ABUSOS EN EL DEPORTE
El final de la ‘omertá’ en la competición
Deportistas de varios países y disciplinas deciden contar los maltratos que han padecido de sus entrenadores tras la emisión del documental ‘Athlete A’, sobre los abusos sexuales del médico Larry Nassar a gimnastas estadounidenses
Ricardo Uribarri 23/08/2020
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La triatleta surcoreana Choi Suk-Hyeon sufrió durante muchos meses abusos, palizas y acoso por parte de su entrenador, un fisioterapeuta y dos deportistas de su equipo. Presentó una denuncia a la policía y también ante la Federación de Triatlón y el Comité Olímpico de su país, pero la lentitud de las investigaciones y la negativa de algunos compañeros a hablar por miedo a las represalias le llevó a la frustración. En su diario llegó a escribir: “Prefiero morir antes que ser golpeada como un perro”. El pasado 26 de junio se suicidó. Es un ejemplo de las consecuencias que pueden llegar a tener los maltratos físicos y psíquicos, una situación que se ha estado dando durante años en diferentes disciplinas deportivas y distintos países y que nadie se atrevía a destapar por miedo a las consecuencias. Hasta ahora.
La emisión del documental Athlete A, que relata las investigaciones periodísticas realizadas a raíz de las acusaciones de abusos sexuales contra Larry Nassar, el médico que durante más de dos décadas ejerció en el equipo nacional de gimnasia de Estados Unidos y que tras ser denunciado por 156 mujeres recibió tres condenas judiciales por posesión de pornografía infantil y agresiones sexuales a menores que le mantendrán toda su vida en la cárcel, ha sido el detonante que ha roto la ley del silencio sobre los comportamientos inadecuados utilizados por muchos entrenadores. Unidas en redes sociales bajo la etiqueta #gymnastalliance, gimnastas de Reino Unido, Bélgica, Holanda, Australia y Nueva Zelanda han comenzado a contar sus dolorosas experiencias, lo que ha llevado a algunas federaciones de estos países a abrir investigaciones al respecto.
Gimnastas de Reino Unido, Bélgica, Holanda, Australia y Nueva Zelanda han comenzado a contar sus dolorosas experiencias, lo que ha llevado a algunas federaciones a abrir investigaciones al respecto
El primer paso de este movimiento global lo dieron varias gimnastas británicas, que difundieron un comunicado en el que afirman que “el entrenamiento de gimnasia es un trabajo duro, pero se puede realizar de la manera correcta para generar resultados hermosos, alegres e impresionantes, sin sacrificar el bienestar de los jóvenes ni silenciar sus voces. El éxito se basa en la confianza, la ciencia y la comunicación, no en el control y la obediencia temerosa, incluso a través del dolor”. Saben bien de lo que hablan. Una de ellas, Catherine Lyons, recuerda que recibió golpes hasta con una vara, que fue encerrada en un armario y que durante horas las dejaban en una habitación con cerrojo y sin comida. A los 15 años abandonó la gimnasia con un diagnóstico de estrés postraumático. Lisa Mason, denuncia que la “obligaron a entrenar hasta que mis manos sangraron y entonces me echaban alcohol por encima”. La ex olímpica Jennifer Pinches asegura que en este deporte “ha habido un nivel normalizado de abuso emocional, que a veces progresa al abuso físico, y que debe detenerse”. El también británico Nile Wilson, medallista olímpico en Río 2016, no puede ser más contundente en su afirmación sobre la cuestión: “Somos tratados como trozos de carne. La cultura de querer ganar a toda costa supone una manipulación emocional a través del dolor físico”.
Esa búsqueda de la excelencia deportiva que lleve a lograr el sueño de las medallas en los grandes eventos es a lo que se agarran responsables técnicos que reconocen haber ido mucho más allá de donde debían. Uno de ellos es el holandés Gerrit Beltman, que dirigió al equipo nacional belga entre 2000 y 2008 y también entrenó en su país y Canadá. Después de ser señalado por dos exgimnastas holandesas por sus métodos abusivos, admitió que “nunca tuve la intención consciente de golpear, regañar, herir o menospreciar. Pero lo hice. Pensé que era la única forma de cultivar una mentalidad deportiva de alto nivel”. El país natal de Beltman ha paralizado el programa de preparación y competiciones de su selección femenina de gimnasia a raíz de que la exgimnasta Joy Goedkoop acusara a Vincent Vewers, actual entrenador del equipo nacional, de propinarle patadas y golpes y de que varias compañeras denunciaran también abusos y malos tratos por parte de miembros actuales del cuerpo técnico. “Simplemente, no te veía como un ser humano. Tenías que funcionar como una máquina”, afirma Goedkoop sobre el trato recibido de Vewers.
En Australia, 30 gimnastas en activo y retiradas han contratado a un abogado para presionar a la Federación a que realice una investigación independiente sobre el abuso que han tenido que sufrir. Pretenden el reconocimiento del maltrato, una disculpa y la garantía de que no volverá a pasar en el futuro. Tienen miedo de que la situación se perpetúe porque “esta cultura insidiosa no desaparecerá de la noche a la mañana. Los entrenadores de la vieja escuela y las metodologías obsoletas todavía existen hoy”, según Mary-Anne Monckton, ganadora de cinco títulos nacionales. Una de las gimnastas, Chloe Gilliland, ha afirmado que “a los 17 años sentí que era más fácil terminar con mi propia vida que ceder a lo que ellos querían que fuera”. Conociendo sus historias, el letrado ha señalado: “Los caballos de carreras son tratados mejor que estos atletas”.
La gimnasia es uno de los deportes más afectados por esta situación, pero no el único. Otro donde se ha vivido esta cultura del abuso por parte de los entrenadores es el patinaje artístico. Tras ver Athlete A y el movimiento de las gimnastas, la china Jessica Shuran Yu ha confesado que desde los 11 años sufrió maltrato. “Mi entrenador me golpeaba usando las guardas, que son unas fundas de plástico que cubren las cuchillas. Cuando se enfadaba conmigo, cuando consideraba que cometía el más mínimo error, me pedía que elevara la mano. A veces me golpeaba en las piernas y los brazos sin aviso. Podía pasar en medio de un entrenamiento, delante de todo el mundo, o después, en zonas apartadas donde me gritaba y golpeaba aún más fuerte. En días especialmente malos, me golpeaban más de 10 veces seguidas hasta dejarme la piel en carne viva”.
En la práctica totalidad de los casos, los abusos se producen cuando los deportistas son menores de edad, incluso a edades muy tempranas
La patinadora francesa Sarah Abitbol, diez veces campeona de su país y medallista mundial, declaró a principios de este año en un libro que el que fue su entrenador, Gilles Beyer, un célebre expatinador, la violó repetidamente desde que ella tenía 15 años. Incluso señala que una vez retirada le comentó el caso al entonces ministro de Deportes, Jean-François Lamour, y que éste le dijo que no iba a hacer nada, cuestión que el político dice no recordar. A raíz de la manifestación de Abitbol, otra patinadora también acusó a Beyer de haber cometido con ella abusos sexuales y otras dos lo hicieron con otro técnico, Michel Lotz. Estos casos hicieron que la actual ministra de Deportes francesa, Roxana Maracineanu, encargara una investigación que ha tenido como resultado que una veintena de entrenadores de patinaje estén bajo sospecha por acoso, agresiones sexuales o violencias físicas o verbales. De ellos, tres ya habían sido sentenciados a penas de cárcel en el pasado. El Gobierno francés ha puesto estas informaciones en conocimiento de la justicia.
En la práctica totalidad de los casos, los abusos se producen cuando los deportistas son menores de edad, incluso a edades muy tempranas. Esa diferencia de edad entre el entrenador y su pupilo produce una relación desigual entre el poder de la persona que debe enseñar y el deportista, que es fácilmente manipulable y por eso termina normalizando el abuso como algo necesario para llegar a ser campeón. El gimnasta británico Louis Smith explica que “cuando eres joven, a veces la línea entre lo que es un entrenador duro pero bueno y otro abusivo, se desdibuja”. Y el que llega a cuestionar los procedimientos no denuncia por miedo a las represalias. La gimnasta belga Laura Waerm reconoce que “le prohibí a mi madre hablar con los entrenadores u otras personas responsables por temor a no tener más oportunidades y a que me quitaran mi mayor sueño. Había una atmósfera en la que las gimnastas sabían que si hablaban de comportamientos abusivos serían saboteadas, poniéndose en peligro su selección para los Juegos. Eso preservaría la omertá” (la ley del silencio).
Un informe de la organización no gubernamental Human Rights Watch desvela que, en Japón, país que acogerá los próximos Juegos Olímpicos, muchos niños que realizan deporte sufren abusos verbales, físicos y sexuales. En el informe, titulado “Me golpearon tantas veces que perdí la cuenta’: el abuso de niños deportistas en Japón”, más de 800 menores, que representan a 50 deportes, cuentan haber sido objeto de golpes en la cara, golpes con bates de béisbol, patadas, privación de agua, simulación de ahogamientos, azotes con raquetas y abusos sexuales.
En toda esta problemática no se puede dejar pasar el papel que juegan organismos como las federaciones deportivas y sus responsables. En la mayoría de las ocasiones sabían que se estaban produciendo este tipo de hechos, pero prefirieron callarse. La realidad es que nadie se preguntó durante todos estos años por el precio a pagar por conseguir medallas. La que fuera medallista olímpica británica en remo, Cath Bishop, manifiesta al respecto que “cuando sólo cuentan las medallas, la forma en que se consiguen se vuelve menos importante. De esta forma se desarrollan ambientes tóxicos y culturas del miedo, en donde las medallas tienen prioridad sobre el bienestar”. En este aspecto es relevante la demanda que han puesto 140 gimnastas estadounidenses, incluida la referencia mundial de este deporte, Simone Biles, contra el Comité Olímpico y Paralímpico de Estados Unidos, en la que piden que dirigentes de la institución declaren sobre el conocimiento que tenían de los abusos cometidos por Larry Nassar, además de solicitar una indemnización. Hace unos meses, abogados de la federación de gimnasia estadounidense ofrecieron a las afectadas 215 millones, una cantidad que rechazaron, ya que la condición era liberar al Comité Olímpico de cualquier reclamación económica y a sus responsables de tener que declarar.
Muchos deportistas señalan la importancia de que haya organismos independientes a los que recurrir en un caso así. Especialmente viendo que los que supuestamente están designados para ayudar no siempre responden como se espera. Es el caso de la presidenta de la comisión de atletas de la Federación Internacional de Gimnasia, la exgimnasta bielorrusa Liubov Charkashyna, que hace un año dijo que la cantidad de mujeres que denunciaron a Nassar era exagerada y que algunas solo buscaban dinero.
Es de esperar que esta ola de indignación que recorre el deporte mundial sirva para que realmente se tomen las medidas adecuadas que eviten que se repitan estos hechos. Por muy exigente que sea el deporte que se practique, el mensaje que transmiten los deportistas es claro: para intentar ganar no hace falta maltratar. Como expresó Almudena Cid, la exgimnasta española de rítmica, “los cambios suceden de dos maneras: cuando pocas personas con poder lo deciden o cuando muchas personas con poco poder lo desean. Quizá lo segundo lleve a lo primero”.
La triatleta surcoreana Choi Suk-Hyeon sufrió durante muchos meses abusos, palizas y acoso por parte de su entrenador, un fisioterapeuta y dos deportistas de su equipo. Presentó una denuncia a la policía y también ante la Federación de Triatlón y el Comité Olímpico de su país, pero la lentitud de las...
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Ricardo Uribarri
Periodista. Empezó a cubrir la información del Atleti hace más de 20 años y ha pasado por medios como Claro, Radio 16, Época, Vía Digital, Marca y Bez. Actualmente colabora con XL Semanal y se quita el mono de micrófono en Onda Madrid.
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