En la muerte de Purita Campos
La autora de ‘Esther y su Mundo’ y el reconocimiento a un cómic popular y femenino
Mar Calpena 26/11/2019
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La memoria es algo curioso: los recuerdos de un momento de hace treinta y cinco años pueden llegar a ser mucho más vivos que los de un periodo sostenido de hace diez. Acaba de morir Pura –Purita– Campos (Barcelona, 1937), creadora de Esther y su mundo, a quien conocí hace algo más de una década, pero mis recuerdos más vivos de ella son muy, muy, anteriores. Puedo precisar, eso sí, que en 2006 yo era jefa de prensa y editora en Glénat, una pequeña editorial de cómic que, a pesar de mantenerse gracias al boom del manga, tenía la misión más o menos encubierta de recuperar y reeditar el patrimonio del medio, desde clásicos anteriores a la guerra civil hasta el underground de los setenta. Joan Navarro, su director, tenía cierta vocación de ONG con patas, y en el edificio –una destartalada casa familiar en el Poblenou, tirada abajo al final de esta historia para construir edificios de oficinas rutilantes del 22@– aparecían a menudo ancianos acompañados de un hijo o un sobrino que cargaba una enorme carpeta en que se escondían originales de algún personaje de Bruguera, o dibujantes no tan viejitos, pero envejecidos por la vida, fumando por los rincones, que nos contaban anécdotas salvajes de la Barcelona desaparecida que se divertía en el Zeleste de la calle Argenteria.
Pura Campos era diferente.
Campos no había firmado nunca un contrato para su trabajo, nadie había publicado nunca un “canon” con todas las historietas de Esther ordenadas cronológicamente, no se sabía dónde estaban
Primero, y obviamente, porque era una mujer, una de las pocas a las que reeditamos, junto con Trini Tintoré, autora de Emma (aunque uno de mis trabajos en Glénat consistió en crear la Colección Chix, una deficitaria línea de cómic contemporáneo hecho por mujeres). Pero Campos también era distinta por muchas otras razones. Para empezar, porque desde su primera aparición en el despacho, todas las que trabajábamos allí nos constituimos en improvisado club de fans. Después de todo, habíamos crecido con Esther y su mundo, un cómic que en los años setenta y ochenta competía en éxito con el Mortadelo y Filemón de Ibáñez. En aquella época todas y cada una de nosotras había peregrinado semanalmente al quiosco a comprar la Lily, donde un personaje de coletas, Esther Lucas, navegaba las procelosas aguas de su adolescencia en un pueblo británico de provincias, y de paso nos ayudaba a navegar en la nuestra. Esther y Lily no eran las únicas publicaciones enfocadas a las chicas de la época, pero eran de calle las más populares, aunque no sabíamos si seguirían siéndolo un cuarto de siglo después. La idea de reeditar Esther y su mundo partió de Eva Siles, que en aquella época gestionaba los derechos de autor de Glénat, y que, no hace falta decirlo, también había sido fan en la infancia. Campos no fue difícil de localizar –seguía dibujando una serie, Jana, para el mercado holandés y vivía en Castelldefels– pero no imaginábamos lo que se nos venía por delante. Porque desde el principio supimos que no sería nada fácil.
Cuando vino a vernos –siempre llegando tarde “porque estaba aparcando”, siempre acompañada de su inseparable marido, Paco Ortega, guionista de cómic y explicador compulsivo de chistes malos–, Pura nos explicó el culebrón de la edición de Esther, un drama bastante significativo de lo que ha sido la historia de los archivos de cómic en España. Esther era un personaje de encargo de una agencia, Selecciones Editoriales, que Campos, siguiendo los guiones del británico Philip Douglas, realizaba para la revista británica Princess Tina, y que después reeditaba aquí Bruguera. ¿El problema? Ni Selecciones Editoriales, ni Princess Tina (o su editorial, IPC comics), ni Bruguera, ni el mismo Philip Douglas existían ya. Como era habitual en aquellos años, Campos no había firmado nunca un contrato para su trabajo, nadie había publicado nunca un “canon” con todas las historietas de Esther ordenadas cronológicamente, no se sabía dónde estaban –si es que todavía estaban– los originales, y nadie sabía tampoco donde paraban los herederos de Douglas, quien no había dejado descendencia. Queríamos reeditar Esther, reencontrarnos con ella y con su amiga/enemiga Rita, su rival Doreen, su hermana Carol, y su insufrible crush, Juanito, pero no lo podríamos hacer tan deprisa como teníamos pensado.
La titánica tarea, que recayó en las experimentadas manos de Antonio Martín, antiguo editor en Planeta, y enciclopedia viviente del cómic, comenzó por otro personaje de Campos, Gina, que la autora había creado junto con su marido. La reedición de Gina, en cierta forma un experimento para ver si valía la pena embarcarse en aquella aventura, fue bastante exitosa. Los suplementos de cultura de los periódicos hablaron de ella –aunque a veces no con demasiado rigor– y nos empezaron a llegar señales de que había ganas de releer Esther. Muchas, muchas ganas. Y esta fue una de nuestras grandes suertes. En aquellos años previos a Facebook, en internet los foros eran reyes, y el que se había creado por y para las fans de Esther y su mundo fue nuestro mejor aliado. Comandadas por la fenomenal Ruth Bernárdez, aquella comunidad de mujeres de mediana edad hizo suya la causa de la reedición, y nos dejó sus ejemplares –a menudo encuadernados, a veces desgastados por varias generaciones de lectura– para que los escaneáramos, los volviéramos a pintar y rotular, e incluso, para que Campos redibujara algunas viñetas. Ellas fueron las que empezaron no solo a hacer colas kilométricas en los Salones del Cómic para que Pura les firmara un ejemplar –siempre con una sonrisa, siempre con un dibujo dedicado–, sino las que pedían más producción, las que nos criticaban ferozmente que eligiéramos una paleta de color más sobria que la del desastre de impresión que había hecho Bruguera, las que nos llevaban regalos y se hacían fotos con nosotras. La reedición de Esther fue un éxito, pero –giro de guión inevitable– también aparecieron los problemas. Las noticias llegaron a DC Comics –sí, los de Superman y Batman– que habían sido los propietarios de la disuelta IPC, y que nos enviaron varias cartas amenazándonos con abogados estadounidenses y penas del infierno si no les dábamos una porción del pastel, pero insinuando que ellos podían tener, o no, guardados en alguna misteriosa cripta, toda la colección perdida de los originales de Esther. Joan Navarro, quien siempre ha tenido un punto quijotesco, les contestó amenazándolos a su vez en nombre de los intereses de Pura Campos. Cabe decir que la Convención de Derechos de Autor de Ginebra, que regula estas cuestiones, estaba de nuestra parte, pero aquí concurrían dos problemas adicionales: uno, que a DC le bastaba hacernos la pascua paralizando la edición si su maquinaria legal lo requería; y dos, que nosotros no éramos tampoco los representantes legales de Campos, lo que será importante al final de esta historia. Así que la reedición se iba haciendo a salto de mata, pero la nostalgia por Esther no paraba de crecer. Se trataba de un éxito de público, por cierto, que tardó en verse correspondido por el reconocimiento de cierta élite del mundo del cómic. A pesar de que Campos era de largo la autora nacional que más firmaba en cada Salón del Cómic, de que la prensa se desvivía para hablar con ella (y ella les correspondía: a diferencia de otros autores de la casa, que se creían estrellas de rock, Campos trataba con generosidad hasta a los medios más pequeños), y que Martín había sabido sacar de la manga un proyecto de las Nuevas Aventuras de Esther, donde se resucitaba una Esther ya adulta y divorciada, obra del guionista Carlos Portela , el sector la esquivaba. Era una autora “popular” y “femenina”.
A pesar de que Campos era de largo la autora nacional que más firmaba en cada Salón del Cómic, el sector la esquivaba. Era una autora “popular” y “femenina”
De hecho, cuando en 2009 saltó la noticia de que en aquella edición, por fin, el Salón del Cómic de Barcelona se dignaba conceder su gran premio a una mujer, asumimos que sería para Campos, pero la sorpresa fue que se dio a Ana Miralles, que, aún siendo merecedora de él, era mucho más joven y ni mucho menos tan reconocida como Campos. El Salón no le dio este premio hasta 2013 –cuando hacía años que el gobierno ya le había concedido la Medalla al Mérito de las Bellas Artes, y ya no quedaba feria de cómics en el país sin rendirle un homenaje.
El éxito de Glénat también se estaba acabando. Por un lado, DC finalmente admitió que no tenía los originales de Pura Campos, y nos puso en contacto con un coleccionista que se había hecho con ellos, pero que pedía una enorme cantidad de dinero para recuperarlos. La negociación la retomó el hijo y representante legal de Campos, y, que yo sepa, nunca llegó a ninguna parte. Glénat, por su parte, empezaba a notar la caída de las ventas de manga por la crisis, y pagaba las consecuencias de algunas de las decisiones quijotescas de Navarro, quien hizo un cambio desastroso de distribuidora que se saldó con el despido de un tercio de la plantilla, incluido el mío. Se intentó estirar el éxito de Esther con algunas novelitas rosas basadas en el personaje, pero se quedaron en el tintero algunos proyectos, como un libro de cocina de Esther y su mundo que, sigo pensando, hubiera sido un hit. Glénat cerraría definitivamente a principios de la década. Aunque el personaje seguía vendiendo –la prueba es que después se haría una reedición en quiosco, y que Espasa sacaría una versión novelada de las Nuevas Aventuras– y los reconocimientos seguían llegándole, la misma Pura, quien una vez me dijo que tres días después de dar a luz ya estaba en la mesa de dibujo, no podía, ni quería, mantener el ritmo de producción. Han pasado casi quince años desde que conocí a Campos, a Pura, a la Purita. La época de su reedición se desdibuja para mí, pero me resisto a escribir que fue la segunda juventud de Pura Campos, porque ella no dejó de ser joven ni un solo día de su vida. Y su recuerdo, como el de Esther, comienza mucho antes, saliendo de escuela en el quiosco de debajo de mi casa. Y claro, luminoso, y coloreado, como la portada en cuatricromía de un viejo Lily.
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Autor >
Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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