Después de la lluvia
Ha pasado un año desde la riada, pero en Sant Llorenç quedan heridas por cerrar
Raquel Agüeros SANT LLORENÇ DES CARDASSAR , 16/10/2019
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Aquel 9 de octubre de 2018 quedó impreso en la memoria de los vecinos que vivieron la riada que mató a 13 personas en el Llevant de Mallorca. Los que acudieron a posteriori, los que por primera vez fueron a Sant Llorenç un día después de la torrentada, hoy no reconocen el pueblo. Lo que hace un año era un escenario de película de guerra, pero real, luce hoy como si, solo aparentemente, no hubiera ocurrido nada.
La vida sigue en Sant Llorenç, en Son Carrió, en S’Illot, en Capdepera, en Son Servera, en Artà y en la Colonia de Sant Pere un año después. Pero las huellas de aquella fecha siguen, cada día, en las marcas de las paredes de las calles, hace un año llenas de barro. Las fachadas de algunas casas están recién pintadas, como si fueran nuevas, aunque no exista forma humana de esconder la humedad.
En el Bar Olímpic no paran de servir cafés. Llevan así desde primera hora de la mañana, cuando ya estaban apostados en la cercana plaza del ayuntamiento los improvisados estudios de las emisoras de radio desplazadas hasta el centro de Sant Llorenç en este primer aniversario.
Es un día raro, muy luminoso. El sol aprieta y las calles del centro del pueblo están señalizadas para el memorial que se celebrará por la tarde. En el pueblo hay más gente de la habitual.
Celso Turrado se ha cogido el día libre. Trabaja a diario en una eléctrica, pero sentía la necesidad de estar hoy en Sant Llorenç. Es miembro de Protección Civil desde hace cuatro años y fue una de las personas que intuyó que la cosa pintaba fea. Sobre las cuatro de la tarde del 9 de octubre de 2018 salió del hotel de Sa Coma donde trabajaba. Antes de la guardia que le tocaba con Protección Civil, pasó por casa. Un par de horas después, sobre las seis, fue a recoger a su compañera para empezar su recorrido habitual por las calles de Sant Llorenç. De camino ya recibió las primeras llamadas del 112. Se había inundado un sótano y había que achicar agua, algo habitual cuando llueve en la zona. Pero aquella tarde Celso y Cristina Heinen ya no pudieron entrar en el pueblo. Él lo define así: “La prevención falló”.
Ese día la Dirección General de Emergencias (dependiente de la Consejería de Hacienda y Administraciones Públicas) no envió ningún mensaje a los miembros de Protección Civil hasta pasadas las 19:30 horas. Ese 9 de octubre de 2018 Mallorca estaba en aviso amarilla. Y cuando ya no había nada que hacer, a las diez de la noche, la Agencia Estatal de Meteorología (Ministerio de Transición Ecológica) activó el aviso terrestre rojo, el de riesgo extremo.
La delegación de Baleares de la AEMET tiene la competencia en predicción y avisos marítimos en todo el Mediterráneo, desde el Estrecho de Gibraltar hasta Córcega y Cerdeña. Sin embargo, en los avisos terrestres la competencia la tiene la Agencia Estatal de Meteorología, en Madrid. Es decir, desde Baleares no se puede decretar un aviso terrestre. Así, los avisos terrestres amarillos y naranjas se decretan desde Barcelona; el rojo, desde Madrid.
Ajenos a estas cuestiones, pero siendo testigos de lo que estaba sucediendo y de lo que veían sobre el terreno, Celso y Cristina accedieron hasta la entrada de Sant Llorenç y se quedaron a la altura de la parada de bus de la calle Lepanto, desde donde cortaron los dos accesos al pueblo. “Es que había gente que se saltaba las cintas, yo creo que no eran conscientes de lo que estaba pasando. Estaba empezando a oscurecer, ya había coches inundados y ellos querían ir a sus casas a recoger a sus familias”.
Cuenta Celso que tiene distorsionada la noción del tiempo de aquella interminable tarde, que se prolongó durante más de una semana. “Activamos el piloto automático sin pensarlo, teníamos que empezar a coordinarlo todo, pero no había nadie y todo era prioritario”. Celso dice que tiene lagunas de aquellas horas y que sabe que no se acuerda de todo. De otras cosas prefiere no acordarse porque todavía le duelen. La cuestión es que cogió las cuerdas que llevaba encima para intentar entrar en una casa desde la que pedían auxilio a gritos.
Subido a una farola, sin cobertura móvil y sin luz, Celso envió una llamada de socorro a través del TETRA, un sistema de comunicación que utilizan los servicios de emergencias. No sabe qué dijo, “pero quien lo escuchó vino. No falló nadie”.
Los primeros refuerzos que llegaron fueron cuatro guardias civiles. Y, entre los seis, consiguieron montar un centro de recepción de víctimas. Después llegaron los bomberos y el Samur. Atendieron a más de sesenta personas, calcula de cabeza.
La madre de Celso ha querido acompañar a su hijo hasta Sant Llorenç este día tan extraño. Estrella se emociona al recordar aquellos días: “Mi hijo iba a sacar agua de un sótano y mira. Además, perdió el móvil. Supe de él por mi jefe, que lo vio por la tele a las dos de la mañana y me llamó”. Estrella no vio a su hijo durante varios días, a excepción del día que fue a llevarle el ordenador y la impresora que necesitaban en el puesto de mando.
Se llama memoria del agua. Es decir, que si el agua ha pasado por ahí una vez, volverá a pasar
Celso prefiere no hablar del impacto emocional que vivió durante días y baja la cabeza mientras juguetea con los dedos. Viste con orgullo el uniforme de Protección Civil. Su madre sí quiere abordar el tema, consciente de que, tarde o temprano, todo acaba saliendo.
S’Illot está a diez kilómetros de Sant Llorenç. Hace justo un año el puente de madera que atraviesa la playa hizo de improvisado freno de todo lo que arrastró el agua. Había coches amontonados, piedras, árboles arrancados y un silencio imposible de describir. Un año después los turistas que quedan en esta zona costera pasean en chanclas y con los tirantes del bikini a la vista, aprovechando los estertores de un verano que se alarga más de lo habitual. Sin saber lo que pasó.
“En Mallorca hay más Sant Llorenç”
Miquel Grimalt es profesor de Geografía Física en la Universitat de les Illes Balears. La persona encargada de reconstruir lo que ocurrió el 9 de octubre de 2018 describe una realidad incómoda: “En Mallorca hay más Sant Llorenç, somos ocupas en territorio del agua”.
El análisis, claro y de una crudeza que asusta, lo comparte el geólogo Alfredo Baró: “Se llama memoria del agua. Es decir, que si el agua ha pasado por ahí una vez, volverá a pasar”, dice mientras recuerda las inundaciones de hace 30 años en el Llevant y el Mitgorn.
Baró afirma que “el hombre es muy prepotente con respecto a la naturaleza, en lugar de aprender a convivir con ella”. Se refiere a las casas que están construidas en el borde del cauce del torrente, en una zona que se inunda cuando llueve de forma importante. “No son solo casas, son carreteras, puentes y otras muchas infraestructuras. En mi opinión, muchas de las construcciones en zonas inundables son obra de la especulación urbanística y de una falta de ordenación adecuada del territorio”.
Desde hace un año, cada vez que la Dirección General de Emergencias emite el nivel de alerta 1 (IG 1), se pone en marcha el Plan de Contingencia Municipal. Y se retiran los coches de las zonas inundables, aunque las casas sigan ahí, construidas al borde del cauce del torrente de Ses Planes.
¿Cuál es la solución? “Tirar esas casas”, responde de forma contundente Baró. En Sant Llorenç se están moviendo mucho porque son conscientes de que, tarde o temprano, volverá a pasar.
En el alma y en la cabeza de todos los que estuvieron en el Llevant de Mallorca hace un año quedan historias imposibles de olvidar.
Como la de la niña que Cristina encontró con vida, hija de la mujer que apareció horas más tarde, sin vida, y hermana del pequeño del que no se supo nada hasta días después. Los tres iban en el mismo coche.
Como los supervivientes que recuerdan, entre asustados y agradecidos, que ellos están vivos gracias a unos pocos segundos.
Como los voluntarios que llegaban con palas para retirar el lodo; y con comida para repartir entre los que ayudaban.
Como esas personas mayores que, resignadas, sabían que lo que pasó tenía que pasar. Y que volverá a suceder.
Sant Llorenç se convierte, un año después, en un plató de televisión. El resto de días seguirá esperando, con limitada esperanza, que lleguen los 20 millones de euros prometidos y aprobados por el Gobierno central.
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Este artículo se publicó originalmente en catalán en ctxt.cat .
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Raquel Agüeros
Raquel Agüeros. Persona. Periodista. Autónoma. Nació navarra y voló del nido. Lleva 17 años picando, casi siempre en televisión y radio. Escribir es su espina clavada. Vive en Mallorca.
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