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Francia

La antífrasis presidencial en tiempos de pandemia

La retórica bélica de Macron está desfasada. Lo que está surgiendo es el aprendizaje a tientas de una inteligencia ciudadana colectiva para paliar las carencias de la razón gubernamental

Éric Fassin 23/03/2020

<p>Reunión de Macron con el Consejo de Defensa, el pasado 4 de marzo.  </p>

Reunión de Macron con el Consejo de Defensa, el pasado 4 de marzo.  

@EmmanuelMacron

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Para aprehender las mutaciones sociales y políticas que acompañan al Covid-19 en Francia y en Europa, el discurso del presidente de la República francesa puede servirnos como hilo conductor. Es necesario, para ello, partir de la figura que lo organiza: la antífrasis. Esta se produce cuando hablamos para expresar lo contrario de lo que decimos. O, dicho de otro modo, cuando la intención contradice al discurso. En su discurso del pasado 16 de marzo, en el que evitó mencionar el confinamiento, Emmanuel Macron no expresó las cosas claramente. ¿La prueba? El ministro de Sanidad, Olivier Véran, tuvo que explicitarlas una hora más tarde en Twitter: “Para proteger a los franceses, tomamos las medidas de confinamiento que la situación impone”. Así, cuando el presidente declara que su “palabra es clara” lo que escuchamos más bien es que no lo es realmente. 

Consideremos también el nuevo mantra de Emmanuel Macron: “Estamos en guerra”. La anáfora, tan querida también por su predecesor, no es en este caso más que una metáfora. El presidente acababa de declarar: “Nunca Francia ha tenido que tomar tales decisiones –evidentemente excepcionales, evidentemente temporales– en tiempos de paz”. Está claro. La “movilización general”, expresión que se repite constantemente, no debe entenderse en un sentido literal. Así, ¿el confinamiento total, como en Italia, no formaba parte de esos “falsos rumores” denunciados por el presidente? Además, “la movilización general de nuestros investigadores”, decretada por el presidente, no deja de ser inquietante en plena movilización de la enseñanza superior y la investigación contra la ley plurianual de programación de la investigación (LPPR). La antífrasis es una figura irónica. 

La Europa de las fronteras 

Tres elementos destacan del discurso presidencial. El primero de ellos es la ausencia de cualquier tipo de política de salud pública europea (y lo más destacable: que apenas nos damos cuenta). En su breve intervención del 12 de marzo, Emmanuel Macron dijo: “Debemos también tener una respuesta europea”. Pero solo estaba pensando en la crisis económica y financiera: “El conjunto de los gobiernos europeos debe tomar decisiones para el mantenimiento de la actividad y su consiguiente reactivación, cueste lo que cueste”. En ningún momento se plantea armonizar medidas como el confinamiento. La experiencia italiana, donde llevan algunos días de adelanto, lejos de servir de ejemplo, no se ha tomado en serio en ningún momento. Conviene acordarse de la condescendencia de la portavoz del gobierno, Sibeth Ndiaye. Hace menos de una semana, esta se distanciaba de las medidas tomadas al otro lado de los Alpes. Europa no tiene una política común en materia de salud pública. En el mejor de los casos, su acción se reduce a una política económica. 

Europa no tiene una política común en materia de salud pública. En el mejor de los casos, su acción se reduce a una política económica

Y en el peor de ellos, la UE se define por su política migratoria. El 11 de marzo Donald Trump aludía a un “virus extranjero” al mismo tiempo que cerraba la puerta a los viajeros llegados desde Europa. El 12 de marzo, el presidente francés parecía responder a su homólogo estadounidense oponiéndose al “repliegue nacionalista”: “no tienen porqué ser las fronteras nacionales” las que separen “las zonas que están afectadas y las que no”. En resumen: “Este virus no tiene fronteras”. Pero solo cuatro días después, el 16 de marzo, Macron cambiaba su discurso: “Desde mañana al mediodía, las fronteras de entrada de la Unión Europea y el espacio Schengen estarán cerradas”. Y qué importa que el director general de la OMS hubiera dicho el 13 de marzo que Europa se había convertido en el “epicentro” de la pandemia. Si África tiene muy buenas razones para protegerse de Europa en términos de salud pública, lo contrario no tiene mucho sentido. 

Sin duda, se trata de una decisión europea, pero eso no impide el cierre de fronteras en el seno de la UE: Polonia, Lituania, Dinamarca, Eslovaquia, Chipre y República Checa han tomado ya esa misma medida para todos los viajeros extranjeros, y España ha acordonado sus fronteras terrestres. Incluso el gobierno alemán, bajo presión de partidos más derechistas, ha terminado por inspirarse en estos ejemplos. La epidemia, ahora pandemia, se convierte en un pretexto para la escalada de xenofobia política. Decir que “este virus no tiene fronteras” solo tiene sentido desde la antífrasis: “La Europa fortaleza”, ya cerrada a los no europeos, acaba convirtiéndose en la Europa de las naciones, todas atrincheradas en sus políticas nacionales. 

El falso retorno del Estado del bienestar

Si Europa desparece, ¿toma su relevo el Estado-nación? En el discurso presidencial, es segundo asunto que que llama la atención. Claramente se trata de una cuestión soberanista: “Delegar nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar nuestra calidad de vida fundamentalmente en otros es una locura. Tenemos que retomar el control, construir, todavía más de lo que ya lo hacemos desde Francia, una Europa soberana”. El 12 de marzo, el paladín del neoliberalismo redescubría así el Estado del bienestar: “Lo que revela esta pandemia es que la sanidad gratuita independientemente de la renta, de la trayectoria o de la profesión, nuestro Estado proveedor, no es un coste o una carga, sino un bien precioso, un triunfo indispensable cuando el destino golpea”. Y daba en el clavo: “Lo que revela esta pandemia es que hay bienes y servicios que tienen que estar al margen de las leyes del mercado”. Pero incluso si aplaza la reforma de las pensiones, ¿quién puede tomarse al pie de la letra estas declaraciones que la acción de su gobierno desmiente cada día? Tras la frase, la antífrasis… 

No es necesario prestar demasiada atención a la presciencia retrospectiva de Buzyn para percibir la contradicción entre la exigencia del confinamiento y la incitación a ir a votar

Y esto es particularmente cierto en materia de sanidad. Ahora que sabemos que la fuerte movilización del personal hospitalario contra la degradación del servicio público no fue escuchada por el gobierno en las semanas previas al coronavirus, ¿cómo tomarse sin ironía el compromiso de Macron en su discurso? “La Nación apoyará a sus hijos, el personal sanitario que en ciudades y hospitales se encuentra en primera línea de un combate que va a requerirles energía, determinación y solidaridad. Tienen derechos a reclamarnos. Les debemos los medios, la protección. Estaremos a la altura”. En este caso es todavía más cierto que la grandilocuencia es enseguida desmentida por la trivialidad de la realidad: “Les debemos mascarillas, gel, todo el material necesario. Velamos y velaremos por ellos”. Que es lo mismo que decir que los medios, incluso los más elementales, hacen falta: prometer gel o mascarillas sin ni siquiera hablar de tests o respiradores es revelar el estado de decadencia del servicio público. Políticamente, el Estado de bienestar no le ha tomado el relevo a Europa.

Del coraje a la responsabilidad

Queda un tercer punto. El 16 de marzo el presidente de la República sermoneaba además a las francesas y a los franceses. La víspera, “después incluso de que el personal sanitario de los servicios de reanimación alertara sobre la gravedad de la situación, hemos visto a gente en  parques, en mercados abarrotados, en restaurantes, en bares,  gente que no ha respetado la orden de cierre. Como si, en el fondo, la vida no hubiera cambiado”. O como si continuáramos siguiendo sus recomendaciones del 6 de marzo, cuando el iba aún al teatro: “La vida continúa. No hay ninguna razón, dejando aparte a la población más vulnerable, para modificar nuestros hábitos de ocio”.

Pero felicitaba a sus conciudadanos por su civismo el domingo electoral: “Quiero también saludar calurosamente a las francesas y los franceses que, a pesar del contexto, han ido a las urnas” –al mismo tiempo que anunciaba la cancelación de la segunda vuelta. En Le Monde, Agnès Buzyn, la que fuera ministra de Sanidad antes de lanzarse a la batalla de las municipales el 16 de febrero, se justificaba así: “El 30 de enero previne a Édouard Philippe [que en el momento de escribir este artículo no lo había desmentido] de que las elecciones, sin lugar a dudas, no podrían mantenerse”. Esto no le impidió, sin embargo, presentarse como candidata a la alcaldía de París. Tampoco es necesario, de todos modos, prestar demasiada atención a la presciencia retrospectiva de la ministra para percibir la contradicción entre la exigencia del confinamiento y la incitación a ir a votar. 

De hecho, incluso ahora, las órdenes continúan siendo contradictorias: no se puede salir más, salvo por razones profesionales en los casos en los que el teletrabajo no es una opción. Olivier Véran añade otra condición, si “su trabajo es esencial”. Sin embargo, esta no está contemplada por el gobierno en el justificante de desplazamiento. Se puede ir a trabajar… cuando el trabajo requiera nuestra presencia. Aún mejor: la ministra de Trabajo, Muriel Pénicaud, juzga como “derrotistas” a las empresas de construcción y obras públicas que paralicen su actividad y apela a su “civismo”. En resumen: no habrá más contactos amistosos o familiares, pero sí profesionales –como si, en el fondo, la vida económica no hubiera cambiado nada… Estamos todavía lejos del confinamiento total, con toque de queda, adoptado en Italia. “Os pido a todos que seáis responsables”. La llamada del presidente de la República a la responsabilidad solo puede entenderse mediante la antífrasis. Igual que Agnès Buzyn, Macron parece confesar su irresponsabilidad, incluso la duplica. Él también, atribuyéndosela a otros. 

Lejos de confiar en los poderes públicos para arreglar esta crisis, todo el mundo ha comprendido que no se podía esperar gran cosa

“El espíritu de responsabilidad”, tan querido por el presidente, quizá esté tomando forma ya del lado de los gobernados y no de los gobernantes. De hecho, existe la sensación de un vuelco. Desde hace algunos años hemos vivido en un ideal de civismo construido frente al escenario de los atentados: se trataba de demostrar valentía. Así, en 2015, resistir al terrorismo era negarse a ceder ante el miedo. Por ejemplo, hacía falta seguir ocupando las terrazas de los cafés para no renunciar a “nuestro modo de vida”. En 2020, preferimos cantar juntos de un balcón a otro, a la italiana. Demostrar prudencia no es ahora falta de coraje, ni una manifestación de angustia. Es una forma de responsabilidad. Porque no se trata tanto de protegerse uno mismo (ya se acepta que desgraciadamente una mayoría se verá afectada), sino de proteger a todos, y en particular a los más vulnerables, retrasando la propagación del virus. La lógica epidemiológica de la prudencia sustituye a la virtud de la resistencia valiente.

Por eso, la retórica bélica del presidente de la República parece tan desfasada. Macron pretende, en efecto, oponer sus lecciones de moral republicana a los efectos perversos del individualismo. Pero la realidad es bien distinta: vemos ciudadanas y ciudadanos tomar el relevo de una Europa y un Estado que desfallecen. Lejos de confiar en los poderes públicos para arreglar esta crisis, todo el mundo ha comprendido que no se podía esperar gran cosa (ya sea en términos de competencia o lucidez, incluso de responsabilidad). Cuando el presidente dice que “la información es transparente” estamos obligados a preguntarnos por qué insiste tanto en ello. En la práctica, nos las arreglamos para informarnos y para adaptarnos sin poder contar realmente con el gobierno, ni con Europa. Pero sin caer tampoco en ninguna irracionalidad complotista: cada una, cada uno, se esfuerza en evaluar dónde está el menor riesgo para lo colectivo respecto a sus prácticas individuales. La responsabilidad individual pasa por un acercamiento epidemiológico al interés general. Lo que se dibuja en el discurso presidencial, por antífrasis, es, en tiempos de pandemia, el aprendizaje a tientas de una inteligencia ciudadana colectiva para paliar las carencias de la razón gubernamental.

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Este artículo se publicó en AOC.

Traducción de María García Asensio.


Para aprehender las mutaciones sociales y políticas que acompañan al Covid-19 en Francia y en Europa, el discurso del presidente de la República francesa puede servirnos como hilo conductor. Es necesario, para ello, partir de la figura que lo organiza: la antífrasis. Esta se produce cuando hablamos para expresar...

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Autor >

Éric Fassin

Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018)

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