OBITUARIO
Dios Corben
Despedimos a Richard Corben (1940-2020), genio del tebeo
Álvaro Pons 1/01/2021
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Esto que les cuento debía de ser a finales del 79 o principios del 80. Por aquella época, recién cumplidos los trece años, mis intereses comiqueros habían abandonado tiempo antes los tebeos de Bruguera con los que me eduqué. De Mortadelo y Filemón había pasado a los héroes británicos que editaba Vértice y, posteriormente, aunque con poca fortuna, a los de Marvel, fomentando una mayor pasión por las incipientes revistas de género de terror. Hojeaba siempre que podía las míticas Dossier Negro, Vampus, Rufus y, por supuesto, estaba enamorado en secreto de Vampirella, pero me eran negadas por ser revistas para mayores.
Sin embargo, por esas fechas, vi en el quiosco una portada que me hipnotizó: el número 14 de la revista 1984 estaba cogido con unas pinzas junto a un buen montón de otras revistas y tebeos, pero toda mi atención se centraba en ese número, una galáctica portada de composición simétrica, que mostraba un hombre de imponente musculatura, de rodillas mientras sostenía un arma y sus brazos eran retenidos desde atrás por lo que entendíamos una mujer de no menos extraordinario físico. No podía quitarme de la cabeza esa portada. Ejercía una atracción magnética incontenible, soñaba con ella. Recuerdo intentar hojearla y recibir una buena bronca por parte del quiosquero: “¡Eso es solo para mayores!”, me decía, sin darse cuenta de que así solo estaba haciendo de mi interés una obsesión. Tardé un poco en ahorrar las 75 pesetas que costaba pero, por fin, pude comprarlo con beneplácito y aval paterno que el quiosquero aceptó.
Descubrí que esa portada tenía nombre y apellidos: Richard Corben. Un autor que había encontrado en alguna de mis incursiones a las revistas de terror, pero que, a todo color, parecía de otra galaxia. La revista contenía además dos historietas suyas, Cuidado con el mundo real, Howie, a blanco y negro, y una de las entregas de Las mil y una noches, con guion de Jan Strnad. El suave erotismo que dejaba entrever la primera agarró con fuerza mis incipientes hormonas, pero el dibujo de la segunda me dejó en estado shock: ese color era completamente diferente a lo que había visto antes. La rotundidad de las formas, la espectacularidad narrativa… era difícil no caer en la adoración. Las revistas de Toutain como 1984, Creepy, los especiales de TOTEM USA, fueron mi pasaporte a un cómic de autor que mi mente adolescente procesaba a la vez como un tabú finalmente vencido y como la entrada definitiva en el mundo adulto.
Pero Corben se posicionó rápidamente como el autor a admirar: buscábamos cada historieta suya, las recopilábamos con pasión religiosa. Recuerdo la sorpresa de Bloodstar, esa adaptación de Robert E. Howard que desde las páginas de la revista Creepy nos empezó a enseñar que la narrativa del cómic era un ejercicio que trascendía la espectacularidad del dibujo. Y, sobre todo, el impacto de Den desde las páginas de 1984. La historia de ese reconocible e identificable nerd de instituto que se traslada a un mundo de fantasía imposible, de anatomías excesivas, de sexualidad exuberante… Quizás en aquellas primeras lecturas éramos incapaces de captar la fina ironía del “chicarrón de Kansas” que firmaba ese color único y espectacular, pero con el tiempo, con nuestra madurez como lectores, comenzamos a apreciar la complejidad de una obra que reflexionaba sobre el papel de la fantasía y el sexo en el imaginario colectivo.
Con el tiempo, claro, caímos muchos en la negación: abrazamos el evangelio humanoide y designamos a Moebius como nuestro profeta para más tarde hacernos de la iglesia de la Línea Clara. Pero lo cierto es que seguíamos comprando en secreto cualquier revista donde apareciera una sola página de Richard Corben. Más tarde, el mismo tiempo arregló las cosas y nos hizo apreciar las ventajas del sano panteísmo creativo, devolviendo a Corben a ese santuario particular de los elegidos. Descubrimos que, como muchos autores de su generación, se había acercado a los superhéroes que tanto rechazábamos pero, oigan, era imposible no sentirse arrastrado a leer su versión de Hulk en Banner. Sentir que cada puñetazo en las viñetas nos tiraba de la silla, notar la onda expansiva en la cara como nunca antes se había visto en el género. O que el Hellboy de Mignola, en sus manos, dejaba el pastiche místico para convertirse en un brutal tebeo de terror posmoderno. Pasaban los años y Corben seguía impartiendo un magisterio narrativo inconmensurable que era paralelo a su infinito interés por la investigación de las nuevas herramientas digitales que le proveía la técnica: su dibujo abandonó la artesanía del color hecho directamente sobre fotolito, pero asumió el lápiz digital con alegría para descubrir nuevas posibilidades. Y mientras los superhéroes le pagaban las facturas cotidianas, sacó tiempo para acercarse a los clásicos del terror y hacer adaptaciones inolvidables de Hogdson, Poe y Lovecraft, demostrando que su dibujo entre el underground y el barroquismo podía ser también vehículo de una poética gráfica tan personal como hermosa.
Descubríamos nuevas cosas en un autor que apostó por el género de fantasía como carta de presentación de una mentalidad abierta y reflexiva
Durante cuarenta años, Richard Corben siempre estuvo ahí, era el refugio del comiquero al que volver siempre, sabedores de que nunca defraudaba. Y en cada vuelta, descubríamos nuevas cosas en un autor que apostó por el género de fantasía como carta de presentación de una mentalidad abierta y reflexiva, que defendió desde su obra rechazar la intolerancia y el dogmatismo para apostar por la diversidad y la libertad, pero siempre desde una ironía campechana e inteligente que impregnaba esas anatomías que se movían entre el exceso y la deformidad.
Con su muerte, se va uno de los grandes referentes del cómic moderno, que actuaba de perfecto puente entre la reivindicación underground y un cómic de autor que no renunciaba al mainstream, pero siempre desde la defensa a ultranza de la personalidad del autor.
Esto que les cuento debía de ser a finales del 79 o principios del 80. Por aquella época, recién cumplidos los trece años, mis intereses comiqueros habían abandonado tiempo antes los tebeos de Bruguera con los que me eduqué. De Mortadelo y Filemón había pasado a los héroes británicos que editaba Vértice...
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Álvaro Pons
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