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El fascismo es un concepto abstracto que se hace carne y hueso en el día a día. Fascista es la tía Marisa cuando en las cenas de Navidad asegura, sin que nadie le haya preguntado, que esos negros de las pateras vienen, como plaga bíblica, a quitarnos el trabajo y a robar –hay tiempo en el día y negros para lo uno y lo otro, asegura ella. Fascista es José Luis, ese compañero de trabajo experto en derecho constitucional por la universidad de sus huevos, que ilegalizaría y encarcelaría a todo bicho catalán viviente como solución de convivencia y cohesión territorial. Fascista es el vecino del quinto, ese que, en la esquina de la barra del bar de abajo, aprovecha un córner en la tele para recordar a voces el chollo que tienen ahora las mujeres con ese cuento del maltrato. Fascistas podemos ser cada uno de nosotros a menudo. Lo sé porque lo padezco: cuando suena el despertador a las siete, soy potencial votante de la ultraderecha.
Marisa la de los negros, José Luis el de los catalanes o el vecino del quinto que no amaba a las mujeres son parte de una sociedad que convive en cierta armonía. No nos matamos entre nosotros, ni vamos por ahí llamando fascista a quienes, en nuestro entorno, alimentan el odio con la misma naturalidad con la que se hacen un café. Es la tolerancia con el intolerante. Una herramienta de uso obligado a cambio de una cierta convivencia tranquila. Mataríamos el fascismo como concepto, pero no le negaríamos un vaso de agua a quien, con sus ideas de odio, nos dijera que tiene sed. Se llama humanidad. Si la tía Marisa, impedida por la cadera desde aquella caída, nos pidiese que nos acercásemos al súper a por su compra, ni nos lo pensaríamos. Si hubiera nacido en la Alemania del siglo pasado, probablemente hubiera sido tenienta coronel destacada del Tercer Reich. Como no ha sido el caso, es nuestra tía Marisa y, con sus cosas, la queremos.
El pasado viernes, durante la celebración del día de la Constitución, Pablo Iglesias sufrió ese mal social llamado tolerancia con el intolerante. Le pilló en mal sitio. En un corrillo junto a Inés Arrimadas e Iván Espinosa de los Etcétera, el líder de Unidas Podemos fue captado por las cámaras teniendo algo más que amable convivencia con el ultraderechista. Risas, complicidad, chascarrillos, buen rollo en la casa de la soberanía nacional. La imagen dolió a muchos. El líder de Unidas Podemos despachó las críticas por aquellas imágenes con un tuit en el que venía a explicar que aquello que había salido por televisión era como ir a cenar a casa de la tía Marisa: en familia que hay que llevarse bien unos con otros. Quizá el tuit dolió aún más que las imágenes.
Un fascista con asiento en el Congreso no es la tía Marisa sentada en su butaca. El fascismo, ese concepto abstracto que se hace carne y hueso en la calle, es más real y peligroso que nunca cuando los intolerantes tienen el poder de cambiar leyes al alcance de la mano. Nadie en el Parlamento español es él mismo, sino el representante de muchos otros. Las risas de Iglesias con el líder del partido fascista fueron las risas de millones de personas que lo votaron. Risas con un tipo que criminaliza a niños inmigrantes o pone en duda la violencia machista. No, definitivamente cualquier cosa que pasa ante una cámara que graba en el Congreso no es una cena de Navidad en familia. El Parlamento, desde el respeto y civismo que se espera de quienes allí trabajan, es un campo de batalla para proteger una sociedad diversa que está amenazada por el fascismo. Y no casa bien luchar contra el fascismo con estar de risas con los intolerantes. Ni sirve justificar un comportamiento –entendible y humano, que hasta habla bien de quien lo protagoniza– que es un error. Lo personal se acaba cuando se cruza la puerta de los leones en nombre de muchas personas. Nadie criticó el buen rollo de Iglesias con Casado tras un debate de candidatos. Sería absurdo. Esto es muy distinto.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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