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Pakistán y el yugo colonial del FMI

El país ha sido rescatado trece veces en sesenta años por una institución que impone austeridad y privatizaciones según los intereses de Estados Unidos

Meher Ahmad (THE BAFFLER) 18/12/2019

<p>El presidente de EE.UU., Donald Trump, ofrece al presidente de Pakistán, Imran Khan, un tour privado por la Casa Blanca durante su visita el 22 de julio de 2019.</p>

El presidente de EE.UU., Donald Trump, ofrece al presidente de Pakistán, Imran Khan, un tour privado por la Casa Blanca durante su visita el 22 de julio de 2019.

la casa blanca

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Casi todos los niños inmigrantes estarán familiarizados con el siguiente ritual: en la víspera de un viaje de dos días desde Estados Unidos hasta nuestra madre patria, mi madre y yo nos quedábamos hasta tarde organizando estratégicamente una maleta con productos para nuestros familiares de Pakistán. En mi familia, esos artículos incluían por lo general cremas caras (Clinique y similares), bolsos de diseño con descuento comprados en T.J. Maxx y dispositivos electrónicos pequeños, como iPod minis o relojes digitales. Rellenábamos zapatos y bolsos con los artículos más pequeños, como si fueran matrioskas formadas enteramente por compras realizadas en centros comerciales. Yo sufría para pesar la maleta en la balanza y garantizar que no superaría el peso máximo permitido de la aerolínea con la que viajáramos desde Indiana hasta Islamabad. Lo habitual era que lo superara, y ahí se producía la disparatada escena de redistribución de artículos en el mostrador de facturación.

Cuando llegábamos, me sentía como Papá Noel regalando uno a uno los objetos por otra parte mundanos a mis familiares de Pakistán. También comprendía cuánto los apreciaban, puesto que podía ver el tubo de la crema que trajimos en la anterior visita perfectamente colocado en un estante, y apurado hasta que no quedara ni una gota del producto. Mis primos conservaban sus iPods y Walkmans en perfectas condiciones, no como yo, que los caía o perdía con frecuencia en el autobús del instituto. Las cosas que salían de esa maleta adoptaban un cariz mágico en Pakistán, donde los mercados rebosaban mangos, relucientes brazaletes dorados y brillantes sedas de colores, pero carecían de lo que traíamos nosotros. 

Y así es como aprendí que mi país de origen tenía menos que el mundo en el que vivía entonces. No solo era por los niños de mi misma edad que golpeaban las ventanas de nuestro coche para pedirnos dinero, o la excitación que mis familiares sintieron cuando fuimos al primer Pizza Hut de Lahore, cuando en nuestra casa de Indiana era solo el último recurso si no había otra cena. Las sutilezas que observaba en las pocas semanas al año que pasábamos en Pakistán inculcaron esa idea en mi mente, sin que nadie me lo dijera de forma explícita. Cuando llegué a la adolescencia, consideraba ese fenómeno como una realidad, no como algo curioso: el cielo es azul, Pakistán es pobre.

Se podría argumentar que mi nivel de comprensión sobre la desigual riqueza que existe entre Pakistán (y por ende entre el sur global con el que se identifica) y Estados Unidos era más profundo que el del estadounidense medio, pero lo que todavía no comprendía era hasta qué punto mi país de adopción había ayudado a engendrar ese desequilibrio, a menudo bajo los auspicios del Fondo Monetario Internacional. 

Los hombres de Bretton Woods

Hay muchas maneras de explicar la creación del FMI, la organización internacional que supuestamente fomenta la estabilidad económica principalmente a través de créditos y rescates a países que se enfrentan a crisis financieras temporales. Una de ellas es la amable versión de la clase de historia preuniversitaria que mi profesor de instituto nos expuso en una esquemática presentación de PowerPoint. Consiste más o menos en lo siguiente: tras la Gran Depresión y cuando el final de la 2ª Guerra Mundial estaba ya a la vista, las autoridades aliadas dijeron “nunca más” (al menos en lo que concernía a su dinero). En julio de 1944, se reunieron economistas y líderes mundiales en un resort de Bretton Woods, New Hampshire, y propusieron la creación del FMI y del Banco Mundial, dos instituciones que podrían ayudar a países en dificultades a salir de las crisis económicas, no solo por su propio bien, sino por el bien de un mundo cada vez más interconectado. Mientras que la misión original del Banco Mundial era ayudar en la reconstrucción de una Europa aniquilada por la guerra (más tarde cambiaría a proporcionar ayuda sanitaria y de infraestructuras al denominado mundo en vías de desarrollo), el FMI se encargaría de asistir a los países con déficits temporales. Así es como se generó el rol de estas instituciones como héroes de las crisis económicas.

Pero existe otra historia acerca del origen del FMI que es menos amable con el mito que promueve el orden liberal mundial.

El economista John Maynard Keynes llegó a Bretton Woods desde su hogar en el Reino Unido con una solución que abordaba el desequilibrio comercial entre países, sobre todo los que estaban más rezagados en la economía mundial: un banco internacional que tendría su propia divisa, totalmente independiente del patrón oro, y que permitiría a los países que lo necesitaran estar en descubierto si se retrasaban. El organismo internacional incentivaría que esos países pagaran eventualmente el crédito, principalmente a través de intereses, y los países con un exceso de crédito también pagarían intereses y se les animaría a que exportaran su capital. El empuje y arrastre de estas dos políticas, según la teoría de Keynes, impediría que los países pobres terminaran dependiendo de un ciclo de deuda dictado por los ricos, y que los países ricos continuaran utilizando prácticas comerciales asimétricas. Esta era una idea prácticamente simétrica, el tipo de solución macroeconómica que se esforzaba en evitar muchas de las crisis de las que ahora sabemos que el FMI tal como está establecido ha sido a menudo responsable. Al menos sobre el papel, Keynes intentó corregir los desequilibrios que generaban los vestigios de siglos de dominio colonial, las guerras y todos los otros fenómenos que hacían que los ricos siguieran siendo ricos y los pobres siguieran siendo pobres. 

Ningún país puede hoy en día tener éxito económico sin tener dólares estadounidenses en sus reservas

El homólogo estadounidense de Keynes en Bretton Woods era Harry Dexter White, por aquel entonces un alto funcionario del ministerio de Economía de Estados Unidos. White no es ni mucho menos tan conocido como Keynes (fue acusado de ser un espía soviético poco después de su paso por Bretton Woods y rápidamente borraron todos sus méritos de la historia de Estados Unidos), pero su visión del FMI fue la que salió triunfante. White es el responsable de proponer la economía mundial centrada en el dólar en la que estamos inmersos hasta el día de hoy, según la cual el dólar estadounidense es la divisa que rige todo intercambio comercial, incluso cuando Estados Unidos no está directamente involucrado. Rechazaba completamente la idea de Keynes de incentivar a los países ricos a corregir el desequilibrio de capital en el mundo y al final defendió la posición económica estadounidense de posguerra, que proponía una visión del FMI que estuviera centrada en Estados Unidos: una institución vertical que doblegara la voluntad de los países pobres, por el bien de la economía mundial, claro está. Aunque White ha quedado reducido a una nota a pie de página, hizo más por afianzar la hegemonía mundial de EE.UU. que la mayoría de los héroes nacionales. 

Cuando Keynes y White abandonaron Bretton Woods en el verano de 1944, lo hicieron con un FMI y un Banco Mundial que tenían instilada en su carácter la importancia del dólar estadounidense y, por tanto, la importancia del poder de Estados Unidos. Incluso cuando la paridad de cualquier divisa con el oro terminó pasando a la historia, el dólar siguió siendo el elemento principal en el comercio internacional. Ningún país puede hoy en día tener éxito económico sin tener dólares estadounidenses en sus reservas. 

Saltar la banca

El primer contacto de Pakistán con la ayuda del FMI tuvo lugar en 1958: poco más de una década después de la partición de la India y de la independencia de los británicos. El primer golpe de Estado se produjo poco después (habría muchos más), y el país sufría por aquel entonces una grave crisis consecuencia de los desequilibrios en las exportaciones (también habría muchas más). Ese año, el nuevo y autoproclamado “presidente”, el general Ayub Khan, firmó un acuerdo de compromiso contingente con el FMI por valor de 25 millones de dólares, y aunque el dinero nunca salió de sus arcas, sirvió para marcar el inicio de una relación asimétrica que continúa hasta el día de hoy: en mayo, el gobierno pakistaní, que de nuevo acusa desequilibrios inflacionarios y exportadores, aceptó su vigesimoprimer crédito del FMI, treceavo en forma de rescate, por valor de 6.000 millones de dólares. Las cifras de los créditos del FMI que ha recibido Pakistán son de las más altas del mundo.

Me mudé a Pakistán en 2017, justo cuando la inflación empezaba a subir de nuevo. Cuando vives en un país que depende de un ciclo de rescates del FMI, esas tres letras se escuchan mucho más a menudo que en Estados Unidos, y aunque las acaloradas conversaciones sobre asuntos macroeconómicos rara vez interesan al estadounidense medio, en un país que vive constantemente a la sombra del FMI, hasta los vendedores callejeros comprenden el rol que tiene en la economía. Regatear con ellos ese verano incluyó a menudo bromas sobre el dólar estadounidense. 

Pakistán acababa de elegir un nuevo gobierno tras una de esas escasas transferencias de poder “democrático”. Cuando Imran Khan, un jugador de críquet convertido en celebridad y reconvertido en político, asumió el mando como primer ministro en agosto de 2018, el país se encontraba al borde de un abismo en forma de crisis económica que se estaba desarrollando a cámara lenta y que sabía que heredaba. Casi de forma simultánea a la victoria de Khan, comenzaron las conversaciones sobre otro rescate del FMI (un ritual de iniciación, parece ser, para los jefes de Estado primerizos), pero Khan había hecho campaña como independiente millonario y anticorrupción externo al gobierno, y se presentaba como un paladín de las reformas: el hombre que finalmente podría transformar el sistema fallido que llevaba a Pakistán a las puertas del FMI una y otra vez. Una canción publicada para apoyar su campaña, “tabdeeli aagayi hai”, se podía traducir más o menos por el tipo de eslogan que utilizaría Obama: “el cambio ya está aquí”. En su discurso de victoria televisado, Khan miró directamente a la cámara y le dijo al país que se preparara para su mayor reto económico hasta la fecha, lo que sugería que Pakistán no necesitaría la ayuda del FMI para salir adelante. Se burló de los líderes que aceptaron los rescates del FMI antes que él y criticó a la institución tachándola de edificio neocolonial. Quizá Khan haya sido el jefe de Estado moderno de Pakistán más crítico con las políticas de Estados Unidos y occidente. Hasta le apodaron el “talibán Khan” por favorecer de manera entusiasta las conversaciones de paz con los talibanes pakistaníes durante los años en que la guerra de Obama con drones dominó la región, y por otras declaraciones de apoyo implícito. 

Tras su histórica, pareció que Khan sería capaz de encontrar la manera de solucionar el profundo desequilibrio comercial sin el FMI. Al menos sus partidarios y detractores querían creerle. Esta pasada primavera, ni siquiera un año después de haber iniciado su mandato, Khan aceptó con timidez las condiciones de un nuevo rescate del FMI. Aunque el gobierno intentó vender el acuerdo, mediante diversas apariciones en medios, como si fuera altamente favorable para Pakistán en comparación con los que los anteriores gobiernos habían firmado, en realidad era lo de siempre: privatizar industrias controladas por el Estado, eliminar los subsidios proteccionistas, subir los impuestos, frenar la economía de forma intencionada y promover la austeridad en forma de recortes a los programas públicos. En las calles, todo el mundo, desde los vendedores de frutas hasta los vendedores de coches, contaba el mismo chiste: “¿Has oído? El cambio ya está aquí” (Por si no lo sabías, el humor pakistaní es profundamente sarcástico).

El FMI reviste sus amargas píldoras de eufemismos y palabrería: la antigua Directora Gerente, Christine Lagarde, afirma que a ella no le gusta la palabra “austeridad” e insiste en que “se trata más bien de disciplina”, pero la realidad de la situación es que para el pakistaní medio, la vida iba a empeorar de manera palpable. Sería todavía más difícil encontrar trabajo, los controles inflacionarios reducirían el poder adquisitivo de los consumidores, subirían los impuestos sobre los bienes primarios y unas instituciones públicas que apenas funcionaban tendrían todavía menos dinero, puesto que el FMI insiste en debilitarlas cada vez más con la excusa de equilibrar la contabilidad nacional. Aunque es posible que el presupuesto del país se vea temporalmente equilibrado, los programas nacionales que podrían evitar futuros desequilibrios se dejan de lado. Si tenemos en cuenta que este era el treceavo rescate del FMI desde la década de 1980, los pakistaníes sabían lo que estaba a punto de suceder cuando tuvieron noticias del acuerdo. De hecho, a los pocos días de que se anunciara el rescate, comenzaron a llegarme mensajes desesperados de amigos y compañeros que trabajaban en diversos sectores de Pakistán preguntando cómo podían garantizar su dinero en cuentas bancarias estadounidenses o buscando trabajos que pagaran en dólares, porque sabían que sus sueldos en rupias pronto carecerían de todo valor. Entre toda la frustración, tanto en el ámbito gubernamental como civil, existía una abrumadora sensación de impotencia: ¿Qué otra opción había?

Historia de dos rescates 

No fue hasta que salté de la silla durante una clase universitaria de economía básica que comencé a cuestionarme cómo y por qué Pakistán seguía siendo pobre. Por aquel entonces, como era ingenua e idealista, me preocupaba más la liberación de Palestina que comprender la injusticia que asolaba mi propio país de origen, y sin lugar a dudas me importaba muy poco el curso de introducción a la microeconomía. Hasta que una profesora invitada cuyo nombre no recuerdo, aunque la imagen de su sari casi totalmente blanco en un auditorio de Wisconsin quedó impresa en mi memoria, nos ofreció un resumen general sobre la economía de la India durante la etapa pospartición. Por una vez decidí no hacer dibujitos en la parte de atrás de un auditorio con capacidad para 200 personas.

Durante el período que siguió a la partición, nos explicó, la India pasó muchos años casi totalmente aislada de los mercados mundiales, guiada por unos principios semisocialistas y anticoloniales, y estaba decidida a reducir la dependencia de las importaciones mediante la producción interna de muchos bienes. El resultado fue que, en las décadas de 1960 y 1970, su PIB total era considerablemente superior al de Pakistán, aunque la India fuera más pobre en muchos otros aspectos, principalmente su tasa de crecimiento, tan lenta en comparación con otros países en vías de desarrollo que tenía su propio nombre: “la tasa de crecimiento hindú”. A principios de la década de 1990, la economía de la India se encontraba al borde de la quiebra hasta que aceptó un importante rescate del FMI, más un préstamo de ajuste estructural del Banco Mundial, y se embarcó en un rápido proceso de liberalización.

el PIB de Pakistán se sitúa en unos nimios 305.000 millones de dólares, muy por debajo del de Irán, que es uno de los países con mayores sanciones internacionales

Curiosamente, una gran parte de la liberalización que ha marcado el meteórico ascenso de la India (que ahora se caracteriza por los call centers, por una floreciente clase media y por los magnates industriales) se produjo merced a la insistencia del FMI y el Banco Mundial, que impusieron las rápidas privatizaciones como condición para entregar los paquetes de rescate y préstamo. Mientras que la pobreza sigue siendo endémica en el país, el PIB de la India supera con creces los 2 trillones de dólares desde hace años. En comparación, el PIB de Pakistán se sitúa en unos nimios 305.000 millones de dólares, muy por debajo del de Irán, que es uno de los países con mayores sanciones internacionales del mundo. Sentada en ese auditorio, me puse a pensar en las horas de viaje que se tardaba en llegar hasta la parte rural de Punjab donde vivía mi abuelo, a las afueras de Sarghoda, por carreteras llenas de baches en las que coloridos camiones transportaban enormes fardos de caña de azúcar, los campesinos recolectaban campos y campos de algodón y los polvorientos estantes de las tiendas locales rebosaban productos de importación caducados al doble del precio normal.

Muchos pakistaníes se niegan a creer que la India haya crecido tanto como para convertirse en una potencia económica mundial. Si los dos países están cortados por el mismo patrón, ¿por qué el experimento de la India con la liberalización económica ha producido unos resultados tan diferentes? La respuesta podría encontrarse en parte en los muchos años que la India permaneció relativamente aislada desde un punto de vista económico, lo que cultivó un espíritu de autosuficiencia en todas las industrias del país, que se mantiene incluso hasta el día de hoy, que se ha convertido en un actor importante de la economía mundial. Y sin las paternalistas manos del FMI y del Banco Mundial sobre sus hombros durante un período crucial de su desarrollo, las instituciones públicas de la India se consagraron como elementos fundamentales de su sociedad. Esto no significa que las industrias nacionalizadas de la India no tengan una gran cantidad de problemas propios, puesto que la corrupción sigue haciendo estragos en la economía del país, pero este temprano período de autonomía creó las condiciones para que se desarrollara una clase media con un cierto grado de confianza en unas instituciones de negociación colectiva y, también, un cierto grado de democracia real. 

El Pakistán actual que conocemos la mayoría de los estadounidenses y yo está teñido por su historia reciente: yo cumplí la mayoría de edad después de los ataques del 11S, así que el Pakistán que conocí también era posterior al 11S. El año que asistí a esa clase de introducción a la microeconomía fue uno de los más sangrientos en la historia de Pakistán, en pleno auge de la interminable guerra contra el terrorismo. Dejamos de viajar para visitar a la familia: no regresé durante 7 años. Es fácil olvidar que después de la partición fue Pakistán, y no la India, el principal aliado de Estados Unidos en la región. 

Así comenzó el experimento de Pakistán con la intervención neocolonial. Mientras el país se embarcaba en una serie de créditos del FMI e intervenciones del Banco Mundial, los planes de privatización trastocaban drásticamente las anteriormente saludables coaliciones de trabajadores, un sector que ya estaba amenazado por unos regímenes políticos cada vez más autoritarios. En la Vigésima Reunión y Conferencia General Anual de la Sociedad de Economistas Especializados en Desarrollo de Pakistán, que tuvo lugar en 2005, el difunto profesor Hassan Gardezi se dirigió a la audiencia con una crítica a la adopción por parte de Pakistán de políticas de desarrollo neoliberales y occidentales durante ese período: 

Cuando la receta de Estados Unidos para generar riqueza capitalista se transfirió y se aplicó en los países aliados del sur, las reglas del juego cambiaron por algún motivo. Los encargados de planificar el desarrollo económico de Pakistán, de forma oportuna, hicieron caso omiso de lo que había generado prosperidad real en Estados Unidos.

Al final, el éxito de Pakistán en relación con la India duró muy poco. Aunque su tasa de crecimiento superó la de la India durante décadas, cuando su vecino adoptó la liberalización como máxima económica, esta quedó rápidamente eclipsada: en 2010, la tasa de crecimiento del PIB de Pakistán se situaba en torno al 1,61 %, mientras que la de la India se había disparado hasta el 10,26 %. Y aunque Pakistán disfrutó de los favores de la influencia occidental en las décadas posteriores a la partición, no fue capaz de erigir unas instituciones públicas duraderas.

Lógicamente, las políticas domésticas represivas también desempeñaron un papel importante. Como árbitro del nuevo orden mundial, lo lógico sería pensar que el FMI, auspiciado como está por países democráticos, se opondría a entregar préstamos a países con regímenes dictatoriales. Pero en el caso de Pakistán, ha sucedido todo lo contrario. Muchas de las corruptas instituciones que han acentuado los problemas de la economía pakistaní actual se han beneficiado de los préstamos del FMI (sobre todo el ejército, que recibió un 20 % del presupuesto entre 1993 y 2006, y representa el segundo mayor gasto de Pakistán después del pago de la deuda). Además, muchos dictadores militares de Pakistán se han mostrado muy amables con diversos gobiernos estadounidenses. 

Ayub Khan, el dictador militar que inició la relación de Pakistán con el FMI, era un firme defensor de los Estados Unidos. Los estadounidenses espiaron a la Unión Soviética con la ayuda de las fuerzas aéreas de Khan, cuyas bases, a su vez, recibieron generosas mejoras pagadas por ellos. La dictadura militar más larga de Pakistán tuvo lugar durante la década de 1980, bajo el mandato del islamista de derechas, el general Zia ul-Haq, que recibió el apoyo financiero de Reagan a pesar de haber guiado el país hacia el extremismo religioso. La “operación ciclón”, una de las operaciones encubiertas más largas y más caras de la CIA, canalizó miles de millones de dólares hacia las arcas de Zia. El dinero sirvió para financiar a los muyahidines, que luchaban contra las fuerzas soviéticas en el vecino Afganistán, y para intensificar el autoritarismo de Zia. El general Pervez Musharraf, el dictador militar más reciente, pero seguramente no el último, era un estrecho aliado de George W. Bush, que oficialmente condonó 1.000 millones de dólares de deuda a Pakistán a cambio de unirse a la guerra contra el terrorismo de Estados Unidos. 

El hecho de que Pakistán haya sufrido más de dos décadas de dictaduras militares desde que se independizara nunca ha sido un gran problema para los gobiernos occidentales y las instituciones financieras, siempre y cuando tuvieran a esos dictadores en el bolsillo. 

Imperialismo, pero con otro nombre 

El FMI se esfuerza en dar la impresión de que el fondo está formado por tecnócratas sin afiliación política (a pesar del hecho de que sus directores gerentes han sido siempre blancos y europeos), aunque muchas personas consideran que la institución está prácticamente secuestrada por los intereses estadounidenses. Aun después de las recientes reformas en el sistema de votación del FMI, Estados Unidos sigue teniendo la mayor parte de los votos, así como poder de veto sobre las principales decisiones. En un informe del Centro para la Investigación Económica y Política que examinaba la reforma del voto en el FMI, los autores señalaban que la influencia estadounidense iba mucho más allá del porcentaje de voto: 

Fuera de Europa, el principal responsable de las decisiones es por lo general el Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Esto significa que el Tesoro es el principal poder a la hora de decidir políticas que afectarán a los países prestatarios con rentas bajas y medianas… [y] permitir que Washington siga siendo el principal elemento decisivo en el caso de prestatarios no europeos, como ha sucedido desde la creación del FMI, no es algo que le importe mucho a los otros gobiernos de países con rentas altas.

El hecho de que el secretario del Tesoro sea nombrado por el gobierno hace que ese desequilibrio aumente. Además, el rol de Washington en la toma de decisiones del fondo tuvo un efecto directo sobre los patrones de rescate del FMI. Como declaró un antiguo miembro del FMI sobre los préstamos del fondo tras la Guerra Fría: “Como las decisiones ya no se tomaban conforme a los términos de devolución del préstamo, los créditos se basaban cada vez más en las preferencias políticas de los principales países industriales”. 

Para Estados Unidos, estas preferencias están guiadas principalmente por el interés económico propio. Esto es cierto en el caso de muchas de sus relaciones más hipócritas, como la alianza con el gobierno saudí o el apoyo frecuente que da a dictadores fascistas latinoamericanos, pero en el caso de los países en vías de desarrollo, esta dinámica se presenta de una forma más sutil: como imperialismo disfrazado de asistencia. Cuando Christine Lagarde hablaba de los muchos países que se habían dirigido al FMI para solicitar rescates, el tono que utilizaba era con frecuencia admonitorio, como una profesora que agita el dedo ante un estudiante que se ha portado mal. Poco después de tomar posesión de su cargo de presidenta, afirmó: “Miro bajo la superficie de la economía de los países y les ayudo a tomar mejores decisiones”. ¿Y si no les gusta cómo suena? “Les digo, pues bien, lo siento mucho pero así es como suenan nuestras palabras”. Puede que la frase no esté muy bien elaborada, pero el mensaje está claro: la profe sabe lo que te conviene. Ese tipo de lenguaje favorece que los países que se encuentran en el otro extremo de la ecuación del FMI se sientan totalmente incapaces de ayudarse a sí mismos. Peor aún, perpetúan que se siga percibiendo el mundo en desarrollo como si fuera un sujeto colonial: difícilmente se puede confiar en los pueblos locales para administrar los bienes del Estado, porque cuando les entregas las riendas, todo se desmorona. 

Los rescates actuales del FMI se preocupan menos por mejorar las economías y más por quebrarlas para que queden listas para la interacción (o explotación) occidental

Este tipo de lenguaje rebosa ironía si consideramos que el antecesor de Lagarde fue acusado de agredir sexualmente a una camarera de piso de un hotel de Nueva York, y ella misma se enfrentó a un escándalo a los pocos meses de asegurarse su puesto. Se acusó a Lagarde, y finalmente se la declaró culpable, de negligencia a la hora de aprobar una indemnización millonaria a un empresario, que se pagó con el dinero de los contribuyentes, mientras ejercía de ministra de Economía del gobierno de Nicolas Sarkozy. Este es el tipo de corrupción que al FMI le gusta decir que sus reformas eliminarán. No obstante, se dispensó a Lagarde de cumplir la pena o siquiera de pagar una multa por su participación en la indemnización, y aunque se la declaró culpable, el FMI la apoyó poco después de que se conociera la sentencia. 

Los rescates actuales del FMI están muy alejados de la idea que tenía Keynes sobre su prestamista de último recurso: se preocupa menos por mejorar las economías y más por quebrarlas para que queden listas para la interacción (o explotación) occidental. Resulta evidente que desde la perspectiva del FMI, poco importa que rara vez los rescates proporcionen un desarrollo duradero de las clases medias o bajas (aunque a menudo afirmen lo contrario), siempre y cuando los países paguen sus deudas a tiempo. 

¿Escasez de qué? 

Cuando trabajé como corresponsal extranjera en Pakistán entre 2017 y 2019, tuve el inmenso privilegio de observar en persona las extensas periferias de mi madre patria. En los largos viajes que realicé para entrevistar a personas o realizar filmaciones, pasé por minas de oro y carbón, gigantescos campos de arroz, algodón y trigo, cordilleras plagadas de minerales, glaciares, ríos y unas playas vírgenes y prístinas. A pesar de tener una población ligeramente superior a los 200 millones de habitantes, Pakistán es un país increíblemente rico en recursos; aunque décadas de austeridad, acompañadas de unas prácticas extractivas agrícolas e industriales, han significado que a pesar de toda esa potencial abundancia, muchos pakistaníes no tienen lo suficiente ni para comer. Muchos mueren de sed. Y muchos, muchos más, pagan precios desorbitados por vivir en chabolas. 

Quizá esta privación sería menos indignante si Pakistán no fuera una tierra de abundancia. Saber que el país ya posee mucho de lo que necesita para ser próspero y equitativo y ver cómo se dilapida todo, se canaliza hacia las élites, se administra mal, se gasta en campos de golf y mansiones de vacaciones para el ejército, o se pierde en manos de dudosas burocracias, es sencillamente exasperante. Cuando me mudé a Pakistán, las primeras respuestas que di al pésimo estado de las instituciones eran consecuencia de haber crecido bajo las instituciones neoliberales de occidente: al igual que muchas otras personas, estaba consternada porque el gobierno de Imran Khan no hubiera solicitado antes un rescate al FMI. Varios economistas predijeron exactamente lo que provocó este retraso: la divisa cayó en picado y dejó a la economía peor de que estaba cuando Khan la heredó. 

Pero Khan, como la mayoría de los pakistaníes, sabía que la mano tendida de occidente tiene un alto precio. El pasado julio, en su primer viaje a la Casa Blanca como primer ministro, después de escuchar durante una reunión con Trump cómo este mencionaba de pasada la posibilidad de diezmar al vecino de Pakistán, Afganistán, Khan abordó la humillante posición de tener que depender de los créditos occidentales: “Detesto la idea de tener que pedir fondos”, declaró ante un pequeño público del Instituto Estadounidense para la Paz, otro proyecto aparentemente inocuo en favor de la hegemonía estadounidense. “La asistencia ha sido una de las mayores maldiciones para nuestro país”. 

Durante la sangrienta y perenne resaca que siguió a la guerra contra el terrorismo, poco quedó de la amistad bilateral que había entre Estados Unidos y Pakistán y, por ende, con otras instituciones como el FMI y el Banco Mundial. Mientras que en el ataque del 11S murieron poco más de 3.000 personas, en los ataques terroristas que se han producido desde que comenzó esa guerra se calcula que han fallecido 60.000 pakistaníes. La pérdida de confianza en su antiguo aliado es imborrable y generalizada, y poco queda ya para demostrar que existía, excepto un puñado de cazas F16. Más aún, muchos pakistaníes ya no confían en su propio país, o en sus compatriotas. En esa conferencia que tuvo lugar en 2005 en la que participó la Sociedad Pakistaní de Economistas Especializados en Desarrollo, Hassan Gardezi habló también de ese deterioro en la confianza hacia el Estado: 

En el proceso que está en curso para reestructurar la economía mundial de acuerdo a unos principios neoliberales, la posición del capital y su movilidad transfronteriza se han visto enormemente reforzadas. El rol del Estado como un actor clave en la promoción de una justicia redistributiva se ha visto desvirtuado y subordinado por un supuesto libre mercado. Las clases trabajadoras han resultado ser las grandes perdedoras y han cargado con el peso de una austeridad competitiva.

A medida que las instituciones públicas de Pakistán sufrían un golpe tras otro (una constante serie de reestructuraciones impuestas por el FMI que neutralizaron la movilización de izquierdas y los servicios públicos, salpicada por golpes de Estado puntuales), se iba desvaneciendo la creencia en que el Estado piensa en los intereses del ciudadano medio. Un grupo selecto de familias se beneficiaron generosamente de la privatización del sector industrial de Pakistán y muchas de esas mismas familias escalaron a los primeros puestos del sistema supuestamente democrático que Pakistán disfruta en la actualidad. Sobre todo entre las clases trabajadores existe la abrumadora sensación de que no se puede hacer mucho para cambiar el estado de las cosas. Ahora mismo, esa hipótesis es casi totalmente cierta. 

A lo largo de esos primeros años que me pasé haciendo maletas para mi familia, nunca me pregunté por qué mi cautivadora vida en un barrio residencial era tan diferente a la suya, a pesar de verlo con mis propios ojos. No comprendía que mi vida de privilegio se conseguía a expensas de mi madre patria, que mis dos mundos estaban unidos por un mismo destino, que mi maleta llena de perfumes era más que los objetos que contenía. El optimismo que muchos dan por sentado en Estados Unidos está condicionado por la ausencia del mismo en los demás lugares. Pero eso no puedes traértelo a casa en una maleta.

 

Meher Ahmad es una periodista y escritora que vive en San Francisco.

Este texto se publicó originalmente en inglés en The Baffler. Traducción de Álvaro San José.

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Meher Ahmad (THE BAFFLER)

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