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Harvey Kaye / Historiador

“Si nos dan más de lo mismo, en el futuro habrá alguien peor que Trump”

Álvaro Guzmán Bastida 23/03/2020

<p>Harvey J. Kaye.</p>

Harvey J. Kaye.

Sean Sime

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Harvey Kaye (Nueva Jersey, 1949) nunca baja la guardia. Una y otra vez, como si Thomas Paine se comunicara a través de él, el historiador de Wisconsin recuerda a los estadounidenses la promesa radical demócrata que hicieron. Lo hace con una pasión torrencial y un intenso sentido de la urgencia. Escucharle hablar da una inyección de energía erudita, anclada en la tradición de las luchas emancipadoras que vertebran la historia estadounidense y que se remonta a los tiempos de la Revolución de EE.UU. Kaye es el autor de numerosos libros, de los cuales el más reciente es Adueñémonos de nuestra historia: Hagamos América radical otra vez [Take Hold of Our History: Make America Radical Again], publicado en Zero Books. Tuitea con regularidad desde @harveyjkaye y recibe a CTXT en la casa que tiene su hija en Park Slope, Brooklyn, donde ha venido de visita desde Green Bay, para hablar de Paine, Roosevelt, Martin Luther King, y de cómo la segunda campaña presidencial de Bernie Sanders concuerda con la dilatada tradición socialista de Estados Unidos.

Hablemos de los esfuerzos que realiza por reivindicar una tradición estadounidense que se ha omitido con frecuencia. Tenemos la costumbre de pensar en la excepcionalidad estadounidense como si fuera algo que estuviera vinculado al imperialismo o al racismo. No es una palabra que en otros lugares del mundo escuchen con agrado, aunque usted la invierte por completo. ¿Qué tipo de excepcionalidad le interesa?

Mi excepcionalidad estadounidense está anclada en Thomas Paine. Si uno se fija en el panfleto Sentido Común, lo que Paine identifica tras llegar del Reino Unido es que Estados Unidos en 1775 ya estaba en un estado de rebelión. La revolución era casi como algo instintivo, que a raíz de lo que se conoce como el motín del té de diciembre de 1773 y de que el Reino Unido tratara de imponer la administración directa y una ocupación militar en Massachusetts, todas las colonias se rebelaron y expulsaron a la autoridad británica. Pero lo hicieron en nombre de ser británicos, lo que decían era: “Somos súbditos británicos, tenemos los mismos derechos que nuestros primos del Reino Unido”. 

Fue casi como si hubiera habido una revolución anarquista y los estadounidenses se estuvieran gobernando a sí mismos mediante comités de base en pueblos y ciudades, que regulaban el comercio y la vida política. Por ese motivo Paine queda tan profundamente impresionado. Y se propone escribir un panfleto en el que su intención, básicamente, es poner a los estadounidenses frente al espejo y decirles: “¿No os dais cuenta de quiénes sois y de lo que estáis haciendo?” Lo que dice Paine es que la causa de EE.UU. es la causa de toda la humanidad, que se trata de una lucha por la libertad, la igualdad y la democracia, que es universal. Lo que dice realmente es: “Está en nuestras manos comenzar el mundo de nuevo”. Como dijo Franklin D. Roosevelt en 1932: “Las leyes económicas no las elabora la naturaleza, las elaboran los humanos”. Y esa es la epifanía de Paine, que todo aquello que se considera inevitable y natural o divino son creaciones humanas, y por lo tanto se puede literalmente comenzar todo de nuevo. Y creo que en ese momento Estados Unidos empieza a convertirse en algo que sus fundadores dotan de ese tipo de promesa, ese imperativo democrático radical y ese impulso que aparece articulado en la Declaración de Independencia, pero que se extiende mucho más allá.

Pongámonos dialécticos por un minuto. También existe un análisis marxista, quizá vulgar y reduccionista, que dice más o menos lo siguiente: esos fundadores a los que hace referencia venían con algunas limitaciones, entre ellas nada más y nada menos que su posición social. Alguien podría afirmar que muchos de los bastiones institucionales de la democracia estadounidense, incluidos el colegio electoral y el Senado, y su naturaleza poco representativa, emanan del hecho de que esas personas eran esclavistas y comerciantes que querían proteger sus derechos patrimoniales. ¿Puede afirmar que en esa interpretación hay algo que se está pasando por alto?

Déjeme regresar a la Revolución de EE.UU. Thomas Paine identifica la revolución, una revolución que estaban encabezando granjeros y artesanos, sirvientes atados a un contrato y, lógicamente, esclavos. Así que la revolución es una rebelión de abajo arriba, pero el otro elemento es que los que denominamos fundadores, los firmantes de la Declaración, nunca habrían hecho lo que hicieron si hubieran tenido otra manera de hacerlo. Cuando aparece el panfleto de Paine, los estadounidenses de toda la colonia están impelidos por una especie de republicanismo revolucionario. 

Pero, ¿qué sucede con eso? Pues que se llega, unos años más tarde, a la Convención Constitucional en la que la clase propietaria de Estados Unidos está realmente preocupada por las luchas de abajo arriba que siguen desatándose en la realidad estadounidense de la época, y crean una nueva unión federal en parte para crear un orden y en parte para defender un cierto tipo de forma de vida que solo ellos disfrutan. Y, hasta el día de hoy, hacen todo lo que pueden por suprimir la memoria de Paine y por controlar la memoria de la revolución. Pero no pueden conseguirlo del todo. La lucha continúa y las energías perduran.

Su argumento es que la semilla del radicalismo estadounidense y hasta del protosocialismo se remonta a Paine y su Sentido común.

Así es. El Sentido común de Paine y otros de sus panfletos, que de algún modo terminan siendo incorporados en la Declaración, convierten literalmente a los estadounidenses en radicales. Y luego, en cada generación, ha habido movimientos de estadounidenses nacidos en el país y de recién llegados, que en definitiva lo que hacen es remontarse a la revolución para validar su propia lucha y proteger su vida, su libertad y su búsqueda de la felicidad, pero también para proteger la idea de “Nosotros, el pueblo”, que se encuentra en el preámbulo de la Constitución, y ampliar el nosotros, el pueblo, y los poderes del pueblo. Aunque parezca mentira, esto incluye a los primeros cristianos evangélicos que abogaban por separar la Iglesia del Estado, a los librepensadores, a los abolicionistas y a las feministas. En 1848, existía una convención para defender los derechos de las mujeres que publicó una nueva declaración de independencia, llamada la declaración de sentimientos, que reescribió la Declaración. Así que en lugar de decir “todos los hombres son creados iguales”, dice “todos los hombres y todas las mujeres son creados iguales”.

Usted defiende que Paine también representó un papel muy importante en la abolición de la esclavitud, ¿de qué forma? 

Cuando llegamos a la época de Lincoln, hay incluso presidentes que se convierten en radicales por la influencia del pueblo estadounidense. Cuando Lincoln llega a la presidencia en 1860 y los estados del sur se separan de la Unión, el propio Lincoln ya había leído a Thomas Paine. Quiere firmar una proclamación de emancipación pero no puede hacerlo hasta estar seguro de que va a funcionar. Pero, ¿qué le convence de que va a funcionar? Pues que los esclavos comienzan a abandonar las plantaciones y a dirigirse por decenas de miles hacia el frente de la Unión, quieren ayudar a la causa de la Unión para que su autoemancipación se haga efectiva. Eso es lo que le da poder a Lincoln para firmar la Proclamación de Emancipación. 

Y luego llegamos a finales del siglo XIX y nos encontramos con los sindicatos, los populistas agrarios, los progresistas urbanos, los socialistas y los anarquistas. En el siglo XX, a medida que crece el socialismo, observamos cómo aparece un partido comunista pequeño pero decididamente activo. Encontramos activistas por la paz, por los derechos civiles, como Martin Luther King... Cada uno de esos movimientos se remonta y reivindica la promesa.

Por la manera en que lo cuenta parece como si fuera un proceso lineal hacia la emancipación total, o incluso hacia el socialismo. Sin embargo, la historia moderna de EE.UU. es la de una derecha que ha salido victoriosa. Hasta Reagan, entre otros, evocó la famosa cita de Paine. ¿Qué pasa con esa vigorosa tradición que está describiendo?

A lo largo del camino, se producen retrocesos. A las clases propietarias y a los devotos religiosos, a los conservadores religiosos y a los políticos, a todos les gusta decir una y otra vez que se acerca el fin de la historia. Lógicamente, su mayor miedo es que los movimientos democráticos vayan a redistribuir la propiedad.

El propio Reagan era en principio un demócrata del New Deal. Fue después cuando se convirtió en conservador. No obstante, se acuerda de las palabras que le sirvieron de inspiración en la década de 1930 y 1940 y, aunque invierte su significado por completo, cuando se presenta ante la convención republicana de 1980, nombra a tres personalidades en su discurso: Thomas Paine, Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt. Eso es algo fascinante y no dejó de sorprender a sus colegas conservadores porque estaba refiriéndose a tres personas que históricamente han sido conocidas como progresistas, por no decir casi radicales. Y les cita de una forma casi radical. Reagan se dio cuenta de que no le hablaba a sus bases en el partido republicano, sino que tenía que evocar a todos los héroes de la clase trabajadora que habrían votado a los demócratas. 

Ha hecho referencia a Martin Luther King. ¿Cuál es su aportación en esta lucha para redefinir los legados? La versión del legado de Luther King que domina el discurso público dominante parece especialmente aséptica.

Si se presta atención a las palabras de King, es fácil darse cuenta de que estaba intentando vincular el movimiento por los derechos civiles con el movimiento obrero

De manera muy parecida a Lincoln, que era una especie de protosocialdemócrata, Martin Luther King ha sido ‘esterilizado’ en un sentido político. Ahora es el “líder de los derechos civiles”, pero King era un socialista, un socialdemócrata. Si se presta atención a sus palabras, es fácil darse cuenta de que siempre estaba intentando vincular el movimiento por los derechos civiles con el movimiento obrero. Su discurso más famoso, el de la marcha hacia Washington de agosto de 1963, ya lo había utilizado ante una numerosa concentración obrera en Detroit. Y también se hizo eco de las palabras de Roosevelt sobre reclamar una carta de derechos económicos, que permitiría combatir la pobreza entre las personas de color y también entre las personas blancas. 

También es posible observar esa asepsia en el caso de Roosevelt. Es cierto que Roosevelt nunca utilizó la palabra socialdemocracia, pero sería ridículo no reconocer hasta qué punto es el responsable de poner en marcha la Seguridad Social, la Ley Nacional de Relaciones Laborales y toda una serie de medidas adicionales que se inscriben dentro de la tradición socialdemócrata. Así que sí existe esta tradición fundamentalmente socialdemócrata que discurre a través de la historia estadounidense, aunque la hayan literalmente borrado de su memoria. La gente dice “no, la socialdemocracia o el socialismo democrático son antiestadounidenses”, pero en esencia sí que son estadounidenses. 

Ha mencionado a Roosevelt. Su legado parece ser un perfecto ejemplo de esa noción a la que hizo anteriormente referencia de líderes a los que se les obligó a convertirse en radicales. ¿Hasta qué punto es eso (la presión desde abajo) lo que explica muchas de las políticas del gobierno de Roosevelt?

Washington, Lincoln y Roosevelt, aunque sean muy diferentes, tienen algo fundamentalmente en común, y es ese impulso de abajo arriba. 

En el caso de Franklin D. Roosevelt, el New Deal original supuso un intento por someter al capitalismo corporativo y, al mismo tiempo, por luchar contra la Gran Depresión, dar pie a la recuperación económica y generar estímulos. Pero incluso desde el principio, la Ley Nacional para la Recuperación Industrial incorporó un apartado que empoderaba a los trabajadores para que se organizaran y pudieran negociar de forma colectiva. Así que la presión sobre Roosevelt comenzó a acumularse desde abajo para que tomara algunas de las medidas radicales de las que había hablado. Luego aprobó algunas leyes importantes, incluida la Ley de Seguridad Social, y el capital se indignó. Y en 1936, Roosevelt pronunció un discurso realmente radical en el que habló de los “monárquicos económicos” y lo mucho que le odiaban a él y a la democracia. Sus palabras fueron: “Nos acusan de querer abolir las instituciones estadounidenses, pero lo que realmente queremos hacer es abolir su poder”. Eso sí que es una afirmación radical para un presidente. 

Así que Roosevelt tenía una visión, pero es por la gente trabajadora, por la presión de la clase obrera y por la presión organizada, que va mucho más allá de lo que había imaginado, aunque estuvo encantado de hacerlo. Hay una famosa historia sobre un grupo de reformistas que fue a visitar a Roosevelt para que firmara su iniciativa, a lo que Roosevelt respondió: “Estoy de acuerdo con vosotros, pero tenéis que obligarme a hacerlo”. Así que ese es el tipo de dialéctica que se establece entre Roosevelt y el pueblo, una dialéctica genuinamente democrática.

Si se compara eso con la presidencia de Obama, ¿interviene algún tipo de dialéctica? ¿Se podría atribuir la incapacidad de Obama para cumplir muchas de las cosas que prometió a esa falta de presión popular? 

Bueno, he pasado bastante tiempo debatiendo sobre esa cuestión y hasta escribí un artículo titulado “Obama no es un Roosevelt”. Todo el mundo pensaba en 2008 que estábamos a punto de elegir a un nuevo Franklin D. Roosevelt, pero existía una gran diferencia entre los dos: Barack Obama hablaba de iniciativas y tenía ese “Yes we can", pero cuando llegó a la presidencia, le dio la espalda a esas mismas personas que entusiasmó durante la campaña. 

Obama hablaba de iniciativas y tenía ese “Yes we can", pero cuando llegó a la presidencia, le dio la espalda a esas mismas personas que entusiasmó

Algunas personas dicen que Obama sencillamente pidió demasiado al pueblo estadounidense. Pero no es así, la realidad es que no les pidió lo suficiente. Debería haber utilizado lo que se conoce como el púlpito de autoridad que confiere la presidencia para convocar a los estadounidenses. Lo cierto es que no lo hizo y al cabo de seis meses de convertirse en presidente, cuando estaba intentando promover toda esa idea de una ligera reforma sanitaria, apareció el Tea Party por la derecha. Pero nunca movilizó de verdad a los estadounidenses para hacerles entender que eso podría haber sido algo muy parecido a un servicio nacional de salud. Así que terminó perdiendo una magnífica oportunidad. 

Nosotros ocupamos el capitolio del estado de Wisconsin en lo que se conoció como el alzamiento de Wisconsin y  Obama había dicho durante la campaña que marcharía con los trabajadores si convocaban una huelga. Pero ni siquiera se acercó a Wisconsin, ni siquiera dio un discurso de apoyo en favor de la lucha por conservar los derechos de los trabajadores, el derecho a la negociación colectiva y el derecho a la afiliación sindical de los empleados públicos. Le dio la espalda a la lucha. También es verdad que quizá  los estadounidenses no tendrían que haber esperado a Obama, pero lo cierto es que levantó muchas expectativas y luego las defraudó. 

El artículo al que acaba de hacer referencia “Obama no es un Roosevelt”. ¿Es Sanders un Roosevelt?

Desde la década de 1980 me llevo diciendo a mí mismo: “si pudiera votar por un tipo como Bernie Sanders”. Y luego, de repente, en 2015, se presentó a presidente de EE.UU. Es cierto que ansiaba que ganara y a la vez que hablara realmente como Roosevelt, de hecho ansiaba que reivindicara a Roosevelt. Y en una ocasión lo hizo, en noviembre de 2015, recordó a Roosevelt, a Lyndon Johnson y a Martin Luther King como una especie de tradición socialista democrática. Pero luego abandonó ese discurso y cuando regresó al período de campaña habló con mayor frecuencia de la socialdemocracia escandinava: Dinamarca, Noruega, esos lugares. Y al final acabó pagándolo, porque Hillary Clinton le espetó en un debate en la televisión nacional: “Nosotros no somos Dinamarca”. No tengo nada en contra de Escandinavia, pero si Bernie Sanders hubiera hablado del estado de la socialdemocracia en Estados Unidos, no hay forma de que Clinton hubiera podido discutírselo.

Sin embargo, en esta ocasión parece haber aprendido la lección. Roosevelt tuvo su New Deal y Sanders habla de un nuevo Green New Deal. En la década de 1930, Roosevelt habló de la democracia industrial y Bernie habla ahora de una democracia en el lugar de trabajo. En 1932, habló de una declaración de derechos económicos. En 1944, Roosevelt reclamó una carta de derechos económicos. Bernie Sanders ha hablado de una carta de derechos económicos para el siglo XXI. Así que este es un mejor Bernie Sanders. Si vas a dirigirte a los estadounidenses, lo que no quieres hacer es hablarles de lo que hacen los demás, sobre todo cuando están haciendo lo que iniciaron los propios estadounidenses. De lo que quieres hablar es de la tradición radical socialdemócrata estadounidense o de la tradición progresista. 

Y esto lo digo porque, regresando a mi argumento original, creo que los estadounidenses tienen en su interior ese tipo de impulso democrático. Todos, en 2015-2016, como demostraron las encuestas, llegaron incluso a utilizar la palabra, los estadounidenses querían un cambio radical. Había dos opciones: Trump o Sanders, porque Clinton no suponía un cambio radical.

Hay otro aspecto sobre Sanders que va más allá de sus referencias, por regresar a este legado que está describiendo de manera tan convincente. Ha mencionado el púlpito de autoridad, pero Sanders también hace referencia a la necesidad de movilizar la calle no solo para salir elegido, sino para conseguir un cambio estructural si resultara elegido. ¿A qué se refiere? ¿Roosevelt hizo alguna vez eso? 

Roosevelt incitó una y otra vez a los estadounidenses y hasta les otorgó poder para que se organizaran. En 1935, ese año en que la presión estaba realmente empujándole a que tomara las iniciativas de las que había hablado, pero que todavía no había promulgado, pronunció un discurso en el que afirmó: “Las leyes no traerán el nuevo milenio por sí solas”. Lo que quería decir, en otras palabras, es que iban a tener que luchar para conseguirlo.

En un sentido histórico, fueron los 45 años de una guerra de clases desde arriba, por parte de los dos partidos, lo que propició las circunstancias para que Trump pudiera ganar

Y he aquí Bernie y su eslogan: “No yo, nosotros”. Claramente, lo que está intentando hacer es movilizar a la gente para salir elegido presidente, pero ha dejado muy claro en diversas ocasiones que la movilización tendrá que ser mucho más enérgica si finalmente sale elegido presidente, por la oposición a la que tendrá que enfrentarse en el Congreso. Por cierto, cuando Lyndon Johnson decidió que había llegado el momento de aprobar las leyes por los derechos civiles y de derecho de voto, comenzó a reunirse regularmente con Martin Luther King. Y le dijo a King: “Tú tienes que seguir en las calles, porque necesito esa presión para que aquellos que se oponen a este tipo de leyes den su brazo a torcer y pueda convencerlos”. Así que los líderes inteligentes no solo son líderes que tienen grandes ideas, sino que reconocen hasta qué punto sus buenas ideas emanan de la experiencia estadounidense, y para convertirlas en realidad necesitan que la gente los empuje para obligarles a hacerlo. 

Bernie es consciente de eso. No queremos un líder que solo vaya a luchar por nosotros, queremos un líder que nos anime a sacar la lucha que tenemos dentro. 

Eso me lleva a la pregunta de la “elegibilidad”. En ocasiones se ha utilizado un argumento de buena fe que dice que sí, Sanders va a movilizar a muchas personas con inclinaciones de izquierda, pero eso no es suficiente, porque tienes que convencer a todos los votantes indecisos en todos los estados indecisos, y si los demócratas se escoran demasiado hacia la izquierda, el resultado será una segunda legislatura de Trump, y por ese motivo deberían elegir a un centrista como Joe Biden. ¿Cuál es su respuesta ante ese argumento?

No me creo eso de que tenemos que elegir a alguien que sea un moderado como Joe Biden para evitar lo peor. Biden podría literalmente provocar algo peor

Bueno, en primer lugar, hablando en un sentido histórico, fueron los 45 años de una guerra de clases desde arriba, por parte de los dos partidos, lo que propició las circunstancias para que Trump pudiera ganar. Pero podría no haber sido Trump, podría haber sido hacia la izquierda. Quiero decir, la clase trabajadora de EE.UU. no ha tenido un aumento significativo de su salario en los últimos 45 años. Así que no lo olvidemos, si se vota a alguien porque se quiere atraer a los denominados moderados, todo lo que se va a conseguir es que la situación empeore. Hemos observado una desigualdad insólita en EE.UU., y si nos dan más de lo mismo, la respuesta en el futuro será alguien peor que Trump. Así que no me creo eso de que tenemos que elegir a alguien que sea un moderado como Joe Biden para evitar lo peor. Joe Biden podría literalmente provocar algo peor. Pero regresemos a la pregunta de Sanders. En 2016, sé que Bernie Sanders podría haber ganado a Donald Trump, porque en el estado de Wisconsin, que fue uno de los tres estados que le dio la victoria a Trump, puedo asegurarte que en muchos casos el votante de Trump habría sido un votante de Sanders si le hubieran dado la opción. Los votantes recordaban lo que los Clinton, sobre todo Bill cuando fue presidente, les hizo a los estadounidenses. El NAFTA, la encarcelación en masa, permitir a los bancos de inversión y comerciales que se juntaran, allanó el terreno para que se produjera la Gran Recesión y el fin de la ayuda a las familias con hijos dependientes, que se remontaba hasta el New Deal de Roosevelt. Por eso Bernie Sanders tiene más posibilidades de apelar a esos votantes independientes y no partidistas que tenían y tienen ganas de pasar a la acción.

Se podría leer lo que ocurrió en 2016 de la siguiente manera: los republicanos fueron incapaces de frenar a su candidato insurgente, y los demócratas fueron muy buenos a la hora de frenar a su candidato insurgente. Cuando se observa lo que sucedió en Iowa, cómo todo el aparato del partido se congregó en torno a Joe Biden en un momento crítico, y una gran parte de los medios e incluso la forma en que los debates giraban en torno al miedo a Sanders, ¿qué le hace pensar que no podrán frenarle esta vez también? O incluso si sirve de algo hacer campaña por el partido demócrata.

Bueno, estás obligado a presentarte por el partido demócrata porque un tercer partido no funcionaría en la actual estructura gubernamental y partidista de EE.UU. Pero si resulta que no funciona, eso no significa que no haya merecido la pena intentarlo. Como diría E.P Thompson: “La conciencia surge de la lucha”. Así que el simple hecho de que Bernie Sanders se presente les ha recordado a los estadounidenses literalmente quiénes son y, si no lo intentan, terminaremos mucho peor. Seguro. Y por eso la lucha tiene que continuar, sencillamente tiene que continuar si queremos que se cumpla la promesa estadounidense, y creo que Bernie es consciente de eso. 

El simple hecho de que Sanders se presente les ha recordado a los estadounidenses literalmente quiénes son y, si no lo intentan, terminaremos mucho peor

Trump es un personaje infame y para poder sobreponernos necesitamos pensar en las peores crisis de la historia de EE.UU. De algún modo, los estadounidenses, a su pesar, encontraron la fuerza para iniciar una revolución y crear todo lo necesario para formar una república democrática. En vista de una guerra civil que el sur podría perfectamente haber ganado, porque contaban con la tradición militar que no tenía el norte, para ganar la guerra, como le dijo Lincoln a los estadounidenses: “El mundo sabe lo que tenemos que hacer, nosotros sabemos lo que tenemos que hacer, tenemos que terminar con la esclavitud”. Y los estadounidenses llevaron adelante un proceso de emancipación, de abajo arriba y hasta la presidencia. Así que, en otras palabras, a juzgar por esos dos momentos de crisis, la forma que los estadounidenses tienen de vencer a sus enemigos y superar las crisis es hacerse radicales. Y luego en la década de 1930, la elección de Roosevelt, el desarrollo del New Deal, el empoderamiento de la gente trabajadora, fue un momento radical en la historia de Estados Unidos, y también posibilitó que EE.UU. llegara tarde a la guerra mundial, pero entró en la guerra y derrotó al fascismo. Ahora estamos otra vez en crisis. Trump es, si se quiere, el símbolo de esa crisis, aunque no es la causa de esa crisis. La causa de la crisis son los 45 años de una guerra de la clase corporativa, de las guerras culturales de los conservadores y de una política económica neoliberal.

Y para finalizar, como ha mencionado de nuevo a Roosevelt, al fascismo y a los años 30: Roosevelt habló de dar la bienvenida al odio de sus enemigos, una frase que Sanders evocó hace poco. ¿No está la historia llena de ejemplos de amplios sectores de la clase media y la élite culta, que prefieren elegir una forma de fascismo antes que una leve socialdemocracia? ¿Y no tiene miedo de que, hasta cierto punto, sea eso lo que estamos observando en EE.UU.? 

La forma que los estadounidenses tienen de vencer a sus enemigos y superar las crisis es hacerse radicales

En ese sentido no soy ningún ingenuo. Lo que me da miedo es la posibilidad de que no estemos a la altura del desafío como estuvieron los estadounidenses en las décadas de 1770, 1860, 1930 y 1940. Pero lo que hace que no pierda la esperanza es la gente joven. Ellos quieren a Bernie Sanders. Y mire, lo más sorprendente no es que los republicanos y los ricos y las élites empresariales estén preocupados por Bernie Sanders, sino que hasta los supuestos medios liberales están haciendo lo imposible por denigrarlo. Pero a la gente joven le dan igual los medios liberales. Ellos piensan en su futuro, en el planeta y en la deuda estudiantil. 

¡Así que sí! Estoy preocupado. Tengo miedo. Trump, con su victoria, dio rienda suelta a la cepa de la excepcionalidad estadounidense que no era ese impulso democrático, sino la vieja reacción. Empoderó a esa reacción, lo cual significa que para derrotarlo no bastan la moderación y cooperación, sino que hace falta ofrecer un proyecto, una visión más allá de la crisis. 

Harvey Kaye (Nueva Jersey, 1949) nunca baja la guardia. Una y otra vez, como si Thomas Paine se comunicara a través de él, el historiador de Wisconsin recuerda a los estadounidenses la promesa radical demócrata que hicieron. Lo hace con una pasión torrencial y un intenso sentido de la urgencia. Escucharle hablar...

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Autor >

Álvaro Guzmán Bastida

Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.

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