Crónica jonda
Morentes a la Yerbabuena con Habichuelas: síganlos para más recetas
La Suma Flamenca de Madrid rinde tributo al Ronco del Albaicín con un mes de espectáculos, mucho gel en la puerta y todo el papel vendido
Miguel Mora 18/12/2020
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Kiki Morente, en un momento de su actuación.
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Por fuera, la Suma Flamenca de la Comunidad de Madrid está hecha de colas muy ordenadas, gel hidroalcohólico en las puertas de los teatros y codazos y/o choques de puños para saludar a las amistades embozadas. Por dentro, hay dos asientos ocupados y uno libre, y en los libres se sienta cada noche Enrique Morente, que es el gran prota de estas jornadas dedicadas (“mejor eso que homenaje, que homenaje huele a ciprés”, decía él), y en las butacas ocupadas se sienta muy formalito un público entregado, que no tose ni aunque se asfixie pero que no se corta en decir ole cuando debe, más alto, lógicamente, cuanto más FFP2 llevas en la mascarilla.
Esta semana, la cumbre flamenca más importante de la última década (ideada por Agapito Pageo, producida por Antonio Benamargo y financiada y auspiciada por la consejera ciudadana Marta Rivera de la Cruz) ha sido un no parar de geles y de oles, y en algunos momentos se ha oído incluso algún “agua” y hasta un “arsa”, jaleos que están francamente en desuso con la pandemia, pero que siguen siendo las únicas palabras a mano para expresar lo que se siente oyendo tocar a Pepe Habichuela por malagueñas, viendo bailar por tangos de Triana a Eva Yerbabuena y escuchando a Kiki Morente dolerse por siguiriyas.
Y esto ha sido la semana, más o menos por orden: el martes, Estrella Morente y a su lado un batallón de señoros, tíos carnales, amigos e incluso su hijo Curro a la percusión, resucitaron la maravillosa Misa Flamenca creada por Morente Cotelo a finales de los ochenta, mientras vosotros estabais en El Sol de la calle Jardines bebiendo cualquier cosa menos vino. Coros como para una boda, Estrella sobrada de voz cantando todo el tiempo de pie (se ve que sentada se aburre), y detrás mucha palma y mucha bulla y mucha marcha Carbonell Style. Emocionante a ratos, pocos, ay, demasiado estruendosa casi siempre, la cosa mejorará sin duda cuando se haga en la Catedral de Granada, porque la Sala Roja del Teatro del Canal es menos flamenca y menos de misas que el Kremlin.
Claro que, cuando la cosa se pone flamenca-flamenca, como pasó el miércoles con Eva Yerbabuena y su grupo (cuatro cantaores fabulosos, entre ellos la onubense Sandra Carrasco, la guitarra de su marido, Paco, y un par de percusiones), la Sala Roja parece el Calderón cuando había córner a favor. Eva empezó acordándose de Wuppertal, a donde la llevó Juan Verdú a conocer a Pina Bausch, y entre parrafada y parrafada de Enrique Morente en off, decidió bailar todo lo que le gustaba al Maestro, “mi inspiración desde que era pequeña”, según contaba luego zampándose una croqueta con su hija Manuela, que va para abogada y directiva de empresas. Genial por siguiriyas y absolutamente inolvidable por tangos, la cosa acabó entre vítores y con la gente rompiéndose las mascarillas (es solo una metáfora barata, no teman).
Por cierto, que Yerbabuena y otros flamencos sensatos y formales han creado una asociación-sindicato para tratar de defender a los trabajadores y músicos precarios (es decir casi todos) de la industria del flamenco, que será Patrimonio Mundial de la Humanidad, pero históricamente cotiza tan poco a la Seguridad Social como las empresas levantinas del textil. Para que se hagan una idea de la masacre que ha supuesto la pandemia entre los intermitentes jondos, un solo dato: muchos tablaos anotaban a los artistas en la SS como mozos de almacén. Por horas, claro. Así que imagínense la magnitud de las ayudas… La cosa ya no es tanto del Ministerio de Cultura (siempre tan atento al flamenco) como de los de Trabajo y SS, lo que probablemente será una suerte para los afectados –quedamos atentos, que dicen ahora.
Bueno, vamos acabando, que como decía Miguel Candela, nada es eterno, señores. La Abadía debería dedicar un sitio fijo al flamenco en su programación. Después del Colegio de Médicos, es uno de los mejores sitios de Madrid para ver y oír tocar y cantar. No siempre podrá programar, eso sí, un espectáculo tan bueno como el del jueves: Josemi Carmona a la guitarra, Bandolero en los cajones, el mítico Pepe Habichuela presidiendo la escena y Enrique Morente Júnior al cante. Pepe, el mito flaco y menudo, tan de Madrid, tan del Atleti, fue recibido por la gente enmascarada con una ovación de gala antes siquiera de sentarse. “Yo creo que todavía me quieren”, decía luego tomando una cervecita con su mujer, Amparo, y su amiga Anya, la fotógrafa y campeona nacional alemana de flamenco.
Antes del refrigerio, Habichuela hizo lo que quiso con la guitarrilla, que ya es casi tan grande como una orquesta sinfónica: rasgueos marca Carmona Habichuela, falsetas llenas de fantasía, escalas de ida y vuelta, y cualquier clase de diablura, todo a compás y en su sitio, bailando y sonriendo, gozando con el cante de Kiki, como si tuviera 20 años y estuviera tocando con su “hermano Enrique”. Y de hecho, tocó con él: como hiciera Morente en El pequeño reloj cantando encima de la guitarra grabada de Ramón Montoya, el Habichuela puso la voz en off de Enrique por malagueñas, y remató por debajo los tercios con un arte y una donosura impresionantes. Aurora Carbonell, la viuda del genio, lloraba rímel caló. En la fila siguiente, Carmen Linares y Miguel Espín se turnaban los oles a compás. Fue como si estuvieran juntos otra vez los tres, Pepe, Enrique y Aurora: y de hecho lo estaban. Al final, en los saludos, Don José se dio la vuelta para enseñar la chupa negra por detrás. Diseñada por Aurora, ponía en letras de plata: Morente.
¡Ah! Sigan muy de cerca a Kiki. Va a ser tan buen cantaor como su padre. Y es que ya se sabe, desde antes incluso de la pandemia malaje. Las mezclas de Morentes con Habichuelas, tenga la edad que tenga lo que eches a la cazuela, siempre son imbatibles. Y si le añades unas hojitas de Yerbabuena, tienes para aguantar unos meses a Ayuso, al viudo de Valdebebas y lo que te echen.
Ha sido un placer volver a verte y oírte, maestro Morente. ¡Cada día cantas mejor!
Por fuera, la Suma Flamenca de la Comunidad de Madrid está hecha de colas muy ordenadas, gel hidroalcohólico en las puertas de los teatros y codazos y/o choques de puños para saludar a las amistades embozadas. Por dentro, hay dos asientos ocupados y uno libre, y en los libres se sienta cada noche Enrique Morente,...
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Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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