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DOMINIO MUNDIAL

El síndrome Qing en Estados Unidos

Si algo ha quedado claro esta campaña electoral es que el país no tiene una estrategia para el nuevo mundo del siglo XXI

Rafael Poch 3/11/2020

<p>Portada de la revista 'Newsweek'.</p>

Portada de la revista 'Newsweek'.

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Estados Unidos pasa por ser una “sociedad abierta” –incluso la sociedad abierta por excelencia–. Es obvio, sin embargo, que las preguntas esenciales sobre su comportamiento internacional ni se plantean, ni pueden siquiera ser planteadas. Por ejemplo, la mera hipótesis de que el país deje de ser la “potencia número uno” en el futuro próximo –una posibilidad en absoluto excéntrica– no solo es implanteable, sino que tiene categoría de simple herejía: nadie en Estados Unidos está dispuesto a discutir la posibilidad de que el país llegue a ser un “número 2” mundial y tal enunciado “sería suicida para cualquier político que lo planteara”, constata el politólogo Kishore Mahbubani de la Universidad de Singapur

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En su último libro Has China  Won?, repleto del sentido común y la racionalidad que favorecen la independencia de criterio tan rara entre los expertos occidentales, Mahbubani expone cómo, pese al declive, ningún líder de Estados Unidos ha propuesto hasta la fecha un ajuste estratégico o estructural para ponerse a tono con la nueva realidad del mundo. Es lo que el ilustre historiador chino Wang Gungwu describe como el “síndrome Qing de América”. 

Los políticos de Estados Unidos cometen el mismo error que los mandarines de la última fase de la Dinastía Qing del siglo XIX. Aquellos chinos no entendían que el ascenso de Occidente significaba que China debía cambiar de rumbo. “Los confiados mandarines del último periodo Qing despreciaban la posibilidad de la emergencia de un nuevo mundo que pudiera desafiar a su superior sistema”, explica Wang. Desde “siempre” China había sido “número uno”, su civilización se contemplaba como la mejor mientras se cocía en su propia salsa, despreciando o ignorando los profundos cambios que sucedían a su alrededor. El mero hecho de mirar lo que pasaba fuera ya era herejía. 

No estaba previsto

El ascenso de China es uno de los cambios profundos del mundo de hoy. La integración de China en la globalización, entendida como el seudónimo del dominio mundial de Estados Unidos, contenía implícitamente como consecuencia el escenario de convertirla en vasallo de Occidente. Para comprar un solo avión Boeing a Estados Unidos, China debía producir cien millones de pares de pantalones. No estaba previsto que, jugando en el terreno dibujado por otros, China torciera aquel propósito. El “milagro chino” fue usar una receta occidental diseñada para su sometimiento para fortalecerse de forma autónoma e independiente.

“La estrategia  produjo complicaciones y  complejidades que desembocaron en una China más poderosa que no respondía a las expectativas occidentales”, constataba desconcertado el comentarista de la CNN Fareed Zakaria. La situación recuerda a la de un tahúr que, jugando una partida de póker contra un adversario insignificante, constata que pierde la partida pese a jugar con cartas marcadas. No estaba previsto y la reacción previsible del tahúr en tal situación es volcar la mesa y desenfundar la pistola. 

Trump ha dividido a su país en casi todo excepto en su guerra comercial y tecnológica contra China

Si algo ha dejado claro la última campaña electoral en Estados Unidos es confirmar que ese país no tiene una estrategia para el nuevo mundo del siglo XXI. La única receta clara para impedir el declive es la guerra, comercial y tecnológica, y la amenaza militar con una diplomacia cada vez más nuclearizada. Trump ha dividido a su país en casi todo excepto en su guerra comercial y tecnológica contra China. Esa beligerancia es algo que se da por supuesto en los candidatos a la presidencia que compiten entre sí por demostrar quien mima más a los militares y al complejo militar-industrial y quien es más antichino, huyendo como de la peste de cualquier veleidad de flojera ante el adversario. No es solo una “vaca sagrada” ideológica que se desprende de la inercia de un siglo de dominio mundial, sino una tara estructural.

El gasto en armas y guerras no es algo que en Estados Unidos se decida en el marco de una estrategia nacional racional que valora qué sistemas de armas se necesitan para la situación geopolítica presente y concreta, dice Mahbubani. “Las armas se compran como resultado de un complejo sistema de lobbismo a cargo de los fabricantes que ubicaron astutamente sus industrias en todas las circunscripciones congresuales de América, con lo que los políticos que quieren mantener los puestos de trabajo en sus territorios (y su propio puestos en el Congreso) son quienes deciden qué armas se producirán para el ejército”.

Ventajas del adversario

No hay en China nada parecido al complejo militar-industrial de Estados Unidos que fomenta estructuralmente el militarismo y el imperialismo con sus poderosos “lobbies” y think tanks. Los mandarines de Estados Unidos son prisioneros de una red que complica sobremanera su adaptación al nuevo mundo. Su poderoso y eficaz aparato de propaganda (“información & entretenimiento”) presenta al sistema político de Estados Unidos basado en la aristocracia del dinero, como una democracia. A su lado el régimen del Partido Comunista Chino, que es una estructura meritocrática, es visto como algo arcaico y brutal. No hay duda de que el régimen chino tiene muchos problemas y carencias, pero desde luego también algunas virtudes. Impide, por ejemplo, la aparición de Trumps nacionalistas chinos y potencia a muchos de los más capaces y mejores hacia arriba. Hoy por hoy, como dice Mahbubani, “desempeña un bien global garantizando que China se comporte como un actor racional y estable en el mundo y no como un sujeto nacionalista enfadado distorsionador del orden regional y global”. En materia de cambio climático, China no sigue el ejemplo de Estados Unidos. Un gobierno chino democráticamente electo habría tenido gran presión para hacer lo mismo que Estados Unidos en lugar de proclamar su objetivo de desarrollar una “civilización ecológica”.

Hay 193 países miembros en la ONU. ¿Quién, Estados Unidos o China, está remando en la misma dirección que la mayoría de los 191 y quién lo hace en contra, mientras ningunea o abandona las instituciones y acuerdos internacionales?, se pregunta Mahbubani.  En las condiciones democráticas sugeridas para China desde Occidente, sería mucho más difícil para ese país mantener su proverbial prudencia internacional y su no injerencia en los asuntos internos de otros conforme se hace más poderosa. Antes de cargarse a un régimen que juega en otra liga de civilización, hay que pensar en sus alternativas para el caso de que abrazara lo que se le recomienda desde la occidental. 

¿Expansionismo?

La crisis financiera global de 2008, genuino detritus de la economía de casino con centro en Estados Unidos, ofreció la primera evidencia de debilidad occidental: China gobernó la situación mucho mejor, como había pasado ocho años antes con el estallido de la burbuja dot-com. Las desastrosas consecuencias de las guerras que siguieron al 11-S neoyorkino hicieron patente una criminal irresponsabilidad. La retirada de Estados Unidos del acuerdo sobre cambio climático y la mala gestión de la crisis de la pandemia en Occidente (en comparación no solo con China, sino con el conjunto de Asia oriental) incrementaron esa evidencia de decadencia y desbarajuste. Ante esos hechos se hacía bien patente el desfase de la célebre recomendación de Deng Xiaoping de finales de los años ochenta en materia de política exterior: “Observar la situación con calma, mantenernos firmes en nuestras posiciones. Responder con cautela. Solapar nuestras capacidades y esperar el momento oportuno. Nunca reclamar el liderazgo”. 

La situación general invitaba desde hace tiempo a actualizar aquella prudente directriz, pero es la creciente virulencia de la guerra comercial y tecnológica, de las provocaciones militares y de las campañas de denigración de los últimos meses, la que determina un cambio de tono. Xi Jinping aprovechó el aniversario  de la guerra de Corea para sacar pecho en octubre. Dijo que “el pueblo chino no creará problemas, pero tampoco tenemos miedo, y no importa las dificultades o desafíos que enfrentemos, nuestras piernas no temblarán y nuestras espaldas no se doblarán”, y que “nunca permaneceremos de brazos cruzados cuando nuestra soberanía esté amenazada y no permitiremos nunca a ningún ejército invadir o dividir a nuestro país”. En mayo, el ministro de exteriores, Wang Yi, respondió a los juicios de Trump sobre el “virus chino” diciendo: “Jamás tomaremos la iniciativa de intimidar a otros, pero tenemos principios. Ante las calumnias deliberadas, responderemos con fuerza, protegeremos nuestro honor nacional y nuestra dignidad en tanto pueblo”. 

Aisladas de su contexto, todas estas declaraciones se utilizan en Occidente para confirmar los peligros de una China crecida que en más de cuarenta años, mientras Occidente se implicaba en guerras en Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia y Siria, entre otras, no ha participado en ningún conflicto bélico. Las tensiones y reivindicaciones chinas en lugares como Tibet, Xinjiang, Hong Kong o Taiwan, se mencionan como prueba de “expansionismo”, cuando esas reivindicaciones son mas legítimas que las de Estados Unidos sobre Texas, California o todo el sur del país arrebatado a México en el XIX. Con toda su brutalidad, la política de Pekín en Xinjiang no tiene nada que ver con la medicina para atajar el mismo problema por parte de Estados Unidos y su guerra contra el terror, que incluye millones de muertos, la devastación de sociedades enteras y la primera legalización de la tortura en un país occidental en el siglo XXI. En Taiwán es ridículo presentar como “expansionismo” la reclamación china de la isla cuando, desde 1972, Estados Unidos reconoce que “Taiwán es parte de China”, pese a lo cual incumple reiteradamente su compromiso, declarado en 1982, de no vender armas a la isla por encima de una discreta cantidad y calidad.

China carece de ideología mesiánica y de cualquier propósito de convertir en chinos a los demás países del mundo

Como en Taiwán, las tensiones militares en el Mar de la China Meridional se derivan principalmente de la intervención militar de Estados Unidos en la región. China fue la última de las cinco naciones implicadas en fortificar las islas en disputa de ese mar. Vietnam ocupa hoy más de cuarenta islas en el archipiélago del Paracelso, China veinte. En la Spratly, China controla ocho islas, Filipinas nueve, Malasia cinco y Taiwán una. Malasia, Filipinas y Vietnam fueron los primeros en reivindicar como suyas esas islas, lo que empujó a China a imitarlas. Todo eso se omite en el habitual informe sobre las tensiones en aquella zona. China mantiene muchos tiras y aflojas con sus vecinos (y tiene muchos), pero no hay guerras. Y sobre todo, si hay que hablar de gobernanza mundial hay que poner por delante una carencia de China que contrasta fuertemente con Estados Unidos y sus aliados occidentales: China carece de ideología mesiánica y de cualquier propósito de convertir en chinos a los demás países del mundo. La promoción de un chinese way of life no figura en los catálogos de exportación chinos, lo que supone una mayor garantía para la diversidad mundial. 

El precio de la miope arrogancia de los mandarines de la última época Qing fue terrible para China. Los Estados Unidos actuales están en una posición mucho más fuerte que la China de entonces. No está en juego la integridad de Estados Unidos, ni su territorio va a ser invadido, repartido, violentado o inundado de opio, pero no hay duda de que la suma de las taras estructurales militaristas y de la ceguera de una superpotencia ante su declive se cobran un precio. Y en el mundo de hoy, repleto de armas nucleares ese precio está llamado a ser inmenso.

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Rafael Poch

Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania  de la eurocrisis.

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3 comentario(s)

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  1. aron-simon1978

    Generalmente, no escribo comentarios en CTXT ya que, aunque me he encontrado con artículos con los que no estoy de acuerdo, en todos ellos había una intención de informar al público de la mejor manera que el periodista sabía. Sin embargo, el contenido de este artículo es tan demencial intelectualmente y peligroso políticamente que no he tenido más opción que levantar mi voz. Aunque son muchos los puntos en él que hieren, o deberían hacerlo, la sensibilidad de personas decentes, por cuestiones de espacio me limitaré a comentar sólo unos cuantos.  Antes de continuar, me gustaría aclarar una idea, la cual suele ser motivo de muchos malentendidos. Cuando use los términos China o República Popular de China (RCCh), me estaré refiriendo exclusivamente al gobierno de dicho país, no al pueblo. El Partido Comunista Chino (PCCh) ha logrado que medios y periodistas de todo el mundo den por hecho que el país y el gobierno son la misma cosa, por lo que si criticas algo del último estás atacando al primero, una idea completamente absurda.  1. “No hay en China nada parecido al complejo militar-industrial de Estados Unidos que fomenta estructuralmente el militarismo y el imperialismo con sus poderosos lobbies y think tanks”. Decir que la RPCh no es un país militarista ni expansionista es el colmo de la miopía en cuestiones de política internacional. Desde la ascensión de Xi Jinping a la presidencia hace casi diez años, China se ha embarcado en una política completamente irredentista, apoyada por la modernización del Ejército de Liberación Popular, cuyo presupuesto no ha dejado de crecer en las últimas décadas. Los numerosos frentes de conflicto abiertos o agravados desde 2012 incluyen:  a) El deterioro de la situación en el Estrecho de Taiwán.  Según el autor del artículo “las tensiones y reivindicaciones chinas en lugares como (...) Taiw(á)n (...) son m(á)s legítimas que las de Estados Unidos sobre Texas...”, a lo que añade que “en Taiwán es ridículo presentar como “expansionismo” la reclamación china de la isla cuando, desde 1972, Estados Unidos reconoce que “Taiwán es parte de China”.  Aquí el señor Poch, además de demostrar que tiene algunos problemas con las reglas de acentuación, comente un error terrible que no es sino muestra de su más absoluta ignorancia respecto a este asunto. Según la ONU, tanto la República de China (ROC o Taiwán) como la República Popular de China forman parte del mismo concepto político: China. Sin embargo, es erróneo pensar que esta “China” es la RPCh; es un concepto deliberadamente vago que no dice nada sobre cuál de las dos entidades políticas es la que tiene el derecho a reclamar la autoridad con respecto a la otra. Así pues, China puede ser la RPCh, en cuyo caso la ROC le pertenecería, como el caso contrario. Esto es precisamente lo que EE. UU. aceptó cuando la RPCh ocupó el sillón de “China” en la ONU, desplazando con ello a la ROC.  Aparte de estos tecnicismos de Derecho Internacional, la isla de Taiwán nunca ha sido parte de la RPCh. La antiguamente llamada Formosa ha pertenecido a China desde la dinastía Ming, pasando su propiedad a la República de China tras el hundimiento de la dinastía Qing. Con la derrota del Kuomintang a manos del Partido Comunista Chino, el gobierno de la ROC se refugió en la isla, siendo ésta el último bastión de este régimen político. Es por ello que la actual presidente de Taiwán, Tsai Ing-wen, siempre ha recalcado del hecho de que Taiwán nunca ha sido parte de la RPCh, sino un país independiente, algo que históricamente tiene lógica. Por último, es de sentido común para cualquier verdadero demócrata el ponerse a favor de una isla de veintidós millones de habitantes en donde ha medrado la democracia y que representa la verdadera China tradicional, en un conflicto en donde está siendo continuamente acosada tanto diplomática como militarmente por un país de mil cuatrocientos millones de habitantes dirigido por un gobierno autoritario que reprime política y socialmente a su pueblo. Parece que el señor Poch tiene la experiencia de haber vivido en China, aunque no sé muy bien cuánto tiempo. Yo he vivido allí más de diez años, tiempo en el cual he conocido a varios periodistas o proyectos de que, en su fascinación por los rápidos avances urbanísticos en ciudades como Pekín o Shanghái y viviendo como vivían en una burbuja de expatriados, nunca llegaron a ver más allá de lo superficial en un país tan complejo como es China, acabando siendo ignorantes voluntarios de las injusticias sociales cometidas por un régimen que se niega a respetar la inmensa mayoría de los Derechos Humanos. b) La apropiación de un inmenso territorio marítimo marcado por la muy controvertida “línea de los nueve puntos” (nine-dash line, en inglés), la construcción de islas artificiales y militarización tanto de las mismas como de otras naturales.  Según el señor Poch, “China fue la última de las cinco naciones implicadas en fortificar las islas en disputa de(l Mar del Sur de China). (...) Malasia, Filipinas y Vietnam fueron los primeros en reivindicar como suyas esas islas, lo que empujó a China a imitarlas”.  En primer lugar, no sé muy bien a qué se refiere con que hay cinco naciones implicadas. En el conflicto territorial del Mar del Sur de China (o Mar de la China Meridional, según se guste) están implicados nada menos que siete países: la RPCh, la ROC, Vietnam, Filipinas, Malasia, Brunéi y, recientemente entrado en la refriega, Indonesia, por la reclamación de China de soberanía sobre las norteñas islas de Natura.  En segundo, no es cierto que China fuera el último país en militarizar algunas de las islas dentro de esta masa de agua, como lo demuestra el hecho de que aprovechase la retirada de EE. UU. de la Guerra de Vietnam para establecerse en algunas de las Islas Paracelso (más correctamente llamadas Islas Placel), las cuales fueron reclamadas en su momento por Vietnam del Sur y, tras su derrota, por Vietnam unificado. En cualquier caso, sólo con mirar al mapa resulta absurdo pensar que China pueda reclamar unas islas como, por ejemplo, las del archipiélago Spratly, las cuales se encuentra muchísimo más cerca de Filipinas que de China. Esto nos lleva a la “línea de los nueve puntos” y la disparatada reivindicación por parte de China de más del noventa por ciento del Mar del Sur de China. Los argumentos históricos esgrimidos por la RPCh fueron completamente rechazados por la Corte Permanente de Arbitraje de la Haya en 2016, proceso que empezó gracias la reclamación del gobierno filipino de Benigno Aquino III en 2013. El fallo resultante a favor de Filipinas fue rechazado por China, a pesar de ser uno de los países firmantes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982. Ignorando el Derecho Internacional, China se embarcó en un proyecto de transformación de arrecifes en islas artificiales, militarizándolas con pistas de aterrizaje capaces de permitir el aterrizaje de bombarderos, y con sistemas de misiles con un rango de acción de 1.500 kilómetros, todo esto mientras Xi Jinping aseguraba a la comunidad internacional de que su intención no era instalar armas en las mismas. Con todo esto, la intención de China es clara: convertir al Mar del Sur de China en un lago interior, totalmente bajo control de la RPCh, para así poder:  • explotar de forma exclusiva de las enormes reservas de recursos naturales de este mar, principalmente crudo, gas natural y pesca; • controlar el inmenso tráfico marítimo comercial que se da en esta agua; • zafarse del encorsetamiento de la Primera Cadena de Islas para así poder proyectar fuerza tanto en la región del sudeste asiático como en el océano pacífico, siendo ésta la misma razón por la que quiere hacerse con el control de Taiwán. 2. La supuesta meritocracia del sistema político chino. “A su lado el régimen del Partido Comunista Chino, que es una estructura meritocrática, es visto como algo arcaico y brutal”.  Este argumento, sobado hasta la saciedad por supuestos expertos en China, es completamente absurdo. Yo he trabajado en la Universidad de Tsinghua, alma máter del presidente Xi Jinping, orgullo de China. Sin lugar a dudas, allí se encuentran estudiantes extremadamente capaces que lograron su puesto en tan prestigiosa institución gracias a un enorme trabajo personal. Pero también es cierto que es un nido de corrupción en donde ingresan sí o sí “los elegidos”: hijos de gente muy bien conectada políticamente. Este es el caso de Xi Jinping, hijo de Xi Zhongxun, un destacado miembro del PCCh y del gobierno de la RPCh. Xi hijo fue capaz de completar un grado en Ingeniería Química y un doctorado en Derecho mientras ocupaba cargos cada vez más importantes en gobiernos regionales, algo completamente imposible de realizar. Yo he visto cómo se ha aprobado a este tipo de alumnos sin ir a clase y suspendiendo todos los exámenes, sólo por ser hijos de prohombres. Esto explica perfectamente el que todos los gobernantes chinos tengan carreras técnicas en universidades de prestigio.  El pensar que una organización secretista y sin ningún tipo de control como es el Partido Comunista Chino esté formada por integrantes que llegaron a posiciones de alta responsabilidad política por sus propios méritos es una idea rayana a la estupidez. Si fuera así, también podríamos decir que en el franquismo los miembros del gobierno eran todos gente hecha a sí misma que llegó a la cúspide política por su buen trabajo. 3.  EE. UU. y, por extensión, Occidente, son un desbarajuste y China es un ejemplo a seguir. (El régimen chino) “impide, por ejemplo, la aparición de Trumps nacionalistas chinos y potencia a muchos de los más capaces y mejores hacia arriba”. Para bien o para mal, la democracia, ya sea el modelo presidencialista estadounidense como el parlamentario europeo, da espacio a la elección de déspotas como Trump o como Hitler en los últimos años de la República de Weimar. Sien embargo, este mismo sistema también permite que el pueblo que ha elegido a estos gobernantes pueda echarlos políticamente mediante elecciones, como hemos visto recientemente en EE. UU. Este poder del pueblo es completamente impensable en la RPCh, en donde siempre ha habido una dictadura colegiada, un sistema de gobierno que ha cambiado tras la llegada al poder de Xi Jinping. Este “gran estadista” ha aprovechado su poder para cambiar el número máximo de mandatos posibles, una regla establecida por Deng Xiaoping precisamente para evitar el surgimiento de otro Mao Zedong. Con Xi Jinping, China se ha vuelto aún más dictatorial y personalista. Al margen de discusiones más profundas sobre la libertad real de los votantes en democracias, por mucho que a la gente le disguste Trump, es un presidente al que lo eligió el pueblo estadounidense de forma libre y que fue destituido por el mismo. Como ya dijo Churchill: “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”. Las democracias son sistemas imperfectos en donde, desgraciadamente, se producen situaciones de gran injusticia y descontrol. Sirva como ejemplo la gestión de la pandemia de la COVID. Según el señor Poch, “la mala gestión de la crisis de la pandemia en Occidente (en comparación no solo con China, sino con el conjunto de Asia oriental) incrementaron esa evidencia de decadencia y desbarajuste”. Sin lugar a dudas, no voy a defender el modo de actuación de países como España en esta crisis sanitaria, pero tampoco voy a alabar al realizado por China por dos motivos. En primer lugar, todo parece indicar que fue el hecho de que el gobierno chino quisiera ocultar el inicio de la COVID y su inacción a la hora de permitir el movimiento de personas de China al extranjero (siendo que tres días antes había restringido el movimiento de personas a nivel nacional), lo que hizo posible que esta enfermedad se volviera global. Múltiples son los episodios anteriores de encubrimiento realizados por el PCCh, siendo el más importante de ellos el del SARS. En segundo, es el colmo de la desfachatez el creer los datos aportados por un gobierno como el chino sobre el número de infectados y muertos por esta enfermedad. Resulta gracioso que países con dictaduras tengan mejores datos que países democráticos. Si la gente cree a pies juntillas lo que dice el gobierno chino, ¿por qué no creen lo dicho por el gobierno norcoreano, que asegura que no ha tenido ningún caso de COVID?  Con todo lo dicho, yo sé de primera mano que la situación en China, si bien no es tan buena como repite incesantemente el gobierno, está más controlada que en España. Ahora bien, pensar que sólo un país dictatorial como China es capaz de controlar crisis de este calibre es una falacia. De hecho, el país que mejor ha controlado la pandemia es Taiwán, un país completamente democrático. El secreto de su éxito no fue el micro-control de una población sin derechos, sino un control serio de la situación y un recelo hacia el gobierno de China, una desconfianza que le llevó a actuar enérgicamente desde principios de enero.  Es precisamente debido a periodistas como el señor Poch y a artículos como el que ha escrito que la misma esencia de nuestro sistema democrático sea puesta en peligro, al hacer pensar a la gente que la solución para los problemas del mundo viene dada por dictaduras en donde los gobernantes saben lo que hacen porque son expertos en gobierno y porque no tienen cortapisas inconvenientes que puedan suponer un problema para su gestión. Además, me parece el colmo de la desfachatez y de la insensibilidad humana el seguir la máxima “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Aquellas personas que odien a EE. UU. y lo que significa, no deberían alabar a un país cuyo modelo político destruiría todas nuestras libertades. Vergüenza le tendría que dar a CTXT de servir de altavoz de apologetas de regímenes dictatoriales como es China, haciendo uso de argumentos parciales (si no totalmente falsos) que retuercen la realidad para hacer un lavado de cara a dicho país. Cuando estaba leyendo este artículo me venía a la mente esta idea: ¿qué pensaría la gente si, sabiendo lo que sabemos ahora, se retrotrajeran a la Alemania de los años 30 y leyeran un artículo alabando las hazañas de un país que, gracias al nuevo canciller Hitler, ha sabido deshacerse de las cadenas que suponía el Tratado de Versalles, un país moderno que lucha por mejorar las condiciones de vida de su población, protegiéndola de peligros donde quiera que se encuentre, incluso los sudetes de Checoslovaquia? Citando las palabras de un personaje de una serie televisiva que casi todo el mundo conoce, también en China, curiosamente: “Vergüenza, vergüenza, vergüenza”.

    Hace 3 años 10 meses

  2. manmar1995

    Se le echaba de menos, Sr. Poch. Un placer volver a leerle de nuevo en este medio.

    Hace 4 años

  3. marcoantonio-mira

    Un análisis inteligente de la situación de los "bloques de poder" en el mundo actual. El imperio USA es tan miope y cerrado en si mismo que pretende arrastrar al resto del mundo en su descomposición y caída. Aunque a muchos no les guste, menos mal que nos queda China.

    Hace 4 años

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