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Poca gente ha sido capaz de mimetizarse con España como lo ha hecho Pablo Iglesias. Cuando el hoy vicepresidente segundo del Gobierno entendió que la indignación de las plazas era susceptible de acabar convertida en movimiento político, Iglesias se mimetizó en España como el desconocido cabeza de lista a las europeas que le gritaba a la casta las verdades que representaban a los indignados. A su vuelta de Bruselas –un viaje breve– Iglesias percibió que en España el principal hemiciclo eran ya los platós de televisión, así que no dudó en sacarse escaño permanente en las tertulias para seguir siendo España de aquella nueva manera. Ya lejos de aquellas plazas y dentro del parlamentarismo, si el ambiente de crispación contaminaba los debates entre candidatos a las elecciones, él, que tanto había gritado, se hacía de nuevo España para pedir, esta vez en nombre de quienes estaban en casa, un poco de calma, sosiego y respeto entre rivales. Ahora ha vuelto a hacerlo. Ha vuelto a mimetizarse en España, esta vez enfundándose, como el propio país, en un traje que le es algo ajeno. Quizá incómodo. Pero beneficioso a la larga: el traje de la política de pactos de gobierno, el traje del entendimiento entre diferentes, que no será el outfit ideal para asaltar los cielos, pero sí para mantener abierto el ambulatorio de la esquina.
Que alguien a quien un traje le sienta como un madrugón un domingo haya llegado a las altas instituciones del Estado no deja de ser una buena noticia. En lo político, por lo que supone de democratización del país que quienes señalan los errores del sistema tengan la oportunidad de cambiarlos. En lo social –y lo frívolo– por lo que representa para quienes nos pasa lo mismo que a Iglesias. Para quienes sólo usamos traje si el amigo que se va a casar es muy amigo y nos lo pide de rodillas.
La fotografía de Iglesias prometiendo ante el rey su cargo de vicepresidente es la prueba evidente de que el régimen del 78, torpe en sus violentos movimientos de defensa contra el cambio inevitable, si no está acabado, está incómodo. Más, incluso, que el propio Pablo Iglesias vistiendo de traje. Visto de otro modo, para un régimen, sea cual sea este, estar incómodo es una forma más de estar acabado, teniendo en cuenta que el fin último de un régimen no es otro que la comodidad permanente de quienes lo sostienen para su beneficio. Las imágenes que hoy ha vivido España con la toma de posesión del nuevo gobierno de coalición huelen a nueva época. Que algo huela a nuevo no significa, por supuesto, que lo acabe siendo. La posibilidad del fracaso siempre estará ahí y ese pacto entre élites, que ha acabado pensando lo público para beneficio de unos pocos, aprovecharía el error. Pero que algo huela a nuevo sí significa que el ambiente es propicio para que lo nuevo nazca. Ni el régimen del 78, ni las desigualdades sociales que hacen que España lidere Europa en ese mal ranking, ni las tensiones territoriales, ni tantos otros problemas solucionables, desaparecerán de un día para otro. Cuando Jesús Eguiguren, histórico dirigente del Partido Socialista de Euskadi, era preguntado por el fin de ETA que se acercaba, él lo asemejaba a la nieve. No veremos, decía, que de repente un día es diferente a otro. Pero sí veremos, cuando todo esté blanco y salga el sol, que la nieve irá desapareciendo, poco a poco, casi de forma imperceptible. Cuando un cambio llega, no suele hacerlo de manera revolucionaria, como uno sueña, pero sí práctica. Esperemos que ninguno de los ministros y ministras que hoy han tomado posesión lo olviden: han venido a serles prácticos a la mayoría. Prácticos como un traje, por mal que siente.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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