Gestión
Una casa común decente
Los éxitos y fracasos del Consejo Interterritorial del Sistema de Salud reflejan bien algo que debe cambiar para lograr mejores respuestas al encono populista: aparatos de Estado más útiles a la ciudadanía
Miquel Porta 5/01/2021
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Diversos comentaristas internacionales han señalado estos meses los graves perjuicios que para el control de la pandemia están teniendo en algunos países las luchas intestinas y el encono populista. A este no se le puede denominar político si se tiene aprecio por la eficacia y la decencia en política: los exabruptos nos intentan arrastrar a un nivel excesivamente bajo de ambas. En cuanto a aquellas luchas, debemos considerar tanto las producidas dentro de un Estado (así Abascal, Ayuso, Casado o Torra obcecados contra Sánchez, Iglesias o Illa), como las sucedidas dentro de un gobierno, sea municipal, autonómico o estatal. Todas nefastas.
Aún más: me pregunto –en serio– qué ganan exactamente quienes atizan el encono (de acuerdo, no tan míseras cuotas de audiencia ¿y algo más?). Y qué piensan las derechas más responsables ante la catástrofe económica que el populismo agranda, pues incluso perjudica a los intereses de los más privilegiados. Quizá ello explique parte del discreto apoyo de algunos sectores económicos al gobierno de coalición estatal. No ignoro que ciertas izquierdas niegan todo esto.
A pesar de todo, no basta con que numerosos ciudadanos sintamos desafección por el histrionismo fratricida. Debemos ver algo esencial más allá del escenario en el que el encono se representa: vislumbrar un ángulo muerto, un punto ciego, no tan distintos de los que tratan Jordi Amat o Javier Cercas. ¿Cómo? Para empezar, poniendo más atención en los efectos positivos para la convivencia, la salud pública y la equidad que logramos cuando las instituciones funcionan mejor. Qué sencillo y qué potente, qué difícil.
Preparación, aplicación y seguimiento de las decisiones
Un ejemplo lo encontramos en la preparación y seguimiento de los acuerdos que toma el pleno del Consejo Interterritorial (CI) del Sistema Nacional de Salud. Preparación, aplicación y seguimiento de las decisiones: actividades cruciales en toda empresa e institución que quiera lograr efectos relevantes. Esos son los ángulos muertos y los puntos ciegos causantes de buena parte de tanto error en la gestión de la pandemia. También –sorpresa– de no pocos aciertos, pues existe más trabajo del que gobernantes y funcionarios enseñan. Lo que durante años solo veíamos algunos salubristas hoy es por fin masivamente evidente: que los acuerdos del CI tienen unas repercusiones brutales, para bien y para mal. ¿Por qué conocemos tan mal cómo se fraguan?
Ya sabemos que en el CI hay mucha sobreactuación e irresponsabilidad; sobre todo, de puertas para afuera. ¿Debemos resignarnos, atemorizados o indolentes, a que siga siendo así también esta vez, en el periodo histórico más trascendental que –esperemos– jamás habremos vivido? Muchos no lo hacemos. Realismo y pragmatismo, sí, y prudencia, pero también ambición moral y política, civismo, astucia y audacia. Anhelos vitales, personales y colectivos.
Estos días he buscado las actas del CI porque me parece relevante analizar cuáles son las bases epidemiológicas, sanitarias, éticas y jurídicas de los acuerdos que toma. Busco, por ejemplo, cuál es la validez de los datos que utilizan, cuáles las metodologías de los análisis epidemiológicos y económicos, o a qué principios morales y ordenamiento jurídico atienden.
Y en lugar de unos materiales técnicamente ricos, a la altura del reto pandémico, lo que me encuentro es, por una parte, la zafiedad de politicastros y voceros blandiendo la mera ausencia de las actas recientes del CI como en el cuadro de Goya, a garrotazos. Zafiedad autodestructiva, mas no totalmente absurda. Ya que lo segundo que hallo es una debilidad inaudita de la propia institución. Un punto ciego. Documentación en parte inaccesible y en parte inexistente. Actas escuálidas. La última, publicada por el Ministerio de Sanidad con acuerdos adoptados en el pleno del CI es del 11 de diciembre de 2018. Apabullante.
Asombroso no es solo el hecho en sí, sino la anorexia de un órgano, el CI, que en este artículo es símbolo de otros órganos. Durante décadas numerosos profesionales hemos pedido más medios, autoridad y respeto para el CI. Hoy mucha más gente entiende por qué. Pedíamos que dejase de ser un cañizo tapizado de banderas y burlas. Para desánimo de los funcionarios, técnicos –y políticos– conscientes. No es solo una cuestión de transparencia y buen gobierno; no se trata solo de rendir cuentas y explicar los porqués técnicos, racionales, de unas decisiones trascendentales. Se trata sobre todo de lograr una mayor eficiencia de las instituciones democráticas, de los aparatos del Estado, para proteger mejor nuestra salud y economía. La pandemia como recordatorio de los resultados que desde hace décadas el país –y en él, la izquierda– no logra.
Vale que el Estado siempre ha tenido mucho de caótico y cutre, incompetente e irracional, una inmisericordia cínica ante el desamparo, el dolor y la muerte de muchos grupos sociales. Pues qué programa político alternativo tan obvio ¿no? Qué alternativa tan atractiva tenemos: orden, justicia, eficiencia, racionalidad, confianza, honestidad, compasión, misericordia laica...
Vale también que diversas comunidades autónomas acuden al CI y otros órganos preparadas. Se hace bastante trabajo, sobre todo en otras comisiones, dentro y fuera del Ministerio de Sanidad. En la memoria anual de actividad (la última de 2018) se pueden ver los temas tratados y los acuerdos alcanzados. Pero es claramente insuficiente: los medios, los procesos de trabajo, la documentación y los resultados. Los cimientos racionales para preparar, aplicar y evaluar las decisiones son ese ángulo muerto. Un CI que no es solo el Gobierno central ni del Gobierno central, que es mucho más que “Madrid”; también son CI las comunidades, todo el Estado. Como tantos otros, un órgano históricamente débil y sin apenas liderazgo en las dinámicas más importantes para pilotar los temas más relevantes. No solo esta pandemia, unas cuantas sindemias. Debilidad de años y años. Con unos y otros. En epidemiología y en muchas otras cuestiones de salud pública, sanidad y políticas sociales y ambientales. Por esto la pandemia también es una oportunidad histórica de transformar el Estado, numerosos aparatos de Estado, dinámicas, leyes (como la Constitución, sí), mentalidades, culturas de gobernanza.
¿Por qué no van más rápido?
Del encono no se sale con palabrería del signo contrario. La gobernanza no mejora a garrotazos. Puesto que hechos como la debilidad del CI atañen a todos los ciudadanos, hay una autocrítica que debemos hacer. Empieza con esta pregunta: ¿por qué la caquexia del CI y otras instituciones les ha salido tantos años electoralmente gratis a prácticamente todos los partidos a los que votamos? La crítica puede continuar valorando esta posibilidad: qué pasará si apoyamos mejor a las políticas y a los partidos y organizaciones ciudadanas más eficientes en controlar la pandemia y sus desastres. Los desastres de la pandemia ¡qué no dibujaría Goya...!
La respuesta al enconamiento –ilustrada, civilizada, justa, emancipadora, útil– no puede surgir del cenagal en el que riñen catetos. Puede surgir de otro paisaje; otro marco, sí. Aquel en el que mejoremos la casa común para fraguar mejores acuerdos: bien preparados, ejecutados y evaluados. Una vivienda más decente, ventilada, cableada para resolver las graves crisis que nos asolan. Es transformador y electoralmente atractivo. Como decía, quizá la posibilidad histórica de esa respuesta regeneracionista explica el apoyo de ciertos poderes económicos al gobierno de coalición estatal.
El ministro Illa y sus aliados están en ello, pero la lentitud es inexplicable para quienes no oímos el frufrú de los tempos de la política. Lo reconozco sinceramente como un defecto. Pero sí vemos todos, a todas luces y en todos los ángulos, la congoja y la desolación. También Illa y muchos otros políticos; sabemos que lo ven. Los éxitos y fracasos del CI reflejan lo que debe cambiar para lograr mejores respuestas al encono populista: aparatos de Estado más útiles a la ciudadanía. El CI es uno de los órganos que debe mutar. Con mayor celeridad, ya. La metáfora no puede tener la sutileza de un (ángulo) muerto.
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Miquel Porta Serra es médico y epidemiólogo.
Diversos comentaristas internacionales han señalado estos meses los graves perjuicios que para el control de la pandemia están teniendo en algunos países las luchas intestinas y el encono populista. A este no se le puede denominar político si se tiene aprecio por la eficacia y la decencia en política:...
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