1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.335 Conseguido 91% Faltan 16.440€

Pakistán y el yugo colonial del FMI

El país ha sido rescatado trece veces en sesenta años por una institución que impone austeridad y privatizaciones según los intereses de Estados Unidos

Meher Ahmad (THE BAFFLER) 18/12/2019

<p>El presidente de EE.UU., Donald Trump, ofrece al presidente de Pakistán, Imran Khan, un tour privado por la Casa Blanca durante su visita el 22 de julio de 2019.</p>

El presidente de EE.UU., Donald Trump, ofrece al presidente de Pakistán, Imran Khan, un tour privado por la Casa Blanca durante su visita el 22 de julio de 2019.

la casa blanca

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Casi todos los niños inmigrantes estarán familiarizados con el siguiente ritual: en la víspera de un viaje de dos días desde Estados Unidos hasta nuestra madre patria, mi madre y yo nos quedábamos hasta tarde organizando estratégicamente una maleta con productos para nuestros familiares de Pakistán. En mi familia, esos artículos incluían por lo general cremas caras (Clinique y similares), bolsos de diseño con descuento comprados en T.J. Maxx y dispositivos electrónicos pequeños, como iPod minis o relojes digitales. Rellenábamos zapatos y bolsos con los artículos más pequeños, como si fueran matrioskas formadas enteramente por compras realizadas en centros comerciales. Yo sufría para pesar la maleta en la balanza y garantizar que no superaría el peso máximo permitido de la aerolínea con la que viajáramos desde Indiana hasta Islamabad. Lo habitual era que lo superara, y ahí se producía la disparatada escena de redistribución de artículos en el mostrador de facturación.

Cuando llegábamos, me sentía como Papá Noel regalando uno a uno los objetos por otra parte mundanos a mis familiares de Pakistán. También comprendía cuánto los apreciaban, puesto que podía ver el tubo de la crema que trajimos en la anterior visita perfectamente colocado en un estante, y apurado hasta que no quedara ni una gota del producto. Mis primos conservaban sus iPods y Walkmans en perfectas condiciones, no como yo, que los caía o perdía con frecuencia en el autobús del instituto. Las cosas que salían de esa maleta adoptaban un cariz mágico en Pakistán, donde los mercados rebosaban mangos, relucientes brazaletes dorados y brillantes sedas de colores, pero carecían de lo que traíamos nosotros. 

Y así es como aprendí que mi país de origen tenía menos que el mundo en el que vivía entonces. No solo era por los niños de mi misma edad que golpeaban las ventanas de nuestro coche para pedirnos dinero, o la excitación que mis familiares sintieron cuando fuimos al primer Pizza Hut de Lahore, cuando en nuestra casa de Indiana era solo el último recurso si no había otra cena. Las sutilezas que observaba en las pocas semanas al año que pasábamos en Pakistán inculcaron esa idea en mi mente, sin que nadie me lo dijera de forma explícita. Cuando llegué a la adolescencia, consideraba ese fenómeno como una realidad, no como algo curioso: el cielo es azul, Pakistán es pobre.

Se podría argumentar que mi nivel de comprensión sobre la desigual riqueza que existe entre Pakistán (y por ende entre el sur global con el que se identifica) y Estados Unidos era más profundo que el del estadounidense medio, pero lo que todavía no comprendía era hasta qué punto mi país de adopción había ayudado a engendrar ese desequilibrio, a menudo bajo los auspicios del Fondo Monetario Internacional. 

Los hombres de Bretton Woods

Hay muchas maneras de explicar la creación del FMI, la organización internacional que supuestamente fomenta la estabilidad económica principalmente a través de créditos y rescates a países que se enfrentan a crisis financieras temporales. Una de ellas es la amable versión de la clase de historia preuniversitaria que mi profesor de instituto nos expuso en una esquemática presentación de PowerPoint. Consiste más o menos en lo siguiente: tras la Gran Depresión y cuando el final de la 2ª Guerra Mundial estaba ya a la vista, las autoridades aliadas dijeron “nunca más” (al menos en lo que concernía a su dinero). En julio de 1944, se reunieron economistas y líderes mundiales en un resort de Bretton Woods, New Hampshire, y propusieron la creación del FMI y del Banco Mundial, dos instituciones que podrían ayudar a países en dificultades a salir de las crisis económicas, no solo por su propio bien, sino por el bien de un mundo cada vez más interconectado. Mientras que la misión original del Banco Mundial era ayudar en la reconstrucción de una Europa aniquilada por la guerra (más tarde cambiaría a proporcionar ayuda sanitaria y de infraestructuras al denominado mundo en vías de desarrollo), el FMI se encargaría de asistir a los países con déficits temporales. Así es como se generó el rol de estas instituciones como héroes de las crisis económicas.

Pero existe otra historia acerca del origen del FMI que es menos amable con el mito que promueve el orden liberal mundial.

El economista John Maynard Keynes llegó a Bretton Woods desde su hogar en el Reino Unido con una solución que abordaba el desequilibrio comercial entre países, sobre todo los que estaban más rezagados en la economía mundial: un banco internacional que tendría su propia divisa, totalmente independiente del patrón oro, y que permitiría a los países que lo necesitaran estar en descubierto si se retrasaban. El organismo internacional incentivaría que esos países pagaran eventualmente el crédito, principalmente a través de intereses, y los países con un exceso de crédito también pagarían intereses y se les animaría a que exportaran su capital. El empuje y arrastre de estas dos políticas, según la teoría de Keynes, impediría que los países pobres terminaran dependiendo de un ciclo de deuda dictado por los ricos, y que los países ricos continuaran utilizando prácticas comerciales asimétricas. Esta era una idea prácticamente simétrica, el tipo de solución macroeconómica que se esforzaba en evitar muchas de las crisis de las que ahora sabemos que el FMI tal como está establecido ha sido a menudo responsable. Al menos sobre el papel, Keynes intentó corregir los desequilibrios que generaban los vestigios de siglos de dominio colonial, las guerras y todos los otros fenómenos que hacían que los ricos siguieran siendo ricos y los pobres siguieran siendo pobres. 

Ningún país puede hoy en día tener éxito económico sin tener dólares estadounidenses en sus reservas

El homólogo estadounidense de Keynes en Bretton Woods era Harry Dexter White, por aquel entonces un alto funcionario del ministerio de Economía de Estados Unidos. White no es ni mucho menos tan conocido como Keynes (fue acusado de ser un espía soviético poco después de su paso por Bretton Woods y rápidamente borraron todos sus méritos de la historia de Estados Unidos), pero su visión del FMI fue la que salió triunfante. White es el responsable de proponer la economía mundial centrada en el dólar en la que estamos inmersos hasta el día de hoy, según la cual el dólar estadounidense es la divisa que rige todo intercambio comercial, incluso cuando Estados Unidos no está directamente involucrado. Rechazaba completamente la idea de Keynes de incentivar a los países ricos a corregir el desequilibrio de capital en el mundo y al final defendió la posición económica estadounidense de posguerra, que proponía una visión del FMI que estuviera centrada en Estados Unidos: una institución vertical que doblegara la voluntad de los países pobres, por el bien de la economía mundial, claro está. Aunque White ha quedado reducido a una nota a pie de página, hizo más por afianzar la hegemonía mundial de EE.UU. que la mayoría de los héroes nacionales. 

Cuando Keynes y White abandonaron Bretton Woods en el verano de 1944, lo hicieron con un FMI y un Banco Mundial que tenían instilada en su carácter la importancia del dólar estadounidense y, por tanto, la importancia del poder de Estados Unidos. Incluso cuando la paridad de cualquier divisa con el oro terminó pasando a la historia, el dólar siguió siendo el elemento principal en el comercio internacional. Ningún país puede hoy en día tener éxito económico sin tener dólares estadounidenses en sus reservas. 

Saltar la banca

El primer contacto de Pakistán con la ayuda del FMI tuvo lugar en 1958: poco más de una década después de la partición de la India y de la independencia de los británicos. El primer golpe de Estado se produjo poco después (habría muchos más), y el país sufría por aquel entonces una grave crisis consecuencia de los desequilibrios en las exportaciones (también habría muchas más). Ese año, el nuevo y autoproclamado “presidente”, el general Ayub Khan, firmó un acuerdo de compromiso contingente con el FMI por valor de 25 millones de dólares, y aunque el dinero nunca salió de sus arcas, sirvió para marcar el inicio de una relación asimétrica que continúa hasta el día de hoy: en mayo, el gobierno pakistaní, que de nuevo acusa desequilibrios inflacionarios y exportadores, aceptó su vigesimoprimer crédito del FMI, treceavo en forma de rescate, por valor de 6.000 millones de dólares. Las cifras de los créditos del FMI que ha recibido Pakistán son de las más altas del mundo.

Me mudé a Pakistán en 2017, justo cuando la inflación empezaba a subir de nuevo. Cuando vives en un país que depende de un ciclo de rescates del FMI, esas tres letras se escuchan mucho más a menudo que en Estados Unidos, y aunque las acaloradas conversaciones sobre asuntos macroeconómicos rara vez interesan al estadounidense medio, en un país que vive constantemente a la sombra del FMI, hasta los vendedores callejeros comprenden el rol que tiene en la economía. Regatear con ellos ese verano incluyó a menudo bromas sobre el dólar estadounidense. 

Pakistán acababa de elegir un nuevo gobierno tras una de esas escasas transferencias de poder “democrático”. Cuando Imran Khan, un jugador de críquet convertido en celebridad y reconvertido en político, asumió el mando como primer ministro en agosto de 2018, el país se encontraba al borde de un abismo en forma de crisis económica que se estaba desarrollando a cámara lenta y que sabía que heredaba. Casi de forma simultánea a la victoria de Khan, comenzaron las conversaciones sobre otro rescate del FMI (un ritual de iniciación, parece ser, para los jefes de Estado primerizos), pero Khan había hecho campaña como independiente millonario y anticorrupción externo al gobierno, y se presentaba como un paladín de las reformas: el hombre que finalmente podría transformar el sistema fallido que llevaba a Pakistán a las puertas del FMI una y otra vez. Una canción publicada para apoyar su campaña, “tabdeeli aagayi hai”, se podía traducir más o menos por el tipo de eslogan que utilizaría Obama: “el cambio ya está aquí”. En su discurso de victoria televisado, Khan miró directamente a la cámara y le dijo al país que se preparara para su mayor reto económico hasta la fecha, lo que sugería que Pakistán no necesitaría la ayuda del FMI para salir adelante. Se burló de los líderes que aceptaron los rescates del FMI antes que él y criticó a la institución tachándola de edificio neocolonial. Quizá Khan haya sido el jefe de Estado moderno de Pakistán más crítico con las políticas de Estados Unidos y occidente. Hasta le apodaron el “talibán Khan” por favorecer de manera entusiasta las conversaciones de paz con los talibanes pakistaníes durante los años en que la guerra de Obama con drones dominó la región, y por otras declaraciones de apoyo implícito. 

Tras su histórica, pareció que Khan sería capaz de encontrar la manera de solucionar el profundo desequilibrio comercial sin el FMI. Al menos sus partidarios y detractores querían creerle. Esta pasada primavera, ni siquiera un año después de haber iniciado su mandato, Khan aceptó con timidez las condiciones de un nuevo rescate del FMI. Aunque el gobierno intentó vender el acuerdo, mediante diversas apariciones en medios, como si fuera altamente favorable para Pakistán en comparación con los que los anteriores gobiernos habían firmado, en realidad era lo de siempre: privatizar industrias controladas por el Estado, eliminar los subsidios proteccionistas, subir los impuestos, frenar la economía de forma intencionada y promover la austeridad en forma de recortes a los programas públicos. En las calles, todo el mundo, desde los vendedores de frutas hasta los vendedores de coches, contaba el mismo chiste: “¿Has oído? El cambio ya está aquí” (Por si no lo sabías, el humor pakistaní es profundamente sarcástico).

El FMI reviste sus amargas píldoras de eufemismos y palabrería: la antigua Directora Gerente, Christine Lagarde, afirma que a ella no le gusta la palabra “austeridad” e insiste en que “se trata más bien de disciplina”, pero la realidad de la situación es que para el pakistaní medio, la vida iba a empeorar de manera palpable. Sería todavía más difícil encontrar trabajo, los controles inflacionarios reducirían el poder adquisitivo de los consumidores, subirían los impuestos sobre los bienes primarios y unas instituciones públicas que apenas funcionaban tendrían todavía menos dinero, puesto que el FMI insiste en debilitarlas cada vez más con la excusa de equilibrar la contabilidad nacional. Aunque es posible que el presupuesto del país se vea temporalmente equilibrado, los programas nacionales que podrían evitar futuros desequilibrios se dejan de lado. Si tenemos en cuenta que este era el treceavo rescate del FMI desde la década de 1980, los pakistaníes sabían lo que estaba a punto de suceder cuando tuvieron noticias del acuerdo. De hecho, a los pocos días de que se anunciara el rescate, comenzaron a llegarme mensajes desesperados de amigos y compañeros que trabajaban en diversos sectores de Pakistán preguntando cómo podían garantizar su dinero en cuentas bancarias estadounidenses o buscando trabajos que pagaran en dólares, porque sabían que sus sueldos en rupias pronto carecerían de todo valor. Entre toda la frustración, tanto en el ámbito gubernamental como civil, existía una abrumadora sensación de impotencia: ¿Qué otra opción había?

Historia de dos rescates 

No fue hasta que salté de la silla durante una clase universitaria de economía básica que comencé a cuestionarme cómo y por qué Pakistán seguía siendo pobre. Por aquel entonces, como era ingenua e idealista, me preocupaba más la liberación de Palestina que comprender la injusticia que asolaba mi propio país de origen, y sin lugar a dudas me importaba muy poco el curso de introducción a la microeconomía. Hasta que una profesora invitada cuyo nombre no recuerdo, aunque la imagen de su sari casi totalmente blanco en un auditorio de Wisconsin quedó impresa en mi memoria, nos ofreció un resumen general sobre la economía de la India durante la etapa pospartición. Por una vez decidí no hacer dibujitos en la parte de atrás de un auditorio con capacidad para 200 personas.

Durante el período que siguió a la partición, nos explicó, la India pasó muchos años casi totalmente aislada de los mercados mundiales, guiada por unos principios semisocialistas y anticoloniales, y estaba decidida a reducir la dependencia de las importaciones mediante la producción interna de muchos bienes. El resultado fue que, en las décadas de 1960 y 1970, su PIB total era considerablemente superior al de Pakistán, aunque la India fuera más pobre en muchos otros aspectos, principalmente su tasa de crecimiento, tan lenta en comparación con otros países en vías de desarrollo que tenía su propio nombre: “la tasa de crecimiento hindú”. A principios de la década de 1990, la economía de la India se encontraba al borde de la quiebra hasta que aceptó un importante rescate del FMI, más un préstamo de ajuste estructural del Banco Mundial, y se embarcó en un rápido proceso de liberalización.

el PIB de Pakistán se sitúa en unos nimios 305.000 millones de dólares, muy por debajo del de Irán, que es uno de los países con mayores sanciones internacionales

Curiosamente, una gran parte de la liberalización que ha marcado el meteórico ascenso de la India (que ahora se caracteriza por los call centers, por una floreciente clase media y por los magnates industriales) se produjo merced a la insistencia del FMI y el Banco Mundial, que impusieron las rápidas privatizaciones como condición para entregar los paquetes de rescate y préstamo. Mientras que la pobreza sigue siendo endémica en el país, el PIB de la India supera con creces los 2 trillones de dólares desde hace años. En comparación, el PIB de Pakistán se sitúa en unos nimios 305.000 millones de dólares, muy por debajo del de Irán, que es uno de los países con mayores sanciones internacionales del mundo. Sentada en ese auditorio, me puse a pensar en las horas de viaje que se tardaba en llegar hasta la parte rural de Punjab donde vivía mi abuelo, a las afueras de Sarghoda, por carreteras llenas de baches en las que coloridos camiones transportaban enormes fardos de caña de azúcar, los campesinos recolectaban campos y campos de algodón y los polvorientos estantes de las tiendas locales rebosaban productos de importación caducados al doble del precio normal.

Muchos pakistaníes se niegan a creer que la India haya crecido tanto como para convertirse en una potencia económica mundial. Si los dos países están cortados por el mismo patrón, ¿por qué el experimento de la India con la liberalización económica ha producido unos resultados tan diferentes? La respuesta podría encontrarse en parte en los muchos años que la India permaneció relativamente aislada desde un punto de vista económico, lo que cultivó un espíritu de autosuficiencia en todas las industrias del país, que se mantiene incluso hasta el día de hoy, que se ha convertido en un actor importante de la economía mundial. Y sin las paternalistas manos del FMI y del Banco Mundial sobre sus hombros durante un período crucial de su desarrollo, las instituciones públicas de la India se consagraron como elementos fundamentales de su sociedad. Esto no significa que las industrias nacionalizadas de la India no tengan una gran cantidad de problemas propios, puesto que la corrupción sigue haciendo estragos en la economía del país, pero este temprano período de autonomía creó las condiciones para que se desarrollara una clase media con un cierto grado de confianza en unas instituciones de negociación colectiva y, también, un cierto grado de democracia real. 

El Pakistán actual que conocemos la mayoría de los estadounidenses y yo está teñido por su historia reciente: yo cumplí la mayoría de edad después de los ataques del 11S, así que el Pakistán que conocí también era posterior al 11S. El año que asistí a esa clase de introducción a la microeconomía fue uno de los más sangrientos en la historia de Pakistán, en pleno auge de la interminable guerra contra el terrorismo. Dejamos de viajar para visitar a la familia: no regresé durante 7 años. Es fácil olvidar que después de la partición fue Pakistán, y no la India, el principal aliado de Estados Unidos en la región. 

Así comenzó el experimento de Pakistán con la intervención neocolonial. Mientras el país se embarcaba en una serie de créditos del FMI e intervenciones del Banco Mundial, los planes de privatización trastocaban drásticamente las anteriormente saludables coaliciones de trabajadores, un sector que ya estaba amenazado por unos regímenes políticos cada vez más autoritarios. En la Vigésima Reunión y Conferencia General Anual de la Sociedad de Economistas Especializados en Desarrollo de Pakistán, que tuvo lugar en 2005, el difunto profesor Hassan Gardezi se dirigió a la audiencia con una crítica a la adopción por parte de Pakistán de políticas de desarrollo neoliberales y occidentales durante ese período: 

Cuando la receta de Estados Unidos para generar riqueza capitalista se transfirió y se aplicó en los países aliados del sur, las reglas del juego cambiaron por algún motivo. Los encargados de planificar el desarrollo económico de Pakistán, de forma oportuna, hicieron caso omiso de lo que había generado prosperidad real en Estados Unidos.

Al final, el éxito de Pakistán en relación con la India duró muy poco. Aunque su tasa de crecimiento superó la de la India durante décadas, cuando su vecino adoptó la liberalización como máxima económica, esta quedó rápidamente eclipsada: en 2010, la tasa de crecimiento del PIB de Pakistán se situaba en torno al 1,61 %, mientras que la de la India se había disparado hasta el 10,26 %. Y aunque Pakistán disfrutó de los favores de la influencia occidental en las décadas posteriores a la partición, no fue capaz de erigir unas instituciones públicas duraderas.

Lógicamente, las políticas domésticas represivas también desempeñaron un papel importante. Como árbitro del nuevo orden mundial, lo lógico sería pensar que el FMI, auspiciado como está por países democráticos, se opondría a entregar préstamos a países con regímenes dictatoriales. Pero en el caso de Pakistán, ha sucedido todo lo contrario. Muchas de las corruptas instituciones que han acentuado los problemas de la economía pakistaní actual se han beneficiado de los préstamos del FMI (sobre todo el ejército, que recibió un 20 % del presupuesto entre 1993 y 2006, y representa el segundo mayor gasto de Pakistán después del pago de la deuda). Además, muchos dictadores militares de Pakistán se han mostrado muy amables con diversos gobiernos estadounidenses. 

Ayub Khan, el dictador militar que inició la relación de Pakistán con el FMI, era un firme defensor de los Estados Unidos. Los estadounidenses espiaron a la Unión Soviética con la ayuda de las fuerzas aéreas de Khan, cuyas bases, a su vez, recibieron generosas mejoras pagadas por ellos. La dictadura militar más larga de Pakistán tuvo lugar durante la década de 1980, bajo el mandato del islamista de derechas, el general Zia ul-Haq, que recibió el apoyo financiero de Reagan a pesar de haber guiado el país hacia el extremismo religioso. La “operación ciclón”, una de las operaciones encubiertas más largas y más caras de la CIA, canalizó miles de millones de dólares hacia las arcas de Zia. El dinero sirvió para financiar a los muyahidines, que luchaban contra las fuerzas soviéticas en el vecino Afganistán, y para intensificar el autoritarismo de Zia. El general Pervez Musharraf, el dictador militar más reciente, pero seguramente no el último, era un estrecho aliado de George W. Bush, que oficialmente condonó 1.000 millones de dólares de deuda a Pakistán a cambio de unirse a la guerra contra el terrorismo de Estados Unidos. 

El hecho de que Pakistán haya sufrido más de dos décadas de dictaduras militares desde que se independizara nunca ha sido un gran problema para los gobiernos occidentales y las instituciones financieras, siempre y cuando tuvieran a esos dictadores en el bolsillo. 

Imperialismo, pero con otro nombre 

El FMI se esfuerza en dar la impresión de que el fondo está formado por tecnócratas sin afiliación política (a pesar del hecho de que sus directores gerentes han sido siempre blancos y europeos), aunque muchas personas consideran que la institución está prácticamente secuestrada por los intereses estadounidenses. Aun después de las recientes reformas en el sistema de votación del FMI, Estados Unidos sigue teniendo la mayor parte de los votos, así como poder de veto sobre las principales decisiones. En un informe del Centro para la Investigación Económica y Política que examinaba la reforma del voto en el FMI, los autores señalaban que la influencia estadounidense iba mucho más allá del porcentaje de voto: 

Fuera de Europa, el principal responsable de las decisiones es por lo general el Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Esto significa que el Tesoro es el principal poder a la hora de decidir políticas que afectarán a los países prestatarios con rentas bajas y medianas… [y] permitir que Washington siga siendo el principal elemento decisivo en el caso de prestatarios no europeos, como ha sucedido desde la creación del FMI, no es algo que le importe mucho a los otros gobiernos de países con rentas altas.

El hecho de que el secretario del Tesoro sea nombrado por el gobierno hace que ese desequilibrio aumente. Además, el rol de Washington en la toma de decisiones del fondo tuvo un efecto directo sobre los patrones de rescate del FMI. Como declaró un antiguo miembro del FMI sobre los préstamos del fondo tras la Guerra Fría: “Como las decisiones ya no se tomaban conforme a los términos de devolución del préstamo, los créditos se basaban cada vez más en las preferencias políticas de los principales países industriales”. 

Para Estados Unidos, estas preferencias están guiadas principalmente por el interés económico propio. Esto es cierto en el caso de muchas de sus relaciones más hipócritas, como la alianza con el gobierno saudí o el apoyo frecuente que da a dictadores fascistas latinoamericanos, pero en el caso de los países en vías de desarrollo, esta dinámica se presenta de una forma más sutil: como imperialismo disfrazado de asistencia. Cuando Christine Lagarde hablaba de los muchos países que se habían dirigido al FMI para solicitar rescates, el tono que utilizaba era con frecuencia admonitorio, como una profesora que agita el dedo ante un estudiante que se ha portado mal. Poco después de tomar posesión de su cargo de presidenta, afirmó: “Miro bajo la superficie de la economía de los países y les ayudo a tomar mejores decisiones”. ¿Y si no les gusta cómo suena? “Les digo, pues bien, lo siento mucho pero así es como suenan nuestras palabras”. Puede que la frase no esté muy bien elaborada, pero el mensaje está claro: la profe sabe lo que te conviene. Ese tipo de lenguaje favorece que los países que se encuentran en el otro extremo de la ecuación del FMI se sientan totalmente incapaces de ayudarse a sí mismos. Peor aún, perpetúan que se siga percibiendo el mundo en desarrollo como si fuera un sujeto colonial: difícilmente se puede confiar en los pueblos locales para administrar los bienes del Estado, porque cuando les entregas las riendas, todo se desmorona. 

Los rescates actuales del FMI se preocupan menos por mejorar las economías y más por quebrarlas para que queden listas para la interacción (o explotación) occidental

Este tipo de lenguaje rebosa ironía si consideramos que el antecesor de Lagarde fue acusado de agredir sexualmente a una camarera de piso de un hotel de Nueva York, y ella misma se enfrentó a un escándalo a los pocos meses de asegurarse su puesto. Se acusó a Lagarde, y finalmente se la declaró culpable, de negligencia a la hora de aprobar una indemnización millonaria a un empresario, que se pagó con el dinero de los contribuyentes, mientras ejercía de ministra de Economía del gobierno de Nicolas Sarkozy. Este es el tipo de corrupción que al FMI le gusta decir que sus reformas eliminarán. No obstante, se dispensó a Lagarde de cumplir la pena o siquiera de pagar una multa por su participación en la indemnización, y aunque se la declaró culpable, el FMI la apoyó poco después de que se conociera la sentencia. 

Los rescates actuales del FMI están muy alejados de la idea que tenía Keynes sobre su prestamista de último recurso: se preocupa menos por mejorar las economías y más por quebrarlas para que queden listas para la interacción (o explotación) occidental. Resulta evidente que desde la perspectiva del FMI, poco importa que rara vez los rescates proporcionen un desarrollo duradero de las clases medias o bajas (aunque a menudo afirmen lo contrario), siempre y cuando los países paguen sus deudas a tiempo. 

¿Escasez de qué? 

Cuando trabajé como corresponsal extranjera en Pakistán entre 2017 y 2019, tuve el inmenso privilegio de observar en persona las extensas periferias de mi madre patria. En los largos viajes que realicé para entrevistar a personas o realizar filmaciones, pasé por minas de oro y carbón, gigantescos campos de arroz, algodón y trigo, cordilleras plagadas de minerales, glaciares, ríos y unas playas vírgenes y prístinas. A pesar de tener una población ligeramente superior a los 200 millones de habitantes, Pakistán es un país increíblemente rico en recursos; aunque décadas de austeridad, acompañadas de unas prácticas extractivas agrícolas e industriales, han significado que a pesar de toda esa potencial abundancia, muchos pakistaníes no tienen lo suficiente ni para comer. Muchos mueren de sed. Y muchos, muchos más, pagan precios desorbitados por vivir en chabolas. 

Quizá esta privación sería menos indignante si Pakistán no fuera una tierra de abundancia. Saber que el país ya posee mucho de lo que necesita para ser próspero y equitativo y ver cómo se dilapida todo, se canaliza hacia las élites, se administra mal, se gasta en campos de golf y mansiones de vacaciones para el ejército, o se pierde en manos de dudosas burocracias, es sencillamente exasperante. Cuando me mudé a Pakistán, las primeras respuestas que di al pésimo estado de las instituciones eran consecuencia de haber crecido bajo las instituciones neoliberales de occidente: al igual que muchas otras personas, estaba consternada porque el gobierno de Imran Khan no hubiera solicitado antes un rescate al FMI. Varios economistas predijeron exactamente lo que provocó este retraso: la divisa cayó en picado y dejó a la economía peor de que estaba cuando Khan la heredó. 

Pero Khan, como la mayoría de los pakistaníes, sabía que la mano tendida de occidente tiene un alto precio. El pasado julio, en su primer viaje a la Casa Blanca como primer ministro, después de escuchar durante una reunión con Trump cómo este mencionaba de pasada la posibilidad de diezmar al vecino de Pakistán, Afganistán, Khan abordó la humillante posición de tener que depender de los créditos occidentales: “Detesto la idea de tener que pedir fondos”, declaró ante un pequeño público del Instituto Estadounidense para la Paz, otro proyecto aparentemente inocuo en favor de la hegemonía estadounidense. “La asistencia ha sido una de las mayores maldiciones para nuestro país”. 

Durante la sangrienta y perenne resaca que siguió a la guerra contra el terrorismo, poco quedó de la amistad bilateral que había entre Estados Unidos y Pakistán y, por ende, con otras instituciones como el FMI y el Banco Mundial. Mientras que en el ataque del 11S murieron poco más de 3.000 personas, en los ataques terroristas que se han producido desde que comenzó esa guerra se calcula que han fallecido 60.000 pakistaníes. La pérdida de confianza en su antiguo aliado es imborrable y generalizada, y poco queda ya para demostrar que existía, excepto un puñado de cazas F16. Más aún, muchos pakistaníes ya no confían en su propio país, o en sus compatriotas. En esa conferencia que tuvo lugar en 2005 en la que participó la Sociedad Pakistaní de Economistas Especializados en Desarrollo, Hassan Gardezi habló también de ese deterioro en la confianza hacia el Estado: 

En el proceso que está en curso para reestructurar la economía mundial de acuerdo a unos principios neoliberales, la posición del capital y su movilidad transfronteriza se han visto enormemente reforzadas. El rol del Estado como un actor clave en la promoción de una justicia redistributiva se ha visto desvirtuado y subordinado por un supuesto libre mercado. Las clases trabajadoras han resultado ser las grandes perdedoras y han cargado con el peso de una austeridad competitiva.

A medida que las instituciones públicas de Pakistán sufrían un golpe tras otro (una constante serie de reestructuraciones impuestas por el FMI que neutralizaron la movilización de izquierdas y los servicios públicos, salpicada por golpes de Estado puntuales), se iba desvaneciendo la creencia en que el Estado piensa en los intereses del ciudadano medio. Un grupo selecto de familias se beneficiaron generosamente de la privatización del sector industrial de Pakistán y muchas de esas mismas familias escalaron a los primeros puestos del sistema supuestamente democrático que Pakistán disfruta en la actualidad. Sobre todo entre las clases trabajadores existe la abrumadora sensación de que no se puede hacer mucho para cambiar el estado de las cosas. Ahora mismo, esa hipótesis es casi totalmente cierta. 

A lo largo de esos primeros años que me pasé haciendo maletas para mi familia, nunca me pregunté por qué mi cautivadora vida en un barrio residencial era tan diferente a la suya, a pesar de verlo con mis propios ojos. No comprendía que mi vida de privilegio se conseguía a expensas de mi madre patria, que mis dos mundos estaban unidos por un mismo destino, que mi maleta llena de perfumes era más que los objetos que contenía. El optimismo que muchos dan por sentado en Estados Unidos está condicionado por la ausencia del mismo en los demás lugares. Pero eso no puedes traértelo a casa en una maleta.

 

Meher Ahmad es una periodista y escritora que vive en San Francisco.

Este texto se publicó originalmente en inglés en The Baffler. Traducción de Álvaro San José.

Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autora >

Meher Ahmad (THE BAFFLER)

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí