En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Recuerdo que caminaba cogido de la mano caliente de mamá, a través de una viña que, en breve, sería una ciudad. Llovía a cántaros, y mis pies, supongo que diminutos, se hundían en el barro a cada paso. Mi madre reía ante mis quejas. Sólo después, llegados a nuestro destino, la escuché explicar, sin ser visto, su culpa ante el hecho de haberme conducido por un camino imposible. Recuerdo percibir el sufrimiento de mi madre, sentir el honor de merecerlo y, aun así, no entenderlo. El suceso no había sido para tanto. Solo recordaba, de hecho aún recuerdo eso sobremanera, la risa de mi madre en mi lucha contra el barro magnético de una viña. De mi madre heredé, creo, mi predilección por besar el cuello, uno de los dos puntos de mayor suavidad en el cuerpo de las mujeres, la propensión a reírme cuando te hundes en el barro y, lo comprendo ahora, algo aprehendido y heredado tal vez aquella tarde. La culpa. Mi madre no se sentía responsable, sino culpable de todo lo que sucedía. “Cuando nadie tiene la culpa, tú tienes la culpa”, decía, en una frase que explica la culpa y su carácter certero. Tienes la culpa del hambre, de la enfermedad, del abuso. Hasta de la incomodidad del barro. Durante un tiempo creí que eso era un legado maligno, una suerte de culpabilidad enfermiza, que condensaba la biografía de mamá, sin más victoria, y de eso hace miles de años, que la del pacto del arcoíris, que aparecía, en pleno diluvio, esporádicamente, con brevedad, para recordarnos una brutalidad que no era nuestra, y que jamás se repetiría. Hoy sé que esa culpabilidad es algo elaborado. Como una joya primitiva. Es una suerte de bondad amplia, innata, la sombra de un piropo que nos dirigieron los dioses cuando nació el primero de nosotros. Desde aquella viña y aquel diluvio y aquella culpa, he visto así cientos de veces algo que entonces no sospechaba. La maldad. Cientos de veces son pocas veces, una cantidad irrisoria, pues ha habido infinidad de experiencias y percepciones de otras cosas, que son todo lo contrario. Sea como sea, la he visto lejos y cerca. La he visto en un diario y en mi propia cocina. Y siempre, como todo el mundo, me he sentido responsable de ella. He creído que era mi culpa. Que yo era el causante. Debía de serlo, pues tanta maldad es imposible en un igual, por lo que la desigualdad debía ser tuya. Al depositar sobre mí, en pleno diluvio, la culpa, mamá depositó el desconocimiento de la maldad, la capacidad de maravillarme ante ella, de considerarla algo tan improbable que debía ser culpa, sin duda, mía. Si en vez de la culpa mamá hubiera depositado sobre mi pecho, aquel día, la inocencia, su contrario, la capacidad de no ser culpable jamás, jamás hubiera percibido la maldad. Pienso en ello cada vez que veo esa cosa tan esporádica e incomprensible como la maldad, que es el arcoíris. Ese pacto transferido.
Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí