Editorial
L’hora del futur
Celebremos la compartida, imperfecta e incómoda realidad por la que tendremos que luchar, apartando de una vez las banderas, las patrañas y las hipérboles, y pensando en el bien común
30/01/2020
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Un proceso es, según una de las definiciones de la RAE, el “conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial”. El procés, una acumulación de fases sucesivas de una operación artificial, parece haber llegado a la conclusión de una de estas fases, y quién sabe si de todas ellas, con la clara división del bloque independentista evidenciada en el pleno del 27 de enero: un sector lo apuesta todo a la unidad procesista, mientras otro se ha decidido por el diálogo. En esta tensión entre idealismo –o testarudez– y pragmatismo se abre una pequeña grieta por la que, parafraseando a Leonard Cohen, es por donde puede entrar la luz. Es urgente que los diferentes actores políticos y parapolíticos –sí, también el poder judicial, los medios, las asociaciones ciudadanas y, en suma, todos los grupos de interés– trasciendan sus respectivas trincheras y comiencen a ser proactivos a la hora de proponer soluciones que integren a quienes tienen intereses contrapuestos.
Creemos que el nuevo escenario que se abre ante la futura convocatoria de elecciones en Catalunya, y de la mesa de diálogo prevista para la semana que viene, debe consolidarse con una autocrítica real y profunda, más allá de la falsa modestia de reconocer únicamente errores metodológicos o de cálculo. Es necesario además el reconocimiento como interlocutores en el conflicto de todos aquellos que se consideren implicados en él, más allá de la pertenencia a un gobierno o a un partido concreto.
Es también imprescindible otra reflexión, si cabe aún más profunda, sobre el papel de la prensa de trincheras, es decir sobre la guerra de propaganda y mentiras sufrida en los últimos años. Porque se mintió mucho, se mintió demasiado, se mintió todo. Y desde todos lados. Los medios no solo han fracasado por omisión, al dejar de cuestionar la presunta verdad revelada que llegaba desde arriba, sino que tomaron un papel activo a la hora de fabricarla, difundirla y reforzarla. Un delito de lesa libertad de prensa, doble y doblemente grave, porque no supone solamente la manipulación de la opinión pública, sino también la erosión de la confianza en los medios. El precio de intentar ganar la batalla del relato y la audiencia –una batalla en la que los medios públicos nunca deberían entrar– supone dejar de controlar al poder y contribuye a dejar de lado los datos, a exacerbar las venas hinchadas y al surgimiento de las soluciones mágicas y simplonas, es decir de la extrema derecha.
En CTXT nos congratulamos de haber podido esquivar esas balas señalando que el emperador iba desnudo, tanto en Barcelona como en Madrid; y, del mismo modo, tampoco callaremos ante fulgurantes caídas del caballo, particulares o colectivas, que parecen más bien ejercicios de mero oportunismo ante la inminencia del naufragio de este ciclo político/antipolítico.
Mucha gente, independentista o no, se habrá sentido engañada de buena fe ante esa exhibición de épica, infantilismo y teatro, pero no es posible explicar ese engaño aduciendo simplemente ingenuidad. Ha habido en esta credulidad la autoindulgencia de querer creer, y la inhibición del pensamiento ante la emoción. Ese negacionismo ha contado con el refuerzo positivo de unas élites irresponsables y de sus aparatos de agitación mediática, en los que han militado unos medios públicos claramente parciales y muchos medios privados y productoras de televisión afines. Un reparto, pues, coral, en el que cada cual debería pararse a examinar el papel jugado estos años, sin olvidar que esta comedia, cuyo teórico objetivo era llegar a convertirse en realidad, viró luego a tragedia por una judicialización desmesurada, que ha pisoteado derechos y libertades en nombre de un escarmiento de brocha gorda y nada ejemplar.
El procés ha ocultado y revelado muchas miserias comunes y ha llenado de ruido y furia unos años que debimos dedicar a proteger las viejas conquistas sociales, la sanidad, la educación, la cultura... Una enorme cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo se ha malgastado en la exaltación de las pulsiones, las imposibles promesas de tierras prometidas y el canalleo de los banderazos, alejando así al país de los cambios, las razones, la deliberación y el disenso necesarios para que cualquier sociedad avance.
Desbloquear la situación requiere que a la gente no se la engañe más, pero también que deje de haber competiciones entre los seducidos y los ofendidos por los engaños del poder. Como periodistas, como políticos, o como simples votantes, no volvamos a permitir nunca más que la propaganda y las cortinas de humo amordacen el presente y secuestren el futuro. Si algo es demasiado bonito para ser verdad, suele ser mentira. Ahora comienza un camino quizás menos épico y emocionante; celebremos pues la compartida, imperfecta e incómoda realidad por la que tendremos que luchar, apartando de una vez las patrias, las patrañas y las hipérboles, y pensando, de una maldita vez, en el bien común.
Un proceso es, según una de las definiciones de la RAE, el “conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial”. El procés, una acumulación de fases sucesivas de una operación artificial, parece haber llegado a la conclusión de una de estas fases, y quién sabe si de...
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