TRIBUNA
Un suelo cada vez más sólido
Las feministas hemos articulado un ‘nosotras en común’ alrededor de nuestro cuerpo, hemos politizado las violencias que sufrimos, visibilizado los cuidados, evidenciado que la explotación del territorio lo es también de nosotras mismas
María Eugenia Rodríguez Palop 26/01/2020
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Nuestro feminismo militante gira alrededor del cuerpo como materia latente, sintiente, frágil, vulnerable, conectado con los otros, necesitado de alimento y de afectos. El cuerpo feminizado objeto de violencias, fuente de subjetividad, sede del cuidado y agente cuidador. El cuerpo interdependiente, relacional, abierto al contagio, a lo común y lo compartido, y el cuerpo ecodependiente unido al cordón umbilical de la vida natural.
En este tiempo, las feministas hemos conseguido articular un nosotras en común alrededor de algo tan denostado como el cuerpo, nuestro cuerpo. Un nosotras que no es un sujeto plural, un ser común, sino, como dice Marina Garcés, “una forma de ser en común”. Porque nos movemos en los entre: en los vínculos, los tejidos, las redes, articulando una mirada que no es panorámica ni focalizada, sino periférica.
El éxito de este feminismo ha sido notable porque no miente, habla de lo que somos y no quisieron que supiéramos qué éramos; nos ocultaron lo que sentíamos y vivíamos, y nos encerraron en un corralito privado bajo vigilancia social. Afloró la verdad y no pudieron contenerla, ni domesticarla. No funcionó el intento de captura securitaria: saben que no somos funcionales al sistema, sino disfuncionales; que vamos a permearlo y a cambiarlo todo.
Empezamos politizando las violencias que sufrimos como mujeres. Ni pudieron negarlas, porque éramos avalancha, ni consiguieron dejarnos reducidas a una posición de víctima al albur de sus leyes. Hemos logrado convertirnos, otra vez, en un sujeto político. Y, precisamente porque no hemos sido solo víctimas, el punitivismo (la desnuda reacción sancionatoria frente a la agresión, las amenazas aparentemente protectoras de penas capitales) no funcionó. El castigo, cuando se dio, nunca fue suficiente para lograr reparar el daño sufrido. Y no digo que no haya que denunciar o castigar, sino que si la denuncia es necesaria no es solo porque señala la responsabilidad individual sino porque, como dice María Pía López (escritora y militante de Ni Una Menos), enjuicia el orden social que ampara la violencia. Ser víctima puede ser un punto de partida pero no un destino.
La nuestra ha sido la pelea semántica que exige que a cada cosa se la llame por su nombre, que etiquete con letra de mujer; que se nos escuche, que se escuche nuestro relato situado y se dé credibilidad a nuestro testimonio como mujeres. “Yo sí te creo, hermana”. Nuestra victimización ya no es el fruto del dolor o el miedo sino que es una estrategia y una trama revolucionaria.
En estos años hemos conseguido, además, visibilizar el trabajo precario, doméstico, informal y migrante, llamando a paros globales y huelgas generales. Porque nuestro trabajo no es subsidiario de un trabajo mejor y más genuino: es una forma de explotación programada que nos obliga a pelear a diario por nuestra subsistencia. Como dicen Verónica Gago y Raquel Gutiérrez, la precariedad de nuestras vidas ha aterrizado en conflictos concretos y desde esos conflictos se ha levantado nuestra epistemología de la vivencia, nuestra genealogía y nuestra pedagogía feminista.
Nuestras luchas solo pueden ser interseccionales, intergeneracionales, internacionales y profundamente transversales
Hemos reformulado el concepto de trabajo evidenciando la arbitrariedad política que determina la frontera entre lo que es laboral y lo que no lo es, y hemos desvelado esa falacia meritocrática que nos han vendido como cebo. Méritos y capacidades atravesados por todo el pensar hegemónico patriarcal, clasista, racista y colonial.
Por eso nuestras luchas solo pueden ser interseccionales, intergeneracionales, internacionales y profundamente transversales. Cuando el ojo consigue ver lo que se mueve entre los cuerpos, cuando no los amalgama como un todo, ni los aísla o los separa, se percibe la riqueza de la diversidad, el tiempo deja de ser lineal para ser circular, se hacen agua las fronteras. No hay política de muros espaciotemporales que pueda resistir esa mirada.
Las corporalidades son construidas políticamente. Mujer no se nace: somos producidas y también podemos (auto)producirnos y deconstruirnos. El feminismo ha renunciado ya a la identidad dada, rígida y homogénea, así que cuando dice “mujer” nombra una construcción política que incluye lesbianas, travestis, trans... todos los cuerpos feminizados.
Las mujeres hemos protagonizado la revolución de los cuidados, la gran transformación de nuestro tiempo, redimensionando el principio de autonomía. La autonomía no es separación, ni fragmentación, sino, en palabras de Nancy Chodorow, “distintividad segura”, un modo de estar conectada a un mundo en el que se reconocen las deudas de vínculo y todas las plusvalías afectivas y emocionales. Siempre somos y seremos un “tú”, diría Annette Baier: una conciencia que se reconoce en su relación con los y las demás (escogidos y no escogidos), una identidad narrativa fruto de ese reconocerse, ese construir y reconstruir una relación de reconocimiento.
Las mujeres hemos protagonizado la revolución de los cuidados, la gran transformación de nuestro tiempo
Y, finalmente, hemos articulado otra manera de pensar el territorio. Si hoy podemos hablar de “femicidio territorial”, siguiendo la estela de nuestras hermanas originarias, es porque sabemos ya que el cuerpo es territorio y el territorio cuerpo, especialmente donde triunfa la devastación y el despojo. Por eso las feministas solo podemos ser decoloniales, denunciar esas “zonas de sacrificio” donde el capital técnico-financiero-extractivista devora comunes y recursos naturales, liquida la soberanía alimentaria de los pueblos y utiliza a las mujeres como recurso o como residuo; allí donde el femicidio y el destrozo forman parte de la misma moneda de cambio.
En fin, como dice Raquel Gutiérrez, hoy, las mujeres, agentes de este feminismo militante, se han lanzado contra la triangulación homicida y ecocida que representa el patriarcado, el capitalismo y el colonialismo: expropiación, explotación y dominación. El patriarcado, que separa a unas mujeres de otras, por mediación del poder violento de la virilidad; el capitalismo, que las separa de sus medios de subsistencia por mediación del salario, oculta la gratuidad de la interdependencia social y convierte el trabajo en una abstracción a la medida del dinero; y el colonialismo, que distancia a las mujeres de sus propios saberes situados, de sus aprendizajes vernáculos, de la materialidad de sus vivencias, para heterodesignarlas mediante retóricas abstractas, grandes programas y normas impuestas.
Tenemos muchos retos por delante y una contrarreacción virulenta enfrente. Pero nuestro suelo es cada vez más sólido y será difícil acabar con nosotras.
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María Eugenia Rodríguez Palop es eurodiputada de Unidas Podemos y profesora de Filosofía del Derecho.
Nuestro feminismo militante gira alrededor del cuerpo como materia latente, sintiente, frágil, vulnerable, conectado con los otros, necesitado de alimento y de afectos. El cuerpo feminizado objeto de violencias, fuente de subjetividad, sede del cuidado y agente cuidador. El cuerpo interdependiente,...
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María Eugenia Rodríguez Palop
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