Señales de humo
Antonio, el hijo llorado por Velázquez
Ana Sharife 2/06/2020
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Recostada sobre un lecho y protegida por una cortina carmesí, la diosa del amor posa de espaldas al mundo. Es la Venus del espejo, una obra que cuatro siglos después sigue generando abundante bibliografía entre los estudiosos del arte. El rostro de la joven se percibe difuso en el espejo que sostiene su hijo Cupido. Los lazos rosas que cuelgan del querubín parecen una alusión a las ataduras del amor que el pintor sentía por esta misteriosa mujer. Pero, ¿qué sabemos de ella?, ¿y del niño?
La serie El Ministerio del Tiempo presenta en el cuarto capítulo de su cuarta temporada a un Diego Velázquez (1599-1660) divertido y encantador que recorre los pasillos del Prado mientras escucha con unos cascos el hit Velaske, ¿yo soi guapa?, obra de Christian Flores. Sin embargo, cuando el artista pintó Las Meninas, año 1656, se encontraba sufriendo una enorme tragedia personal: la separación forzada de la mujer a la que amaba y del pequeño Antonio, el hijo de ambos.
Treinta años atrás, el joven artista había sido nombrado pintor de cámara de la corte de Felipe IV. Su trabajo consistía en pintar retratos del rey y su familia, así como otros cuadros destinados a decorar las mansiones reales. A los 25 años solicita licencia al monarca para emprender su primer viaje a Italia con la idea de completar sus estudios, lo que representaría un cambio decisivo en su estilo (La fragua de Vulcano y La túnica de José). Sin embargo, sería su segunda visita a Italia la que sacudiría por completo su vida sentimental.
La misión de Velázquez en Génova consistía en comprar pinturas y cubrir el vaciado de esculturas clásicas con las que decorar las nuevas salas del Alcázar. Es entonces cuando conoce al clérigo Juan de Córdoba, agente regio en Roma, bien conectado con las clases comerciales que se encarga de asesorar y acompañar al pintor en sus gestiones. Juntos visitan colecciones, negocias adquisiciones, cierran tratos y arreglan los traslados de las obras.
Único desnudo del XVII
Acostada sobre una sábana de seda azul nos da la espalda la Venus más misteriosa del arte. Velázquez pintó el único desnudo del siglo XVII, pero quiso que el rostro de la joven se percibiera impreciso en el espejo.
El sevillano no quiere abandonar Roma. No sólo le retenía la tarea que Felipe IV le había encomendado, sino también un gran amor, una modelo romana llamada Olimpia Triunfi, señalan la mayoría de los historiadores del arte. En los años 80, la investigadora británica Jennifer Montagu descubriría algo más: un documento notarial que acreditaba la existencia en 1652 de un hijo romano del pintor llamado Antonio de Silva, al que reconoció públicamente.
Velázquez desafía al Santo Oficio con sus restricciones morales, y Venus del espejo se erige como el único desnudo que se pinta en el barroco español
Velázquez ejecutó un desnudo femenino no sólo insólito en la historia del arte español, sino en la obra de un artista austero y ajeno a las frivolidades e intrigas cortesanas que rodeaban la vida palaciega. Francisco Pacheco, pintor y tratadista de arte español del periodo manierista aconsejaba a los artistas que imitaran el cuerpo femenino a partir de las esculturas. Sólo hay una cosa más pecaminosa que pintar desnudos: exhibirlos, dictaba la Inquisición. Velázquez desafía al Santo Oficio con sus restricciones morales, y Venus del espejo se erige como el único desnudo que se pinta en el barroco español.
¿Qué fue de Olimpia?
Velázquez se resiste a abandonar Roma. Le une el amor por la joven Olimpia que, por las fechas debía estar embarazada de Antonio, o quizá el pequeño acabara de nacer. Tan deseoso estaba de continuar junto a ellos que ignoró las insistentes y apremiantes peticiones del rey para que terminara con su viaje y regresara a Madrid.
La correspondencia que se conserva muestra las continuas excusas y demoras de Velázquez para retrasar su vuelta a España. En febrero de 1650, Felipe IV escribió a su embajador en Roma para que le urgiese en el retorno “pues conocéis su flema, y que sea por mar, y no por tierra, porque se podría ir deteniendo y más con su natural”. Hasta mayo de 1651 no embarcaría desde Génova preso de dolor.
Apoyada en documentos, la historiadora Montagu demostró que el pintor hacía pagos periódicos a Olimpia para el mantenimiento del pequeño Antonio. En esos escritos se descubre también a un Velázquez muy preocupado por la precaria salud del niño, y a un padre que empieza a mostrarse desconfiado ante los cuidados que le prodiga una nodriza llamada Marta. También desvelan un hecho traumático en la vida del artista: el 13 de noviembre de 1652 el pintor decide retirarle legalmente la tutela a su cuidadora, a la que acusaba de maltratar al crío. Su idea era llevárselo a España. ¿Dónde estaba Olimpia? La pista se le pierde por completo.
Todo lo que sucede después es un suceso bien amargo. Juan de Córdoba se encarga de gestionar la petición del Velázquez y trata con un procurador para hacerse con la custodia de Antonio. Ante la negativa de Marta, envía a dos hombres que arrancaron al niño de sus manos en mitad de la plaza de San Giacomo al Corso. Se le pagaron siete escudos y treinta julios, detalla el historiador del arte Salvador Salort en un estudio para la Academia Española de Roma. La oposición de la nodriza hace sospechar a este investigador que Marta pudiese ser la madre natural de Antonio. El niño pasaría a manos de Juan de Córdoba, quien se responsabilizó del pequeño.
‘Velaske, yo soi guapa?’
En 1656 Velázquez acaba Las meninas. Al lado de Felipe IV pinta a la familia real y a una corte dañada por la consanguinidad, pero el cuadro lo protagoniza una niña de cinco años, agraciada y despierta que era la alegría de palacio, la infanta Margarita, hoy protagonista del trap Velaske, yo soi guapa? Es entonces cuando en un último intento por encontrarse con su hijo Antonio pide permiso al rey para volver a Roma, algo que le fue denegado. El monarca no confiaba que regresara a Madrid y Velázquez pinta en 1659 Las hilanderas.
En este punto, la historia de Antonio se ensombrece. El niño muere cuando contaba solo ocho años por causas desconocidas. Este hecho debió golpear fuertemente el corazón del pintor. “Velázquez, que según los que le conocieron, era de temperamento melancólico”, escribiría Ortega y Gasset en Velázquez (1959), “no creía que los valores convencionalmente loados –la belleza, la fortaleza, la riqueza– fueran lo más respetable del destino humano, sino la simple existencia”.
Bella, culta y sensible, la infanta era el orgullo de la corte. Luis XIV la la ofenderá paseándose con sus amantes, y pasará a la historia como 'la reina triste'
En esas fechas el rey entregaba a Leopoldo I de Habsburgo la mano de la infanta Margarita, de tan sólo 9 años; también al rey de Francia la mano de la infanta María Teresa, de 18, un episodio que Velázquez sintió como quien entrega a una hija. Bella, culta y sensible, la infanta era el orgullo de la corte. Luis XIV la tratará con desprecio, la ofenderá paseándose con sus amantes, y pasará a la historia como “la reina triste”. Como sucede en El Ministerio del Tiempo, sus meninas desaparecen ante sus ojos.
A principios de 1660 Velázquez debía viajar con el séquito de la infanta para preparar las nupcias reales que debían celebrarse en la isla de los Faisanes, cuya soberanía era compartida amistosamente entre España y Francia. A Velázquez se le juntan el cansancio y el sufrimiento con un hastío vital fruto de la degradación que presencia. Al mes de casarse la infanta, el pintor enferma y fallece, a los 60 años. Quizás no le quedaba nada bello que sentir ni pintar.
La Venus del espejo permanecerá oculta durante dos siglos entre colecciones privadas y palacios. Nadie hasta la fecha ha podido demostrar si Cupido fue una proyección del pequeño Antonio ni la identidad de la misteriosa Venus, cuyo rostro asoma desvanecido en el espejo desde una sala de la National Gallery de Londres, para que nadie pueda penetrar en el misterio de su reflejo, como si el propio Velázquez hubiese querido protegerla del mundo.
Recostada sobre un lecho y protegida por una cortina carmesí, la diosa del amor posa de espaldas al mundo. Es la Venus del espejo, una obra que cuatro siglos después sigue generando abundante bibliografía entre los estudiosos del arte. El rostro de la joven se percibe difuso en el espejo que sostiene su...
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Ana Sharife
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