto final, esa parte fue suprimida. Franco se aseguraba el poder más allá del conflicto bélico.
Unamuno parece entonces el pretexto para contar esa trama político-militar mucho más estimulante. La mala noticia para la película es que Unamuno es el protagonista y sobre el que pivota toda la trama principal de Mientras dure la guerra. Ni la pericia técnica, ni el dominio formal del que hace gala un talento como Amenábar tapan el hecho de que estamos ante una obra que apunta muy alto, y luego no dispara en el blanco. Es más que legítima la crítica política o histórica, pero hay razones cinematográficas suficientes para criticarla sin recurrir a ellas.
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Este texto fue publicado originalmente en Cine con Ñ.
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