OPINIÓN PÚBLICA
Trump y los medios de comunicación: algunas lecciones
Hacer frente a aquellos que abogan sistemáticamente por la vulneración de los derechos humanos merece de una entente antifascista
Jéssica Albiach 26/11/2020
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Vox tiene 52 diputados en el Congreso. La última encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió nos dice que podría sacar hasta 7 escaños en las próximas elecciones catalanas. La tendencia de la extrema derecha en todo el Estado, lejos de retrotraerse, se expande y consolida. Reflexionar sobre las brechas que nos permiten hacerle frente se convierte en imperativo. Por eso, nos planteamos, pasadas tres semanas de los comicios estadounidenses, ¿qué lecciones podemos extrapolar de la experiencia Trump y del papel que han jugado los medios de comunicación, tanto en su ascenso como en su caída?
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Como es sabido, Donald Trump ganó las primarias del Partido Republicano contra todo pronóstico y contra todos los candidatos del establishment. Posteriormente, también contra todo pronóstico, ganó las elecciones de 2016 frente a Hillary Clinton. El papel que jugaron los medios de comunicación en estas dos victorias estuvo lleno de polémica, como también lo ha estado el tratamiento que han realizado de todo su mandato y la cobertura de la campaña electoral y las elecciones de este 2020. Como muestra del peso que tiene el cuarto poder en los Estados Unidos, conviene recordar que los ciudadanos salieron a celebrar la victoria de Joe Biden el sábado 8 de noviembre, y no la noche electoral, porque ese fue el día que los medios proclamaron el resultado: primero la CNN, luego Associated Press, y después el resto de medios principales en cascada.
Rebobinemos. El comienzo de la polémica alrededor del tratamiento mediático del fenómeno Trump se produjo por el impacto determinante que tuvo, tanto en las primarias del Partido Republicano, en las que batió el récord histórico para candidato, como en las elecciones presidenciales, por el tiempo de cobertura que los medios de comunicación le otorgaron. Esta cantidad ingente de espacio mediático que le dedicaron consiguió aumentar su popularidad de manera exponencial, ello sobre la base de que ya era un candidato conocido precisamente por sus apariciones en televisión, principalmente en el programa The Apprentice.
La cobertura gratuita que los medios proporcionaron a Trump se estima en un valor de dos mil millones de dólares, frente a los mil millones de Clinton
Pese a lo que algunas informaciones equivocadas dieron a entender en su momento, Hillary Clinton, al igual que los contrincantes de Trump en el Partido Republicano, tuvieron mucho más presupuesto que Donald Trump en campaña. En concreto, en septiembre de 2016 Clinton disponía de aproximadamente 121 millones de dólares, 25 más que Trump. Sin embargo, la presencia en los medios se decantó a favor de este último. Según publicó The New York Times, la cobertura gratuita que los medios proporcionaron a Trump (es decir, excluyendo cualquier anuncio o espacio pagado) se estima en un valor de dos mil millones de dólares, frente a los mil millones de cobertura que se dio a Clinton. Sí, exactamente el doble.
Cuando se produjo la debacle electoral, parte de los medios, sobre todo los más liberales, junto con destacados académicos e intelectuales, criticaron a los medios mayoritarios por la omnipresencia que habían regalado a la campaña de Trump en sus espacios. Trump, que era perfectamente consciente de este hecho, y que buscó provocarlo constantemente a través de sus declaraciones y su uso de Twitter, manifestó que el espacio y tiempo que le habían dedicado no era publicidad “regalada”, sino publicidad “ganada”. Ganada a través de su estrategia. Incluso, en la campaña electoral de 2020, se permitió “sugerir” a los medios de comunicación que deberían apoyar su candidatura porque nunca habían ganado tanto dinero ni tanta audiencia como durante su presidencia.
El mandato de la administración Trump, una vez superada la autoflagelación de los medios de comunicación liberales, siguió la tendencia de la campaña electoral, a saber: una adición diaria a la presencia de Trump. El expresidente de la CBS, medio liberal por excelencia, llegó a decir que Trump sería malo para América pero excelente para la CBS. Aunque en la mayoría de medios se criticasen sus decisiones, esta sobrepresencia mediática legitimaba al propio Trump en muchos de los aspectos prometidos, entre otros, el de la lucha contra el establishment y el gobierno de los poderosos. Como en las profecías autocumplidas, Trump ya adelantó que los medios no le darían tregua, y no dándole tregua se ratificaba que estaba cumpliendo con lo prometido.
Dejando de lado los medios tradicionales, tampoco ha estado exento de polémica el papel de las redes sociales. Mientras el Partido Republicano se preocupaba de si TikTok ponía los datos personales de los ciudadanos norteamericanos en manos del gobierno comunista chino, los liberales mantenían, con desigual constancia y efectividad, el hilo discursivo que se desarrolló a raíz de la venta de datos de Facebook a la empresa Cambridge Analytica. Algún día habrá que analizar cómo se pinchó el suflé de la preocupación sobre ese tráfico de datos tan impactante con relación al resultado de las elecciones presidenciales americanas de 2016 y el referéndum del brexit.
Existen claros paralelismos con la dialéctica que se produce entre Vox y los medios de comunicación y las redes sociales en España
La propia Hillary Clinton no dudó en criticar abierta y directamente a Mark Zuckerberg por el papel de Facebook en la distribución de desinformación durante la campaña de 2016. Entre las noticias falsas que se difundieron hay algunas tan inverosímiles como el supuesto apoyo que el Papa había realizado a Donald Trump, o que el FBI había encontrado evidencias de que la Fundación Clinton encubría la pedofilia, y que, al parecer, muchos votantes republicanos creyeron. Algunos consideran que esa realidad paralela pudo con los medios tradicionales, de muestra vale un botón: Clinton contó con el apoyo de los 100 periódicos más importantes y de mayor tirada del país, a excepción de un puñado de segundo nivel.
En la campaña de 2020, los medios de comunicación liberales y las grandes tecnológicas propietarias de las redes sociales dieron un giro a su estrategia para intentar no favorecer al candidato republicano. Entre los cambios destaca haber ignorado hechos noticiables que antes hubiesen tenido gran cobertura mediática. Como ejemplo sirve la rueda de prensa que dio un antiguo socio del hijo de Biden minutos antes del segundo debate presidencial, afirmando que el candidato conocía los negocios de su hijo con una empresa cercana al Partido Comunista de China. Mientras que, en el pasado, cadenas televisivas como la NBC, la CBS o la CNN hubieran polemizado con esta información, aún sin otorgarle total credibilidad (así se hizo con cada escándalo que rodeó a Hillary Clinton y sus emails en 2016), en esta ocasión los medios más liberales optaron por, en un principio, no cubrir la noticia, para después hacerlo de manera escueta justificando la demora en la falta de credibilidad de las fuentes.
Junto con ello, las grandes tecnológicas, particularmente Facebook, Twitter y Youtube, con gran impacto en las campañas, comenzaron a introducir métodos de fricción tecnológica en los mensajes potencialmente falsos del presidente. Es decir, introdujeron etiquetas que, o bien proporcionaban enlaces para poner en contexto sus declaraciones, o bien advertían que podían incluir información no contrastada o falsa. Esta cuestión se agudizó tras la noche electoral y sus denuncias de fraude, infundadas de acuerdo con todos los grandes medios. Así, por ejemplo, el 16 de noviembre, Trump publicó un tweet que declaraba, en letras mayúsculas, “HE GANADO LA ELECCIÓN”, al que Twitter añadió una etiqueta alertando que “las fuentes oficiales han dado un resultado diferente”.
Lo que debemos preguntarnos ahora es si hay que esperar a que el fascismo se nos meta hasta la cocina para reflexionar sobre cómo vamos a hacerle frente
Esta tendencia tuvo su punto álgido el día 6 de noviembre, cuando las tres principales cadenas de televisión en abierto, la CBS, la ABC y la NBC, interrumpieron la emisión de la comparecencia de Trump, en la que este alegaba fraude electoral sin aportar pruebas, para denunciar que las afirmaciones que estaba haciendo el presidente eran falsas. Otras cadenas, como la CNN, optaron por mantener la emisión pero añadieron un mensaje sobreimpreso en pantalla que leía: “Sin evidencia alguna, Trump dice que le han hecho trampa”. Fox News, la otra gran cadena por cable, fue la única que emitió el mensaje del presidente sin interrupciones.
La dialéctica entre el trumpismo, los grandes medios de comunicación y las grandes tecnológicas, y el incuestionable impacto que tienen en la conformación de la opinión pública, es y debe ser motivo de reflexión. Y esta, en mi opinión, no debe circunscribirse exclusivamente a los Estados Unidos, ni estar limitada a sus elecciones. Hay que hablar del elefante en la habitación: existen claros paralelismos con la dialéctica que se produce entre Vox y los medios de comunicación y las redes sociales en España. Tanto los medios de comunicación tradicionales como las redes sociales –siempre con honrosas excepciones– acogieron a Trump y su forma de hacer política sin activar las alertas suficientes. Solo después de comprobar la gravedad de las consecuencias que tuvo esta estrategia, decidieron generalizar mecanismos de verificación y rendición de cuentas, un giro que, sin duda, ha contribuido a su derrota electoral. Lo que debemos preguntarnos ahora es si hay que esperar a que el fascismo se nos meta hasta la cocina para reflexionar sobre cómo vamos a hacerle frente.
¿Cómo desmontamos sus falsedades? ¿Cuánto espacio les damos en nuestros discursos? ¿Cuál es la mejor estrategia para que sus mensajes plagados de odio y de mentiras no calen? Es un debate que no deberíamos esquivar como demócratas, ni desde los partidos políticos, pero tampoco desde los medios de comunicación. Hacer frente a aquellos que abogan sistemáticamente por la vulneración de los derechos humanos merece de una entente antifascista que pare los pies a la extrema derecha, aquí, pero también a la alianza reaccionaria internacional, que avanza en el mundo, aunque con la derrota de Trump, ha perdido a su cara más visible.
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Jéssica Albiach es presidenta de Catalunya en Comú Podem en el Parlament y periodista.
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