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Me considero afortunado: actualmente no formo parte de demasiados grupos de Whatsapp, tal vez no lleguen a la decena. Algunos de ellos son páramos desiertos, no tienen vida desde hace meses. El resto sí presenta actividad, pero nada que no sea soportable con el eficaz silenciador. De estos últimos hay uno al que tengo especial cariño. Es, además, el de mayor antigüedad.
Es un chat especial, empezando por el nombre: Rabos voladores. Lo integramos cuatro personas, cuatro amigos virtuales que en la vida real habremos coincidido juntos a lo sumo en tres o cuatro ocasiones. La fotografía que encabeza las conversaciones está tomada precisamente en la última de ellas: es el verano de 2019, estamos en una terraza los cuatro, tres de nosotros haciendo muecas de bobos y el cuarto con una misteriosa sonrisa, propia del que sabe que esa escena quizá no se repita jamás.
Esta es la historia de dos típicas parejas de amigos de toda la vida que, de repente, se unieron para convertirse en cuarteto. Yo era amigo de Sergio y Diego de Theo (los nombres están modificados porque nadie en su sano juicio –excepto el que aquí escribe– reconocería públicamente que está en un grupo bautizado como Rabos voladores). Diego y yo nos conocimos en la universidad y, para no poner límites a nuestra incipiente amistad, cada uno trató de integrar al otro en su grupo de origen. Así, yo entablé amistad con Theo y Diego con Sergio. Los dos tríos funcionaban bastante bien, pero nunca habíamos probado a juntarnos los cuatro: Theo y Sergio apenas se conocían, únicamente veían en el otro a un personaje de leyenda, nada real.
A principios de 2012 –y coincidiendo con la llegada de Simeone al Atlético– decidimos formar el grupo de Whatsapp. Para Diego y para mí carecía de sentido estar en dos grupos diferentes. Mejor unirnos y ver qué pasaba. Y funcionó, de una manera extraña, pero funcionó. Nos contábamos nuestras cosas, nos reíamos recordando batallitas y discutíamos, sobre todo discutíamos. Los conflictos solían venir por el fútbol. Eran batallas de verbo afilado, de gran intensidad y que casi siempre terminaban salpicando el ámbito personal. Los enfados se extendían durante días, aunque nunca se trasladaban al mundo real. Si nos veíamos, fingíamos que nada de eso había pasado.
Al principio no discutíamos sobre el Atlético. Era el equipo que caía bien, una pandilla inofensiva, alguien al que consolar después de cada derrota. Los equipos dejan de ser simpáticos cuando ganan y, si se acostumbran en exceso al triunfo, pasan a ser odiosos. Así que crecieron las disputas en torno al Atleti: por su juego, por su entrenador, por los jugadores, por el dinero, por cualquier cosa.
Prefiero las portadas excesivas, la polarización, el dramatismo: un fracaso si pierdes y lo normal si ganas
Sergio y yo, entonces, tuvimos que involucrarnos. Habíamos vivido más cómodos en el anterior escenario: metiendo cizaña sin asumir riesgos. Pero ahora nos tocaba meter los pies en el barro. Y aunque por una parte nos producía cierto temor salir de nuestra zona de confort, se supone que en realidad era eso lo que llevábamos anhelando toda la vida: tener voz en las discusiones de los mayores.
Este es el juego y lo acepto con alegría. No me cambio por aquel que fui hace diez años, recibiendo descargas de condescendencia y falsa amabilidad. Prefiero las portadas excesivas, la polarización, el dramatismo: un fracaso si pierdes y lo normal si ganas. Prefiero las oleadas de críticas, las risas maliciosas cuando algo sale mal, las actitudes mezquinas. Prefiero que me lo exijan todo: ganar la Liga, la Champions, la Copa, la Eurocopa, el Mundial y hasta las elecciones a la presidencia. Y no quiero escudarme en excusas: ni presupuesto, ni directiva, ni gaitas. Nada que me haga parecerme al de hace diez años.
El grupo Rabos voladores sigue más vivo que nunca. El pasado sábado, antes del Atleti-Barça, se discutía con vehemencia sobre el cambio –o no– en el juego del equipo de Simeone. Theo sostenía que el técnico argentino había convertido un duelo históricamente alocado e impredecible en algo terriblemente aburrido. Poco antes de que empezase el choque, y tras una jornada entera debatiendo sobre el tema, se me ocurrió preguntarle si había visto algún partido del Atlético esta temporada. Me respondió que no, pero que tampoco le hacía falta.
Esperé a que empezase el encuentro y a los cinco minutos lo expulsé. Me pareció un tiempo razonable para demostrarle que estaba equivocado en sus argumentos. Mi decisión fue celebrada por Sergio y por Diego.
– Cuando tienes razón, la tienes.
Me considero afortunado: actualmente no formo parte de demasiados grupos de Whatsapp, tal vez no lleguen a la decena. Algunos de ellos son páramos desiertos, no tienen vida desde hace meses. El resto sí presenta actividad, pero nada que no sea soportable con el eficaz silenciador. De estos últimos hay uno al que...
Autor >
Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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