DETRÁS DE LAS CARRERAS
Autobús al hipódromo
El autor retoma sus particulares y mordientes recorridos por la historia antigua y reciente de España sirviéndose de las líneas de autobús de Madrid
Carlos Alberdi 31/01/2021
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Hay que llegar a tiempo porque sale cada quince minutos y no hay otro. Llegar tarde te puede dejar sin jugar en la primera carrera o, lo que es peor, sin ver los caballos en el paseíllo previo. Las carreras son un espectáculo en el que los espectadores circulan del paddock a las tribunas pasando por las taquillas de apuestas. Un espectáculo en el que el juego, la apuesta, es crucial. Aunque uno no se juegue dinero es imposible ver una carrera de caballos sin tener un favorito, sin desear un resultado. El espectador impasible, de existir, es un espectador prescindible.
Pero estamos subiéndonos al autobús que va al hipódromo. Sale del Paseo Moret más o menos enfrente de la estatua del general Manuel Cassola que inmortalizó Benlliure y que pasa sus días en ese tramo del Parque del Oeste sin que nadie le haga caso. Es un autobús gratuito, aunque no siempre fue así. En otros tiempos el hipódromo fue popular y salían un buen número de autobuses. Tiempos de Franco en los que el juego estaba prohibido excepto en el hipódromo y en el frontón, además de la lotería nacional y los ciegos. El hipódromo de La Zarzuela, en la madrileñísima Cuesta de las Perdices, se llenaba los domingos, salía en el NO-DO y hasta en los telediarios nocturnos del domingo se ofrecía un breve resumen de la carrera principal. Eran otros tiempos y no sólo porque el director de Marca, a la sazón Nemesio Fernández Cuesta, se encargara de la crónica en la sección marca-turf de los lunes, sino porque todos los periódicos informaban de lo que sucedía en aquel hipódromo y emitían sus pronósticos.
Sin embargo el recorrido es el mismo. La salida junto al Arco de la Victoria es la misma y hay que pellizcarse cuando se confirma que las inscripciones latinas aludiendo al Duce siguen en pie. Necesitamos de un urbanista atrevido que reforme la llegada de la carretera de La Coruña a la ciudad. No estaría mal un proyecto de reforma que derribara el Arco y ofreciera a los peatones un espacio integrado en el que el Museo de América se comunicara en superficie con el Parque del Oeste y la estatua de San Martín. E incluso que el espacio se alargara hasta el Museo del Traje, la Casa de Velázquez y la Escuela de Bellas Artes. Lo que podría ser un conjunto de edificios singulares, con algunas excelentes colecciones abiertas al público, es un archipiélago de islotes entre los que es difícil transitar. Pero estamos hablando del autobús del hipódromo y nos hemos desviado porque la simbología franquista establece un arranque de trayecto de órdago, aunque alguna mirada también se dirija al camino del tranvía y al edificio del antiguo rectorado, enmarcado por las casas de los profesores. Incluso algún pasajero podrá admirar entre los árboles el edificio de Navales, con su pequeña linterna, o las exquisitas líneas de la Casa de Brasil que contrastan con el mazacote de lo que fue Colegio Mayor José Antonio y es hoy Rectorado de la Complutense.
La teoría es que un kilo de peso, de más o de menos sobre el lomo del caballo, equivale a un cuerpo de distancia en la meta
Para muchos, lo más importante del hipódromo son los caballos pero para otros todavía más importantes son los jockeys. Los caballos o yeguas comienzan a correr a los dos años. Es una raza única que se desarrolló en Inglaterra a partir de caballos árabes en el siglo XVIII y que desde entonces se ha extendido a todo el mundo. Son animales de quinientos y pico kilos, capaces de correr a casi veinte metros por segundo y con unas extremidades muy finas. Unas criaturas delicadísimas, criadas para correr, que se lesionan con facilidad. Los estudiosos investigan en sus antepasados, su pedigrí, tratando de buscar nuevos cruces o de repetir los más exitosos. La cría de pura sangre inglés es una industria mundial. Irlanda, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Japón o Australia son los grandes proveedores de caballos de carreras. En España apenas nacen cien o doscientos potrillos al año. Una industria débil que depende de un hipódromo incierto sostenido con fondos públicos y sin un sistema de apuestas que le permita financiarse. Otros aficionados estudian las actuaciones y mantienen “tablas”. Se trata de valorar a los caballos según sus resultados. La teoría es que un kilo de peso, de más o de menos sobre el lomo del caballo, equivale a un cuerpo de distancia en la meta. Los aficionados que llevan tablas tienen valorados a todos los caballos y apuestan teniendo en cuenta esos valores. Tanto el estudio de los antepasados como la valoración matemática de cada una de sus actuaciones evidencia el intento, que late en el mundo del turf, de poner orden en la naturaleza. De modo análogo a la ordenación que hace la corrida moderna de los juegos de toros clásicos, el Jockey Club inglés impuso normas ilustradas y “científicas” a los juegos de caballos. Por eso no es extraño que el hipódromo madrileño, cuajado durante el franquismo de aristócratas y militares, tenga también un pequeño número de intelectuales adictos.
La plaza del Cardenal Cisneros se pasa por un subterráneo. Apenas hay tiempo para ver los campos de deportes. A la salida, la visión de Agrónomos es de un racionalismo más que agradable y el actual Museo del Traje, aunque cargado de un pasado de indecisiones, tiene su jardín cuidado y envía un mensaje lleno de posibilidades. Al fin y al cabo es el único edificio en Madrid que se pensó para museo de Arte Contemporáneo. A su vera la Casa de Velázquez es probablemente desconocida por la mayoría y seguro que a los franceses les haría ilusión que pasara a formar parte de un “campus” en el que pudiera haber visitas pautadas que disfrutaran de su extraordinario patio y de sus vistas a la sierra.
El aficionado que se ha subido al autobús tiene un gran interés en el paisaje y en los cielos. El clima es importante para las carreras y el espectador hípico es un saboreador de paisajes. También lleva en el bolsillo la revista con las carreras del día y es un estudioso. En las carreras la especulación es constante y los factores a tener en cuenta múltiples. En el autobús al hipódromo se dan una serie de contradicciones que hacen de su pasajero una persona ocupadísima. Tiene por un lado que atender a un conjunto de edificios singulares extraordinarios, por otro al paisaje velazqueño que aparece pronto con la sierra al fondo, y también a las conversaciones de los pasajeros próximos que pueden en un momento dado ofrecer una pista decisiva para el resultado de tal o cual carrera. Por último, no puede descuidar el estudio de la revista: los caballos participantes, el análisis de sus últimas actuaciones y la lectura de los comentarios expertos que acompañan al programa.
El siguiente binomio lo componen la Escuela de Caminos y el complejo de La Moncloa. Lo de llamarlo complejo tiene su lógica. Lo que era un bonito Palacio es ahora un conjunto de edificios que no para de crecer para dar abasto a las ansias de controlar de la Presidencia de Gobierno. Si contamos que cada ministerio tiene en el complejo su réplica vigilante nos hacemos una idea de cómo la gobernanza moderna se rige por la desconfianza y un cierto despilfarro en pequeñeces. En cuanto a la Escuela de Caminos, trazada con escuadra y cartabón, le han salido tal cantidad de granos en forma de aparatos de aire acondicionado, que no parece posible que albergue un centro de importancia para el cuidado de las obras públicas.
Casi de inmediato se vuelven a enfrentar dos edificios singulares. La que fue Facultad de Políticas con el aire americano de sus arquillos, que dibujó Fisac, y la torre que fue de Económicas y ahora es Geografía e Historia. En tiempos conocida como Galerías Preciados, allí cantó Raimon.
En cuanto a los jockeys lo primero que impresiona es la chaquetilla con sus colores y sus símbolos. El pantalón blanco, que suele transparentar el calzoncillo –recuérdese la marca Jockey- y sus botas charoladas. La fusta siempre en la mano. Cada uno tiene su estilo y todos saben que ni el mejor de los jinetes es capaz de ganar si no tiene caballo. Por el contrario, cualquiera de ellos puede cometer un error y hacer perder al mejor potro. Una profesión ingrata porque entra en juego la báscula y no conviene pasar de cierto peso. Sauna y dietas durísimas para mantenerse enjuto sin perder la energía necesaria. Dominar al poderoso animal y sacarle en el momento adecuado toda su fuerza. Y las caídas. Es normal romperse la clavícula y a veces cosas peores. Se valoran principalmente dos virtudes. El sentido del paso, que consiste en no ir ni más rápido ni más lento de lo que al caballo le conviene. Y la energía en las llegadas para que el caballo se exprima en los últimos doscientos metros. Un braceo enérgico y el buen uso del látigo son claves de esa difícil habilidad.
Se diseñó en tiempos de la República cuando hubo que abandonar el hipódromo de la Castellana para que se hicieran los Nuevos Ministerios
La Puerta de Hierro es un monumento singular del XVIII. Desde siempre marcó una cierta llegada a Madrid y el desvío hacia El Pardo. Con el tiempo se ha convertido en un importante nudo de carreteras. Hace muchos años estaba situada en medio de la carretera principal y en relación directa con una gran gasolinera. Con la última reforma, la gasolinera se subió a la altura del hipódromo y la Puerta se descentró un poco para dejar sitio a las entradas y salidas de los coches. El urbanista atrevido que algunos anhelamos podría reforzar la distribución del tráfico de entrada a partir de este punto para acercar la Universitaria a Moncloa de un modo más agradable. En este asunto los apasionados del turf tienen poco que decir y se disponen a pasar el río y a entrever el puente de San Fernando mientras piensan en lo que van a apostar en la primera carrera. Entretenidos por el río y el carril bici, que en ese punto sobrevuela la carretera, pocos se percatan de haber pasado entre dos de los clubs más aristocráticos de la ciudad. El Club Puerta de Hierro, que se creó en 1904, como club de golf con el apoyo del monarca, y el Club de Campo, que arrancó a principios de los años treinta.
El autobús llega al hipódromo. Es una finca de un millón de metros cuadrados que alberga boxes y viviendas de profesionales además de las instalaciones principales. Se diseñó en tiempos de la República cuando hubo que abandonar el hipódromo de la Castellana para que se hicieran los Nuevos Ministerios. Hubo un gran concurso y lo ganaron los arquitectos Arniches y Domínguez junto con el ingeniero Torroja. La obra no se pudo terminar hasta después de la guerra con Domínguez en el exilio y Arniches degradado. Por ello y porque los voladizos que calculó Torroja son piezas pioneras en el uso de láminas de hormigón armado, el ingeniero se quedó con toda la fama.
El autobús al hipódromo es también el autobús de vuelta del hipódromo. Las carreras son ya algo sucedido e irremediable. Para bien o para mal. A veces, pocas, es una vuelta triunfante. Las más es una vuelta reflexiva masticando las apuestas fallidas. Sobre todo aquellas que lo fueron por poco, por poquísimo, por una cabeza. Recordando la actuación magistral de un jinete, la exhibición de un caballo o, por el contrario, la actuación inexplicable o el fallo de una monta. Cuando las carreras eran por la tarde, la vuelta en autobús coincidía con el atardecer y la melancolía de las tardes de domingo. Ahora que son por las mañanas es una vuelta hacia alguna comida que espera y a la que se llega tarde. El autobús se despide del hipódromo pasando junto a las cuadras. Atraviesa el túnel que pasa por debajo de la carretera de La Coruña y, girando en redondo, enfila la carretera en dirección Madrid. Es una maniobra de cierta tensión la que el conductor tiene que hacer para incorporarse al tráfico que se dirige a la ciudad. Los coches bajan despendolados la Cuesta de las Perdices. La imagen de Madrid al fondo es un compacto al que hay que ascender. El río, un regato que corre hacia la ciudad. Los edificios universitarios una bienvenida y el complejo de la Moncloa una invitación a desviarse si por alguna razón se prefiere entrar por Cuatro Caminos. El autobús sigue de frente porque su destino es Princesa. De modo que hay una última humillación ante el Arco. ¿Ganaste? ¿Perdiste? El resultado de las apuestas es un balance objetivo de la jornada que no se puede obviar. Sin embargo el aficionado sabe que volverá el domingo siguiente porque la vida se intensifica en el hipódromo.
Hay que llegar a tiempo porque sale cada quince minutos y no hay otro. Llegar tarde te puede dejar sin jugar en la primera carrera o, lo que es peor, sin ver los caballos en el paseíllo previo. Las carreras son un espectáculo en el que los espectadores circulan del paddock a las tribunas pasando por las...
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Carlos Alberdi
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