El exilio silencioso de la tortuga
El calentamiento global provoca que el reptil colonice las costas españolas. CTXT se enrola en un barco en el mar balear para seguirlas
Carlos Garfella Barcelona , 6/11/2019
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Como si el estrecho de Gibraltar se hubiera cerrado, el barco se adentra ágil a un Mediterráneo convertido en un inmenso lago sin olas. Es una mañana de octubre de cielo claro y mar inmóvil. El agua es plana, perfecta para salir a buscarlas. Lo espera desde hace días el explorador submarino y documentalista Fernando Palmer, al que acompañamos en esta expedición. “Cuando Mallorca se haga pequeña a nuestra espalda, todos con los ojos abiertos”, dice con el aire golpeándole la cara. Una hora y media después, se oye el primer aviso. “¡Veo algo!”, grita Palmer mientras gira el timón. Y en medio del agua, como si fuera un enorme huevo prehistórico parido desde las profundidades, una tortuga boba (‘Caretta caretta’) flota a diez millas de la pequeña isla de Cabrera (Baleares).
De cuello robusto y mandíbulas fuertes, el reptil se asusta al ver la barca y se sumerge rápidamente. “¡Lástima, íbamos demasiado rápido!”, se lamenta Palmer. El segundo ejemplar, sin embargo, no tardará ni 15 minutos en aparecer. Esta es más joven y curiosa. Se acerca a la pequeña embarcación buscando la sombra en alta mar. Rodea la barca durante unos minutos hasta que, cansada, saca la cabeza para respirar.
El encuentro con los dos ejemplares es mágico, pero no único: habrá catorce más. Unas más grandes –la especie puede superar el metro de longitud y los 150 kilos de peso– y otras de más jóvenes. En total, dieciséis avistamientos en menos de cuatro horas. “Una densidad de ejemplares excepcional”, confirma por teléfono Adolfo Marco Llorente, biólogo de la estación del CSIC en Doñana (Huelva), dos días después de la expedición en la que participó CTXT.
“Es un buen número de ejemplares, pero no del todo extraño. Esta zona es excepcional para encontrarlas. Todavía más si se reúnen las condiciones adecuadas, como que el mar esté en calma y haga calor en la superficie”, añade Ricardo Sagarminaga, ecologista hispanoholandés de 55 años y fundador de la organización para la conservación del medio ambiente Alnitak. Marco Llorente añade que este tipo de observaciones tan numerosas confirman la tendencia que la comunidad científica ha documentado en los últimos años: el intento progresivo de las tortugas de colonizar las costas españolas a causa del calentamiento del mar.
Con el parque natural de Cabrera de fondo –situado a once millas de la costa sur de Mallorca–, el sol pica terriblemente en la nuca. Mientras, las tortugas aparecen una detrás de otra. La técnica de Palmer es apagar el motor para acercarse a los reptiles sigilosamente. No las quiere volver a asustar y los últimos metros se hacen a remo. Después, ya es cuestión de comprobar si el animal es curioso y quiere acercarse por sí solo. “Depende del carácter que tenga”, murmura Palmer.
La decimotercera resulta ser la menos asustadiza. Impasible a la presencia humana, parece que le gusta posar ante las cámaras. Los expedicionarios la observan y la fotografían mientras una docena de lampugas de color azul eléctrico le picotean el vientre amarillo y pálido. Está tan tranquila que Palmer se decide a grabarla desde el agua.
El buceador se adentra delicadamente al mar a menos de dos metros de distancia del animal. Al principio, la tortuga ni se inmuta. Después, empieza a desplazarse lentamente. Palmer, absorbido en su aleteo pausado y continuo, sigue al animal quince minutos hacia el horizonte. “¡Es genial, prácticamente se deja tocar!”, grita eufórico y ya diminuto en la inmensidad del Mediterráneo.
A estas alturas, el ejemplar quizás ya se dirige hacia Grecia, Turquía, Chipre o el norte de África, donde la especie ha anidado históricamente. O quizás hacia el litoral catalán o valenciano. “Porque ahora, con el aumento de las temperaturas, están colonizando nuestras costas como respuesta al calentamiento global. Cuanta más temperatura hay en la arena, más probable es que nazcan hembras. Como nuestra costa es más fría, los reptiles están optando para anidar aquí para poder mantener el equilibrio entre sexos”, explica el científico del CSIC.
Según los registros, el primer nido del que se tuvo constancia en playas españolas fue a finales del siglo XIX. Después, hasta los años 80 del XX no se volvió a documentar otro más. “Aparte del calentamiento global, también es cierto que ahora hay más centros de recuperación, la gente está mucho más concienciada y hay más seguimientos. Yo recuerdo que hace muchos años en el Cabo de Gata se veían barbacoas de tortugas sin que nadie dijera nada. Esto ha cambiado”, añade Sagarminaga. En el Puerto de Andratx (Mallorca), antiguo pueblo de pescadores ahora reconvertido en icono del turismo de lujo, hay vecinos que incluso tienen ejemplares disecados en casa.
El pasado 7 de octubre, en la playa de Castelldefels (Barcelona), hizo eclosión el último nido de tortuga boba del que se tenga constancia en el litoral español. En total, cinco en 2019: uno en Castellón, otro en Calblanque (Cartagena), dos en Ibiza y el de Castelldefels. El 2018 fueron cuatro: en Mataró, Premià de Mar, Salou y Cambrils. “Y la predicción es que en la próxima década haya entre quince y veinte nidos por año”, dice Llorente. En Mallorca no hay constancia de que hayan eclosionado nunca huevos. Ahora bien, los expertos creen que es cuestión de tiempo que salte la noticia cualquier verano (julio y agosto son los meses de nidificación).
Una muestra más de la aproximación progresiva de las tortugas a la costa balear está en el centro de recuperación de especies del Palma Aquarium, donde este año han atendido hasta 55 ejemplares recogidos cerca del litoral mallorquín. “Nunca habíamos tenido tantas”, dice Debora Morrison, directora del Departamento de Educación y Conservación de Palma Aquarium.
“Suelen llegar enfermas, porque las golpean barcas o se enredan con plásticos”, cuenta Morrison, que explica que en los últimos veranos se han empezado a enfrentar a un nuevo problema. “Ahora hay tortugas que llegan enredadas en lo que llamamos ‘redes fantasma’, un amasijo hecho con botellas de plástico, hilos y telas”, explica la veterinaria. Ricardo Sagarminaga da fe porque se ha pasado el verano recogiéndolas. “Hemos encontrado hasta 132 de este tipo de redes en el mar balear. Es un fenómeno relativamente nuevo que estamos observando desde 2015. Creemos que es un arte de pesca muy rudimentario y de supervivencia que la gente sin recursos usa al norte de África. Lo estamos investigando para poder presentar un informe a la FAO en el futuro”.
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Autor >
Carlos Garfella
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