URBANISMO
Cómo las ciudades aprenden de las pandemias
Mejoras como los alcantarillados o los ensanches nacieron para hacer frente a epidemias. Ahora, con la covid, arquitectos y urbanistas apuestan por modelos de movilidad más sostenibles, espacios de encuentro seguros y creación de zonas verdes
Beatriz Rincón Córdoba / Cristina Santanach Capilla 12/11/2020
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Los núcleos urbanos se sobreescriben. La ciudad actual está construida sobre la pasada. Como las guerras, las pandemias son catalizadores de cambios urbanísticos, tanto en la forma como en el fondo. Cada epidemia que ha vivido una ciudad ha cambiado algo en ella, le ha mostrado sus puntos débiles y le ha permitido mejorar. La que vivimos ahora marcará también a ciudadanos y ciudades. En qué dirección, está todavía por ver.
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Esta no es la primera pandemia que vive el ser humano. En la Edad Media, caracterizada por su falta de higiene, surgieron epidemias como la peste negra, la viruela o la gripe. Estas dieron lugar a grandes avances en los sistemas sanitarios y de alcantarillado, y adelantaron acontecimientos como la caída de las murallas. Fueron tragedias seguidas de aprendizaje. Por ejemplo, la peste dio inicio al control administrativo en las ciudades, modificando normativas urbanísticas y de edificación y creando la división por distritos que aún se utiliza.
El plan Haussmann, iniciado en 1852 en París, se centraba en mejorar su imagen y salubridad: se construyeron 600 kilómetros de alcantarillas y se abrieron grandes avenidas
Es la Revolución Industrial y la masificación de las urbes lo que devuelve las epidemias a las ciudades. Se requieren de nuevo espacios amplios y ventilados y la planificación urbana del movimiento moderno y los ensanches suponen una solución a esos problemas. El plan Haussmann, que comenzó a llevarse a cabo en 1852 en París, se centraba en mejorar su imagen y salubridad: se construyeron 600 kilómetros de alcantarillas y se abrieron grandes avenidas que seccionaron el entramado de ciudad medieval, intrincado, insalubre y difícil de gobernar. Todos estos cambios prepararon la ciudad para los posteriores brotes de peste y cólera. El proyecto tenía, sin embargo, su cara b: destruyó tres cuartas partes del tejido urbano y facilitó la circulación de las tropas militares, lo que contribuyó a aplastar los levantamientos sociales comuneros.
Estas operaciones de apertura de grandes vías se replicaron en distintas urbes españolas. A finales del siglo XIX ocurre en Granada, con la Gran Vía de Colón y a principios del XX en Madrid, con la Gran Vía. Se repitió el mismo proceso con la Via Laietana de Barcelona, la Gran Vía de Bilbao, la Avenida del Oeste de Valencia, la Gran Vía Escultor Francisco Salzillo de Murcia y el Paseo de la Gran Vía de Zaragoza. A pesar de suponer la pérdida de gran cantidad de edificios históricos y viviendas, estas operaciones urbanísticas supusieron un lavado de cara, mejoraron la calidad de vida de sus habitantes, descongestionaron el centro medieval y lo conectaron con los ensanches que, en muchos casos, se proyectaron casi simultáneamente.
En Barcelona, por ejemplo, ante la ineficacia de las cuarentenas frente a las enfermedades, se proyectó el Plan Cerdá (1860). Se diseñó la todavía fácilmente reconocible trama ortogonal, compuesta por manzanas cuadradas separadas por calles rectilíneas que proveen una buena ventilación. Además, aparecen las zonas verdes para compensar el carácter industrial de la ciudad y en pro de la salud pública.
La epidemia de cólera de 1854 en Londres también fue determinante en el avance de la ciudad moderna, ya que la enfermedad se transmitía por una bacteria presente en el agua estancada y el mal control del alcantarillado ayudaba a su propagación. Gracias al descubrimiento de este vector de contaminación, se mejoraron las infraestructuras de evacuación en las ciudades de todo el mundo y se estableció la importancia de diferenciar entre agua potable y cloacas.
Otro ejemplo de avance fue consecuencia de la incidencia de enfermedades respiratorias, como la tuberculosis. Esto llevó a cierta preocupación por el estado de las viviendas de la clase obrera, pequeñas e insalubres, y a la puesta en marcha de algunos proyectos de construcción de nuevos inmuebles. En esta línea, Le Corbusier diseña su Plan Voisin (1925) para París, un proyecto que no llegó a realizarse y en el que propuso un urbanismo higienista muy radical para una ciudad en la que la tuberculosis causaba estragos. La infravivienda continúo siendo la tónica, sin embargo, a principios del siglo XX, incluso después de la gripe española de 1918.
El conocimiento sobre las causas de las enfermedades y la lógica de la Segunda Revolución Industrial también marcaron la arquitectura moderna y la Bauhaus. Con el objetivo de atajar los problemas del clima desfavorable, la vida sedentaria, la ventilación deficiente y la falta de luz, los arquitectos modernos crean edificaciones con terrazas y balcones, superficies continuas para facilitar la limpieza y ventanas corridas para aportar luz y ventilación y en las que destacaban la ausencia de ornamentos.
Espacio personal, aire libre y movilidad
Con la covid-19, se ha vuelto muy importante garantizar la utilización del espacio público con seguridad, ya que las personas necesitan más amplitud para realizar las mismas actividades. Si queremos cambiar cómo se usan los espacios, la lógica debe cambiar desde el diseño. Así, por ejemplo, la señalización que indica cuánto debemos separarnos no se respeta, no por irresponsabilidad o inconsciencia, sino porque el espacio se sigue percibiendo de la misma forma. Pese a que ahora busquemos la distancia interpersonal, no debemos demonizar la densidad, sino controlarla, ya que esta resulta más eficiente y sostenible.
El movimiento higienista de finales del siglo XIX y principios del XX defendió la “zonificación”, el establecimiento de cada actividad en un punto de la ciudad, una idea poco adecuada ahora por el gran flujo de personas que implica. Frente a esta, arquitectos como José María Ezquiaga sostienen que la ciudad del futuro “tiene que ser todavía más intensamente compartida, sensible a lo cercano, no compartimentada”. Pero, en España, la tendencia urbanística sigue siendo el desplazamiento hacia las periferias, menos densas y difusas, algo que se plantea atajar el actual Ejecutivo, según puede leerse en la Agenda Urbana Española, un documento estratégico, no normativo, que persigue el logro de la sostenibilidad en las políticas de desarrollo urbano.
España es un país poco denso comparado con los países de la UE. Sin embargo, las ciudades españolas tienen mayor densidad
La ciudad de los 15 minutos, una propuesta que inició su recorrido antes de la pandemia, plantea que nuestras necesidades cotidianas estén resueltas andando, como máximo, quince minutos. En esta línea, se han puesto en marcha proyectos como las supermanzanas en Barcelona y Gasteiz y se están estudiando en Madrid. El objetivo de estas iniciativas urbanísticas es agrupar una serie de manzanas en las que se redirige el tráfico rodado hacia el perímetro de estas y se peatonaliza el interior. En otras ciudades, se apuesta por modelos de movilidad más centrados, por ejemplo, en las bicicletas, como en París.
Todos estos planteamientos enlazan con la importancia de la idea del área libre por habitante. España es un país poco denso comparado con los países de la UE. Sin embargo, las ciudades españolas tienen mayor densidad que las europeas, resultado del abandono de muchas zonas rurales y de la concentración en ciertos puntos urbanos. Aunque la covid ha reforzado la idea de una ‘huída’ hacia el campo, para algunos urbanistas, como David Cabrera, profesor de urbanismo de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad de Granada, “la vuelta al pueblo tendrá más que ver con la recesión económica posterior que con la propia covid”.
Para favorecer la vida social en la ciudad, Cabrera habla de la necesidad de espacios de encuentro, “lugares de proximidad en los que fomentar la cohesión social” en un momento en que la convivencia con desconocidos en lugares públicos y privados es inexistente. Incide además en su preocupación ante las reticencias que se están generando hacia la vida en las ciudades y la penalización, por sospechosos y peligrosos, de los espacios públicos urbanos”. Se produce un “efecto de la desconfianza; mirar al diferente y culpabilizarle. Por eso es importante crear espacios de urbanidad intensa, de encuentro y de convivencia”, explica.
Además de esto, otros especialistas hacen hincapié en la importancia de la creación de zonas verdes, más seguras frente a los virus y que potencien la actividad física contra el sedentarismo, en un momento en que el teletrabajo está a la orden del día. Urbanistas como Fariña explican que estas propuestas de sostenibilidad, que no son nuevas, sirven, no solamente para mejorar las condiciones respecto a una pandemia, sino frente a enfermedades como la obesidad, el cáncer, la hipertensión, las enfermedades respiratorias... es decir, todas las pandemias modernas”. En este sentido, por ejemplo, en Madrid está previsto la creación de El Bosque Metropolitano (un cinturón forestal de 74 kilómetros de longitud) o la integración de redes peatonales y ciclistas con zonas verdes, tal y como se incluye en la Agenda Urbana del Gobierno. En Málaga son los vecinos los que luchan para conseguir que se cree un bosque urbano en los 177.000 metros cuadrados de terreno ocupados en su día por los antiguos bidones de Repsol.
Casas-oficina y espacios habitables
Los meses de confinamiento han puesto aún más en evidencia las desigualdades sociales y han puesto sobre la mesa la necesidad de buscar soluciones ante viviendas al límite de lo habitable y nuevas formas de convivencia resultado del teletrabajo. La mayoría de estas cuestiones ya estaban en la agenda, como el aumento de los estándares mínimos de las viviendas y la regulación sobre el número máximo de conviviente o el interés de algunos arquitectos de diseñar viviendas más sostenibles y flexibles. La pandemia puede ser, sin embargo, el detonante definitivo para la creación de nuevos espacios, donde vivienda y oficina puedan llegar a fusionarse.
Cabrera advierte, sin embargo, que la futura crisis económica puede empeorar las condiciones de vida de muchas personas, algo que, defiende, debe equilibrarse con mejoras en los servicios públicos y cambios en el parque de viviendas existente. Incluso cuando tengamos una vacuna “seguirá habiendo gente que viva en espacios poco ventilados, pequeños y, en general, con malas condiciones de vida; esto es lo que hay que atajar. La mayor pandemia es la desigualdad”.
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Beatriz Rincón Córdoba es periodista.
Cristina Santanach Capilla es arquitecta.
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