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El escritor y jurista Ferdinad von Shirach.
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En el café del Hotel Majestic de Barcelona me espera un hombre de mediana estatura, de mediana edad y rostro del montón; americana, camisa y pantalón en oscuros tonos grises. Se levanta y me coge la mano para alzarla a sus labios, inclina levemente la cabeza y se presenta. Ferdinand von Schirach, nieto de Baldur von Schirach, el líder de las Juventudes Hitlerianas, y criado en un internado de élite, actúa como un hombre de otra época y, a juzgar por la afabilidad de sus gestos y palabras, no parece tratarse de una pose. También más adelante, durante la presentación de su libro Castigo, con Carlos Zanón, en el instituto Goethe de Barcelona (el pasado mes de octubre), mantiene este impertérrito tono cortés y complaciente. En el libro, igual que en sus títulos anteriores, reúne doce relatos de casos criminales que, con un marcado sesgo moralista, desgranan la posibilidad o imposibilidad de la justicia humana.
Señor von Schirach, ¿cómo es que un abogado penalista que se mueve en el mundo de los sobrios hechos se mete en un oficio tan dudoso como la escritura?
Vaya, nunca he oído formular la pregunta de esta manera. Porque el derecho penal es un mundo mucho más dudoso que la literatura. Es más bien al revés: la literatura representa un mundo más claro que el derecho penal. ¿Cómo se lo explico? En el fondo sólo reconocemos las líneas de nuestra vida al mirar hacia atrás; mientras vivimos el día a día trabajamos para solucionar los problemas cotidianos. Y el caso es que yo escribí mi primera obra de teatro a los trece años. Por eso hoy me da la sensación de que mi época de abogado fue simplemente un intermedio, y escribir se me presenta como lo verdadero, como algo natural en mí.
En el fondo la actividad del abogado defensor y del escritor no se diferencian tanto. Ambos cuentan historias
¿Y diría que las dos actividades se diferencian mucho?
En el fondo la actividad del abogado defensor y del escritor no se diferencian tanto. Ambos cuentan historias. El abogado de la defensa cuenta la historia de su mandante, porque a ése le cuesta expresarse. En Suiza, la palabra antigua para abogado era intercesor, no sólo porque intervenía a favor del mandante, sino porque hablaba en su lugar, ya que él mismo no sabía hacerlo tan bien. Y es algo muy humano que, cuando leemos de un crimen que un hombre ha matado a su mujer, nos espantamos. Pero nuestro punto de vista cambia cuando averiguamos la historia que hay detrás, cuando sabemos que la mujer ha torturado al hombre durante toda su vida, cuando oímos que era un hombrecillo bajito que siempre encajó todo el maltrato. Y enseguida el cuadro que nos componemos es otro y lo juzgamos de otra manera. El abogado, en realidad, es un cuentista, y el escritor hace esto mismo. En el caso del primero es el juez quien juzga la historia, en el de segundo es el lector. En ambos se trata de conmover al interlocutor, ¿verdad? El juez debe estar conmovido. No liberará al criminal, pero llegará a otra sentencia. Y en la literatura únicamente se trata, cuando borramos todo lo que concierne a la crítica literaria, de conmover al lector.
Por eso, las historias que cuenta son historias de su práctica profesional.
Sí, en definitiva, es así. Es difícil de decir si el arte en general, y esto incluye la literatura, tiene una misión. En realidad, el arte no tiene ninguna misión, puede hacer lo que le da la gana, y existe perfectamente por sí solo, pero lo que yo quiero es que consiga conmoverme. Para usted como lectora seguramente también es así. Uno lee un libro escrito hace doscientos años y se dice de repente: eso está escrito justo para mí. Uno está conmovido, y este es al fin y al cabo el único criterio decisivo. Porque en la escuela nos enseñan unos criterios tan raros como que un libro perdurará en el tiempo, pero eso son tonterías. Lo que cuenta es el día de hoy, conmover a la gente que está sentada delante de ti.
Queremos formar parte de algo, éste es el anhelo más profundo del ser humano, estar al abrigo, y esto es lo que busco yo en la literatura.
Claro, pero, no teme, con este tipo de historias –porque, con historias de crímenes, una se adentra mucho en la intimidad de una persona– provocar cierto voyerismo en el lector?
Todo lo contrario. Para empezar, yo no hago daño a nadie porque todas las historias están tan transformadas que nadie se reconoce. Mi técnica consiste en mezclar muchos casos distintos y sacar detalles de cada uno. Pero si dice que leemos por motivos voyeristas, le doy la razón; es más, no hay otra razón para mirar una obra de arte o para leer un libro, ni para salir a la calle. Siempre es por voyerismo, somos seres curiosos, el mundo nos interesa. Lo que ocurre es que después de un tiempo entendemos que aquel criminal, que despreciamos y que nos asusta, en realidad no se diferencia tanto de nosotros. Y muchos rasgos de nuestro carácter se encuentran en él también, sólo que nosotros hemos tenido más suerte y no cometimos un crimen. Pero entendemos lo que ha pasado ahí.
Yo nunca he escrito sobre un psicópata o un Hannibal Lecter, esto no me interesa. Sólo aspiro a entender lo que ha pasado, entender cómo este hombre de allí, que está sentado en la barra del bar, ha llegado a ser lo que es. El jurista aprende, desde la Roma antigua, de ejemplos extremos; no se aprende nada de la normalidad. Mientras estamos sentados en el bar del hotel, todo está bien. Pero si el hombre después sube a la habitación y mata a su mujer, allí se puede entender algo de lo que es el ser humano. Es esto lo que hacen mis historias.
Si le entiendo bien, su cometido es romper con los prejuicios que tenemos del autor de un crimen y sobre el sistema judicial.
Sí, esta es una parte. Pero es igualmente importante que nos veamos a nosotros mismos en esta historia. Mire, le voy a contar una anécdota: hace diez años, tras haber escrito mi primer libro, tuve que leer ante una reunión de distribuidores uno de los relatos que contenía y leí una historia de un hombre que había matado a su mujer a hachazos, tras haber aguantado durante cuarenta años sus torturas. Y un hombre en la primera fila, aún no había terminado yo de leer, dijo de repente: “¡Así es, tal cual!”. Este es el quid de la cuestión: entender que somos nosotros mismos y que no estamos ante algo ajeno, algo de otro planeta.
Entiendo. Es como en su relato del miembro de un jurado, donde expone el dilema interior de la mujer.
Si, podrían contarse esas historias en otro escenario, podría contarlas un médico, pero el caso es que soy abogado.
Las múltiples referencias literarias en su libro más reciente hacen suponer que es un gran lector. ¿Qué espera de la literatura como lector?
Justo lo que dijimos hace un momento: no tiene que dar nada, pero me tiene que tocar una fibra, para mí es esto lo que cuenta. Mire, me gusta mucho leer los diarios de Thomas Mann, con los horribles problemas tan banales que él tenía; uno piensa, claro, “esto lo conozco yo también”, y eso hace que te sientas, en cierto modo, al abrigo. Probablemente es eso a lo que la gente aspira, a sentirse a salvo. Los grandes anhelos como la libertad, una vida salvaje, como en una película francesa antigua con Belmondo, esto en la realidad no funciona. Queremos formar parte de algo, éste es el anhelo más profundo del ser humano, estar al abrigo, y esto es lo que busco yo en la literatura.
O sea que literatura como fuente de conocimiento no está para usted en el primer plano.
No, no me gusta tanto leer libros de divulgación.
No me refería a esto.
Sé perfectamente que no se refería a esto. Pero mire, cuando era más joven, entre los dieciocho y los veinticinco años, leí mucha filosofía. Y todo esto es muy interesante porque a esa edad tienes todavía un acceso nuevo a todas las cuestiones. Pero esta forma de conocimiento hoy ya no me aporta gran cosa. No hemos resuelto esas cuestiones y no las resolveremos. El objetivo es otro. Lo mejor será, en todo caso, si uno quiere leer hoy algo, que coja Séneca, o Epicteto, y ya está, al menos para mí.
En su nuevo libro, Café y cigarrillos, afirma: “Todos los acontecimientos importantes sociales se reflejan en los procesos penales”.
Sí, es así, y desde siempre. Mire, he reflexionado mucho sobre el por qué, y la razón íntima es que en el juzgado penal se toman decisiones. Porque en la familia nunca decidimos, lo que hacemos es hablar con nuestra pareja sobre un problema; la historia de una relación es la discusión continuada de estos problemas. En la política ocurre lo mismo. Intentamos encontrar –en eso consiste la democracia–un compromiso, avanzar un pequeño paso, llegar a un mínimo acuerdo y volver a avanzar un nuevo paso. He aquí lo que diferencia el derecho penal de todos los demás acontecimientos sociales: hay que tomar una decisión. Al final, debe haber un fallo: culpable o no culpable; el acusado ingresa en prisión o se va a su casa. Y muchas de las cosas que nos ocupan precisan en algún momento de una decisión, es imposible estar discutiéndolas eternamente. Por eso es allí donde se refleja el desarrollo social, la gente quiere decisiones.
Para los jueces esto es un compromiso. Por qué iban a saber decidir las cosas mejor que el resto de la sociedad. ¡Y cuántas veces sus decisiones han sido espantosamente erróneas! Piense solamente en la condena de Oscar Wilde en Inglaterra. Se dan muchas sentencias tontas. Pero hay que llegar a una sentencia. Lo vemos con claridad en mi libro más reciente, cuando escribo sobre los juicios de los terroristas alemanes, donde en realidad se toman decisiones sobre la República Federal Alemana, ¿verdad? El terrorismo fue un aspecto del asunto, y fue espantoso lo de los asesinatos, pero lo esencial tuvo lugar en la sala de autos, entre intelectuales. Fue una lucha por la dignidad del hombre. Eso fue lo decisivo, y ahí fue donde la RFA se encontró a sí misma.
El defensor de varios miembros de la Fracción del Ejército Rojo, Otto Schily, es representado en su libro como un personaje modélico. ¿Fue así para usted?
Bueno, sí, yo entré como joven abogado en el bufete de Schily. Mire, a mi edad [Von Schirach tiene 55 años] ya no tengo modelos, pero, sí, en muchos sentidos ha sido un modelo para mí, porque como abogado siempre se comportó de forma completamente respetuoso con la ley (no fue así en el caso de muchos otros abogados en aquella época), y porque hizo algo que me impresionó fuertemente: no sólo defendía al acusado, lo que es el deber del abogado, sino al mismo tiempo defendía la ley. Y este poner en relieve la ley, este, cómo diría, estar al servicio de la ley fue algo muy grande. Y el hecho diferencial en la vida de Schily, más adelante, fue que él, como ministro del Interior, defendía siempre la ley. Esto sí es modélico en él, muchas otras cosas no.
sí me considero político en el sentido de que daría cualquier cosa para defender el Estado de derecho y la democracia y la dignidad del ser humano
Estamos hablando del principio de la seguridad jurídica.
Sí, exactamente, esto es algo que no se entiende del todo bien en las sentencias de los juicios penales. Mucha gente piensa que tratan de justicia, pero tratan de la seguridad jurídica, de tomar una decisión sobre algo; y a partir de ahí todo el mundo tiene que vivir con ello y asumirlo como parte de este sistema. Para alguien que lo mira desde fuera es algo difícil de comprender, y sin embargo es importante.
Quería insistir en otra cuestión: el compromiso político que se vislumbra en todos sus libros, su defensa del Estado de derecho.
Yo no me considero un escritor político. No me pronuncio sobre la política del día a día, no soy Günter Grass. Y eso que todos los partidos políticos me han preguntado si quiero hacer algo con ellos. Yo encuentro que para un escritor esto no toca, ¿verdad? No quiero. Pero sí me considero político en el sentido de que daría cualquier cosa para defender el Estado de derecho y la democracia y la dignidad del ser humano. Desde luego, no soy un defensor del l’art pour l’art. Me interesa la vida real.
Volvamos una vez más sobre el tema de que el estado de una sociedad se refleja en los procesos judiciales.
Sí, mire, no hace falta ir muy lejos. Aunque yo sólo he seguido el proceso sobre el independentismo en los medios. Es difícil para alguien que no es catalán ni español pronunciarse sobre esto. En el fondo, sólo se pueden decir cosas generales: Yo no considero posible que unidades pequeñas solucionen hoy día los problemas fundamentales. Las grandes cuestiones, como el cambio climático y la protección del medio ambiente, no se pueden solucionar en Cataluña. Esa idea es completamente errónea. La siguiente cuestión es que como pequeño país no puedes desarrollar una actividad económica que tenga sentido, a no ser que seas Suiza, que tiene sus propias dificultades. Pero Liechtenstein no puede hacer tratados con Estados Unidos; esto es impensable, necesita a la Unión Europea. La Unión Europea comete muchos, muchos errores, pero sigue siendo lo mejor que hemos inventado. Por lo tanto, puedo entender que haya una vuelta a las raíces, pero para mí, visto desde la distancia, un sistema federativo o de naciones dentro de un marco supranacional es infinitamente mejor que esos movimientos de segregación. De hecho, todos los países tienen ahora ese problema, no es algo español. Lo tenemos en Bélgica, en Italia, en Francia, y no es ningún modelo del futuro. Pero la idea política del separatismo en Italia surge de gente que quería pactar con Hitler, no hay que olvidarse de esto. Si tienes en mente este hecho, te das cuenta enseguida qué mentalidad hay detrás de esto.
Siendo usted miembro de una familia con un pasado muy ligado al nazismo, me imagino que se ha ocupado mucho del pasado histórico de Alemania. ¿Diría que ha influenciado su vida?
Sin duda alguna. Si uno tiene un abuelo tan terrible, empieza a reflexionar a una edad muy temprana, demasiado temprano tal vez, sobre un tema como la culpa. Que por esta razón haya empezado a estudiar derecho, lo dudo. En mi familia ha habido siempre muchos juristas. Originalmente quería dedicarme a una profesión artística, pero temía que no funcionara. En la universidad, el derecho penal me fascinaba, la culpa de un hombre era una cuestión que me intrigaba, tal vez eso sí tenga que ver con mi abuelo, y me parecía un tema que puede seguir siendo interesante al cabo de, pongamos, veinticinco años. Bueno, yo luego tenía la gran suerte de entrar de joven abogado en el bufete de Schily, y después, a los 29 años, formé parte de la defensa del mayor proceso judicial de la historia de la posguerra alemana. A eso se añadía que hacer carrera y mucho dinero era algo que me importaba menos.
La ocupación con la culpa es algo muy alemán, ¿no cree?
Sí, cierto. Aunque, no tan alemán como siempre pensamos, porque acabo de volver de Taiwán, y allí hablé con mucha gente, en conferencias y lecturas, y me di cuenta de que es un tema que importa mucho. Y para ellos Alemania es en muchos sentidos un país modelo, porque se preguntan ellos cómo manejamos nuestro pasado histórico, qué hacemos con la división del país, con la pena de muerte, y entonces miran hacia Alemania. Porque, independientemente de todos los problemas que hay en Alemania con el tema, la recuperación de la memoria histórica, la reflexión sobre la época nazi, los alemanes eso no lo han hecho del todo mal. Se pueden criticar muchas cosas, es verdad, pero no está tan mal. Aunque también es verdad que recientemente parece que estamos dando un paso hacia atrás, porque hay una generación criada en la RDA que no ha pasado por ese proceso de concienciación y que ahora corre hacia la extrema derecha. Y esto me preocupa.
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Autor >
Cecilia Dreymüller
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