LENGUAJE
Por qué es preferible hablar de terrorismo machista y educación segregada
A quienes se molestan al escuchar estas expresiones, habría que preguntarles si son conscientes de la profundidad social y simbólica del machismo, y si su indignación no es señal de la connivencia con él
Óscar Barroso Fernández 6/12/2020
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Elegimos las palabras no sólo con el propósito de describir la realidad de la forma más adecuada, sino también para expresar lo que creemos. El verbo “elegir” puede llevarnos al error de pensar que estamos ante decisiones conscientes, cuando lo cierto es que en muchos casos expresamos cosas de forma no intencional. De la misma forma, tampoco tiene por qué ser consciente nuestra reacción ante las palabras elegidas por otras personas. Por ello, podemos aprender mucho de nuestras elecciones y reacciones, y arrojar luz sobre creencias e inercias que para muchos de nosotros permanecen en la penumbra. Cuando detrás de esta penumbra hay instancias dominadoras, el aprendizaje puede liberarnos de ellas, dando como resultado formas de emancipación.
Quiero reflexionar sobre cómo funciona esta dinámica en el caso del machismo a través de la referencia a dos pares de expresiones, cada uno de los cuales muestra posiciones enfrentadas: por un lado “educación segregada” versus “educación diferenciada”; por el otro, “terrorismo machista” versus “violencia doméstica”. Se trata de conflictos expresivos que han puesto de actualidad, respectivamente, los debates en torno a la nueva ley educativa impulsada por el gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos, y la celebración, el pasado 25 de noviembre, del Día Internacional contra la Violencia de Género.
Uno podría tener la tentación de pensar que cada uno de los miembros de estos pares actuaría como eufemismo o disfemismo de una misma realidad, respectivamente, sus versiones suave o violenta. Esta creencia, en un mundo que obliga a lo políticamente correcto, decantaría el juicio positivo hacia las expresiones menos ofensivas y amonestaría los disfemismos al considerarlos exageraciones que, incluso, pueden llegar a herir la sensibilidad del oyente. Pero a mi juicio, en el caso presente no estamos ante eufemismos y disfemismos, sino ante usos lingüísticos indicativos de actitudes feministas e igualitarias en un caso y machistas en el otro; este último es habitualmente consciente y firme en aquellas personas que recurren a uno de los miembros de los pares –“educación diferenciada” y “violencia doméstica”– e inconsciente y ambiguo en los sentimientos de ofensa que afloran en ciertas personas cuando alguien se refiere al otro –“educación segregada” y “terrorismo machista”.
Empezando por las expresiones firmes de machismo, quienes hablan de “educación diferenciada” basan su defensa de la separación escolar de chicas y chicos en supuestas evidencias que refieren un mayor rendimiento respecto a la escuela mixta; pero lo cierto es que dichas “evidencias” penden de argumentos falaces y pruebas pseudocientíficas que no pueden contrarrestar el peligroso fomento del sexismo y los estereotipos de género implicados en la separación. Entonces, despojados de toda evidencia, los segregacionistas acuden, como en su momento hicieron tanto el Tribunal Supremo como el Ministerio de Educación dirigido por José Ignacio Wert, a lo que estableció en 1960 la UNESCO en la Convención relativa a la Lucha contra las Discriminaciones en la Esfera de la Enseñanza, cuyo artículo segundo sostenía que la educación separada no debía ser considerada discriminatoria si no implicaba diferencias ni en el acceso del alumnado ni en la calidad del personal docente y los medios implicados. Pero, ¿no resulta sospechoso el refugio en una convención de hace 60 años habida cuenta de que muchos de los logros más significativos del feminismo en el ámbito educativo son más recientes? Esto es especialmente significativo cuando tenemos en cuenta que hay otra Convención de 1979 para la Eliminación de toda Forma de Discriminación contra la Mujer y multitud de pronunciamientos de diversas instituciones internacionales en favor de la educación mixta.
Respecto a la expresión “violencia doméstica” como intento de ocultación de la criminalidad específicamente machista –y a la que en los últimos años han recurrido Cs, PP y Vox–, podría pensarse que difícilmente tendrá éxito si partimos del hecho de que una mayoría ciudadana manifiesta hoy una gran sensibilización y repudio ante los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas y exparejas. Sin duda, la visibilización mediática ha ayudado, pero también ha distorsionado el problema. En primer lugar, porque la crudeza de los hechos ha dejado muchas veces en segundo plano la verdad que esconden: asesinatos de mujeres en tanto que mujeres y cometidos por hombres en tanto que hombres. En segundo lugar, porque la insistencia en los asesinatos ha reducido la concienciación de la violencia machista a los casos más trágicos, dejando en segundo plano el maltrato físico sin resultado de muerte, pero no por ello –atendiendo a su extensión– menos grave, y ocultando otras formas de violencia, como la psicológica y la sexual, que, desbordando las relaciones de pareja, inundan las esferas laboral, económica e institucional, y, de una forma todavía más general, el conjunto de las representaciones simbólicas y las prácticas culturales.
Aun con todo lo dicho, puede haber quien siga pensando que las expresiones “educación segregada” y “terrorismo machista” son exageradas y ofensivas, sobre todo teniendo en cuenta que existen otras alternativas. Así, en el caso de la educación, disponemos efectivamente de expresiones más neutras como “educación separada por sexos”. El quid de la cuestión está en saber si aquí la neutralidad constituye verdaderamente una ventaja o algo que ayuda a maquillar las actitudes machistas. En cambio, cuando hablamos de “educación segregada” desvelamos sin tapujos actitudes machistas. “Segregar” tiene según la RAE dos sentidos: el primero de ellos se refiere solo a la acción de separar, mientras que el segundo también implica la marginación. Es obvio que podemos hablar de segregación sexual en el primer sentido, pero pueden surgir dudas respecto al segundo en el caso de que la educación sexual pretenda ajustarse a las condiciones fijadas por la UNESCO en 1960. Ahora bien, si reconocemos el anacronismo de esta referencia y las razones socioculturales que obligan a seguir hablando hoy de sexismo, cualquier intento de evitar las consecuencias segregacionistas de la separación estará condenado al fracaso.
También contamos con expresiones alternativas a “terrorismo machista”, pero tampoco están libres de problemas. Así, en el caso de la “violencia de género”, no podemos olvidar que traduce “gender violence”, donde “gender” tiene un sentido sexual que resulta extraño en castellano. Se podría responder que gracias a los estudios feministas el vocablo recoge hoy dicho sentido, como muestra su uso en los ámbitos jurídico y gubernativo. Aun así queda la duda de si la expresión ha conseguido calar en la ciudadanía sin perder su fuerza significativa. La alternativa “violencia machista” es más clara, pero hay al menos dos motivos para dudar de su poder de significación: en primer lugar y como hemos apuntado antes, tanto a nivel coloquial como jurídico, se puede observar una primacía del sentido de fuerza física que ha ocultado otras formas de violencia; en segundo lugar, parece dejar en un segundo plano los mecanismos que hacen del machismo una forma de dominación. Pero entonces –y atendiendo a que el primer sentido que la RAE da para “terrorismo” es “dominación por el terror”–, no es descabellado hablar de un terrorismo machista que hace referencia no solo a los crímenes más execrables, sino incluso a cosas tan comunes y tan poco visibles para muchos hombres como el terror que puede sentir una mujer al caminar sola en la noche o ante ciertas miradas, comentarios e, incluso, tocamientos. Dicho esto, es cierto que otros sentidos del término “terrorismo” invitan a hablar de connotaciones metafóricas cuando queda referido al machismo. Así, por ejemplo, entendemos que el terrorismo define una actividad criminal organizada y consciente que parece extraña al carácter capilar, ciego e impulsivo de muchas de las manifestaciones de la violencia contra la mujer –sin que ello nos haga olvidar que siguen existiendo instituciones machistas perfectamente organizadas–. Creo que aun así la expresión puede ser defendida en tanto que el posible desajuste inherente al carácter metafórico que puede conllevar, se ve contrarrestado con el beneficio que comporta desde el punto de vista de la concienciación.
En conclusión, las expresiones “educación segregada” y “terrorismo machista” tendrán valor si consiguen producir en la ciudadanía la misma indignación y rechazo que ocasionan la segregación y el terrorismo en general. En tal caso, no estaremos ante el deslizamiento de un uso frívolo de los términos sino, al contrario, ante una posición que evita la frivolidad respecto al machismo. Ello permitirá ver que lo desorbitado y ofensivo no son las expresiones en sí mismas, sino las reacciones negativas que provocan. A aquellas y aquellos conciudadanos de piel fina que se molestan al escucharlas, habría que preguntarles si son realmente conscientes de la profundidad social y simbólica del machismo, y si su indignación no es señal de la connivencia con él, es decir, de una complicidad parapetada en la supuesta igualdad jurídica alcanzada en la abstracción normativa y, en muchos casos, ocultadora de la desigualdad machista que continúa operando desde las instancias más profundas de la cultura.
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Óscar Barroso Fernández es profesor de Filosofía en la Universidad de Granada.
Elegimos las palabras no sólo con el propósito de describir la realidad de la forma más adecuada, sino también para expresar lo que creemos. El verbo “elegir” puede llevarnos al error de pensar que estamos ante decisiones conscientes, cuando lo cierto es que en muchos casos expresamos cosas de forma no...
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Óscar Barroso Fernández
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