MIA COUTO / ESCRITOR MOZAMBIQUEÑO
“Es primordial que los gobiernos piensen en términos de nación, no de élites”
Tania Adam 17/05/2019
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Mi segundo encuentro con Mia Couto (Beira, Mozambique, 1955) se tiñe de cierta familiaridad. Nos reconocemos enseguida, quizás porque, como mozambiqueños, tenemos códigos compartidos. Le entrevisté por primera vez en el 2016, cuando vino a dar una conferencia al CCCB en el marco de la exposición Making Africa. Un continente de diseño. Es curioso, pero nunca nos hemos encontrado en Maputo. Mia –me pide que le llame así– se ha convertido en el orgullo mozambiqueño, muy respetado fuera y dentro del país. Su literatura ha conseguido traspasar las fronteras de la lusofonía. Sus libros, traducidos a diferentes idiomas –más de un traductor sabe que no es tarea fácil trasladar las palabras a su lengua–, le han traído de nuevo a Barcelona: ha sido el pregonero de Sant Jordi (23 de abril), figura que desconocía. En cualquier caso me llena de satisfacción como africana y mozambiqueña que él sea el pregonero de la fiesta literaria más importante de Catalunya.
Escritor y biólogo de profesión, lleva publicando crónicas, cuentos y novelas desde el año 83. Entonces Mozambique estaba inmerso en una guerra civil, una suerte trágica para aquellos que como él participaron en la revolución y en las luchas para la liberación del poder colonial. Su carácter revolucionario y disidente no le abandona, pero no necesita levantar el puño porque sabe seducir y disentir murmurando. Considera que las grandes transformaciones no se hacen a gritos, por esa razón es uno de los pocos que tiene voz fuera del gobierno mozambiqueño. Me atrevería a decir que se está convirtiendo en el hombre sabio de la tribu.
Las guerras son espinas que clavaron nuestro joven país, y sus libros cuentan historias que ponen de relieve esa gran espina. Sus personajes están atravesados por el sufrimiento y el dolor de un país dolorido y resiliente, porque una de las cosas que caracteriza a los mozambiqueños es la resiliencia. Cuando leo a Mia me traslado a esa tierra rojiza que me vio nacer, huelo la brisa mozambiqueña y siento como el miedo a lo desconocido me atraviesa. Mia, como pocos conecta mundos inconectables en Occidente, porque para él lo natural es la extrañeza de la condición humana. Acaba de publicar la novela histórica Trilogía de Mozambique (Alfaguara). Una trilogía compuesta por tres novelas publicadas en entre 2015-2017: Mujeres de ceniza, La espada y la azagaya y El bebedor de horizontes. Un relato histórico ambientado a finales del siglo XIX que narra la guerra que los colonos portugueses llevaron a cabo contra el emperador del Reino de Gaza, Ngungunyane, a finales del siglo XIX.
No ha sido tarea fácil conseguir un tiempo con él, he tenido que llamar a unos y a otros, pero finalmente me ha cedido un espacio privilegiado: una tarde de domingo. Me encuentro con él en su hotel con voluntad de entablar una conversación que contextualice su literatura. Porque Mia Couto no es sólo un escritor o un biólogo, sino que también es uno de los pensadores africanos contemporáneos más lúcidos del momento. Le esperan dos días de entrevistas y compromisos antes de volver a su campamento base, Lisboa, donde se ha establecido durante dos meses para desde ahí viajar a Brasil, Barcelona, Suiza, Inglaterra…
Me gustaría empezar hablando de su libro, Trilogía de Mozambique. Me ha llamado la atención que lo centraras en la la figura del emperador Ngungunyane. Para mí y para toda una generación, cuando se nombra a este emperador nos viene a la cabeza la canción “Ngungunyane na baliza…”. La cantábamos cuando jugábamos al escondite. No sé si los niños de ahora todavía siguen jugando, pero no teníamos ni idea de quien fue.
Sí, creo que siguen jugando. Pero dudo que, a día de hoy, sepan quién fue Ngungunyane.
Este hecho me hace pensar que como mozambiqueños no conocemos lo suficiente nuestra historia, ¿qué tenemos que hacer para recuperar la memoria histórica?
Para empezar habría que hablar de memorias históricas, en plural, porque hay memorias diferentes y la intención de este libro es mostrar que existen diferentes visiones del pasado; está la visión del colonizador y la del colonizado. Lo que intento plasmar a lo largo de esta trilogía es que existen diferentes perspectivas entre los colonizadores y colonizados. El caso de Ngunguyana es muy curioso, era un africano que se enfrentaba a la dominación colonial y a la vez era un colonizador. El colonizó la mitad de Mozambique hasta el río Save y estableció una relación de denominación y opresión con otros pueblos. Esta posición ambigua no cabe en la versión simplificada que nos cuentan sobre África. Por eso me interesó narrar esta historia.
Supongo que es la historia del poder y la de los pueblos: unos colonizan a otros.
Sí, así es. También es la historia de las relaciones humanas; entre las personas uno puede querer colonizar al otro. La historia colonial es un reflejo de las relaciones humanas autoritarias, de la imposición de un poder, de la anulación del otro, del olvido… Pero con este libro he intentado plasmar que la memoria es nuestra. Ahora es nuestro momento de contar nuestras historias. Hasta ahora el colonizador europeo es quién ha contado la Historia.
El pasado mes de noviembre hice una escapada a Maputo. Intenté involucrarme en la vida cultural, viendo que ofrecía la ciudad, yendo a las librerías, actos… Entendí que la escasez de librerías es un síntoma de una pobreza cultural, ¿comparte esta visión?
El empobrecimiento es claro en Maputo, pero vengo de Brasil y de Portugal; no obstante tengo que decir que, infelizmente, forma parte de una pobreza global. En Brasil se están cerrando muchas librerías. La tendencia ahora es la venta de que es fiable comercialmente, best sellers o de libros de autoayuda. Tal vez no es tan evidente en Occidente como en Maputo, que nunca ha habido más de tres o cuatro librerías. En el país hay ciudades que no tienen librerías, o si las tuvieron fue en el tiempo colonial como el fin servir a la pequeña élite portuguesa.
Pero están surgiendo pequeños grupos de gente activista y asociaciones que están produciendo y divulgando libros. Es importante que esta producción apele a las memorias históricas, porque estamos siendo víctimas de una historia que nos viene a decir que Mozambique nació el día de la Independencia, el 25 de junio de 1975. Esta versión única de la historia, creada y divulgada por el Gobierno, se ha confundido con la de la propia nación Mozambiqueña. Esto ocurre porque no existe un buen archivo, un registro de la memoria donde ir a buscar datos y entender el presente.
Por ejemplo, si hubiéramos tenido el registro de la memoria de los habitantes de Beira, la zona más afectada por el ciclón Idai, se hubiera sabido que en los años 62 y 63 hubieron dos ciclones y no nos hubiera sorprendido el Idai. Podríamos haber ido a buscar el conocimiento acumulado de las personas que lo vivieron en una fecha anterior a la independencia. Mozambique no nació con la independencia; sí que en 1975 empezó un país independiente y soberano, pero antes ya existía como nación.
¿Existe alguna voluntad de borrar esa memoria colectiva?
No creo que exista una intencionalidad, es más bien una cuestión genuina del momento. Pensábamos que el tiempo anterior a la independencia era un tiempo de otros, a partir del 75 se dio una nueva coyuntura que colonizó el partido ganador, la FRELIMO (Frente de Libertação de Moçambique). Pero ahora estamos entendiendo que Mozambique es más diverso y complejo de lo que se podía pensar en un inicio.
¿Quién lo pensaba?
En aquella época hubo una apuesta por parte de los intelectuales, académicos, científicos o yo mismo, como periodista, que pensábamos que éramos más simples. Estábamos contaminados por la causa, embriagados por la idea épica de construcción de un nuevo país. La idea de patria y nación era efervescente. En ese sentido yo participé, al igual que otros, en el exterminio de las lenguas indígenas de Mozambique, consideramos que solo debían ser habladas en los ámbitos domésticos no en la esfera pública. Durante el gobierno de Samora Machel (1975-1986) se llegó a prohibir esas lenguas en las escuelas. Hoy en día lo veo un sacrilegio.
Entonces se perpetuaron los valores coloniales.
No hubo intención ni maldad, pero sí que había miedo de la aceptación de las diferentes lenguas diera pie a una división. En aquellos momentos se consideraba que no había que hablar de lenguas ni de razas. El resultado fue que dejaron de existir las lenguas, los blancos, los negros, los indios o mestizos… Hablar de ello era visto como una provocación. Entonces la narrativa era que sólo había mozambiqueños. Teníamos que construir un país nuevo.
Me recuerda al silencio pactado del que habla la escritora zimbabweana NoViolet Bulowayo respecto a muchas situaciones incómodas en el país vecino. ¿En Mozambique pasó lo mismo?
El silencio es un término adecuado para describir lo que pasó. Cuando nace un país nuevo siempre existe la probabilidad del silencio, por lo que no considero que sea una situación particular de Zimbabwe o de Mozambique. Si miramos la historia de cualquier nación vemos que está creada a través de olvidos, porque los olvidos son necesarios. Hace falta recordar, sin embargo se recordará lo que sea elegido. Es decir, quién está en el poder escogerá lo que se olvidará y lo que se recordará. Y siempre hay más que olvidar que recordar. En el caso particular de Mozambique, nos estamos olvidando de hechos que han tenido lugar después de la Independencia como la Guerra Civil. Después de diecisiete años del tratado de paz (1992), nadie habla de lo que pasó en la guerra, es como si no hubiera pasado, y obviamente no es bueno porque se trata de un “falso olvido”.
¿Tiene que ver con los traumas?
Tiene que ver con la diversidad de voces con las que se crea una nación. Las creaciones de países están hechas para excluir a los “otros”, es como decir “esta es nuestra oportunidad”. Es un vicio que se repite en la historia de la humanidad.
¿Cómo se pueden transformar esos vicios a través de la literatura?
El papel de la literatura es fundamental porque siempre ayuda a crear una nación. Contribuye a construir una narrativa que pasa a ser compartida y estudiada en los colegios. La literatura puede hacer terapia pero no es la solución, ya que cuenta la historia y permite generar una especie de catarsis y tiene la capacidad de reducir el miedo. Hacen falta regímenes políticos abiertos que permitan la emancipación de la ciudadanía, es decir que funcione bien el Estado de derecho. No obstante tengo la sensación de que vivimos en otro momento, en el del estado autoritario que construye el miedo y que construye en la diferencia una amenaza a través de las migraciones, los musulmanes, los “otros”… creo que es primordial que los gobiernos piensen en términos de nación, no de élites.
En mi último viaje tenido la oportunidad de visitar la Fundación Leite Couto, ¿cuál es su objetivo?
La fundación tiene la finalidad de continuar el trabajo que había iniciado mi padre que se murió hace cinco años, el poeta Leite Couto. Su desaparición destapó las dimensiones de su soporte a la cultura mozambiqueña. Él apoyó jóvenes anónimos a escribir y a publicar. Tras su muerte recibimos una avalancha de mensajes procedentes de todo el país. Por otro lado me acostumbran a abordar por la calle personas jóvenes con voluntad de mostrar sus textos. Hemos creado la fundación para continuar el trabajo de visibilización y para dar oportunidades a jóvenes, pero no sólo en el campo literario sino también en el de la pintura, la escultura, la música o el teatro. En cada una de las áreas intentamos dar espacios de exposición pública de manera desinteresada, por ello hacemos exposiciones de artistas consagrados que nos permiten tener ciertos ingresos para poder mantener exposiciones de jóvenes talentos. Con los libros pasa lo mismo, ya hemos publicado catorce libros y diez de ellos son de escritores que no habían publicado anteriormente, y no hubieran podido hacerlo sin ayuda.
¿Tienen que publicar en portugués?
Pueden hacerlo en la lengua que consideren. Desgraciadamente en Mozambique sólo conozco dos casos de escritores que se han atrevido a escribir en su lengua materna, pero no ha funcionado muy bien, ya que no sólo consiste en publicar sino que hay que tener un mercado.
En Barcelona empieza a haber un mercado. Ha venido a hacer el pregón de Sant Jordi, ya es aquí un escritor conocido, más que en Madrid.
Me siento feliz de estar aquí pero creo que este no es un trabajo sólo mío. Los africanos y africans han hecho que se abra este espacio. Nos ayudamos entre nosotros. También me gustaría que Mozambique fuera más proactivo a la hora de divulgar las voces fuera del país.
En nuestra anterior conversación usted afirmó que las personas africanas, mozambiqueñas, están perdidas. Justo cuando estaba en Mozambique, la filósofa Marina Garcés publicó un artículo, El dur treball de la cultura, en el que apelaba a la importancia de la cultura para transformar subjetividades. Esa idea de perdición me acompañó durante mucho tiempo hasta que me topé con el artículo de Garcés, entonces entendí que quizás dicha confusión proviene del déficit cultural que lleva a las personas a no saber de dónde vienen, donde están y mucho menos hacia dónde van. ¿Qué se puede hacer para evitar la desorientación?
Es complicada la respuesta, hay tanto que hacer que no sabría por dónde empezar. En el fondo, nosotros los escritores, los artistas… somos los culpables de la mercantilización de la cultura y de su reducción a pequeños productos. También hemos aceptado definir la cultura como un gueto, como una sección del mundo. Deberíamos reivindicar la cultura como un todo. Porque, por ejemplo, las respuestas a las significaciones territoriales –España, Cataluña, Mozambique, Maputo…– pasan por la idea holística de la cultura, no como el gueto donde nos han colocado y hemos aceptado estar. No estamos jugando a escribir, a hacer música o poesía, es más serio. Ahora más que nunca tenemos que integrar el sentido holístico de la cultura pensando soluciones radicales a los problemas que vivimos. No todo se tiene que leer en clave económica. Es importante que dicha postura vaya acompañada de una especie de guerrilla para alertar a quién tiene el poder de las transformaciones necesarias. No obstante eso pasa por un diálogo, tenemos que escucharnos unos a otros, no sólo a aquellos que piensan como nosotros.
Vivimos momentos de estigmatización y de polarización que incluso aquellos que apelan a la inclusión se ven incapaces de establecer un diálogo con los que no tiene el mismo color político, o porque son de extrema derecha. Hay que tener en cuenta que en muchas ocasiones las afiliaciones a la extrema derecha no significan convicciones políticas al respecto, sino que posiciones de miedo y amenazas sociales construidas de manera infundamentada.
Siempre habla del miedo. De hecho hace poco leí un artículo suyo, “Fortalecer el miedo”, publicado en la revista La Maleta de Portbou. ¿Por qué el miedo es importante en su pensamiento?
El miedo es biológico, es una alerta interior que tenemos para poder responder ante ciertos peligros. Los actuales regímenes políticos lo manejan muy bien. Vivimos un momento en el que las personas no consiguen ver el futuro y perciben la supervivencia desde la creación de identidades cerradas y son empujadas a emociones tan primitivas como el miedo. Consideran que lo que está en juego es la supervivencia y desde ahí es imposible pensar como ciudadanos y como agentes sociales. Y no se trata de individualismo, todo lo contrario, es la pertenencia a una tribu o a un ejército que permita la protección de uno, pero vía la aniquilación del “otro”.
La condición mozambiqueña ha pasado por ahí. Nos hemos matado entre nosotros en una guerra civil que duró diecisiete años. Después de ese tiempo no nos quedó más remedio que sentarnos a dialogar. Nos sentamos en una mesa con aquellos que considerábamos demonios y diablos. En ese diálogo se entendió que no éramos tan diferentes y nos dimos cuenta de que lo que nos separaba era construido, inventado. El miedo siempre es más inventado que real.
Hace apenas unas semanas Mozambique fue azotado por el ciclón Idai, justo en la zona que usted nació, en Beira. He estado haciendo un seguimiento de los artículos que han ido surgiendo en medios que no existían en anteriores inundaciones, como la del 2000. Con esto quiero decir que ahora el panorama de representación cultural del continente africano ha cambiando y existen muchas voces que hacen lecturas complejas de la situación. No sólo existe una voz, la del salvador que a la vez es el verdugo. Las nuevas voces hablan de reparación económica por el cambio climático. Me gustaría saber qué piensa de este posicionamiento, además como biólogo, ¿cómo valora la situación actual de Mozambique, es un país que está en peligro por las consecuencias del Cambio Climático?
Tenemos varias respuestas y todas ciertas, aunque contradictorias. Por un lado creo que Mozambique tiene que reivindicar la postura de no culpabilidad por los cambios climáticos de la región, los culpables tienen que indemnizar, no ayudar, que es diferente. Pero esta posición no nos debe eximir de nuestra culpa. Mozambique, aunque no sea un país industrial, produce mucho CO2 y gases de efecto invernadero a través de la quema descontrolada residuos.
Anualmente pasan tres grandes ciclones por la costa de Mozambique, es un hecho meteorológico que se ha visto agravado por el cambio climático, no es un hecho nuevo, una sorpresa. Como te comenté, en 1962 viví un ciclón en Beira, tenía apenas siete años pero me acuerdo de ver tejados volando desde mi ventana. Era fascinante pero no entendía que era una tragedia lo que estaba pasando. Los ciclones no son excepcionales sino que llevan tiempo ocurriendo. Por lo que no se puede seguir llamando a esto catástrofes y accidentes, sino que forman parte de nuestra meteorología. Estamos en un territorio que obliga a tener una política estricta para poder responder a estas situaciones.
¿Cuál es el papel del Estado mozambiqueño a la hora de gestionar el medio ambiente?
Nuestra tragedia es que dependemos de la voluntad de las personas, no existen actuaciones estatales independientemente de las personas. Ahora contamos con un el ministro de Tierra y Medio Ambiente de Mozambique, Celso Correia, que está avanzando mucho en términos ambientales. Uno de sus grandes logros está siendo limitar la tala de madera, muchas empresas chinas empiecen a abandonar el país. También está recuperando los Parques Naturales. Mi gran felicidad sería ver crecer a las instituciones más allá de las personas.
Entonces existen proyectos nacionales de desarrollo y protección del medio.
Sí, y siempre los han existido, pero sobre el papel. Lo que hay que hacer que es exista un compromiso de ejecución.
El ciclón Idai no ha llegado en un buen momento, ¿qué consecuencias tendrá?
El Idai ha llegado en un momento en el que la deuda del país es elevada, y hace poco ha salido a la luz la existencia de una deuda oculta. Por otro lado estábamos a punto de iniciar la producción de gas, nuestra esperanza de recuperación económica. El Idai nos ha azotado económicamente, claro, calculo que hemos tenido un retroceso de diez años y continuará pasando factura. La ayuda apenas está llegando ahora, lo que ha venido hasta el momento no ha sido suficiente. Pero es otra toda tragedia africana más, se olvidará y la tendremos que acarrear solos. Pese a esta gran tragedia, se está haciendo un trabajo de mejora de las infraestructuras de las zonas remotas. Es decir existe una política de construcción e infraestructuras para mejorar la calidad de vida de las poblaciones.
Entonces el un país no se ha paralizado.
No, en absoluto, tenemos la suerte de no tener petróleo sino gas. El petróleo facilita la corrupción rápida y la no organización de un Estado. Pero el gas implica un inversión enorme en infraestructuras y facilita la creación de pequeñas empresas que distribuyen la riqueza. Ahora, nos preocupa que sean empresas nacionales, no extranjeras.
Volviendo a su obra. En occidente existe una lectura particular de sus libros respecto al realismo mágico, las mitologías africanas… ¿Usted cree que se hace una lectura correcta de su obra o se entiende cómo lejana y exótica?
La mayor tendencia es leerla desde exotismo y por lo tanto se perpetúa una relación con África que se desarrolla dentro de unos marcos estereotipados construidos desde Occidente. También es cierto que existe una perpetuación de esos estereotipos por parte de los africanos que han continuado haciendo una literatura que era la que se esperaba de ellos: con brujos, mitos, tribus… Pero ahora existen africanos que se están oponiendo a estas visiones e introducen otras corrientes y estilos. Las nuevas generaciones ya no les importa saber qué espera Occidente de ellos. Me enorgullece escuchar voces que han salido del gueto africano y dialogan con el mundo.
¿Qué papel tiene la gente joven en el futuro? Aunque según alega, no existe la idea de futuro las lenguas africanas.
Sí, pero las personas tienen presente la idea de futuro. Igual hay que distinguir de lo que pasa en el campo y en la ciudad. Para las poblaciones rurales la idea de futuro es aquello que pasa en su propio horizonte, sienten la aldea como un país. Aunque se está transformando su percepción porque los móviles e internet hacen que su entendimiento del mundo se esté ampliando. En cambio los jóvenes urbanos son más exigentes, ya no se satisfacen con el discurso político saturado del colonialismo y de culpa de Europa. Estos quieren ver transformaciones y actúan para conseguirlas, y observo como mucho gusto como está surgiendo muchas asociaciones culturales y cívicas. En Luanda (Angola) por ejemplo, hay una efervescencia cultural muy interesante. Es muy importante este cambio de pensamiento porque entienden que no tienen que estar a la espera del Estado. Muchas veces me cuestiono si en materia de cultura tiene que existir la intervención estatal.
Bueno, creo que cada uno tiene su función. Supongo que hay que conseguir la medida justa de intervención cultural Estado. Habría que evitar lo que ha pasado en España, que hubo una sobreintervención cultural hasta que llegó la crisis, y no dudaron en recortar presupuestos. Me hace feliz ver como en los países africanos la sociedad civil es quien lleva el gran peso de la cultura, pero a mi parecer el Estado tendría que intervenir un poco más.
Sí, entiendo que tiene que haber regulaciones en términos de leyes pero no puede ser un agente cultural más sino un mediador. La sociedad civil ya se ha cansado de esperar al Estado y está encontrando estrategias de autogestión. Por ejemplo, los músicos africanos están encontrando sus propias estrategias de supervivencia, además está creando conexiones con otros países.
Entonces hay mucha relación con los países vecinos a nivel cultural.
En realidad no tanta, quizás más con Sudáfrica. Desconfío que los mozambiqueños conozcan a la escritora NoViolet Bulawayo, y no sólo eso, puede que la conozcan pero dudo que lleguen a leer algún libro de ella porque no están traducidos. Y si lo están se harán en Brasil o Portugal. Por lo tanto un mozambiqueño que quiera conocer un escritor de Zimbabwe tiene que venir a Europa. Con esto quiero decir que persisten las relaciones coloniales. Tienen que venir a Occidente para entender lo que pasa a nivel de literaturas africanas. Yo en este viaje, vengo con la intención de comprar una serie de autores.
¿Cuáles?
Leo mucha filosofía, como escritor me interesa entender cómo los mecanismos de pensamiento son construidos a través de las historias. Y el filósofo ghanés Kwame Anthony Appiah es muy bueno en este sentido, recomiendo la lectura de On my father’s house o Las mentiras que nos unen.
¿Qué otros escritores de origen africano recomendaría?
Existen toda una generación de nigerianos de la diáspora que publican sobre todo en Estados Unidos, esos son un mundo aparte, pero son interesantes como Chimamanda Ngozi Adichie, que se está convirtiendo en toda una institución. Aconsejo la lectura de Chinua Achebe, es un error que no le hayan dado el Nobel de Literatura, fue un gran escritor con una gran calidad literaria. Las mujeres están posicionándose fuerte, conozco más las que están traducidas al portugués, porque la literatura la prefiero leer en portugués. Me ha sorprendido de manera muy grata Las delicias de la maternidad de la escritora nigeriana Buchi Emecheta, o la escritora de Ghana, Taye Selasie.
Acaba de volver de Brasil, ¿cómo valora la situación del país?
Es un país enfermo. Veo que las personas no tienen respuesta a lo que está pasando, todavía se encuentran en estado de shock. Hay una sensación de orfandad que hace que algunos incluso lloren cuando hablan de la situación del país. Yo me considero una persona de izquierdas pero veo como los errores de la izquierda han ayudado a posicionar a la extrema derecha. Desde Mozambique observaba el fenómeno Bolsonaro y la radicalización de la derecha mientras la izquierda se preocupada por temas identitarios o la apropiación cultural. Para mí son cuestiones necesarias pero no son las grandes cuestiones. Prueba de ello es que ahora existe un Gobierno de extrema derecha en Brasil y la población está rota.
Por ejemplo, cuando hablamos de los movimientos de la negritud, a mi parecer la importación de la visión afroamericana sobre la raza, desvirtuó las luchas internas al respecto. El mestizaje ha desaparecido. Eso quiere decir que todo aquel que no es blanco se convierte automáticamente en negro. Antes Brasil entendía que su complejidad racial como fruto de la historia del país, en el momento que se importa la visión racial norteamericana esto se convierte en una victoria para la extrema derecha.
¿Cómo se produce?
Porque se empieza a racializar la cuestión racial. Es decir, es el racismo el que produce la raza, no a la inversa. Y hay que entender este principio para atacarlo. Por otro lado hay que apelar a la radicalidad de la transformación a través de la seducción. La seducción puede ser tan firme como la acusación, te permite decir lo que necesitas sin gritar. Lo más importante del mundo se dice murmurando, con voz baja. A mi entender se ha producido una falsa radicalización de un problema importando la idea norteamericana. Por ejemplo, en Estados Unidos, si has tenido un antepasado lejano negro, ya se te considera negro, no pasa lo mismo a la inversa. Si tu has tenido un antepasado blanco, no necesariamente se te considera blanco. Esta idea es profundamente racista porque quien mancha es la sangre negra. Estas categorías movilizan con mucha facilidad la rabia y la esperanza, además promueven una violencia y una convicción ciegas de las ideas a defender. Hay que entender que la revolución se comenten muchos errores. Yo mismo he sido revolucionario, y los errores que cometí fueron porque no los vi, estaba encerrado en mi propia certeza.
¿Se puede hacer la revolución a través del diálogo, o precisamente lo que caracteriza la revolución es la falta de diálogo? Porque si el objetivo es transformación a cualquier coste, entiendo que no existe meditación y hacen falta soldados.
Sí, en las revoluciones tiene que haber un momento en el que cortas con lo que había. Por ejemplo, el corte del cordón umbilical de un bebé es un acto violento y revolucionario. No nos podemos imaginar la violencia que existe en el nacimiento de un bebé, pero tiene que ocurrir para que exista la vida. Entiendo que al final hay que combinar momentos en los que es necesaria la ruptura con momentos de diálogo.
Pero al final nos agarramos a las certezas porque tenemos miedo a perdernos. Precisamente los africanos tenemos una capacidad que hemos desarrollado que no existe en Occidente, tenemos la habilidad de abrazar la complejidad de la vida, esto está muy relacionado con la religiosidad africana que te permite esa expansión. No provenimos del pensamiento monoteísta que posee toda la verdad, tenemos la capacidad de escuchar diferentes voces.
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Tania Adam (Maputo, 1979) es periodista y productora cultural. Fundadora y editora de Radio Africa Magazine.
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Tania Adam
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