Conocimiento: acceso denegado
Apuntes sobre “Copia o Muerte. Una decisión urgente para nuestra supervivencia”, de Giorgio Jackson y Paula Espinoza
Daniela Farías 28/12/2019
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Cuando hace poco más de dos meses una amiga me contactó para hacer la corrección ortotipográfica de un libro del que ella misma era co-autora, acepté de inmediato, sin saber muy bien de qué se trataba.
En esos días yo trabajaba en el área de contenidos de Facebook. La primera leída del libro, pues, la hice en los blancos y modernos sofás de la oficina. Me encontré con un ensayo muy peculiar. El sistema de citas, por ejemplo, nada tenía que ver con el que yo acostumbro a trabajar. Cuando pregunté al respecto a mi amiga, Paula Espinoza, me dijo que en realidad el sistema no era tan nuevo, que lo habían “copiado” de otro libro, Los argonautas de Maggie Nelson. “Copiado”, recalcó. En cuanto a la temática, “este libro, en realidad, es un remix de varias cosas”, me dijo mi amiga Y en efecto: en Copia o Muerte –así se titula el libro al que me refiero– los temas van desde el hip hop hasta la industria farmacéutica, del copyright a la inteligencia artificial, etc.
¿Cuál es el punto de unión de este collage desquiciado? Como en el mismo libro se dice: cuestionar la manera en que se está administrando el conocimiento en la actualidad y, a la vez, promover la adopción de una cultura de colaboración que utilice la tecnología para democratizar ese conocimiento.
“Es un libro bastante trans”, me dijo Paula al teléfono. Se concibe como un texto transdisciplinar y de divulgación porque aterriza en diversos temas que nos suenan complejos, como si todo lo que rodeara a la era digital fuera cosa de otros, de expertos.
Siri Hustvedt, autora erudita y multifacética que descubrí gracias a Copia o Muerte, plantea en La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres –una estupenda recopilación de ensayos sobre feminismo, arte y ciencia– que el saber depende del punto de vista, ya sea en tercera persona (el que corresponde a la mirada científica, objetiva) o en primera persona (el que corresponde a la perspectiva artística, subjetiva). Para comprender completamente un mismo objeto, a veces es necesario adoptar distintos puntos de vista. Y para lograr tener este enfoque transdisciplinar es necesario “abandonar un lugar fijo y empezar a saltar fronteras y a adoptar opiniones foráneas1”.
Copia o Muerte regala al lector esa posibilidad: la de movernos de un tema a otro, pensar las cosas desde otro lugar. No es casualidad que el libro esté narrado en primera persona del plural: de ese modo se proclama, ya de partida, la importancia del nosotros, del colectivo. Se elige la primera persona porque incluye siempre un otro y no a la no persona, como llama Benveniste a la tercera persona, ya que ésta narra desde ningún lugar, es una narración en la que nadie habla. Lo que busca este ensayo es precisamente lo opuesto: dialogar, hacernos responsables de la tecnología, del futuro. Ya lo anuncia su booktrailer: “¿Puede la tecnología cambiarlo todo? ¿Puede destruirlo todo?”. La invitación es a repensar, algo que hoy en día constituye por sí solo una acción política. Haciendo honor a los postulados de este libro, me tomo la libertad de “copiar” una cita que hace Hustvedt de Humboldt:
“En la naturaleza primigenia del lenguaje existe un dualismo inalterable, y la posibilidad del habla en sí misma está condicionada por la alocución y la respuesta. Hasta el pensar va acompañado esencialmente de la tendencia a la existencia social, y la persona anhela un tú que se corresponde a su yo2”.
No es casualidad que el libro esté narrado en primera persona del plural: de ese modo se proclama, ya de partida, la importancia del nosotros, del colectivo
Podríamos entender el nosotros de Copia o Muerte en los términos de Judith Butler, que tiene una visión posmoderna de la primera persona. Por un lado estaría totalmente dando cuenta de sí mismo como sujeto de la enunciación, y a la vez de su propia emergencia histórica. Copia o Muerte. Una decisión urgente para nuestra supervivencia nos insta a discutir sobre la tecnología, el conocimiento y el poder porque es el momento de hacerlo. Sólo basta ver lo que está sucediendo en el mundo; lo que está ocurriendo en el mismo Chile, de donde nos llega el libro. Su estallido social ha hecho, entre otras cosas, que nos sentemos a conversar, a debatir, a replantear el estado actual de las cosas, dando pie, de momento, a un cambio de la Constitución.
El capitalismo provoca finalmente respuestas como estas, al mismo tiempo que la monopolización del conocimiento en manos de grandes empresas da lugar a que se busquen alternativas para acceder a él: la copia, el pirateo, los hackers.
Me dice Paula que “lo que plantea Copia o Muerte no sólo es cuestionar qué es el conocimiento y quién lo tiene, sino quién lo define. Hoy en día, en la codificación digital son los datos, pero no es la única manera de entender el saber”.
Por mi parte, si ya iba de mala gana a cumplir mis ocho horas a Facebook, después de leer el libro se me hizo aún más insoportable, y las ganas de salir corriendo aumentaron al punto que un día ya no regresé. La necesidad tiene cara de hereje, bien lo saben el resto de filólogos y filólogas, traductores y traductoras, de periodistas e historiadoras con quienes compartía esas gélidas oficinas, todas ellas víctimas de la precariedad laboral de las Humanidades a quienes, como a mí, les daba bastante igual que la empresa pusiera a nuestra disposición una sala con mesa de ping pong, playstation, clases de yoga y un psicólogo disponible las 24 horas, por si queríamos salir corriendo, como lo hice yo.
Como se recuerda en Copia o Muerte: “los actuales monopolios de control del conocimiento, más que los Estados, son sobre todo las grandes corporaciones como Facebook, Amazon y WalMart. Lo que realizan con nuestros datos abarca tanto la información que selectivamente nos entregan y la influencia en nuestras preferencias de consumo como la movilidad en los territorios y los costos de los productos”3.
En 2018 Mark Zuckerberg tuvo que pedir disculpas y testificar ante el Senado de Estados Unidos por problemas en torno a la regulación de los datos de los usuarios
A esto cabe agregar que ya no es solo la influencia que buscan ejercer en el consumo entendido como adquisición de productos o servicios, sino también la que tienen en nuestras decisiones políticas. Recordemos el mayor escándalo de Facebook, en 2015, al descubrirse que habían entregado datos de millones de usuarios a una empresa privada llamada Cambridge Analytica, la cual habría colaborado en las campañas de Trump y en favor del Brexit. Tal fue la envergadura del escándalo, que en 2018 Mark Zuckerberg tuvo que pedir disculpas y testificar ante el Senado de Estados Unidos por este y otros problemas en torno a la regulación de los datos de los usuarios.
Para resumir: Cambridge Analytica era una empresa creada en 2013 dedicada inicialmente al análisis de datos y a la supersegmentación publicitaria. Comenzó a trabajar con Facebook, como otras tantas aplicaciones en las que para acceder a ellas el usuario necesita entrar a través de su cuenta personal de la red social. La aplicación consistía en responder un test psicológico, todo ello, consentido por el usuario. Algo así como el típico encuestador pesado que evitamos en la calle, salvo que en este caso los usuarios aceptaron responder el test de personalidad, quizás por hacer la gracia, quién sabe. Gracias a esto, Cambridge Analytica podía elaborar finos perfiles psicológicos pero no sólo del usuario que daba su consentimiento al test, sino de todos sus contactos de Facebook, ya que podía acceder también a los datos de estos, haciéndose con información familiar, gustos, creencias religiosas, geolocalización, entre otras cosas. ¿Y para qué querían estos perfiles? Esta es la segunda parte del negocio, para diseñar mensajes publicitarios personalizados según estos perfiles. Porque en realidad estaban trabajando para campañas políticas, y no cualquiera, la de Trump y la a favor del Brexit, clientes poderosos que pagaron grandes sumas a Cambridge Analytica para que diseñara sus estrategias publicitarias en Facebook. Entonces, a su vez, esta empresa pagaba mucho dinero a Facebook por publicidad dirigida a determinados segmentos para manipular e influir en su decisión electoral.
En términos fáciles: si, por ejemplo, había un usuario cuyo perfil demostraba que era conservador pero aún no se decidía por Trump, Cambridge Analytica pagaba a Facebook para que él y el segmento de los indecisos que representaba recibieran mayor publicidad en contra de Hillary Clinton y a favor de políticas racistas y conservadoras. Lo mismo con las elecciones a favor del Brexit.
Destapado este feo asunto, y declarada la guerra entre Cambridge Analytica y Facebook, este última empresa se declaró totalmente inocente, por cuanto no sabía que estos datos eran para elaborar estrategias de propaganda con fines políticos. Se defendía arguyendo que solo entregaba información para fines de investigación y no económicos. Acusaba a Cambridge Analytica, así, de haber ocultado sus verdaderos objetivos obteniendo esos datos de manera ilegal.
Supuestamente Facebook pidió a Cambridge Analytica que borrara esa información pero nunca quedó del todo claro si lo hizo. Sin ir más lejos, The New York Times insiste en que la empresa aún los tiene. Uno de los usuarios, el profesor de diseño multimedia David Carroll, cuyos datos fueron usados por Cambridge Analytica, demandó a la empresa y le exigió conocer qué datos exactamente tenían de él. La compañía nunca se los entregó y terminó siendo declarada culpable por la corte de Hendon, en Reino Unido, por no acatar la orden del Comisionado de Información que la obligaba a enseñar aquellos datos al denunciante.
El punto es que Cambridge Analytica no es la única empresa que obtuvo y obtiene nuestros datos para usos que desconocemos. Esto muestra que actualmente no tenemos control sobre ellos, y de ahí que ya se hable de que los derechos de nuestros datos forman parte de nuestros derechos humanos, como aboga David Carroll en campañas como #OwnYourData, en la hace un llamado a la gente a pedir ayuda legal y exigir sus datos a las grandes empresas digitales, pero también a tomar el control y ser responsables de la actividad digital. La premisa es que todos los seres humanos tenemos la capacidad de proteger nuestra vida online y para ello debemos mantenernos informados.
Pero volvamos a Copia o Muerte y a la urgencia con que plantea hacernos responsables del futuro, abrir nuevas posibilidades: “Estamos en posición de exigir incansablemente que estas corporaciones NO tengan la posibilidad de concentrar nuestra información”4.
La premisa es que todos los seres humanos tenemos la capacidad de proteger nuestra vida online y para ello debemos mantenernos informados
¿Por qué? Porque es necesario y nos compete. La periodista y escritora británica Carole Cadwalladr –nominada este año al Pulitzer por su investigación del caso Cambridge Analytica– señala a Facebook como elemento que amenaza la democracia con su actual modelo de negocio por hechos como el ocurrido con las mencionadas campañas electorales.
Otro que acusa a la red social de ser un peligro para la democracia es Roger McNamee, ex inversor y ex asesor de Facebook, que en su libro Zucked: Waking Up to the Facebook Catastrophe5 y en numerosas entrevistas admite que en los inicios la red social se planteaba como una plataforma novedosa para unir gente, pero que tras esa inocente premisa se establecieron mecanismos de control macabros mediante algoritmos. En el documental El gran hackeo6 el mismo McNamee asegura:
“Facebook está diseñado para monopolizar la atención usando todos los trucos básicos de la propaganda, combinándolos con los trucos de los juegos de las apuestas del casino (crear adicción) y jugando con los instintos. El miedo y la ira son dos de las formas más fiables de hacerlo, así han creado las herramientas para permitir a los anunciantes explotar al público emocionalmente”.
Si las mismas herramientas que usamos para comunicarnos, subir fotos, enviar mensajes privados, mostrar nuestras preferencias y nuestros gustos, para informarnos, son también las que nos vigilan, mercantilizan y manipulan para influir en nuestro pensamiento, ¿qué papel podrían estar jugando estas plataformas en la formación del sujeto?
Copia o Muerte plantea que la participación en Internet ha derivado en un modo de vigilancia que trasciende cualquier acción que hagamos. Asimismo señala que experimentamos lo que Cohen llama “el giro participativo de vigilancia”: “Una mayor participación supone un incremento en la recolección de datos sobre nosotros mismos lo que limita la propia idea de participación. Se engendra un tipo de participación fundada en la vigilancia. Así lo que nos constituye como sujetos, al mismo tiempo, nos priva de subjetividad”7.
Ya no es un secreto que las compañías que ofrecen asistentes virtuales contrataban empresas externas en las que trabajadores escuchaban y transcribían conversaciones privadas para mejorar el sistema. Este año se destaparon los casos de Apple, Google y Amazon. Yo misma trabajé durante años en una que prestaba servicios a Apple, hasta que en agosto de este año un exempleado molesto filtró información a la prensa acerca de la naturaleza de estas conversaciones, que –no lo voy a negar– eran bastante privadas, y la compañía dejó de externalizar este servicio, dejando de paso sin trabajo a un número importante de traductores y traductoras, filólogos y filólogas, lingüistas, etc.. (otra vez la precariedad laboral de las Humanidades). Esto no quiere decir que se haya dejado de escuchar las conversaciones, sino que ahora el usuario, al dar el consentimiento de uso, sólo permite que sean revisadas por la compañía.
Copia o Muerte advierte de que no solo empresas tecnológicas tienen acceso a nuestras conversaciones, también lo hacen los gobiernos, como la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos
Pero nuevamente: ¿qué se hizo con ese gran corpus de datos y conversaciones privadas? ¿Las empresas externas realmente las borraron? Probablemente no, y sigan haciendo proyectos utilizando esta información.
Copia o Muerte advierte de que no solo empresas tecnológicas tienen acceso a nuestras conversaciones, también lo hacen los gobiernos, como la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Ante este escenario surgen propuestas para sortear esta vigilancia, nuevos sistemas de mensajería.
Una alternativa a WhatsApp –que Facebook compró en 2016– es Telegram, que tiene un sistema de encriptación y seguridad pensado para proteger al usuario de los gobiernos. Su creador es un joven ruso de 34 años llamado Pável Dúrov; más que un emprendedor al estilo Silicon Valley, es un activista que aboga por la libertad en Internet, y que en su momento se negó a entregar datos de usuarios al gobierno de Putin, razón por la cual vive ahora en el exilio sin conceder demasiadas entrevistas y procurando moverse de una ciudad a otra por temas de seguridad. En su época de estudiante de filología, creó una librería online para compartir textos y apuntes, lo que posteriormente se transformaría en la red social VKontakte, que hoy tiene cerca de trescientos cincuenta millones de usuarios. Ya desde su origen la idea es bastante diferente a la red social creada por Zuckerberg; mientras esta última buscaba clasificar fotografías de mujeres de la universidad según su atractivo físico, Dúrov buscaba crear un espacio para compartir conocimiento.
En 2014 se negó a entregar datos de los líderes de la revolución del Maidán, en Ucrania, que habían usado VKontakte para promover el movimiento. Este hecho sumado a la anteriores negativas por parte del joven de “cooperar” con el gobierno de Putin lo pusieron en el punto de mira, teniendo así que entregar la red social e irse del país.
Un caso similar pero con un final más triste, y del que da cuenta ampliamente Copia o Muerte, es el de otro activista de Internet, Aaron Swartz, quien en enero del 2011 fue arrestado a causa de una demanda por fraude y abuso computacional. Su crimen fue intentar descargar artículos de la editorial JSTOR desde un ordenador conectado a la red del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Pese a que la editorial retiró los cargos, el Gobierno de Estados Unidos consideró que era un peligro para el país. El joven, que abogaba por el acceso abierto a la información, participó en la creación de Creative Commons y en el movimiento que detuvo la ley SOPA (Ley de cese de piratería en línea). Aaron no soportó la persecución y se suicidó en 2013.
El ensayo ofrece esta y más historias como ejemplos para cuestionar cosas como la de a quién le conviene realmente la existencia de propiedad intelectual tal como se concibe ahora, qué ganan realmente los creadores, en qué momento la piratería se convirtió en un crimen con pena de cárcel. Porque esta discusión se ha transformado en un asunto político. En febrero de este año, se aprobó en España la nueva Ley de Propiedad Intelectual, la que hace unos años se conoció como “Ley Sinde”. Sin el revuelo mediático que originó en su momento, esta reforma de la ley anterior es mucho más dura que la original, ya que le concede al gobierno absoluta libertad para cerrar páginas web sin la necesidad de pasar por el poder judicial. Huele a censura.
El tema da para largo, ya que las posibilidades que ofrece Internet son enormes, pero no necesariamente oscuras. Depende de nosotros.
Copia o Muerte nos anima a no temerle a la tecnología, que no es el enemigo; es más, nos recuerda que ésta siempre ha sido parte de nuestra vida y del desarrollo humano; sin embargo, hoy está sirviendo como herramienta de vigilancia y estratificación.
Siguiendo la lógica de mercado que hoy se nos quiere imponer, ya llevándola al absurdo, cabría considerar que el lenguaje es en sí mismo una tecnología, y en ese caso ni siquiera podríamos hablar, pues todos comenzaríamos a patentar ideas. ¿Y la oralidad? ¿Se imaginan que los aedos hubieran tenido que pagar por derechos de autor o reproducción cada vez que recitaban La Ilíada y La Odisea? Probablemente jamás podrían haber sido transcritas. Sin mencionar que cada uno de ellos agregaba al poema elementos de su propia cosecha. Porque así es la cultura, en definitiva, así se enriquece y así tiene que ser accesible para todos.
¿Quién decide y bajo qué parámetros es plagio o no? ¿Es la cultura totalmente impoluta como quiere hacernos ver el sistema? ¿Cómo podemos aprovechar la tecnología para democratizar el conocimiento?
Copia o Muerte pone una vez más el tema sobre la mesa.
Puedes descargar el libro en https://copiaomuerte.org/
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Daniela Farías (Santiago de Chile, 1993) es lingüista, editora y experta en creación de contenidos digitales y e-learning.
Notas:
1. Siri Hustvedt, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, trad. de Aurora Echevarría, Seix Barral, Barcelona, 2017, p. 196.
2. Ibidem, p.202.
3. Giorgio Jackson y Paula Espinoza, Copia o Muerte, Saber Futuro, Santiago, Chile, 2019, p. 199.
4. Ibidem, p. 201.
5. Roger McNamee, Zucked: Waking Up to the Facebook Catastrophe, HarperCollin, Londres, 2019.
6. Karim Amer y Jehane Noujaim (directores), El gran hackeo, 2019.
7. Giorgio Jackson y Paula Espinoza, Copia o Muerte, Saber Futuro, Santiago, Chile, 2019, p. 137.
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Autora >
Daniela Farías
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