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“Esta historia es mi mensaje al mundo. Redes, no jerarquía”. Es una frase que el intelectual y escritor keniano, Ngũgĩ wa Thiong’o, ha repetido en diferentes versiones en las firmas de su último trabajo publicado en español La revolución vertical, una obra que nació como un proyecto de diálogo entre lenguas africanas y hoy es una historia traducida a 83 idiomas de todo el mundo. Wa Thiong’o se convirtió en un referente de la corriente decolonial repensando dónde está el centro en los pensamientos universalistas. También se ha erigido como una referencia en la defensa de la diversidad cultural y de las lenguas minorizadas y menospreciadas, como parte de la riqueza cultural mundial, y como una manera más respetuosa de relacionarse con las personas que las hablan y las viven. El autor keniano tiene el reconocimiento del mundo literario, incluso en su versión de industria global, que hace que las casas de apuestas británicas lo coloquen en las listas de candidatos al Premio Nobel año tras año. Acaba de recibir el Premi Internacional Catalunya 2019, que concede la Generalitat, "por su distinguida y arriesgada obra literaria y por su defensa de las lenguas africanas, basada en la noción del idioma como cultura y memoria colectiva".
Ahora, Ngũgĩ wa Thiong’o llega con una historia sencilla, con la que visitó Barcelona y Madrid, para recordar que a los hombres y mujeres que habitan el mundo sólo les queda una salida: cambiar radicalmente su forma de relacionarse y de vivir en el planeta. “El cuerpo humano está formado por la colaboración de sus diferentes partes. La cabeza no es nada sin el cuello, una mano no tiene sentido sin la cabeza. La propia individualidad es el resultado de estar conectados colectivamente. Si eso lo aplicamos a un comportamiento social colectivo, es como si la cabeza tuviera que estar por encima del resto del cuerpo, pero en realidad la cabeza no funciona sin el resto del cuerpo. Es decir, en la sociedad se tienen que poder desarrollar todas las individualidades, pero como parte de un colectivo”, advierte.
Cuando Wa Thiong’o se acerca, parece mentira que hace cuatro décadas fuese encerrado en la prisión de máxima seguridad de Kamiti y que el régimen keniano lo mantuviese allí un año sin juicio. A sus 81 años camina con dificultad, habla trabajosamente y en la conversación comenta otros problemas de salud. Este hombre de trato y actitud entrañable no parece un peligroso disidente. Pero cuando se le empieza a escuchar es más fácil comprender el temor que despertó en algunos poderosos. Tiene una facilidad natural para lanzar argumentos tan sencillos como revolucionarios y muestra una capacidad poco habitual para convertir un cuento aparentemente inocente en un alegato demoledor a favor de la conciencia de una nueva sociedad más justa.
en la sociedad se tienen que poder desarrollar todas las individualidades, pero como parte de un colectivo
“Las redes, las conexiones son lo opuesto a la jerarquía. En la jerarquía uno se sienta encima de otro y en las redes nos damos las manos y nos transmitimos energía los unos a los otros. Si me siento encima de ella (se dirige a su editora), le estoy absorbiendo su energía; pero si nos damos las manos la energía fluye entre nosotros”, dice Wa Thiong’o agarrando con ternura la mano de Laura Huerga, la persona que se ha encargado de publicar sus obras en castellano y catalán. “Nuestra sociedad ha estado estructurada con un sistema jerárquico que se ha materializado en el imperialismo, el capitalismo, el colonialismo... siempre es jerarquía y no una red”, advierte el intelectual keniano.
La revolución vertical nació como un regalo que el escritor le hacía a su hija. “Escribí la historia original en kikuyu para ofrecérsela a mi hija en Navidad, porque en mi familia tenemos la costumbre de obsequiarnos historias, poemas o dibujos”, explica el autor, para justificar por qué el relato mantiene la estructura de las narraciones populares de la tradición oral. “Cuando la pensé, la concebí como una fábula tradicional porque era para ser contada”, sentencia el escritor que defiende el carácter primigenio de esa tradición oral: “La oratoria es la literatura primaria, la que existió antes. Los seres humanos nos contamos historias los unos a los otros cada día. Nos comunicamos a través de historias. Cuando me encuentro con un amigo no empiezo una conversación filosófica o un debate, sino que le cuento una historia. En el intercambio de historias es cuando acaban viniendo las discusiones filosóficas”.
Pero esta visión de Ngũgĩ wa Thiong’o de la oratoria va más allá del entretenimiento: “Es la forma de expresar y contrastar nuestra manera de ver el mundo. Las leyendas hacen referencia a gente explicando cosas sobre la naturaleza, pero desde perspectivas humanas. El océano toma forma humana; la luna o las estrellas, el sol, todos se humanizan para que puedan hablar unos con otros. Y acaban teniendo incluso, emociones humanas, se enamoran, tienen celos... Es una forma de intentar entender el mundo. Una historia es una forma de querer entender el mundo, escribirla viene mucho después y lo que hace es imitar esa forma de narración oral”.
La revolución vertical, precisamente, cuenta la historia de cómo todos los miembros del cuerpo se dieron cuenta de que formaban un sistema en el que todos estaban implicados y todos debían colaborar. “El cuerpo humano es el primer campo de conocimiento. Para los niños, la primera comprensión del mundo es la propia exploración de su cuerpo. De golpe se dan cuenta de que su oreja está conectada a ellos o se tocan la nariz y notan algo”, avanza el intelectual keniano. Por eso, tiene sentido para Wa Thiong’o que ese mismo cuerpo humano sea un ejemplo para la organización de la sociedad: “La jerarquía supone que se ha hecho una lectura incorrecta del cuerpo. Crees que porque la cabeza está arriba es la que manda, por eso hablamos del cabeza de familia o de la cabeza del Estado. Es malinterpretar el idioma del cuerpo. Cuando dejamos hablar al cuerpo lo que nos dice es que la cabeza sin el resto del cuerpo no es nada, no funciona, están integrados. Así que las diferentes partes se necesitan las unas a las otras, ninguna es nada sin las otras. Por eso, la fábula es mi mensaje para el mundo”, bromea el escritor.
La gente que se aprovecha de un sistema de jerarquía intenta hacer creer que es el mejor de los mundos posibles, pero tenemos que soñar con alternativas
Esa lógica de colaboración, tiene una dimensión ecologista: “Si volvemos al cuerpo humano, el cuerpo sin aire no funciona, sin la comida que cogemos de la tierra, sin el agua que bebemos. De alguna manera, el agua y el aire son parte de nosotros, porque no existe ser humano sin ellos. Así que el medio ambiente es una extensión del ser humano y el ser humano es, al mismo tiempo, una extensión del medio ambiente”. Pero cuando Ngũgĩ wa Thiong’o se pone categórico es cuando se trata de defender la naturaleza: “Los crímenes contra el medio ambiente, son crímenes contra la humanidad. Cuando se envenena el aire, en realidad, se está envenenando a la humanidad; igual que cuando envenenas el agua. Estamos conectados. Por eso en el relato, los pájaros, los animales están mirando lo que hace el cuerpo humano”.
El posicionamiento de Wa Thiong’o es contra cualquier tipo de discriminación. No elude temas como las migraciones y recuerda a los países del norte que sus ciudadanos también han migrado en otros momentos de la historia. Recuerda el papel de España en Latinoamérica, pero también las imágenes de refugiados españoles durante la Guerra Civil. “Por eso necesitamos las redes, conectar personas, conocimientos, culturas”, insiste enérgico el escritor y regresa a su relato: “En la fábula se demuestra que el dolor en cualquier parte se siente en todo el cuerpo. El dolor en un simple dedo, o un diente, puede bloquear todo el cuerpo, porque todo el cuerpo está pensando en que acabe ese dolor. En el sentido del mundo, el dolor en cualquier parte del mundo debería ser nuestro dolor. Así que la felicidad y el bienestar de cualquier parte del cuerpo, o de cualquier personas en el mundo, debería ser mi propia felicidad”.
A pesar de haber sido encarcelado, de haber sufrido violencia y amenazas, de haber tenido que exiliarse, Ngũgĩ wa Thiong’o no pierde la oportunidad de recordar la importancia de “los sueños de cambio”. “La gente que se aprovecha de un sistema de jerarquía”, advierte el intelectual, “intenta hacer creer a los demás que es el mejor de los mundos posibles, pero tenemos que soñar con alternativas, con otros mundos posibles, soñar que podemos crear un mundo completamente humano. El mismo cuerpo humano nos da el ideal de lo que podríamos ser. Ese es el mensaje de La revolución vertical. Nosotros mismos llevamos la respuesta de lo que podríamos llegar a ser”.
“Esta historia es mi mensaje al mundo. Redes, no jerarquía”. Es una frase que el intelectual y escritor keniano, Ngũgĩ wa Thiong’o, ha repetido en diferentes versiones en las firmas de su último trabajo publicado en español La...
Autor >
Carlos Bajo Erro
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