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Problema social: la baja de natalidad y el retraso de la maternidad. La imposibilidad de ser madre porque el trabajo a veces es incompatible con la vida, en ocasiones por su alta exigencia y la difícil conciliación, a menudo por su escasa retribución o simplemente porque a la precariedad laboral le acompaña una vida personal igualmente volátil en afectos. La alternativa, válida para algunos, muy criticable para otros, es la congelación de óvulos, o vitrificación, según la jerga médica. No deja de ser una solución individual.
Se trata de una técnica que nació para preservar la fertilidad de mujeres con riesgo de perderla por motivos médicos: por ejemplo, ante tratamientos de quimio o radioterapia para combatir el cáncer u otras dolencias. “En los últimos años a estas razones médicas se han añadido otras de índole social, como es el caso de mujeres que deciden postergar su maternidad porque sus circunstancias económicas o laborales se lo exigen”, comenta Ana María Rivas, investigadora y profesora titular de Antropología Social de la Universidad Complutense. De ahí el perfil que describe Laura García de Miguel, de la Clínica Tambre, sobre quienes congelan sus óvulos: “Suelen ser mujeres que están centradas en su desarrollo laboral y académico, que quieren formar una familia junto a una pareja que aún no han encontrado, o que quieren ser mamás solteras, pero no en ese momento”. Ana Cobo, directora de la unidad de Criobiología del IVI Valencia, afirma que las causas sociales ya explican los porqués del 85% de sus pacientes.
Lo que está claro es que es una práctica que va en aumento: si en 2009 se hicieron 2.174 vitrificaciones, en 2017, último año del que hay datos, alcanzaron las 5.264.
Las perspectivas desde las que hablan Cobo y Rivas son opuestas. La médica afirma que la decisión de las mujeres es libre, habla de “congelación electiva”, que “les gusta vivir en esta sociedad” llena de retos laborales, académicos y sociales que llevan a que “se les eche el tiempo encima” a eso de los 35 años, cuando algunas se sienten en la cresta de la ola, y todavía no les parece el momento de ser madres. Rivas, en cambio, afirma que esa elección está “condicionada” porque las circunstancias económicas o laborales lo exigen: “El concepto tan manido del liberalismo de elección ‘libre’ o elección ‘individual’ es muy cuestionable, porque nos hallamos ante una elección contextual entre opciones socialmente construidas”.
El incremento de la presencia de la mujer en el espacio público no ha venido acompañado del reparto de tareas en el doméstico. El imperativo social continúa siendo que ellas son las encargadas de cuidar, lo que conlleva renuncias en sus aspiraciones profesionales si deciden ser madres. Las medidas de conciliación, aunque no en la teoría, sí en la práctica, por la tiranía de los roles, suelen estar dirigidas a ellas en exclusiva, lo que termina castigándolas en sus carreras laborales.
Como consecuencias de esto, combinado con otros ingredientes como la precariedad en el trabajo, que pesa especialmente sobre las mujeres, España pertenece al grupo de países de extremadamente baja fecundidad, en gran medida involuntaria.
en las clínicas españolas se produce la mitad de los ciclos de reproducción asistida de Europa
Mientras esto sucede, las clínicas de fertilidad han registrado un gran crecimiento. Un informe del observatorio sectorial y de la competencia DBK revela que su facturación ha pasado de los 360 a los 467 millones de euros entre 2014 y 2018, lo que supone un aumento del 30%. Este se atribuye al incremento de la demanda de tratamientos de reproducción asistida, motivado por la tendencia a retrasar la maternidad, la limitada cobertura pública y la flexibilidad de la legislación española. Vincenzo Pavone, investigador del CSIC, señala que España es una potencia en esta industria: en las clínicas españolas se produce la mitad de los ciclos de reproducción asistida de Europa.
Turismo reproductivo
Detengámonos un momento en la laxa regulación española. Según el último informe de la Sociedad Española de Fertilidad, en 2017, 14.846 mujeres residentes en el extranjero vinieron a tratarse a España. No hay datos desagregados sobre cuántas congelaron sus óvulos y cuántas recurrieron a otros tratamientos. Lo que se sabe es que casi el 40% de esas mujeres reside en Francia. En el país vecino la congelación de óvulos es ilegal, aunque está en camino de dejar de serlo ya que el gobierno ha presentado una revisión de la legislación sobre los tratamientos de fertilidad. Esta iniciativa ha provocado un gran debate sobre cómo de lejos ha de llegar la medicina para resolver problemas sociales.
Parece que donde es legal impera la “razón instrumental” a la que irónicamente se refieren los médicos y autores del libro El encarnizamiento médico con las mujeres, Mercedes Pérez-Fernández y Juan Gervás: “Es posible, me sirve, ¿qué importa más?”.
Según el último informe de la Sociedad Española de Fertilidad, en 2017, 14.846 mujeres residentes en el extranjero vinieron a tratarse a España
Pero paradójicamente, el retraso de la maternidad o plantearse tarde hacer uso de técnicas como la vitrificación es un inconveniente para que el negocio de las clínicas crezca. El 80% de las pacientes de Cobo son mayores de 35 años y un 16% superan los 40. A los 25 años, la edad óptima para congelar los óvulos –o para tener hijos–, pocas mujeres están en una situación que les permita pensar en la maternidad, incluso en el medio plazo. Hasta diez años después puede que no tengan la estabilidad suficiente como para planteárselo, pero es justo a partir de los 35 años cuando desciende la calidad y la cantidad de los óvulos. Y, con ello, la tasa de éxito de esta técnica. “Hemos aceptado que la fertilidad no vaya asociada a la biología, pero una mujer de en torno a 20 años tiene una fertilidad del 85% y a los 45, del 5%”, afirman Pérez-Fernández y Gervás. De las mujeres menores de 35 años que congelan sus óvulos y después los recuperan para buscar el embarazo, el 50% logra tener un hijo, frente al 23% de las mayores de esa edad. Por esta razón, las campañas de las clínicas tratan de captar a las mujeres más jóvenes.
Problemas éticos
La congelación de óvulos es una práctica que violenta el cuerpo. Pérez-Fernández y Gervás describen el proceso: “Se estudian los ovarios y la carga ovárica y se decide respecto a cuándo es conveniente la estimulación ovárica con hormonas (un tratamiento artificial para lograr que los ovarios produzcan óvulos en cantidad anormal). Después se comprueba que hay tal producción de óvulos y se recolectan, mediante punción habitualmente. Se suelen recolectar unos diez o quince óvulos. Después se vitrifican y se mantienen almacenados en frío, hasta su utilización en que se invierte el proceso; es decir, se descongelan los óvulos, se prepara a la mujer con hormonas y se implantan los óvulos”. Ello, con los inevitables dilemas éticos: “¿Hasta qué punto toleramos un proceso con estimulación ovárica, punción folicular y entrevista por el ‘fin’ de un embarazo?”, plantean estos doctores.
Las cuestiones éticas van más allá y tienen que ver también con su discreto éxito. “El mayor problema es el de dar esperanzas falsas, de forma que la mujer crea que, al mismo tiempo que congela los óvulos, congela su edad. Es decir, que crea que es como si ‘congelase la juventud’, como si al tener óvulos ‘frescos’ guardados ya todo fuera fácil después”, comentan Pérez-Fernández y Gervás. Si este es un conflicto del sector de la reproducción asistida, hay otro social más amplio: la manipulación del cuerpo de la mujer por una sociedad que ‘sacrifica’ la edad de la maternidad a los intereses laborales. Rivas añade otro problema: “Cuando ni con los propios óvulos vitrificados es posible concebir, se recurre a los óvulos congelados de otras mujeres, lo que se conoce como ovodonación y aquí tenemos que plantearnos otra pregunta: ¿quiénes son estas mujeres que proveen de este tipo de gametos a las clínicas?, ¿por qué en España, país que ocupa el primer lugar en Europa en donación de óvulos, apenas se habla de este tema?”.
es una técnica a la que no acceden todas las mujeres. Quienes recurren a ella tienen capacidad económica, puesto que cuesta entre 2.000 y 3.000 €, a lo que hay que sumar el mantenimiento de los óvulos a lo largo de los años
También hay que contar con que es una técnica a la que no acceden todas las mujeres. Quienes recurren a ella tienen capacidad económica, puesto que cuesta entre 2.000 y 3.000 euros, a lo que hay que sumar el mantenimiento de los óvulos a lo largo de los años. Rivas recuerda que esta dificultad en el acceso a la maternidad por razones económicas no se ciñe solo a esta alternativa. Sucede siempre que se trata de formar “una familia no convencional o por medios considerados ‘no naturales’, sea por adopción internacional o por reproducción asistida”. Por ello, para Rivas, “está claro que querer formar una familia y tener hijos e hijas no está al alcance de cualquiera en nuestra sociedad”. Las mujeres de clase alta son madres cuando quieren. Las que disponen de algunos medios económicos pueden retrasar su maternidad y contar con un “seguro”como la vitrificación, aunque su éxito no esté asegurado. Para las pobres es territorio vedado.
Pavone señala que si bien la congelación de óvulos puede resolver un problema crea otros: los embarazos a edades más avanzadas requieren más atención médica porque conllevan más riesgos. Ello redunda en mayores costes para la Seguridad Social. “La gente se embaraza en las clínicas privadas, pero luego utiliza la sanidad pública”, advierte. A ello hay que sumar que una maternidad tardía implica que coincidirá en el tiempo el cuidado de los hijos con el de los padres, con una elevada tasa de población dependiente.
La Seguridad Social y la vitrificación como beneficio social de las empresas
Dada la desigualdad de acceso a la congelación de óvulos, ¿no debería estar cubierta por la Seguridad Social? “No debe ser financiado por la Seguridad Social. Hay que cambiar las políticas para que las mujeres puedan tener los hijos que quieran a la edad que quieran”, responden Pérez-Fernández y Gervás. “Con ese planteamiento estamos intentando solucionar el problema desde sus consecuencias, pero no desde su raíz; de lo que se trata es de evitar que las mujeres se vean en ese dilema de elegir entre su proyecto laboral/profesional y su proyecto reproductivo”, añade Rivas.
La técnica de congelación de óvulos se hizo popular cuando trascendió que compañías como Facebook o Apple se la ofrecían a sus trabajadoras jóvenes como beneficio laboral. En España, también ha habido algún caso, como el acuerdo al que llegó el IVI con el Club de las Primeras Marcas de Valencia. Las empleadas pueden interpretarlo como una invitación a retrasar su maternidad: ¿cómo te embarazas a los 28, coges la baja, te reduces jornada, y eres, por tanto, menos productiva, si puedes congelar los óvulos y retrasar ser madre hasta los 40?
Para Rivas, estas iniciativas empresariales “refuerzan el proceso de individualización del sistema neoliberal, por el que las causas de la desigualdad entre hombres y mujeres y la dificultad de conciliar la vida personal, familiar y laboral se traslada de las estructuras (mercado laboral, organizaciones empresariales, ausencia y deficiencia de políticas públicas, etc), a las mujeres, asumiendo estas la responsabilidad de su situación y el sentimiento de culpabilidad por no poder responder al mandato social de la ‘maternidad obligatoria’”. Con ello, se queja Rivas, la oferta de vitrificación de los óvulos plantea el problema de la conciliación como una cuestión individual y privada que atañe solo a cada mujer: “Convertirse en mujer, madre y trabajadora asalariada se presenta como un conflicto de intereses para la mujer y solo para la mujer”.
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Autora >
Cristina Vallejo
Cristina Vallejo, periodista especializada en finanzas y socióloga.
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