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Libres e iguales

La aventura de no saber qué es un rey

Estados Unidos frente a la monarquía española

Xabier Irujo 7/12/2020

<p>Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos.</p>

Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos.

Mather Brown

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Thomas Jefferson hizo repetidamente referencia a la fábula de Esopo sobre las ranas que querían un rey. Éstas vivían en el desorden y la anarquía de su ciénaga y, cansadas, pidieron a Zeus que les diese un rey y éste les lanzó un gran tarugo. El leño hizo mucho ruido al caer y las ranas se asustaron, pero pronto empezaron a sentir un gran desprecio por su nuevo monarca, ya que todo lo que hacía era mantenerse a flote. Se acostumbraron a brincar sobre él y se le sentaban encima, porque era un rey muy tranquilo, que sólo sabía flotar. Finalmente, decidieron pedir a Zeus un rey de verdad, y así lo hizo: les envió una serpiente de agua que se comió a todas las ranas que pudo. Si esto no convence a los que quieren un rey, concluía Jefferson en una de sus cartas a Benjamin Hawkins fechada el 4 de agosto de 1787, “envíalos a Europa para que vean algunos de los fraudes de la monarquía, y me comprometo a devolverlos completamente curados”.

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Y continuó asegurando que “si todos los males que puedan surgir entre nosotros en virtud de nuestra forma republicana de gobierno desde este día hasta el día del juicio se pudieran poner en una balanza frente a lo que este país [el reino de Francia] sufre por su forma monárquica en una semana, o Inglaterra en un mes, este último predominaría… Ninguna raza de reyes ha dado en veinte generaciones un monarca que aventaje a un hombre corriente con sentido común”.

En la carta que escribió a George Washington el 2 de mayo de 1788 sobre la posibilidad de elegir a un presidente ad vitam, expresó que ya antes de llegar a Europa era un gran enemigo de la monarquía. “Lo soy diez mil veces más desde que vi lo que son. Apenas hay un mal conocido en estos países que no pueda atribuirse a sus reyes, ni un bien que no se derive de las pequeñas fibras de republicanismo que existen entre ellos. Además, puedo decir con seguridad que no hay un solo jefe coronado en toda Europa cuyo talento o méritos le den derecho a ser elegido miembro de la junta parroquial de cualquier pueblo en América”.

Los menores en este país crecen leyendo estos y otros escritos en defensa del sistema republicano de gobierno. La Declaración de independencia y las ideas que contiene han calado profundamente en la mente de la ciudadanía durante generaciones y hoy forman parte de la cultura política de la república, verdades evidentes por sí mismas, principios absolutos e incontestables de la humanidad. Uno de ellos, el primero, es el principio de igualdad, según el cual todos los seres humanos son iguales ante la ley. La consecuencia lógica de esta premisa fundamental es que la biografía de un rey es la historia de un crimen, y la de su familia la de una larga genealogía de saqueos, timos y fraudes. Como Saint Just, Jefferson creía que la monarquía era un delito y que todo rey era culpable por el hecho de ser rey.

Jefferson dejó escrito que Carlos IV y sus familiares eran una cuadrilla de simples dedicados a remitirse dos cartas semanales a una distancia de más de mil millas para informarse sobre sus piezas de caza

En referencia a la monarquía española, nadie sabe en los Estados Unidos quién es, ha sido o va a ser el rey. Jefferson dejó escrito que Carlos IV y sus familiares los reyes de Nápoles y Cerdeña eran una cuadrilla de simples dedicados a remitirse dos cartas semanales a una distancia de más de mil millas para informarse sobre sus piezas de caza. Describió a la perfección lo que han sido, son y serán los Borbones mientras sigan siendo reyes. En su carta a John Langdon del 5 de marzo de 1810, comparó la vida de estos reyes a la de los animales de corral, cuyo comportamiento se resume en siete principios:

  1. Exigirles que se reproduzcan sólo con los de su propia clase.
  2. Mantenerlos en una holgazanería e inacción perpetua.
  3. Darles de comer muy bien y mucho de beber.
  4. Nutrir sus pasiones, apetito y fantasías sexuales.
  5. Abonar y satisfacer todos sus caprichos personales.
  6. Hacer que todos los traten como a seres superiores.
  7. No darles la oportunidad de pensar o razonar por sí mismos.

“Tal es el régimen de la crianza de los reyes”. Después de un tiempo, –concluía– esto produce personas que son “todo cuerpo, sin cerebro”, como animales de granja, criados para ser cebados. En suma, una persona no puede ser rey sin ser corrupta, no es posible vestir una corona y no robar, mentir y usurpar un cierto grado de soberanía popular. No es posible decirse rey y ser igual al resto de los ciudadanos y ciudadanas, y es por ello que la igualdad en una monarquía está limitada por la excepcionalidad que impone la presencia de un rey y su corte.

Actualmente, sólo la American Monarchist Society aboga por restaurar la monarquía como medio para recuperar “los valores tradicionales”. Por valores tradicionales sus integrantes entienden la erradicación del humanismo, la ilustración, el empirismo, el idealismo cartesiano, el hegelianismo, el modernismo y el posmodernismo. Según sus miembros, el liberalismo no es sino “una revolución perpetua que no se detendrá hasta consumir todo lo que le recuerde su propia falsedad. De hecho, el linaje intelectual del liberalismo no es otro que la rebelión contra Dios y la creación, instigada por el mismo Lucifer. Esto es contra lo que luchamos, el mal bajo la forma de una república. Nada de elecciones”. Ningún candidato de esta formación ha sido nunca elegido en la historia del país y las cámaras no han discutido nunca la posibilidad de instaurar un régimen monárquico.

No hay una opinión pública formada sobre la monarquía española en Estados Unidos. ¿Es posible afirmar algo mejor que esto de un país y de sus gentes? Probablemente la inmensa mayoría de los ciudadanos no han oído hablar de Juan Carlos, no saben que fue un dictador quien, en virtud de la ley de sucesión de la jefatura del Estado del 26 de julio de 1947, “instauró” la monarquía y nombró a Juan Carlos “su sucesor” el 23 de julio de 1969. El público estadounidense desconoce que aquel día Juan Carlos juró las leyes fundamentales de la dictadura y lealtad a los principios del Movimiento Nacional, y tampoco saben que aquel rey no heredó la corona de su padre sino de un general golpista. Cuando mi alumnado se registra en los cursos de Estudios de genocidio o Política vasca no saben que antes del golpe de Estado de 1936 el Estado español era una república.

Pero, fundamentalmente, no tienen idea de la dimensión y naturaleza de los delitos de corrupción imputables a la corona y es muy posible que ni se les ocurra pensar que una persona pueda ser “inviolable y no estar sujeta a responsabilidad penal”. Éste es un principio legal bastante común en diversos países y es una de las razones por las cuales Trump no quiere abandonar la Casa Blanca, porque sabe que sin el amparo que le brinda el blindaje jurídico de su cargo, la justicia caerá sobre el sin piedad a partir del 21 de enero de 2021.

También en el Estado español, sobre el papel, ésta es una prerrogativa personal del monarca “mientras se halla en el ejercicio de sus funciones” pero observamos empíricamente que, tras la abdicación de 2014, un “rey emérito” goza de las mismas inmunidades y que, en efecto, está por encima y más allá de la ley.

Cuando el Borbón escapó a los Emiratos Árabes Unidos en agosto de 2020, algunos medios estadounidenses le dedicaron unas pocas líneas. Era una historia más, la de un cacique que escapaba con una maleta llena de dinero robado. Y no es noticia porque es lógico: en un sistema en el que la corrupción es hereditaria, hay que asumir que el rey sea corrupto. Son muchos los caciques que han vivido en los Estados Unidos a expensas del erario público de sus respectivos pueblos como Victoriano Huerta, Marcos Pérez Jiménez, Lon Nol y Ferdinand Marcos. Simplemente, es uno más.

La sociedad, los medios y el congreso de los Estados Unidos ha criticado a Trump porque ha robado al pueblo un millón de dólares en cuatro años en concepto de alquiler de carritos de golf y habitaciones de hotel… El público conoce el monto del escándalo, el Congreso ha abierto el caso y lo ha llevado a juicio y Trump ha perdido las elecciones. No obstante, cuando la corrupción forma parte del sistema, un rey se puede escapar con cientos de millones en la maleta. Nadie sabe cuánto, por cuánto tiempo ni qué ha robado, y nunca será juzgado. Y, lo que es peor, su corte continuará haciendo lo mismo, porque la ley ha hecho de esta tradición una norma legal hereditaria. En una entrevista con Gayle King en noviembre de 2020, el expresidente Barak Obama criticó a Trump por no aceptar los resultados de las elecciones del 3 de noviembre, ya que supone una agresión a la base de la democracia: no hay poder sin transición, ningún poder público es transmisible. La representación pública, explicó Obama, “es un trabajo temporal. No estamos por encima de las normas jurídicas. No estamos por encima de la ley. Esa es la esencia de nuestra democracia”.

Trump es como el leño que Zeus lanzó a las ranas, pero estas ranas no van a pedir un rey de verdad. La inmensa mayoría de la población de este país no sabe qué significa vivir en una monarquía, ni tan siquiera se lo plantea, no la necesitan, no la padecen y no saben nada de ella. Qué felicidad.

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Xabier Irujo Amezaga es Doctor en Filosofía, Doctor en Historia, Licenciado en Filología, en Historia y en Filosofía. Director de la Cátedra de Estudios Vascos en la Universidad de Nevada. Experto en Estudios de Genocidio, profesor visitante en varias universidades europeas y americanas como la de California o Liverpool y autor de varios libros, entre ellos algunas obras de relevancia sobre Gernika.

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Thomas Jefferson hizo repetidamente referencia a la fábula de Esopo sobre las ranas que querían un rey. Éstas vivían en el desorden y la anarquía de su ciénaga y, cansadas, pidieron a Zeus que les diese un rey y éste les lanzó un gran tarugo. El leño hizo mucho ruido al caer y las ranas se asustaron, pero pronto...

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Xabier Irujo

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