Viaje al sur
‘Campos de Níjar’, sesenta años después
Una visita al presente de la región almeriense de la mano del libro de Juan Goytisolo
Enrique Rey Vázquez 30/05/2020
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Pinito del Oro fue una trapecista canaria nacida, como Juan Goytisolo, en 1931. Ejerció su oficio con gran éxito y se dice –aunque podría ser parte de su leyenda– que en todos sus contratos incorporó la siguiente cláusula: “Es mi deseo, y mía toda la responsabilidad, trabajar sin red”.
Con la misma actitud, Goytisolo emprende varios viajes a la provincia de Almería entre los años 1956 y 1960. Se propone captar el paisaje humano y el espíritu de la provincia más desolada y apartada de España. Pintar, sobre una geografía árida dominada por “alberos, páramos y canchales”, el retrato fiel de una sociedad debilitada y empobrecida por sucesivos caciques, casi tiranos. Sin red, porque el viajero viaja a pie y se asoma a cada fonda y a cada casucha; también porque la luz del sol almeriense nos llega sin filtrar: el narrador apunta y registra, apenas interpreta.
Goytisolo dirá que la del realismo documental fue “la época más desdichada de su vida”, y que “la falta de una relación limpia conmigo mismo se traducía así, inevitablemente, en la falta de limpieza de la relación con el mundo y con los demás”. Puede que resulte un narrador menos amable que Gerald Brenan –el escritor inglés que algunos años antes se instaló en Yegen para describir la cercana comarca de La Alpujarra– o que los neorrealistas italianos –más sensibles para captar destellos de piedad y compasión–, pero así la mirada de Goytisolo traza una trayectoria más limpia, implacable, y recoge sin atenuantes las miserias de la que, por difícil que le parezca –siempre Cataluña como una lejana tierra prometida para los almerienses–, es también su propia patria. En estos meses se cumplen sesenta años de la publicación, por Seix Barral, de la primera edición de Campos de Níjar.
Recuerdo muy bien la profunda impresión de violencia y pobreza que me produjo Almería, viniendo por la nacional 340, la primera vez que la visité, hace ya algunos años.*
En España, alrededor de la mitad de la población vive en una franja de solo diez kilómetros de ancho que se extiende desde la orilla del mar hacia el interior de la Península. Con casi un 40% del litoral urbanizado, esto supone, especialmente en el Mediterráneo, residir en una especie de única gran ciudad que tendría por avenida principal la autopista AP-7. Esta enorme acumulación de gente se adensa o se diluye en algunos tramos y cambia de carácter (aparecen la industria, la cultura o la naturaleza), mientras que en otros, los que están exclusivamente enfocados al turismo, ejerce, pueblo tras pueblo, de capital del verano, una estación (pero también un estado mental) que muchos intentan alargar para que dure todo el año (o toda la vida). Una de las pocas excepciones es el tramo entre Águilas y Almería en el que se encuentra el Parque Natural del Cabo de Gata. Sesenta años después del viaje de Goytisolo permanece el paisaje, ahora como trastierra de una costa escarpada y valiosa, llena de playas y calas apetecibles, pero todo lo demás parece haberse esfumado. Hay que acudir a la prensa local para descubrir que, si ha desaparecido la pobreza llamativa y dramática —al menos para los nacidos en Almería—, no lo han hecho las estructuras mentales y las tesis que recoge el libro de Goytisolo y que son, con más o menos matices, las que componen nuestra idea del sur europeo y las regiones semiperiféricas.
No se me despintan de la memoria, negros, cenceños, con sus chalecos oscuros, sombreros de ala vuelta hacia arriba y camisas abotonadas hasta el cuello. Parecían dos pajarracos montaraces y hablaban mascujando las palabras.
—¡Qué mujeres!
—España es el mejó país del mundo.
—No tendrá el adelanto de otras naciones, pero pa vivir…
En 1999, Goytisolo publica en El País “Quién te ha visto y quién te ve”, una tribuna en la que denuncia agresiones, torturas y secuestros de magrebíes en El Ejido. El que fuera hijo predilecto y también persona non grata de este municipio (distinciones que le serían concedidas y retiradas intermitentemente) sostiene: “Aunque Almería ha sido tradicionalmente un país de emigrantes no adquirió nunca una cultura de la emigración. Los contactos con otras poblaciones se efectuaron fuera de sus límites. Por dicha razón, la memoria de un pasado cifrado en su anhelo de huir de la pobreza no se plasmó en una comprensión de la miseria ajena ni en una ética solidaria”.
Sesenta años después del viaje de Goytisolo permanece el paisaje, ahora como trastierra de una costa escarpada y valiosa, llena de playas y calas apetecibles, pero todo lo demás parece haberse esfumado
En las elecciones generales de 2019, Vox resulta el partido más votado tanto en El Ejido como en el amplio término municipal de Níjar, que incluye localidades como San José, Rodalquilar o Las Negras. El mapa que colorea el territorio español según la opción más votada es significativo: son las regiones productoras de alimentos (fundamentalmente la de los invernaderos almerienses y el Campo de Cartagena) las que más han votado a la extrema derecha. Regiones que en poco más de dos décadas han requerido y acogido, con desigual resultado, sucesivas oleadas de mano de obra extranjera.
Es necesario ser cauto para interpretar estos datos. Mencionar tan solo las bajas pasiones de los votantes o su predisposición para comulgar con posiciones extremistas sería caer en esencialismos tan graves como los que el propio Goytisolo denunció. Allí, como en tantas zonas, la astucia de la extrema derecha ha consistido en, después de una catástrofe (la crisis económica), escamotear sus verdaderas causas –siempre difíciles de aislar–, e identificar a una parte de sus víctimas con los culpables del desastre (mientras estos escapan).
El viajero, hoy, se encontraría en el centro de un temporal. El habitante ancestral de la comarca ha vivido una aceleración social y económica que le produce vértigo y, ante más posibles cambios, a pesar de que se ha visto favorecido por los anteriores, se refugia en el patriotismo y pide una reorientación represiva del Estado. El inmigrante que llega ahora a esta vieja tierra de emigrantes se encontrará, involuntariamente, en la costura entre dos culturas y en un territorio que amplifica las convulsiones del mundo. En cualquier caso, no hay que perder de vista quiénes son hoy los privilegiados en Almería y quiénes son víctima de discriminación y sucesivos brotes de racismo, que, en varias ocasiones (febrero del 2000), han llegado a convertirse en disturbios y agresiones generalizadas.
De noche, mientras la posadera prepara la cena en la cocina, me acuerdo de que Ortega y Gasset menciona lo acontecido en Níjar el 13 de septiembre de 1759, cuando se proclamó rey a Carlos III, como ilustración de su célebre teoría sobre la rebelión de las masas.
En su obra más famosa, La rebelión de las masas, Ortega cita un fragmento de una composición escrita en 1759 por el licenciado Ventura Lucas, afirmando que, entonces, “para vivir su alegría monárquica el pueblo de Níjar se aniquiló a sí mismo”, hechos que apuntalarían sus observaciones sobre la “envidiable tranquilidad con que los necios se asientan e instalan en su propia torpeza”.
Las quintillas del licenciado Ventura ya recibieron en su momento una respuesta del alcalde de Níjar, que afirmó se trataban de fabulaciones. En cualquier caso, exageradas o no, reflejaron una algarada que, antes que el elitismo de Ortega (que de nuevo ironiza sobre la supuesta simpleza del pueblo andaluz), parece revalidar ciertas teorías del antropólogo y escritor Georges Bataille. Está documentado que aquel día de septiembre en Níjar se cometieron todo tipo de excesos –la mayor parte de la población, animada por las autoridades municipales y eclesiásticas, se dio a la bebida– que culminaron con el episodio que da origen a la expresión “tirar la casa por la ventana”: entusiasmados, los nijareños empezaron a lanzar desde los pisos altos de las casas sus escasos bienes –entre ellos la cosecha de cereal de aquel año–, y este desperdicio (que también puede interpretarse como un reparto improvisado) se ha considerado durante años un enorme ejemplo de irresponsabilidad colectiva.
El mapa que colorea el territorio español según la opción más votada es significativo: son las regiones productoras de alimentos (fundamentalmente la de los invernaderos almerienses y el Campo de Cartagena) las que más han votado a la extrema derecha
Esta anécdota despierta la simpatía de Goytisolo, a pesar de que no se permite –buscando de nuevo su transparencia como narrador– reflexionar demasiado sobre ella. No obstante, Bataille, en La parte maldita, desarrolla, a partir de sucesos similares, la idea de que la vida produce una exuberancia –en último término procedente del sol que “dona sin recibir”– y un excedente destinados a destruirse. Finalmente, el francés considera que la supervivencia de las sociedades no es posible más que mediante crecientes y cuantiosos gastos improductivos.
Pues es muy famoso. Allí se apareció la Virgen del Mar a los pescaores hace diez mil años.
—Muchos años son.
—Muchísimos. Ahora es la patrona de Almería y tós los veranos viene la mar de personá desde allí a celebrarla.
Puede que lo que entendemos por realidad sólo cristalice a partir de cierta velocidad de los acontecimientos y los medios que los comunican y transmiten. Puede que antes de alcanzarla el tiempo se estanque, o gire en remolinos, y entonces no hay lugar para la linealidad: se confunden promiscuamente las causas con sus efectos.
Según Steiner, la tragedia sólo puede ocurrir “donde la realidad no ha sido enajenada por la razón y la conciencia social”. En las zonas más aisladas de Almería, hasta bien entrado el siglo XX se conservó una sensibilidad mediterránea muy similar a la que engendrara las primeras tragedias griegas dos mil doscientos años antes. Las obras trágicas coinciden en lo esencial con los temas y mitos de las antiguas religiones puesto que ambos fenómenos –el religioso y el poético– dependen del mismo sistema de intuiciones sobre la regularidad periódica y sagrada de los ciclos naturales. Así, los personajes de una tragedia nunca serán libres, sino que estarán sujetos a fuerzas emboscadas y misteriosas.
En 1928, cuando intelectuales como Bertolt Brecht habían negado que la tragedia tuviera ya sentido, García Lorca tiene noticia del crimen que se produjo en un cortijo de Níjar y compone Bodas de sangre, una tragedia contemporánea. Si el teatro de Lorca funciona es gracias a que se desarrolla en un lugar donde todavía se vive a través de cierto sentido poético que da prioridad a las experiencias de “sangre, muerte y fecundidad” frente al yugo del racionalismo excesivo.
Estas cuestiones, fundamentales en toda su escritura, no escapaban a Lorca, que preguntado por los motivos que le inspiran, contestará: “Yo me sorprendo mucho cuando creen que las cosas que hay en mis obras son audacias de poeta. Son detalles auténticos”.
—Aquí, la gente no baila agarrá como en las capitales. En los cortijos, la costumbre es tocá fandangos pa que los bailen las mujeres y los mozos inventan la letrilla diciendo, por ejemplo, la que prefieren o la que les parece más guapa. Hasta hace poco tiempo, tós los noviazgos ligaban asín. Pero el mocerío de esta parte es mú bruto y a la que uno lleva dos copas encima, le da por soltá verdaes con música y faltá a los otros, y ya la tié usté armá. Que si ladrón, que si embustero, que si tu padre, que si el tuyo y, al finé, acaban llegando a las manos.
Las rocas retienen el calor del verano y se rompen formando esquirlas afiladas. Así imagino que vuelven a abrirse cada cierto tiempo las heridas que dejan algunos crímenes en los habitantes del lugar en el que se cometen. Nadie es responsable de la mano ajena que blande un puñal, pero suele surgir un reproche colectivo: cómo no lo vimos venir, si somos tan pocos y estamos tan cerca. El aire se adensa donde ha sucedido una tragedia y aquí además se notan las punzadas salobres del Mediterráneo, el olor a siglos de sangre mezclada.
Así imagino que vuelven a abrirse cada cierto tiempo las heridas que dejan algunos crímenes en los habitantes del lugar en el que se cometen
Al Cortijo del Fraile se llega atravesando un pedregal, a los lados quedan las minas de Rodalquilar, las únicas de las que se ha extraído oro en España hasta hace menos de cincuenta años. Hay poblados abandonados en los márgenes del camino que parece más bien un cauce seco y accidentado. Cruje el Citroen en el que viajo, un coche de alquiler que no es un todoterreno pero consigue abrirse paso, a veces con una de las ruedas girando en el aire. Yo no puedo evitar pensar en la fianza que tendría que pagar si una de esas ruedas se pinchase, si el aceite del motor empezara a teñir de negro la tierra que es amarillenta por culpa del azufre y ya no esconde ningún metal precioso. Unos carteles desteñidos por el sol y los mil vientos que baten la llanura recomiendan no internarse en la construcción. Son innecesarios: tras un rodeo descubro que el estado de ruina y abandono del Cortijo es tal que permite observar el interior de todas sus edificaciones (capilla, hornos, cuadras, cochineras y aljibe) sin entrar en ellas.
En julio de 1928 Francisco Montes Cañadas, de veintitrés años, recibe tres disparos y muere. Es primo de Francisca Cañadas Morales, con quien intentó fugarse horas antes de su boda. Un hermano del novio lo ha asesinado sin que intervengan, como en el texto de Lorca, navajas o una luna vengativa. La propia Francisca Cañadas o “Paquita la Coja”, que vivía en el cortijo junto a su padre, es la segunda víctima del crimen: hasta 1987 vivió en medio de un enjambre de sobrinos que la apartaron del mundo y mantuvieron lejos a los periodistas y escritores que durante años trataron de entrevistarla. Confinada en otro cortijo cercano, es difícil saber si alguna vez tuvo noticia de la obra de García Lorca. El novio oficial, tercer vértice de esta historia de amor imposible, murió afirmando no haber vuelto a ver a Paquita y sin haber leído Bodas de sangre.
El Cortijo del Fraile, que Goytisolo ignora durante sus excursiones, volverá a servir como escenario para una ficción relevante cuando aparece en El bueno, el feo y el malo. Rubio (Clint Eastwood) acude al lugar para depositar allí a un enfermo al cuidado de unos frailes; entonces, el cortijo se transformó en convento.
—En Castilla y el Norte la gente es educada y sabe el valor de las cosas. Aquí no. Cuando tienen dinero lo gastan en seguida, como si les quemara los dedos. Cuanto más pobres, más generosos son.
Algo tienen que ver el trascendentalismo de Blas Infante y la Teoría de andalucía de Ortega: para los dos, el pueblo andaluz es el más antiguo del Mediterráneo y de alguna manera, en sus orígenes remotísimos y previos a la romanización estaría la clave para entender su idea narcisista de la escasez. Creyendo ser elogioso, Ortega apunta que el andaluz “en vez de esforzarse para vivir, vive para no esforzarse” y en esa máxima resume su ingenio y su profundidad.
Mucho más soleada y sinceramente apologética resulta la canción de Vainica Doble. En ese alegato meridional y mediterráneo que es “Déjame vivir con alegría”, castellanos y andaluces comparten coordenadas frente a las rubias gentes del norte de Europa.
En cualquier caso, y a escala peninsular, Goytisolo escucha, de boca de varios caciques durante su paseo por los Campos de Níjar, los peores tópicos sobre la pobreza del sur. La virtud se encuentra siempre lejos y es patrimonio de los hombres del norte, que saben administrarse. Así, se señala al pobre como responsable de su propia miseria, que deja de ser un problema estructural o político para convertirse en el resultado de sus malas decisiones y su falta de voluntad.
Un discurso que tristemente nos remite a tantos que hemos escuchado recientemente y que reproducen de manera pedestre lo peor de la ética protestante.
Se señala al pobre como responsable de su propia miseria, que deja de ser un problema estructural o político para convertirse en el resultado de sus malas decisiones y su falta de voluntad
Sin ánimo revanchista, cabe vislumbrar una inminente inversión de los valores para este mundo que se agota. Cuando la ética de la autocontención parece la única manera responsable de encarar el cambio climático y cuando empezamos a planear nuestra transición hacia una economía decrecentista, puede que el tantas veces denostado “arte de vida andaluz” (que nunca ha existido como tal, sino que consiste en un haz mestizo de costumbres y saberes) esconda unas cuantas lecciones para construir una sociedad estacionaria.
Por primera vez desde que recorro el país se me ocurre que los almerienses nunca han sido protagonistas de su historia, sino más bien comparsas, resignados y mudos. Ocupada sucesivamente por fenicios, cartagineses, romanos, visigodos, Almería conoció un breve período de esplendor durante los albores de la dominación musulmana.
Merece la pena citar por extenso el parlamento del príncipe Fabrizio (protagonista de El Gatopardo) sobre el temperamento de los sicilianos:
Esta violencia del paisaje, esta crueldad del clima, esta crispación permanente de todo lo que nos rodea, incluso estos monumentos del pasado, magníficos pero incomprensibles, porque no los hemos edificado nosotros, que nos asedian como bellísimos fantasmas mudos; todos estos gobiernos que llegaron con sus armas desde lugares desconocidos para encontrarse con nuestro sometimiento un día, nuestro odio al siguiente y nuestra incomprensión todo el tiempo, y que solo se expresaron a través de unas obras de arte cuyo sentido se nos escapa y de unos recaudadores de impuestos bien palpables cuyos esfuerzos jamás beneficiaron esta tierra; todas estas cosas han influido en nuestro carácter, que sigue estando signado por las fatalidades del mundo exterior, amén de nuestro temperamento tremendamente insular.
El fatalismo de don Fabrizio sobre Sicilia es también el de los almerienses que encuentra Goytisolo a su paso. Viven obsesionados con una lluvia que no llega (a pesar de la consigna, pintada a cada paso “Más árboles, más agua” por los técnicos del Estado que pretenden reforestar la comarca); y con un mal que, por esquivar problemas (para ellos y para el propio libro), no mencionan pero se intuye: el maltrato doble (por pobres y por esquinados) a los que los somete el Gobierno del dictador Franco. Hoy en el Cabo de Gata no hay más árboles que hace sesenta años, pero sí que nos encontramos –fatal ironía– con una mole incomprensible que destaca junto al pueblo de Carboneras.
Carboneras, en la crónica de Goytisolo, actúa como una especie de “corazón de las tinieblas”, un lugar al que nadie quiere acercarse porque condensa todos los problemas de la zona: indigencia, abatimiento y despoblación. Actualmente es una pequeña ciudad dominada por la monstruosa central térmica. Construida a principios de los ochenta y propiedad de Endesa, es una de las últimas centrales de España que producen electricidad en sus turbinas mediante la quema de carbón (el método más contaminante). Esta instalación, que da trabajo a 150 personas, tiene previsto su cierre en 2022. Los vecinos se dividen entre quienes defienden que debe prolongarse su vida para conservar los empleos, y quienes creen que ya debería estar desmantelada, puesto que es la tercera que más emisiones de CO2 genera en nuestro país y utiliza una tecnología obsoleta.
Como un presagio funesto, las altas chimeneas humean junto al viajero que, desde Mojácar, quiere acercarse a los campos de Níjar, y es que allí las estrecheces han desaparecido para casi todos, pero a qué precio.
—En Andalucía, con el sol y un poquico de ná, se las arregla usté y va tirando…
Hablaban monótonamente, como si salmodiaran una letanía, y yo tenía que hacer un esfuerzo para escuchar. Quería decirles que, si éramos pobres, lo mejor que podíamos desear era ser también feos; que la belleza nos servía de excusa para cruzamos de brazos y que para salir de nosotros mismos debíamos resistir la tentación de sentirnos tarjeta postal o pieza de museo.*
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* Todas las citas de Campos de Níjar han sido extraídas de la edición original de Seix Barral, fechada en 1960.
Pinito del Oro fue una trapecista canaria nacida, como Juan Goytisolo, en 1931. Ejerció su oficio con gran éxito y se dice –aunque podría ser parte de su leyenda– que en todos sus contratos incorporó la siguiente cláusula: “Es mi deseo, y mía toda la responsabilidad, trabajar sin red”.
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Enrique Rey Vázquez
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