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El 601

El autor continúa sus particulares y mordientes recorridos por la historia antigua y reciente de España sirviéndose de las líneas de autobús de Madrid

Carlos Alberdi 22/06/2018

<p>Autobus de la EMT, Madrid. </p>

Autobus de la EMT, Madrid. 

Matteo Passera

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El Pardo se anexionó a Madrid en 1950. Para ir al Pardo solo hay dos líneas de autobuses y ninguna pertenece a la Empresa Municipal de Transportes. Tanto el 601, que sale de Moncloa cada diez minutos, como el 602, que sale del hospital de La Paz cada hora, están operados por la empresa Alacuber mediante concesión administrativa del Consorcio Regional. Para tomar el 601 en el intercambiador de Moncloa hay que ir a la isla 3, dársena 30. Es un autobús con todas las características externas de los autobuses interurbanos, por su numeración y su color verde, pero no abandona en su recorrido el municipio de Madrid, cuesta lo mismo que cualquier otro autobús de la ciudad y admite pasajeros de pie a pesar de hacer buena parte de su trayecto por carretera.

Ir al Pardo, para cualquier ciudadano español de cierta edad, está ligado a la figura de Francisco Franco. Allí se instaló en 1940 y desde allí gobernó hasta su muerte en 1975. El 601, que es el autobús de El Pardo por antonomasia, pasa en su camino por delante del Palacio de la Moncloa, de la entrada al Palacio de la Zarzuela y del Palacio del Pardo. Termina en el cementerio donde están enterrados Carrero Blanco, Arias Navarro y Carmen Polo; donde se especula que podría enterrarse a Franco si algún día –parece que pronto– se le saca del Valle de los Caídos. El 601, escondido bajo su cascarón de autobús interurbano, conecta los principales espacios de poder madrileños y mitifica el Monte de El Pardo como el espacio en torno al cual se teje una buena parte de la tela de araña que ejerce el mando.

No deja de ser casualidad que el autobús que hay que coger para visitar el palacio de El Pardo arranque su recorrido con el monumento que hace alusión al Duce español

El Pardo tiene también otras historias. Su origen está ligado a la caza. Se suele fechar en los comienzos del siglo XV la construcción, por Enrique III, del primer pabellón de caza. Carlos I encargó el palacio que se quemó a principios del XVII y dio pie a la reconstrucción y redecoración que encargó Felipe III. Más de cien años después Carlos III, el rey cazador por excelencia, encargó a Sabatini una ampliación. Los Borbones decimonónicos siguieron enriqueciendo el palacio y Alfonso XII murió allí, unos días después de que Cánovas y Sagasta firmaran el pacto que dio cobertura al turnismo de la Restauración. Ser el autobús de El Pardo no es poca cosa.

El Pardo también tiene alguna anécdota republicana. Azaña usó el Palacio de la Quinta, que no está lejos, como oficina, y aseguró en sus diarios que le hubiera gustado retirarse como guarda mayor del Monte del Pardo. “Con mero y mixto imperio”, dice, en un tecnicismo de notario erudito. Y, hoy en día, El Pardo tiene un gran relato ecologista, porque pocas ciudades se pueden preciar de tener junto a ellas un encinar que las iguala en extensión, rico en fauna y flora, a poco menos de siete kilómetros del centro. En un estudio de los años ochenta se puede ver un dibujo de los perímetros del Monte y de la ciudad, el uno junto al otro, aproximadamente del mismo tamaño, y el perímetro del monte cobra internamente la forma de unos pulmones que asisten y refrigeran la ciudad. En cualquier caso, el pasajero del 601 irá durante todo el recorrido camino de El Pardo avistando la sierra y percibiendo esa sensación tan madrileña, cuando se mira hacia el norte, de que el secarral ha sido superado. Que Madrid es la ciudad más al norte del desierto y que el Guadarrama anuncia Europa.

De modo que el pasajero del 601 se sube al autobús y antes de salir a superficie va bien cargado de imágenes e ideas recibidas con anterioridad. Quizás por eso no es demasiado extraño que el autobús no sea de la EMT y se acepte con resignación la rareza. El Pardo, como Real Sitio, está asociado a Patrimonio Nacional que posee su suelo, otorga sus concesiones y es el único administrador del Monte, cuyo severo régimen ni siquiera acepta visitas, como los Parques Nacionales. Ya se sabe que es una organización no especialmente amigable.

El 601 arranca desde la dársena 30 y cuando sale a superficie junto al Arco de la Victoria es como un cetáceo que emerge del océano. No deja de ser casualidad que el autobús que hay que coger para visitar el palacio de El Pardo arranque su recorrido con el monumento que hace alusión al Duce español.

La salida por la carretera de La Coruña está dominada por el tráfico y tiene distintos aires según la hora del día Por la mañana el atasco de entrada marca la pauta y es difícil mirar con buenos ojos el paisaje. Los edificios van pasando por su orden y frente al Palacio de la Moncloa, hiperprotegido y en permanente expansión; la escuela de Caminos, con sus aparatos de aire acondicionado, es un buen ejemplo de las limitaciones de la ciudad. La carretera baja hacia el río y el 601 se desvía para tomar la carretera que sigue su curso aguas arriba. La primera parada significativa es en la puerta del Club Puerta de Hierro. Estamos ya en terrenos del Monte del Pardo. Una concesión real de 1904 de más de doscientas hectáreas, casi el doble del Retiro, donde se refugian las élites madrileñas. La parada en este club evoca inevitablemente la cercanía, del otro lado del río y de la carretera de La Coruña, del Club de Campo. Un club algo menos señorial, que fundaron unos aristócratas en 1931 en el límite del Monte con la Casa de Campo, y que el Ayuntamiento absorbió en los primeros años de la democracia de un modo un tanto confuso, pues, sin llegar a las alcurnias del Puerta de Hierro, es un club caro, para bolsillos pudientes. El contraste con estos clubs exclusivos lo puso, desde los años cincuenta, la piscina sindical, con su macro piscina que se llenaba hasta los topes en verano recreando las fotos de las playas neoyorkinas de Coney Island, en las que casi no se puede ver más que los cuerpos húmedos amontonados y felices.

En este tramo la carretera es así: llena de clubs e instituciones. Aquí estuvo la Playa de Madrid, de la que todavía quedan señales, y aquí un ojo avizor puede ver, al otro lado del río, las tribunas del hipódromo de La Zarzuela. El edificio que se impone por su mole y sus tejados de pizarra es el Instituto Llorente. Está vallado y en desuso, pero fue un centro de investigación en microbiología levantado en 1930 y que aguantó hasta los años noventa produciendo fármacos de distinto tipo. El Instituto lo fundó, a finales del XIX, Vicente Llorente, y se hizo famoso combatiendo la difteria. Sus sobrinos, los doctores Mejías, continuaron su labor y consiguieron la concesión regia para levantar en este punto el edificio. La ruina de la empresa en los noventa le dejó a Patrimonio Nacional con un inmueble que no se puede tirar y una difícil limpieza, porque la industria farmacéutica dejó fuertemente contaminado el entorno. Dicen que se dedicará a talleres de restauración u otros menesteres.

Estos lugares claves de la vida madrileña se mezclan desde hace tiempo con los nudos de carreteras frutos de la M-30 y la M-40. La primera utiliza la propia carretera de El Pardo para completarse y la M-40 horadó el Monte con unos túneles que pasan por debajo de la pista del hipódromo. El 601 va superando los diversos cruces y el pasajero curioso puede ver, en un momento determinado, un par de grandes señales de prohibido que indican la carretera de entrada al Palacio de la Zarzuela, y, al fondo, el control de seguridad, que se asemeja a los peajes de las autopistas. Si ya es curioso que un encinar esté tan asociado en Madrid a los espacios de poder, aún lo es más que la zarzuela, ese teatro lírico español que fue tan popular, dé nombre a algunos de los lugares claves del Monte.

Si se viera pasar por sus calles un autobús de la EMT quizás pudiera haber un titubeo en la percepción. El color verde del 601 protege la burbuja. Un trozo de Madrid con aire de pueblo

Pasado ese cruce y los clubes de Somontes, que lo hay de tiro y del resto de deportes, cada uno con personalidad propia y, cómo no, en terrenos concesionados por Patrimonio Nacional, la carretera de El Pardo es durante algunos kilómetros una carretera rural. No solo hay encinas, también se ven alcornoques, olmos y variadas especies de arbustos. El 601 ha salido al campo sin salir de Madrid y el tráfico no suele ser demasiado intenso. Al poco se avistan las primeras construcciones y se llega a los primeros cuarteles. El Pardo es alargado. El centro es el Palacio, al que flanquea el pequeño pueblo por el lado del río, y, más allá, el autobús sigue hacia Mingorrubio entre los cuarteles de la Guardia Real y el Canal de Experiencias Hidrodinámicas (CEHIPAR) del Ministerio de Defensa. Son dos equipamientos extensos. La Guardia Real se ubica en los antiguos terrenos del orfanato, que desalojó Franco para hospedar sus servicios de seguridad. Un orfanato con orígenes decimonónicos que la República rebautizó como Orfanato Nacional y que desde El Pardo se llevó al complejo carabanchelero de Vista Alegre. Hoy es un espacio enorme en el que los caballos tienen gran importancia. Del lado del río una enorme estructura de madera da cobijo a una pista para demostraciones hípicas con su pequeña grada para público. La instalación científica es más hermética. Son grandes naves para investigar y experimentar temas náuticos. Tiene un túnel de cavitación que permite estudiar la formación de cavidades, llenas de vapor o de gas, en el seno de un líquido en movimiento, lo que traducido significa estudiar los problemas generados por las hélices de los barcos. Sus dos naves más grandes están ocupadas por un canal de olas y un canal de aguas tranquilas.

Más allá de estas instalaciones está Mingorrubio. Una colonia para militares empleados en El Pardo, levantada en los años sesenta, con casitas bajas a medio camino entre el pueblo típicamente español y los aires americanos de aquellos tiempos. Entre medias algún que otro merendero que aprovecha la belleza del lugar, pues la colonia, situada al este de la carretera, no tiene otra cosa a poniente que el Monte en toda su belleza. El autobús continúa una parada más para llegar al final de su trayecto junto al cementerio. Es también el final de la carretera porque un portón cerrado impide acceder al pantano que se construyó en 1970 para regular el Manzanares. El viajero curioso puede acercarse a ver el pequeño templo en el que está enterrada Carmen Polo, o pasear entre las tumbas de Carrero Blanco, Arias Navarro o Fuertes de Villavicencio. Un cementerio en el que el franquismo mantiene su peso y al que se puede llegar en el 601 desde Moncloa y en el 602 desde La Paz, lo que nos trae, inevitablemente, recuerdos de 1975.

Pero la mayoría de los pasajeros se apean en el pueblo frente al Palacio. Los hay que vienen atraídos por los paseos junto al río, otros por la oferta gastronómica, en la que domina la caza, y otros por la visita al monumento, que es histórico-artística e histórico-personal en buena cantidad de casos. Las normas son estrictas. Nada de fotos y grupos controlados. El palacio se usa desde 1983 para alojar a los jefes de Estado de visita en Madrid. Los guías entreveran lo museal y lo histórico: lámparas, tapices y cuadros, con las anécdotas de visitas recientes y las huellas de Franco, que siguen siendo centrales en el relato. El salón y la mesa del Consejo de Ministros. El teatro dieciochesco, donde proyectaban el cine, en el que todavía se conserva la pantalla blanquecina y el agujero en la pared para el proyector. El comedor de diario. El despacho en el centro del palacio, con su retrato de Isabel la Católica, su enorme bola del mundo y su cuarto adjunto para el despacho con los ministros. El dormitorio donde sobreviven dos flexos baratos en las mesillas de noche, junto a dos camitas de estilo imperio colocadas sobre una tarima y una urna donde estaba el brazo incorrupto de Santa Teresa. Dejan ver también un cuarto de baño de hotel de cuatro estrellas y, a veces, una peluquería con uno de esos secadores de pie para señoras. Un recorrido, que es parte viva del autobús 601, en el que se mezclan comentarios sobre las bodas de las nietas con otros, más cercanos en el tiempo, referidos a la presentación a la prensa de Letizia Ortiz como novia del príncipe o la fiesta previa a su boda.  El aire de El Pardo es el aire de un pequeño pueblo. Si se viera pasar por sus calles un autobús de la EMT quizás pudiera haber un titubeo en la percepción. El color verde del 601 protege la burbuja. Un trozo de Madrid con aire de pueblo. Su fiesta popular fue la romería de San Eugenio. El barberillo de Lavapiés arranca con las Majas cantando a coro: “Dicen que en El Pardo, madre / al bendito San Eugenio / le han dejado sin bellotas / los señores madrileños”. Sara Montiel también lo cantaba en El relicario: “Un día de San Eugenio yendo hacia El Pardo le conocí…”. Un centro de poder camuflado en el paisaje.

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Autor >

Carlos Alberdi

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