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Pablo Casado debería empezar a desayunar avena. Esta es la primera conclusión de hoy viendo al líder de la oposición cabreado desde las 9 a.m., lo cual no creo que sea muy recomendable. Por si estabais preocupad@s por mí, hoy he llegado bien al Congreso. Me he cruzado con Abascal, pero al menos no me he chocado (al primer choque no pasa nada pero al segundo ya empiezas a abollar cacerolas en el balcón, y yo ahora mismo no tengo dinero para renovar la vajilla).
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Si ustedes han seguido hoy mínimamente la sesión de control desde alguna tv/periódico/radio o redes sociales, ya habrán escuchado repetir hasta la saciedad que el ambiente estaba muy crispado, que ha sido una jornada en la que se han sucedido los insultos y ataques desde los sillones de los diputados y diputadas y, en definitiva, que ha sido esta una sesión dominada por la confrontación. Y lo ha sido, pero hay un matiz bastante importante: esa confrontación a voces fuera de tono desde los diferentes escaños del Congreso procedía hoy de una zona del hemiciclo. Concretamente, de la zona en la que se sientan los parlamentarios y parlamentarias del PP y de Vox.
“No permitiremos que meta como caballo de Troya a alguien que defiende a batasunos y terroristas”, empezaba Casado, a lo que Pedro Sánchez –que, por cierto, viene muy de azul– contestaba que “no va a entrar en esas provocaciones”. Mentira. Acto seguido le recordaba al líder del PP los 7 ministros procesados y 3 condenados de su partido. Después del rifirrafe de Casado Vs. Sánchez, llega Abascal, que, al haber salido ya las palabras “batasunos” y “terroristas” se queda sin la mitad del discurso.
“Yo venía a preguntarle cómo valora el gobierno de coalición y cómo duerme usted después de haber pactado con Iglesias”.
Vaya, son las 9:20 de la mañana y por fin le han hecho la pregunta que solo hemos escuchado unas 2.731 veces en el último año –puede que sea ese el dato, puede que sean fake news; se lo dejo a Newtral–. Pero, esperad un momento, ¿dónde está Abascal?
Desde la tribuna de prensa que está encima del hemiciclo se ve y se escucha absolutamente todo –hasta lo que una no quiere–. Se ve cómo la mascarilla de Macarena Olona (Vox) no sujeta bien y se le está cayendo todo el rato, haciendo que su nariz asome cada pocos segundos por encima de la bandera de España –por menos de eso imputaron a Dani Mateo–; se ve a Mario Garcés (PP) haciendo aspavientos hasta llegar a quitarse la mascarilla muy enfadado porque Batet no le da a los populares todo el tiempo que él quisiera y se escucha –mucho, mucho– a Guillermo Mariscal (PP) hablando por teléfono –es de esas personas que no maneja el concepto “hablar en voz baja”, ese al que reñían siempre en clase–. También se escuchan palabras sueltas que, gracias a la intimidad que proporciona la mascarilla, se pronuncian más alto y más impunes que nunca. “Dictador”, “mentira”, “machista”… si incluso cuando habla la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, sobre las medidas contra la despoblación territorial, alguien (una diputada) ha gritado, muy exaltada: “¡EXPERTA EN VACIAR COMARCAS!”. Imagínense el cuadro.
Pero, por más que agudice la vista –y habla una persona que le ha echado MUCHAS horas a los libros de Dónde está Wally, buscando a un señor de unos 4 cms de estatura con un jersey a rayas en una página en la que había otros 100 señores con un jersey a rayas– aquí no hay ni rastro del líder de Vox, y no llevamos ni siquiera media hora de sesión. Spoiler: no reaparece en ningún momento cual héroe de película que creías caído en combate. Abascal ha llegado al Congreso de los Diputados, le ha hecho una pregunta a Pedro Sánchez sumamente reiterativa y que nada tiene que ver con el coronavirus, que era el tema del que tocaba hablar hoy –me dirán que no hay cosas interesantes que preguntar al Gobierno sobre la pandemia que nos está dejando sin vida, sin dinero y sin perreo– y se ha ido.
Al igual que en los libros de ¿Dónde está Wally?, el Congreso para Abascal se reduce a un juego: hablas de los políticos y políticas que no hacen nada y cobran por ello, con ese argumento captas votos, llegas al hemiciclo y, en plena pandemia mundial y en una sesión de control, estás media hora y te vas, haciendo todo lo que en campaña criticabas de la clase política. En tu lugar, eso sí, dejas a Ortega Smith, corbata verde y cabeza pesada apoyada sobre las manos, casi solo y prácticamente dormido en una esquina.
Seguramente Abascal se retirara a sus aposentos –porque yo me lo imagino así, en una mesa de madera de roble grandísima y muy despejada con una lámpara de cristal verde botella– a preparar su moción de censura que será en unos días. Una moción que, como ellos mismos saben, no tiene ninguna posibilidad de prosperar y servirá únicamente para empeorar esa imagen de inestabilidad política que arrastra nuestro país en plena crisis sanitaria y que tan empeñados parecen en azuzar esos que luego cuelgan banderas de España por doquier. Una moción que tendrá que ser escuchada por el resto de diputados y diputadas, a no ser que estos se hagan ese día un Abascal.
La intervención más interesante la ha protagonizado, horas más tarde y cuando ya muchos –demasiados– diputados habían salido del hemiciclo, María Jesús Montero (ministra de Hacienda), que ha acusado al PP de ser un partido “irreconocible” debido a su temor a perder votos ante la extrema derecha. “Están propiciando que los ciudadanos se alejen de la política, que es lo más grave. Que los ciudadanos con esos discursos lleguen a la conclusión de que no merece la pena la política porque los políticos se están peleando mientras otros están intentando poner soluciones”.
Desconozco si, a estas alturas, la ministra realmente espera que los populares intenten volver al centro derecha –lugar que por cierto está siendo reocupado poco a poco por Ciudadanos–, o si lo ha hecho por esquivar las preguntas que tenían que ver con las medidas fiscales para combatir el aumento de gasto en pandemia, pero hay que reconocer que es una lectura bastante realista. Fuera de este lugar con escaleras interminables de mármol y sillas rojas –comodísimas, por cierto–, el hastío y la desconexión por parte de los ciudadanos de una clase política cada vez más alejada es más que palpable en todos los barrios y profesiones, aunque la gente de a pie no se dedique a insultar a gritos porque, efectivamente, está más preocupada por cuidar, por no enfermar, o por encontrar un trabajo en plena pandemia mundial.
A la ministra, por cierto, después de este discurso, le ha respondido la diputada del PP Carolina España –con ese apellido yo creo que ya entras en listas directamente– recordándole los ERE de Andalucía y volviendo a contar cómo los socialistas andaluces se gastaban el dinero en prostitutas. Al fondo alguien grita: “¡¡¡Y en cocaína!!!” No tenemos bares, pero al menos nos queda el Congreso.
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Autora >
Marina Lobo
Periodista, aunque en mi casa siempre me han dicho que soy un poco payasina. Soy de León, escucho trap y dicen que soy guapa para no ser votante de Ciudadanos.
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