PHILIPPE VAN PARIJS / FILÓSOFO
“La renta básica es un colchón de seguridad para nuestras economías, no solo las domésticas”
Mar Calpena 12/05/2020
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La crisis de la covid-19 ha reavivado –y popularizado– las propuestas sobre una renta básica universal. La casualidad ha querido que la pandemia coincidiera con la publicación de los primeros resultados del experimento que se llevó a cabo en Finlandia durante 2017 y 2018. En esos dos años, 2.000 personas desempleadas de larga duración recibieron 560 euros mensuales. Estas personas recibían ya ayudas condicionadas, y tenían entre 25 y 58 años. El estudio arroja varias conclusiones interesantes. Por ejemplo, se vio que aquellos que percibían este ingreso tendían a incrementar significativamente su participación en el mercado de trabajo, y que la ventaja era mayor en aquellos que estaban más desvinculados del tejido social. Uno de los que ha seguido con más atención estos resultados –que considera solo un punto de partida– es el filósofo y economista belga Philippe van Parijs, una de las mayores autoridades en renta básica de todo el mundo. Van Parijs, profesor en varias universidades y miembro de la British Academy, ha dedicado buena parte de su obra académica a la cuestión, y escribió recientemente un artículo titulado Basic income: Finland’s final veredict en el que apunta algunas conclusiones, que nos ha explicado y ampliado en esta entrevista.
¿Conocía ya algo del estudio de Finlandia antes de ver los resultados?
Tuve la suerte de poder echar una ojeada a los resultados antes de que se publicaran y Olli Kangas, el investigador del Social Institute of Insurance of Finland que había dirigido y diseñado el estudio, me contestó a una veintena de preguntas para asegurarme de que mi interpretación era la correcta. También le mandé el borrador de mi artículo.
¿Le han sorprendido los resultados?
Ya el año pasado publicamos unas conclusiones preliminares basadas en los datos administrativos completos del primer año del experimento y en 81 entrevistas que se hicieron al final del segundo año, así que hasta cierto punto todo lo que se ha sabido ahora ya se entreveía entonces, por lo que el impacto en el bienestar –la sensación subjetiva de salud, impresión de estrés e incluso esperanzas respecto al futuro– no supuso una sorpresa. Lo que sí ha sido nuevo han sido los resultados respecto a la participación en el mercado laboral, porque en los informes preliminares, por lo que sabíamos, no había un impacto estadístico. Había cierta ansiedad por saber qué pasaría en el segundo año, porque teníamos ya dos posibles efectos que apuntaban en sentidos distintos. Por una parte, al tratarse de un ingreso no condicionado, se podía pensar que habría un mayor incentivo al trabajo, porque el hecho de trabajar no lo ponía en riesgo. Por otra parte, se podía llegar a la conclusión opuesta: si no había riesgo de perder el ingreso, esto podía hacer que la gente quisiera trabajar menos y que rechazaran empleos.
El primer año hubo un impacto positivo en el trabajo, pero no fue significativo estadísticamente, y el segundo año ya lo vimos con toda claridad. No es un impacto enorme, son unos seis días más trabajados al año, pero está ahí. Pero lo más interesante no es esto, sino lo que encontramos al bajar al detalle, porque de entrada hemos visto que hay diferencias entre campo y ciudad, inmigrantes y autóctonos, etc. Y lo que importa aquí es por qué se producen esas diferencias. El primer título que le puse a mi ensayo en Social Europe fue “Thank you, Finland”, porque es bastante revolucionario que un gobierno de centroderecha lo llevara a cabo, pero también por las cuestiones que suscitaba. Pero a mi editor no le gustó, y lo cambiamos por “Renta básica: el veredicto final de Finlandia”, pero el propio Olli Kangas me dijo en Twitter “gracias, Philippe, pero esto no es el veredicto final de Finlandia”, porque queda mucho más trabajo por hacer. Por ejemplo, tenemos que averiguar cómo es que la renta básica tiene un efecto mucho mayor en la participación en el mercado de trabajo en los inmigrantes que en los autóctonos, o si es que los parados de larga duración autóctonos presentan otros problemas –psicológicos, de empleabilidad– que les impiden estar en el mercado de trabajo. Esto también nos lleva a querer estudiar qué otros incentivos funcionan y cuáles no. También sabemos que hay una correlación en el impacto entre tener familia o no, pero no sabemos si es porque los inmigrantes suelen tenerla… en fin, que queda mucho por explorar. Y, por supuesto, aunque demos con estas respuestas muchas de ellas no pueden extrapolarse fácilmente a otras sociedades. Así que hacen falta más experimentos, porque ahora tenemos más preguntas que respuestas.
La renta básica tiene un efecto mucho mayor en la participación en el mercado de trabajo en los inmigrantes que en los autóctonos
¿Las diferencias pueden explicarse de un año a otro por factores externos?
Aquí hay que distinguir dos cosas. La participación en el mercado de trabajo se incrementó tanto en el grupo del experimento como en el grupo de control, que no recibía esta ayuda. Una conjetura de por qué subió está en el modelo de activación que se implementó el primero de enero de 2018, y que suponemos que tuvo un impacto. Del grupo de control, dos tercios entraban en este modelo, y del grupo del experimento, la mitad. No porque su renta básica se viera sometida al mismo, sino porque había otras ayudas compensatorias con límites sujetas al modelo. El aumento del primer al segundo año ¿se debió a este modelo de activación? No lo sabemos. Está claro que la gente tardaba, pero encontraba trabajo a la larga, y seguramente lo hubieran encontrado a la larga… quizás por un cambio de situación económica, pero eso no podemos saberlo. Lo que sí podemos saber por el experimento es que la diferencia entre el grupo de control y el grupo experimental en el segundo año no se debe a factores externos, porque si los hubiera habido, habrían afectado del mismo modo a ambos grupos. Sabemos que fue esta renta básica lo que marcó la diferencia en la participación en el mercado de trabajo en el segundo año.
Eso va contra la idea popular de que una renta básica hace que las personas no tengan incentivos para trabajar…
Otro modo de decirlo es que quitar estos incentivos pesaría más sobre estas personas en términos de participación en la economía que las medidas represivas, como condicionar la renta a la búsqueda activa de empleo, o a un número mínimo de días trabajados, o a recibir formación…
¿Ha seguido usted las diferentes aproximaciones a las rentas para la ciudadanía de los diferentes países durante la pandemia?
Sí, hasta cierto punto, porque ha habido mucho que observar… Ha habido mucha confusión, en parte por la sobreextensión del término “renta básica”. Excepto en algunos países asiáticos, y de modo muy limitado, no se ha introducido una “renta básica” como tal, pero no tengo muchos detalles al respecto. Lo que sí han considerado los distintos gobiernos han sido dos grandes tipos de medidas temporales: una, darle dinero a la gente mientras dure el confinamiento. De hecho, si miramos lo que ha hecho Trump, esencialmente se trata de eso. En los países en los que no hay un salario mínimo o hay poca red de protección social, aunque sea a costa de un gran gasto público, llegando al déficit si hace falta, esta ha sido la medida. En principio no está mal, siempre y cuando puedas llegar a las personas que la necesitan más, porque es más barata, pero si es muy complicada de implementar y requiere muchos recursos para localizar a quienes la necesitan, las personas que más lo necesitan lo recibirán con retraso. También se le puede dar a todo el mundo y hacer que esta renta tribute, con lo cual luego el Estado recupera el dinero de quienes lo han recibido sin necesidad. El segundo tipo de medidas están enfocadas a cuando termine el confinamiento, para relanzar la economía. Y aquí se ha estado hablando ya desde la anterior crisis de la idea del quantitative easing popular, la creación de dinero, en forma de “helicopter money”, es decir, que en lugar de actuar a través de los bancos privados, que prestarían a tipos de interés muy bajos, de un modo más ortodoxo se da dinero directamente al bolsillo de cada persona, y, una vez más, el modo más sencillo de hacerlo es darle la misma cantidad a todo el mundo de una vez, con lo que se crea inflación, sí, pero eso es algo que se busca en una recesión, y lo puedes repetir, pero no hacerlo de modo permanente. En definitiva: hablamos en ambos casos de medidas temporales, y a veces repartidas a través de las rentas por una cuestión de sencillez y eficiencia. En el primer caso, la financiación viene del déficit, y en el segundo, en Europa, solo puede darse con la participación del BCE, claro, que es quien tiene el botón de la máquina de imprimir billetes.
¿Cómo hacemos para que las ayudas no produzcan paradojas, como, por ejemplo, que haya personas que sigan trabajando y cobren menos que los receptores de estas ayudas?
Aquí, en Bélgica ha ocurrido eso: ha habido personas autónomas que percibían más dinero con los complementos a la renta del que hubieran recibido de haber continuado trabajando. El demonio está en los detalles.
¿Qué impacto cree que tendrán todas estas medidas en la opinión pública sobre la implantación de una renta básica universal?
No sé si ha visto una encuesta del proyecto Eupinions de la Fundación Bertelsmann (en el que participa Timothy Garton Ash) y que decía que el 71% de los europeos y británicos se manifiestan en favor de una renta universal. Esto es lo más cercano que tengo a una respuesta a su pregunta. Tiene la validez que tiene, y está hecho en el contexto que está hecho, pero a causa de toda esta confusión, y de que todas estas propuestas ya flotaban en el ambiente, en muchos países, de repente, se ha convertido en una idea muy tangible, primero porque se ha visto que en nuestras sociedades hay muchas personas que no pueden sobrevivir sin ingresos durante mucho tiempo, pero también porque uno comienza a pensar cómo hubiéramos afrontado esta crisis si la renta básica ya hubiera sido una realidad, la situación hubiera sido menos extrema para mucha gente, al no tener que exponerse para cubrir las necesidades más básicas (y frenarse menos el consumo), con lo que eso implicaría no tener que ampliar el déficit. La renta básica es un colchón de seguridad para nuestras economías, no solo las domésticas.
La renta básica debería considerarse el tercer modelo de protección social
¿Cuáles serían los siguientes pasos para los gobiernos que quisieran seguir por la senda de implantar una renta básica?
La renta básica debería considerarse el tercer modelo de protección social. Tenemos un primer modelo, introducido al principio del siglo XVI, que luego desemboca en los seguros sociales a finales del XIX, pero claro, son modelos sin estudios con un grupo piloto o criterios científicos. Así que tenemos que comenzar a una escala muy sencilla, y sin olvidar que formas anteriores de protección social tenían otra gama de motivaciones. Por ejemplo: las primeras ideas de asistencia pública, que se originaron en Alemania por parte de los protestantes, tenían como finalidad rebajar la influencia de las órdenes mendicantes de la Iglesia católica; luego Bismarck estableció un seguro social como forma de contrarrestar la influencia del movimiento obrero y el marxismo y para fortalecer a Alemania como nación, etc… aquí y ahora también debemos entender la renta básica como una forma de responder a nuevos problemas sociales. En cualquier caso, debería introducirse de manera modesta y progresiva, pero en aquellos países que ya cuentan por ejemplo con ayudas a los hijos o pensiones universales, la idea no está tan alejada de eso. Si tienes una renta garantizada, como pasa en Francia, aunque sujeta a condicionantes, ya estás un paso más cerca. Hay que empezar con un enfoque modesto y sencillo.
¿Cómo se convence a la derecha de las bondades de una renta mínima?
Bueno, hay derechas y derechas. En algunos países las derechas nacionalistas están a favor de la renta básica y han dado pasos en esa dirección, como por ejemplo ha ocurrido en Polonia o en algunos gobiernos regionales, como Escocia y Catalunya, y también hay un sector libertario, como pasa con algunos partidos holandeses (Democracy 66), que creen que para que el ciudadano esté verdaderamente libre del control del Estado debe tener unos ingresos garantizados. De todos modos, la renta básica debe complementarse con otros ingresos, y si no es por el trabajo, se tratará de ayudas condicionadas, por lo que, hasta cierto punto, la desigualdad siempre persistirá, pero siempre será mucho menor, porque el sistema será más fuerte en general.
La crisis de la covid-19 ha reavivado –y popularizado– las propuestas sobre una renta básica universal. La casualidad ha querido que la pandemia coincidiera con la publicación de los primeros resultados del
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Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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