Obituario
El hispanista que puso en evidencia a la historiografía franquista
En memoria de Gabriel Jackson
Sebastiaan Faber 6/11/2019
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“Se nos ha ido Gabriel Jackson”, rezaba el titular de un artículo que Francesc de Carreras publicó en La Vanguardia en 2010. No era un obituario: Carreras se lamentaba de que, después de 26 años de vida jubilada en Barcelona, el autor de La República Española y la Guerra Civil hubiera decidido volver a Estados Unidos para vivir más cerca de su familia en el estado occidental de Oregón.
Fue allí, el 3 de noviembre pasado, donde Jackson se nos fue de verdad, a los 98 años bien vividos. Su último libro, publicado en 2008, fue una biografía de Negrín, Juan Negrín: Médico, socialista y jefe del Gobierno de la II República española, el vilipendiado primer ministro de la República durante los últimos dos años de la guerra. Jackson le defendía con pasión. “Su política de resistencia y esfuerzo diplomático constante fue la más sensata en el momento”, me dijo en una entrevista de 2010. Jackson también estaba convencido de que, si Gran Bretaña y Francia hubieran apoyado a la República en lugar de acogerse a la no intervención, la historia de la Segunda Guerra Mundial habría sido harto menos desastrosa.
Su reputación de izquierdista le causó problemas, sobre todo después de que se negara a colaborar con el FBI, que le pidió información sobre la actividad política de algunos de sus compañeros
Nacido en el seno de una familia judía en Nueva York, el 10 de marzo de 1921, sus primeros intereses fueron musicales. De hecho, llegó a enseñar música de cámara y tocó la flauta de forma semiprofesional hasta una edad avanzada. Lo primero que atrajo a Jackson de España fue, precisamente, la Guerra Civil. “Tenía solo 15 años cuando comenzó”, me dijo, “pero yo ya era un ávido lector de periódicos con una conciencia política bastante desarrollada”. Los eventos en España desataron violentas discusiones de sobremesa entre su padre, que era socialista, y su hermano mayor, comunista. En 1942, una vez graduado en Harvard, una beca le permitió pasar dos meses en México, donde se topó con miles de exiliados republicanos españoles. Uno de ellos, un médico, fue quien le alojó en su piso en la capital mexicana. En el piso de arriba vivía la viuda del presidente Manuel Azaña. “Solía bajar para tomar café y fumar con nosotros”, recordaba. “Después de comer, solíamos echar una partida de dominó”.
El servicio militar lo cumplió durante la Segunda Guerra Mundial como cartógrafo en el Pacífico. Terminada la guerra, sacó su maestría en Historia –con una tesis sobre los programas educativos de la Segunda República– en la Universidad de Stanford, después de lo cual se mudó, con su mujer, a Francia para iniciar sus estudios de doctorado en la Universidad de Toulouse. A los dos años, entregó una tesis sobre el regeneracionismo de Joaquín Costa. Para 1952, los Jackson habían vuelto, desganados, a los Estados Unidos. Habrían preferido quedarse en Europa, pero no había trabajo.
En Toulouse, Jackson había mejorado su francés y español (“aunque siempre los he hablado con un acento bastante atroz”, admitió). Vivir en una ciudad repleta de refugiados españoles le permitió establecer conexiones que le resultarían de gran utilidad después. “Cuando inicié mis investigaciones en España, iba con avales de mis amigos exiliados”, me dijo. “Así, cuando entrevistaba a personas en España, me decían la verdad, a pesar de que yo fuera norteamericano y mi gobierno apoyara a Franco”.
Profesionalmente, los años 50 fueron difíciles. Su reputación de izquierdista le causó problemas, sobre todo después de que se negara a colaborar con el FBI, que le pidió información sobre la actividad política de algunos de sus compañeros. Un par de años después, cuando estaba a punto de conseguir una plaza en una universidad de la Ivy League, un profesor le susurró que no se hiciera ilusiones: “Sabemos que estás en la lista de Roy Cohn y no te podremos hacer una oferta” (Roy Cohn era el investigador principal del senador Joseph McCarthy). Después de pasar por varios trabajos académicos precarios, en 1965, Jackson consiguió por fin una plaza de titular en la Universidad de California, San Diego.
Ese mismo año se publicó su libro más conocido: La República Española y la Guerra Civil, editado por la Universidad de Princeton, y que, un año después, ganó el prestigioso Premio Herbert Baxter Adams de la Asociación de Historiadores Americanos (AHA). Publicado poco después de las obras, igual de monumentales, de Hugh Thomas (1961) y Herbert Southworth (1963), el libro de Jackson ayudó a introducir una nueva interpretación rigurosa sobre los años treinta españoles, que puso en evidencia a la historiografía franquista. De hecho, los tres libros hicieron sonar las alarmas en el régimen, que creó un departamento gubernamental, coordinado por Ricardo de la Cierva, dedicado expresamente a defender la historiografía franquista de las versiones de los extranjeros. Prohibido en España, el libro de Jackson, salió en traducción española con Grijalbo en México, en 1967. En 1974, Ruedo Ibérico, la editorial del exilio de José Martínez Guerricabeitia, publicó una versión en español de su Breve historia de la Guerra Civil de España.
Jackson rechazó la idea de que la Guerra Civil debiera tratarse con neutralidad. “Mi idea de la objetividad es precisamente que el historiador no esconda su posición política, sino que la asuma con honestidad”
En 1960, Jackson viajó a la España franquista con una beca Fulbright. Como historiador extranjero, se dio cuenta de que gozaba de ciertos privilegios: “Eisenhower era presidente. Los oficiales franquistas razonaban que si yo venía con una beca gubernamental, debía de ser conservador o al menos neutral”. Jackson se cuidó de no mostrar sus cartas. “Aun así, no me dejaron entrar a investigar al Archivo Militar”, me dijo. “Lo que sí conseguí fue que los oficiales me dejaran hacerles entrevistas. Recuerdo una reunión con un oficial encargado del archivo. Estábamos ante ese famoso mural de Franco como caballero medieval. El oficial hablaba por los codos, defendiendo el golpe de Franco, quejándose de los investigadores extranjeros. ‘No tenéis idea’, me dijo, ‘de la cantidad de comunistas que entraron desde fuera durante la guerra’. Mientras hablaba, me fijé en una pila de documentos que tenía en el escritorio. Hice un esfuerzo por leerlos al revés. La hoja superior daba cifras de las Brigadas Internacionales. Yo, como otros investigadores, había estado manejando el número de 40.000 voluntarios. ‘La gente no entiende’, me estaba diciendo el oficial; ‘llegaron muchísimos más’. Cuando por fin pude descifrar lo que ponía en el documento que él tenía delante, vi que allí también decía 40.000…”.
Junto con Stanley Payne, Jackson fue durante muchos años el historiador norteamericano más conocido dedicado al siglo XX español. Políticamente, sin embargo, Payne y Jackson ocupaban polos opuestos, por más que la obra de ambos se publicara en Ruedo Ibérico y fuera censurada por el franquismo. “Mira”, me dijo Jackson en 2010, “es perfectamente obvio, y perfectamente aceptable, que yo generalmente me mueva por la izquierda democrática, mientras que Payne se mueve por la derecha democrática. Las diferencias en nuestras interpretaciones de la historia española nacen de ese hecho básico”. A pesar de ello, aseguró, “siempre hemos tenido un trato correcto”.
Jackson rechazó la idea de que un tema histórico como la guerra de España pudiera o debiera tratarse con neutralidad. “Mi idea de la objetividad”, dijo, “es precisamente que el historiador no esconda su posición política, sino que la asuma con honestidad y que la exponga desde el principio. Como historiador, desde luego, es crucial dar cuenta de tus fuentes. Pero es igual de importante explicar por qué tienes las simpatías que tienes. Después, que decidan los lectores”. Fue el mismo principio que expuso en el prólogo a su Breve historia (1974): “No he intentado desembarazarme de mi personal preferencia por la democracia social y por la más completa tolerancia política y religiosa, lo que me hace simpatizar más bien con las derrotadas fuerzas republicanas. Sin embargo, he hecho un gran esfuerzo para ver a los “nacionales” tal como se veían a sí mismos y para escribir sobre ellos con respeto. La historia no es nunca una simple pelea entre los ‘buenos’ y los ‘malos’; no obstante, al interpretar la historia puede ocurrir que los historiadores tengan que convenir, con toda honestidad, que resulta imposible ponerse de acuerdo”.
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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