Zozobrando
Muda
Marta Bassols 29/05/2020
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He escrito, mucho y malo, algunas cosas regular: cien versiones de guion, nueve informes de lectura, ocho o diez textos de aquí y de allá. Pero todo lo hice silente y compelida por los deadlines (líneas de muerte, nunca olvidar). Ni una sola palabra que me haya permitido avanzar en el proyecto de libro (hubiera sido una ocasión buena). Pocas en mis redes. Ni una sola que me hiciera sentir satisfecha o escalofríos. Todo era absolutamente innecesario: una persona más hablando de lo extraño que es este momento. Como fui advertida de no llevaros a lo negro, ni a mi hoyo (del que no podía salir a pesar de mis efusivos intentos), me propuse esforzarme en no escribir desde mí, no tener ni mi crítica, ni mi miedo por objeto. Intenté no leer la (única) actualidad. Salirme de la irreversibilidad, volver a lo eterno; no más cifras, no más prensa, no más horarios ni fases, no más comparecencias del gobierno. Y me propuse muy fuerte que si hablaba alto, tendría que ser luminoso o estar alumbrado o aportar diversión o consuelo.
Pero así como el amor es ciego (y si no lo es, continuaremos la vida felizmente sacándonos los ojos como en el cuento de Vian), la voluntad también, y no se doblega tanto a la razón como parece. Y su fuerza (de la que tanto se habla) se manifiesta en primer lugar en la carne, ya sea como deseo o como hambre (esto, más o menos, lo decía Schopenhauer) y por eso a la voluntad, más que a ciencias o paciencias, le corresponde regir el impulso creador, que no siempre va en consonancia con las cosas que intenta la razón. Así, no he logrado mi propósito en absoluto, ningún día. Cada vez que comienzo a entregarme a elucubraciones con posibilidades (sólo en mi cine) de terminar siendo refulgentes, ocurrentes, chispeantes y originales, me irrumpe en toda la voluntad algún estruendo de LA COVID 19.
Lo dije un día (de los pocos que no estaba muda), que, a pesar de que algunas, muchos, varias nos hayamos librado de la enfermedad (como tal) de momento, todos hemos contraído el virus de un modo u otro. En mi caso estoy últimamente enfermando sobre todo de vértigo al abismo económico (no es una codicia paranoide, el abismo lo veo nítido a la que me asomo un poco). Como consecuencia de ello, estoy asumiendo muchos más encargos y tareas de los que se pueden llevar a cabo en un día o semana, teletrabajando entre semana jornadas de doce y trece horas, y sorprendentemente dando gracias por estas condiciones locas, a pesar de la frustración permanente de mis intentos por conciliar mi necesidad laboral con la vital de mi hija.
La cría, de ocho años, no tiene colegio desde hace dos meses (y los que te rondaré)
No tiene colegio, ni hasta hace pocos días podía jugar con niñas, pero sí tiene deberes, que además yo debo prepararle, corregirle, explicarle cuando necesita, y enviar a su profesora para que revise (esto último NO lo vengo haciendo bien). Eso me ha hecho ver que los contenidos curriculares de primaria son deleznables, sobre todo los de música (o al menos los de música en su colegio) donde, para poneros un ejemplo, les explican los instrumentos de cuerda linkando una fotografía de un arpa a un video musical con una versión (al arpa) de des-pa-ci-to, interpretada obviamente no por Luis Fonsi, sino por una mujer (anónima) en la playa.
Yo querría prepararle un plan de choque tipo vamos a escuchar a Brian Jones, que además del arpa también tocaba el sitar o el dulcimer, pero en lugar de eso, tengo que decirle que no se crea nada (escuetamente) y que si acabo temprano de escribir pues luego le bailaré. Pero luego no bailo, porque no acabo temprano, ni mucho menos. A veces porque me habla y me interrumpe y me saca del hilo y de quicio o me enloquece la pobre, que cacarea sin detenerse (será por mi culpa, que la cosí a disertaciones cuando era un bebé), otras porque yo no llego, y encima he de parar para (si no está mi chaval en casa) preparar de comer (cuando ella iba al cole muchos días no comía hasta que la recogía) y todos los días, o muchos, por muy de culo que vaya he de buscarme un agujero para llevarla a dar un paseo a la hora de los chiquillos (que no me viene a mí nada bien) porque cómo voy a tenerla todo el día sin su derecho a ser una niña y jugar y pasarlo bien. De pronto ella tiene un trabajo injustísimo, que es esperarme por si le caen unas cartitas o unas partidas a los piratas o una vuelta nocturna, clandestina y a deshoras (los días que no nos vienen a detener) y yo no puedo llevarla con mis amigas con las que nos hacemos cobertura de cuidados, ni con mis padres, ni en realidad terminar el trabajo bien. Ni hilvanar un pensamiento más simbólico y poético o diferente a todo lo que leéis.
Mi carne y mis gestos sólo me dejan hablar de covid o pensar por covid y sus colateralidades, o decidirme a enmudecer.
He escrito, mucho y malo, algunas cosas regular: cien versiones de guion, nueve informes de lectura, ocho o diez textos de aquí y de allá. Pero todo lo hice silente y compelida por los deadlines (líneas de muerte, nunca olvidar). Ni una sola palabra que me haya permitido avanzar en el proyecto de libro...
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Marta Bassols
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