¿Igualdad republicana?
El final de la excepción racial en Francia
Las manifestaciones que se multiplican no hablan únicamente de los Estados Unidos, sino de los George Floyd de muchos países. La actualidad estadounidense es solo un catalizador. El espejo transatlántico nos devuelve nuestra imagen
Éric Fassin 12/06/2020
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En 2011, ‘el caso DSK’ [Dominique Strauss-Kahn] anunciaba “el final de la excepción sexual” (por utilizar el título de la tribuna que publiqué en Libération cuando estalló el caso) en Francia. El arresto en Nueva York del entonces director gerente del FMI y supuesto candidato a la presidencia de la República abrió, en efecto, el camino al eterno regreso del “caso Polanski” como un reguero de pólvora del #MeToo. De un plumazo, se hizo difícil esgrimir el fantasma de la América puritana para justificar una excepción francesa del derecho común, salvo para incluir la violación dentro de la “seducción a la francesa”. Desde entonces, “tirarse a la sirvienta” ya no provoca indiferencia y las protestas de los nostálgicos de la “libertad de importunar” resuenan como el débil eco de un mundo antiguo. ¿Por qué el sexo sigue estando eximido de los requisitos de libertad e igualdad? Ni los políticos ni los artistas pueden continuar eludiendo esta lógica de la democracia sexual, y Francia no puede ser una excepción.
Actualmente, en el ámbito de la democracia racial, se podría establecer la hipótesis de que está ocurriendo lo mismo con las movilizaciones internacionales. La presencia el 2 de junio de las actrices Adèle Haenel y Aïssa Maïga junto a Assa Traoré por el caso de su hermano Adama y por todas las víctimas [de violencias policiales] nos recuerda, además, la última ceremonia de los César, así como la carta de Virginie Despentes “a mi amigos blancos que no ven el problema” resuena con su rotundo artículo de opinión de entonces : “¡Ahora nos levantamos y salimos!”. En pocas palabras, el paralelismo es obvio: ¿y si estuviéramos viviendo en Francia, como en otros lugares, el final de la excepción racial?
Tomamos conciencia de lo absurdo que es enviar el racismo al otro lado del Atlántico invocando la historia de la esclavitud, como si Francia no fuera heredera del comercio triangular
En primer lugar, tomamos conciencia de lo absurdo que es enviar el racismo al otro lado del Atlántico invocando la historia de la esclavitud, como si Francia no fuera asimismo heredera del comercio triangular. ¿Y quién puede creer que al contrario que América, la República colonial permaneció “ciega a la raza”, cuando legisló sobre los “mestizos” y asignó un estatus legal diferente a los “musulmanes franceses de Argelia” ? La cuestión racial no pertenece a una cultura u otra; no es ajena a nosotros. “No puedo respirar” : estas últimas palabras también podrían haber sido las de Adama Traoré. Las manifestaciones que se multiplican no hablan únicamente de los Estados Unidos, sino de los George Floyd de muchos países. Por lo tanto, no se trata de importar problemas del extranjero: en realidad, la actualidad estadounidense es solo un catalizador. El espejo transatlántico nos devuelve nuestra imagen.
En segundo lugar, los Blancos están muy presentes en las movilizaciones junto a las minorías. En otras palabras, la fractura racial que se estaba ampliando en el propio seno del antirracismo, dividido entre asociaciones que afirman ser universalistas, pero que son mayoritariamente blancas, y otras tachadas de comunitaristas, con el argumento de que apenas lo son, podría estar desapareciendo. Esto requiere una mutación: al mismo tiempo que advertimos esta fusión, se nos incita a nombrar a “los Blancos” como tales; pensamos en su presencia como “aliados” de las “personas implicadas”. El racismo ya no aparece como un problema únicamente de las personas racializadas. Es cierto que con la deriva represiva del estado, la violencia policial ya no se limita al extrarradio: desde 2016, se ha extendido en contra de los movimientos sociales. La convergencia de las luchas, por lo tanto, ha pasado por la convergencia de los golpes. Pero hay más: como escribe el artista Banksy, “el sistema” es un “sistema blanco”, por lo tanto, “es un problema blanco”.
Por último, el disturbio ya no aparece como el único recurso de la revuelta. Al principio, en los Estados Unidos, las protestas tomaron una forma violenta donde se revivía el recuerdo de los disturbios raciales de Los Ángeles en 1992 o de la década de 1960 en todo el país. Además, Donald Trump trató de avivar las llamas utilizando la amenaza del jefe de policía de Miami en 1967: “¡Si empiezan a saquear, empezamos a disparar!”. Sin embargo, en una segunda fase, la movilización se convierte en manifestación. Este es el resultado de la repolitización llevada a cabo por el movimiento BlackLivesMatter desde su nacimiento en 2013. Incluso un gesto, la rodilla en el suelo del futbolista Colin Kaepernick, ha sido adoptado en el Congreso por los demócratas para traducir la protesta en un proyecto de reforma de la policía. En la ciudad de Minneapolis, donde fue asesinado George Floyd, se ha llegado incluso a escuchar la petición de “desmantelar” a la policía cerrando el grifo (“defund”). No cabe duda de que es política.
El problema no radica tanto en saber cuántos policías son racistas; es preciso reconocer que los jóvenes negros o árabes están veinte veces más controlados
En resumen, el final de la excepción racial significa el reconocimiento de la racialización de la sociedad como una apuesta verdaderamente democrática. Evidentemente todavía nos resulta difícil aceptarlo en Francia, donde queremos creer que hablar de ello es racista. No es entender que si los racistas creen en la existencia de razas en plural (blanca, negra, judía, etc.), los antirracistas nombran raza en singular para denunciar el mecanismo social de asignación a una diferencia jerárquica (racialización). En 2018, los diputados votaron por unanimidad a favor de eliminar la palabra “raza” de la Constitución, donde, sin embargo, únicamente aparece para combatir el racismo (“independientemente de la raza”). Todo sucede como si en Francia lucháramos contra la palabra para no atacar al objeto.
El problema no radica tanto en saber cuántos policías son racistas; es preciso reconocer, con el Defensor del Pueblo, que los jóvenes negros o árabes están veinte veces más controlados, con todos los riesgos de que se comentan los excesos que sabemos. En pocas palabras, para comprender el racismo, como el sexismo, hay que partir del punto de vista de quienes lo sufren. Cuando la cantante Camélia Jordana tiene el valor de referirse al miedo “de los hombres y mujeres que van a trabajar todas las mañanas en el extrarradio y que son masacrados exclusivamente por el color de su piel”, el ministro del Interior la critica: “La libertad de debate público no permite decirlo todo y cualquier cosa”.
« Il y a des milliers de personnes qui ne se sentent pas en sécurité face à un flic et j’en fais partie » @Camelia_Jordana #ONPC pic.twitter.com/RrA91Y6Km8
— On n'est pas couché (@ONPCofficiel) May 23, 2020
Es cierto que todavía nos negamos a mencionar el racismo sistémico, una lógica social que no se limita a las intenciones o ideologías racistas, sino que se mide por sus efectos. El ministro de Justicia de Donald Trump, William P. Barr, dice que “no cree que haya racismo sistémico en el sistema policial” ; incluso él tiene que admitir, sin embargo, que “debemos reconocer que nuestras instituciones han sido explícitamente racistas durante la mayor parte de nuestra historia…”. Dicho de otro modo, que lo son implícitamente.
Evidentemente no hemos terminado con el racismo, como tampoco con el sexismo. El final de la excepción racial y sexual significa simplemente que ninguno de las dos tiene ya el vigor que impone la realidad: las apuestas políticas están al descubierto. En Francia, actualmente estamos hablando de la elección de un tipo de sociedad. ¿Podemos seguir reivindicando la excepción racial o sexual en nombre de la cultura republicana que se supone que nos define excluyendo a una parte de nosotros? ¿O quizás ha llegado el momento de asumir que el universalismo no admite excepciones? ¿La República es una peculiaridad nacional o debe inscribirse dentro de una lógica democrática común? Esto es básicamente lo que está en juego en democracia, ya sea racial o sexual: el objeto, no la palabra.
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Eric Fassin es sociólogo, Universidad Paris-VIII Vincennes-Saint-Denis
Este artículo se publicó en Libération.
Traducción de Paloma Farré
En 2011, ‘el caso DSK’ [Dominique Strauss-Kahn] anunciaba “el final de la excepción sexual” (por utilizar el título de la tribuna que publiqué en
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Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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