Paca Blanco / Activista medioambiental
“La pobreza está relacionada con la crisis ecológica. Si no se arregla, nos vamos a la mierda”
Yayo Herrero Madrid , 25/07/2020
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Paca Blanco.
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Han pasado más de doce años desde que dos organizaciones ecologistas, Adenex y Ecologistas en Acción de Extremadura, iniciaron el proceso de denuncia contra la urbanización Marina Isla de Valdecañas, proyectada y construida en zona Red Natura 2000, un espacio teóricamente protegido y no urbanizable.
Desde entonces, todas las sentencias de las diferentes instancias judiciales han venido confirmando la ilegalidad de la urbanización y el papel negligente de la administración local y autonómica. En 2014, el Tribunal Supremo confirmó el fallo del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura (TSJEX) y condenó a la Junta a restituir el entorno a su estado natural. Sin embargo, hace unas semanas, un nuevo fallo del TSJEX se echaba para atrás, decretaba la demolición de lo que está a medio construir pero aceptaba el mantenimiento de las casas de lujo ya construidas.
Las organizaciones ecologistas demandantes fueron sometidas a una tremenda presión mediática y política cuando su único afán era defender la legalidad y el medio ambiente extremeño. Pero entre todas las personas que intervinieron, hubo una, Paca Blanco (Madrid, 1949), que pagó un alto coste personal. Blanco vivía en el pueblo más cercano a la urbanización denunciada y las amenazas, insultos y presiones terminaron haciendo que tuviese que abandonar su casa. Estigmatización, criminalización, calumnias, vejaciones y amenazas… todos los elementos que suelen constituir las estrategias de acoso a quienes denuncian la destrucción del territorio, la corrupción y la impunidad.
Podemos decir con rigor que nos encontramos ante la versión local de lo que solemos denominar una defensora de la tierra.
Paca, ¿cómo has vivido este nuevo episodio del culebrón de la Marina Isla de Valdecañas?
Pues con un cabreo monumental. Si se hubiera atendido a las peticiones de las organizaciones ambientales desde el primer momento, la sociedad extremeña se habría ahorrado una gran cantidad de problemas y fondos públicos.
La acción de los políticos, verdaderos responsables de este fiasco en connivencia con los promotores urbanísticos, ha sido una vergüenza. Un caso como el de Marina Isla de Valdecañas en cualquier lugar decente tendría que haber provocado dimisiones y la petición de disculpas de los responsables políticos a toda la sociedad extremeña.
La cuestión es que los chalés pertenecen a grandes de España y a gente de las élites. Algunos los compraron sabiendo que eran ilegales
El auto dice que hay una imposibilidad material de ejecutar las sentencias y que se va a mantener lo que ya está construido y terminado porque no afecta al medio ambiente. Imagínate, un hotel, ciento ochenta viviendas de lujo, un campo de golf de dieciocho hoyos, playa artificial, puerto deportivo, etc., en una zona perteneciente a la Red Natura 2000 y nos dicen que no afecta…
El meollo de la cuestión es que los chalés pertenecen a grandes de España y a gente de las élites. Algunos los compraron sabiendo que eran ilegales, pero creyeron que por ser ricos y tener apellidos ilustres no iba a pasar nada. Y mira, tenían razón. Mientras se desahucia a familias pobres, un Aznar, Borbones, Gómez Acebo, López Ibor se quedan disfrutando de un espacio que es de todos...
Os reunisteis con Fernández Vara hace unos días…
Catorce años le ha costado a Vara encontrar la afinidad judicial para salirse con la suya y no tener que responder de todas las ilegalidades, trapicheos y desmanes cometidos. No es justo, no hay justicia. Otra vez ha funcionado la política de hechos consumados y la impunidad ante la corrupción. Otra vez más lo de siempre: cómo se salen con la suya los grandes estafadores y ladrilleros.
Los jueces, después de haber sentenciado que debía dejarse todo como estaba, hacen justo lo que quería la Junta y los propietarios
Fernández Vara nos dijo que habíamos ganado en todo judicialmente, pero lo cierto es que los jueces, después de haber sentenciado que debía dejarse todo como estaba antes de las obras, hacen justo lo que quería la Junta y los propietarios de las casas ilegales. Yo le dije: “No estoy de acuerdo con lo que has hecho. Llevo catorce años con lo de Valdecañas. Todavía me funciona bien la cabeza y voy a trabajar para tirarlo”.
Cuando nos íbamos, Fernández Vara me dijo: Paca ¿cómo andas? Pues mal, con garrota, ya me ves, le digo. Tengo una operación pendiente de un tumor –seguro que bueno– en la pierna, pero con el del tema de la covid 19 se ha retrasado todo. Me dijo que si quería operarme en Extremadura se podía resolver pronto. Pero yo no quiero favores, quiero que se cumplan las leyes.
Llevas mucho tiempo en el movimiento ecologista ¿cómo llegaste?
Con Ramón Fernández Durán y Ladis aprendí lo importante que era el ecologismo, cómo afectaba sobre todo a los más pobres y cómo los pobres no sabíamos nada
Conocí a Ladislao Martínez a principios de los noventa. Él entonces estaba en la CNT. Yo estaba en el Ateneo Libertario de Usera. Teníamos un lema: “Ni Dios, ni amo, ni CNT” (se ríe). Pero nos hicimos amigos. Él me habló de AEDENAT, que tenía la sede en la calle Campomanes. Fui y me encantó la gente, también me impresionó. Sabían un montón. Yo era más de barrio. Recuerdo que me impresionaron los debates. Todo el mundo discutía mucho y a mí me parecía que todos tenían razón. Recuerdo especialmente los debates entre Ramón Fernández Durán y Ladis. Eran sabios y a la vez normales, cercanos y cariñosos. Mira, ahora ya no tenemos a ninguno de los dos y yo los sigo echando de menos. Fueron dos de mis grandes referentes políticos y ecologistas. Con ellos aprendí lo importante que era el ecologismo, cómo afectaba sobre todo a los más pobres y nosotros (los pobres) no sabíamos nada de aquello.
Luego me fui a vivir a Extremadura. Creamos AEDENAT de Extremadura en 1996. Poco después se creó Ecologistas en Acción (en 1998). Unos años después la Federación de Extremadura atravesaba una crisis y terminé coordinándola. Lo hice lo mejor que pude y supe.
Se apuntaba mucha gente joven a las manifestaciones. La mayor parte de la gente estaba muy precaria y yo llevaba bocatas para todos. Me pasaba la tarde anterior haciendo tortillas y friendo pimientos. Llevaba un montón de comida. Había que cuidarlos. En la militancia, unas veces te toca encadenarte en la verja de una central nuclear, otras preparar un tocho de alegaciones y otras preparar bocatas para la gente que los necesita. Así es la cosa.
Hubo no pocos líos y algunas veces necesité que me ayudasen con la mediación. Tú conoces bien algunas de aquellas cosas… No soporto a los machos egocéntricos. Siempre tienen que poner sus cositas encima de la mesa y yo, diplomática no soy, y a veces se liaban pardas. Luego que si Paca es una rabanera, pero bueno, siempre tuve el apoyo y la ayuda de quienes estaban en la coordinación de la confederación.
¿Te has sentido alguna vez sola?
No, nunca me sentí sola. He tenido a mi familia de sangre y a mi familia ecologista, que nunca me ha fallado. Es verdad que alguna vez he sentido que alguna persona me discriminaba, que me apartaba y llevaban a las reuniones importantes a otros compañeros más “elegantes”, pero yo he dicho quiero estar y quiero hablar. Y he estado.
Suele decirse que el movimiento ecologista está integrado por gente de clase media, muy alejada de las preocupaciones y las necesidades de la clase trabajadora. Tú no has tenido una vida fácil y desde luego no cumples ese estereotipo…
Tampoco muchos compañeros que son muy precarios. En Extremadura mucha de la gente que participábamos en Ecologistas en Acción éramos bastante pobres. Otra no tanto, aunque la gente más joven de la organización, con todas sus carreras y sus idiomas, es precaria y las pasa canutas.
Pero yo, desde luego, siempre fui barriobajera. De San Cristóbal de los Ángeles, de Usera, de la calle. Fui muy rebelde y la rebeldía me hizo pasar parte de la adolescencia en reformatorios del Patronato de Protección a la Mujer que presidia “la Collares”. Estaba en el reformatorio antes de los 17 y entonces no tenías la mayoría de edad hasta los 21. Me fugué de todos los reformatorios. Pasé una temporada bastante mala. Terminaron aplicándome la Ley de Vagos y Maleantes y me querían llevar a la cárcel. Tuvieron conversaciones con mi madre y con mi tía y ellas consiguieron que no me encarcelaran, por ser menor. Solo era pobre. Pobre, mujer y rebelde. Conozco un montón de chicos pobres a los que sí les metieron en la cárcel. Así eran nuestros barrios… (Ya verás cómo lean esto los de la Marina Isla de Valdecañas que me tienen tantas ganas, me van a freír, pero a mi edad me importa ya un carajo…).
¿Cómo te libraste del Patronato y de la tutela?
En una de mis fugas me quedé preñada de un novio que me ayudaba cuando me fugaba. Así que en la siguiente que me pillaron me llevaron a Peñagrande y me ingresaron en un centro en el que metían a adolescentes embarazadas. Me escapé también porque me contaron, y vi, que a las compas les quitaban los niños y se los daban a gente bien, que se los merecía, no como nosotras. La única opción que me quedó fue buscarme un marido. Era la única forma, siendo menor, de que me dejasen en paz. Lo de cargar con la tripa yo sola no me importaba mucho, la verdad, pero sí que le tenía miedo a la cárcel y ya me querían aplicar la Ley de Peligrosidad.
Mi primera opción fue un amigo homosexual que lo estaba pasando fatal, pero al pobre le metieron preso, así que me acabé casando con un tío que acababa de salir del penal de Ocaña. Yo pensé que era un apaño y que nos beneficiábamos mutuamente. Me agarré a lo que pude. Pero la cosa no fue bien.
¿Qué pasó?
La cosa es que él se enamoró. Eran otros tiempos y tres años después teníamos tres hijas, la que era mía sola y otras dos más. Con 20 años tenía tres hijas y a los 24, un hijo más. El tío resultó ser un maltratador. Yo no era sumisa y me pegó un montón de veces. Lo único bueno es que él atracaba bancos y joyerías, y muy bueno no debía ser porque estaba más en el talego que en casa. Pero un día me harté y dije hasta aquí he llegado. Me ayudó un primo y desaparecí.
Pasé unos cuantos años escapando de ciudad en ciudad. Cada vez que me enteraba que me había localizado, me largaba con los niños a otro sitio. Curraba como una mula en lo que me salía… En uno de los muchísimos curros que tuve, en un bar, conocí a Fernando, mi pareja actual, y nos fuimos a Extremadura.
Intentamos vivir en una finca en el campo. He intentado tres veces vivir en el campo, en la naturaleza, pero las tres veces se fastidió la cosa. Se ve que soy más de barrio que de campo… Hemos tenido un restaurante vegetariano, una tienda de ropa para tallas grandes… hasta hacíamos pases de modelos en la calle. Con Fernando tuve a mi quinto hijo y con él sigo.
Y de tu marido atracador, ¿qué fue?
Mi marido se terminó muriendo, porque hay hombres que o los mantienes tú o no aguantan. Como estaba más preso que fuera, terminó siendo yonki y murió. Yo me enteré a los tres años.
No es una vida nada convencional…
No te creas. En aquella época los barrios pobres eran muy duros para las mujeres, sobre todo con la presión de los curas y el control que había entonces. Lo raro en mí fue que no me resigné, ni con la tutela, ni con el marido, ni con nada. Lo de la resignación no va conmigo.
Lo sorprendente es que terminases siendo una activista ecologista. ¿Cómo te apañabas siendo precaria y con cinco criaturas?
Algunas madres modernas os quejáis mucho (se ríe). Yo me los he llevado siempre a todos lados y, la verdad es que mi madre me ayudó mucho, como yo ahora ayudo a mis hijos con mis nietos. Me los llevo a todos lados. Para mí, el peor momento fueron los años 1997 y 1998. Entonces trabajábamos organizando conciertos y mi hija mayor enfermó. Veía que se me moría. No daba abasto entre el curro, el estar con ella y la pena. Me ponía como una moto. Es horrible ver cómo se te va una hija con veintiocho años. Se la llevó el sida, como a tantos jóvenes. Era una chica muy vital, no hay derecho que se fuera así.
¿Cómo viviste el estar otra vez acosada a raíz de la denuncia de Marina Isla de Valdecañas?
Después de enfrentarme a la urbanización de la Marina de Valdecañas sufrí bastante acoso. Me calumniaban, tiraban objetos contra mi casa, echaban lejía o meaban en mis plantas e incluso algún cóctel molotov… Recuerdo que compas de Ecologistas vinieron a mi pueblo e hicieron allí una acción. Fliparon cuando vieron aparecer por el pueblo a un montón de gente que venía a apoyar a esa tía loca… Desde la organización hablaron con la Guardia Civil para que intentase frenar el acoso.
Miedo no tenía pero sí que me llevé algún disgusto gordo al ver que mentían sobre mí en los periódicos. Lo usaban todo, que si era una mujer histérica y agresiva, que estaba loca, que era arrabalera, que si me había comprado una casa en la zona con todo lo que estaba denunciando. Se metían con mi vida privada e intentaban manchar mi nombre. Yo las habré liado gordas pero siempre he sido honesta. Eso sí que me dolía, porque al final tu nombre es lo único que tienes.
Me había comprado una casita en el pueblo, que estaba pagando… Pero al final me tuve que ir. Abandoné la casa, me quedé con la deuda de la hipoteca y sin casa, porque me preocupaba que cualquier día nos hicieran algo o le hiciéramos nosotros algo a alguien al defendernos.
Estuvimos mi pareja y yo viviendo unos cuantos meses en una caravana en una finca. Ya ves, a los sesenta y alguno y con garrota en una caravana, pero siempre me he apañado bien y no me hundo con casi nada… Finalmente, conseguí una vivienda protegida en otro pueblo. Hacía un frío tremendo en aquella casa en el invierno y me sentía sola, así que al final, me volví para Madrid.
También eres activista en la PAH...
Mi hijo vivía en Las Adelfas, en un piso de protección. Unos colegas se quedaron en su casa, dejaron de pagar y se terminaron yendo. Cuando volvimos a Madrid, no teníamos dónde ir. Tenía la llave de la casa de mi hijo. Vi que estaba bien y me quedé en su piso, aunque había recibido algunas cartas amenazantes…
Fui a la PAH para que me aconsejaran y me dijeron que presentase un escrito pidiendo que me regularizaran para poder pagar las mensualidades de forma normal, y que me fraccionaran la deuda anterior para ir pagándola. Mi compañero y yo tenemos cada uno una pensión mínima no contributiva y entre los dos, aunque contando hasta el último céntimo, nos podemos apañar.
Me dijeron que no y que me consideran una okupa. Bueno, pues soy una okupa, no me ofende. He trabajado un montón, he sacado a mis hijos adelante. Me ha quedado una pensión mínima de mierda y no puedo hacer otra cosa. Llevo así cinco años.
Me enganché en la PAH de Vallecas y luego pasé a la Asamblea de Vivienda Pública y Social.
Sin curas y sin tanto reformatorio, la miseria y la cutrez de los barrios en Madrid vuelve a ser casi igual que cuando yo era niña
Mira que vengo de un barrio bajo y he sido pobre toda la vida, pero no sabes lo que me he encontrado allí. La gran mayoría de las personas que participamos somos mujeres. Cuando llegaron las vacas flacas, los maridos de muchas de estas mujeres se largaron de casa y ahí se quedan con los niños y con el problema. Van a las asambleas cuando ya están desesperadas. Y lo que más me jode es que van con un enorme sentimiento de culpa. Encima. Lo primero que hay que hacer es acoger y consolar. “Ya verás cómo juntas salimos de esta”. Lloran y lloran. “Que vamos a salir, les digo”.
Es impresionante ver la valentía de las mujeres de la PAH. Paran los desahucios con sus cuerpos y no defienden solo su casa, defienden el derecho a la vivienda de toda la gente. Las más peleonas somos las que tiramos del carro pero todas empujan. Muchas son limpiadoras. Friegan como bestias y pasan mucho tiempo en las colas del hambre.
Es increíble que eso siga pasando en Madrid. Sin curas y sin tanto reformatorio, la miseria y la cutrez de los barrios vuelve a ser casi igual que cuando yo era niña. Hay algunas compañeras que son evangelistas y se refugian en dios. Yo me cabreo. “Oye que es tu dios el que manda las pandemias”.
¿Cómo explicas a todas estas personas tu militancia ecologista?
Pues como puedo. Hay que trasladar la ‘intelectualidad’ del ecologismo a la calle. Tenemos muchos panfletos, libros y estudios pero ¿cómo se traslada eso? No son cosas fáciles de explicar.
Mucha gente está resignada a que los ricos, por serlo, tengan derecho a todo
A mí siempre se me ha dado bien conectar con la gente de los barrios. Igual porque vengo de la calle. Las mujeres me miran y dicen mira con lo que tiene esta encima y le ha dado por querer cerrar las centrales nucleares. Y cuando empiezo a explicar lo del control y el uso de energía y minerales del 5G, la gente lo flipa.
Algunos me preguntan ¿para qué quieres tirar esa urbanización? Si ya está hecha qué más da… Mucha gente está resignada a que los ricos, por serlo, tengan derecho a todo...
¿Y por qué te importa tanto?
Mira, tenemos una casa común. Esa sí que es de todos y se va a la mierda. Lo malo es que sin esa no hay ninguna. Tengo hijos, tengo nietos y no quiero dejarles esta mierda. No sé explicarlo pero me importa y me cabrea que los que explotan, desahucian, expulsan a los migrantes y se quedan con todo, se salgan con la suya. No hay derecho a explotar a saquear y a destruirlo todo. No me he resignado a la injusticia nunca y me gusta lo bonito. A pesar de los momentos malos que he pasado, me gusta vivir, disfruto de la vida. No quiero dejar que la vida se nos desmorone.
Por no dejar de pisar charcos, te metiste también en el municipalismo madrileño…
Sí, me eligieron para el Consejo Ciudadano Municipal de Podemos. Lo hice por responsabilidad. Estoy convencida de que tenemos responsabilidad también de estar en las instituciones. Ahora ya no estoy pero he vivido esa etapa con cariño y he sentido mucho aprecio por la gente.
Es verdad que la etapa municipalista la viví también con decepción. Me decepcionó que la alcaldesa rompiese la baraja de una alianza tan débil y a la vez importante. También viví en la PAH el comportamiento déspota de la concejala de servicios sociales de Ahora Madrid. En fin, queríamos otro Madrid y mira… Pero también conocí a otra gente majísima. Recuerdo sobre todo con admiración a Carlos Sánchez Mato.
¿De qué te sientes más orgullosa?
Me he metido en un montón de batallas grandes sin tener conocimientos. Sabía que eran importantes y no he tenido problema en llamar a compañeros y decirles que me ayudasen, que no sabía.
Me he sentido apoyada y nunca me ha faltado esa ayuda. En la campaña Refinería No (contra el poliducto en Tierra de Barros), que ganamos… Empecé en el movimiento antinuclear y en concreto contra la Central Nuclear de Almaraz sin saber lo que era un reactor. Ahora, no es que sea física-nuclear pero creo que controlo bastante.
Denunciamos Marina Isla de Valdecañas, porque olía a ilegal y a cacicada que echaba para atrás. Yo no sabía mucho de pajaritos y ahora hasta conozco algunos de ellos.
He ido aprendiendo de los compañeros y las compañeras. Y ahora yo también formo parte de esa “intelectualidad ecologista” (se ríe).
¿En qué nuevo proyecto estás ahora?
Me parece fundamental la cuestión de la energía y me ilusiona el colectivo de trabajo de feminismos y energía que se ha creado a nivel estatal. Lo hemos llamado Red de Mujeres por una Transición Energética Ecofeminista.
No hay forma de arreglar la crisis ecológica si no resolvemos, a la vez, el que la gente coma y tenga techo y luz
Nosotras miramos cosas que los hombre no miran y conectamos el problema de la energía con la vida de todos los días, con la pobreza energética, con el conocimiento de las facturas, con el empoderamiento de la gente más humilde sobre el derecho a la energía y a conocer, controlar e intervenir en algo que es un bien común y una necesidad básica, como el agua, la comida o la casa. Además, entre nosotras nos explicamos muy bien. Sin tensiones. No se enfada nadie...
El ecologismo nunca llegará a las personas más pobres si no se solucionan los problemas de precariedad. Y no les hables de la agricultura ecológica porque no se lo creen. No quieren hacer militancia trabajando. Solo quieren trabajar y vivir y también tienen derecho. La renta básica es muy importante. Si la tuviésemos no estaríamos tan puteados para tener ese trabajo.
¿Qué te preocupa más?
Mi mayor preocupación es la emergencia climática. No tengo miedo a las enfermedades. Después de perder a mi hija, que mi compañero esté convaleciente de un cáncer y yo esté bastante cascada, sé que salimos adelante. Pero creo que no somos conscientes de lo que supone el cambio climático. De la violencia, pobreza y falta de futuro que puede traer. Y es muy difícil de explicar. La gente tiene que comer, necesita una casa, así que diles algo de los eventos climáticos extremos y del permafrost. Nos vamos a la mierda todos y no sabemos hacer llegar de forma masiva cómo la pobreza y precariedad están directamente relacionadas con la crisis ecológica.
El problema es que nosotros no prometemos lo que no podemos dar. En el pueblo, cuando lo de la denuncia de Valdecañas, me acusaban de quitar el pan y el trabajo. Nunca lo hubo, no se generaban puestos de trabajo para los locales pero daba igual. Llegan los fascistas, prometen un cachino de pan y trabajo y se llevan el gato al agua. Les dicen lo que quieren oír, aunque sea mentira. Si los sindicatos, políticos y movimientos sociales no entran a resolver eso, nos van a pasar por encima. Ahí es donde está la cuestión. Si no se arregla la crisis ecológica, nos vamos todos a la mierda y no hay forma de arreglar la crisis ecológica si no resolvemos, a la vez, el que la gente coma y tenga techo y luz. Cómo hacer eso es lo que más me preocupa.
Han pasado más de doce años desde que dos organizaciones ecologistas, Adenex y Ecologistas en Acción de Extremadura, iniciaron el proceso de denuncia contra la urbanización Marina Isla de Valdecañas, proyectada y construida en zona Red Natura 2000, un espacio teóricamente protegido y no urbanizable.
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Yayo Herrero
Es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social.
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