Grupos homofílicos
En defensa del abominable monstruo de las redes
En mi propia experiencia como mujer trans, sigo a personas LGBTQ+, y sobre todo trans, porque su mera existencia en mi pantalla me recuerda que soy válida. Me ayuda a enfrentarme a un mundo que aún nos es hostil a muches
Deva Escobedo 25/01/2021
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El dilema de las redes sociales está muy en boga últimamente. Se publican noticias sobre sus efectos negativos en la salud o en la sociedad, multitud de artículos criticándolas en su faceta de cámaras de eco –solo vemos rebotada nuestra propia opinión– y documentales con el foco en sus efectos perniciosos.
Estudios, como Gestión de pasiones y polarización en redes sociales, de Acosta V., llegan ya en 2012 a la conclusión de que este tipo de plataformas produce polarización, pero no necesitamos estadísticas para confirmar algo que vemos con nuestros propios ojos. ¿Qué produce esta polarización y, sobre todo, es realmente tan negativa?
Twitter, Facebook y otras son grandes herramientas para la creación de grupos homofílicos. La homofilia es el “hecho social de que se den con mayor probabilidad prácticas, hábitos, opiniones, conocimientos mutuos y relaciones comunes entre individuos con características sociales iguales como edad, género, nivel educativo, ocupación, clase o estatus social, etc. que entre diferentes atributos” (Lozares y Verd, 2011). A estos rasgos podemos añadir también la ideología.
Los grupos homofílicos, simplificando tal vez demasiado, son aquellos que piensan y actúan de forma muy similar. Con esta definición, lo más probable es que nos venga la imagen de neonazis con la cabeza rapada tanto por fuera como por dentro. Son estos los que copan titulares y críticas.
No obstante, parece que siempre caemos en imaginar grupos violentos o muy privilegiados –en la mayoría de los casos, pues el fascismo también se nutre de oprimides por el sistema, y les convierte en opresores al señalar a minorías como culpables de sus problemas en vez de al capital–.
En contraposición a estos están los grupos de oprimides. El sistema en el que vivimos está diseñado por y para hombres blancos cishetero y ricos, y cualquier persona que no entra en una o más de estas categorías está sometida a opresión de diversos tipos.
Para muchas personas no favorecidas por el sistema y que viven en entornos hostiles, las redes sociales son un lugar perfecto para conectar con otres y crear grupos libres de los prejuicios que pueden asolarles en su día a día.
De esta forma, se consiguen redes de apoyo que superan con creces las que se podrían conseguir físicamente o con encuentros casuales. Por ejemplo, una persona racializada en un pueblo de abrumadora mayoría blanca puede olvidar por un momento que, fuera de las redes sociales, es un bicho raro.
Otro colectivo que está en el punto de mira y en el debate político, sobre todo últimamente, es el trans. Hace unos días, una conocida autora con gran influencia en redes sociales difundió imágenes de una mujer trans no binaria desnuda –a pesar de criticar duramente esta práctica en el caso de la trabajadora de Iveco que acabó suicidándose– para cuestionar su identidad de género.
Por si fuera poco, fueron varios los medios de comunicación que se hicieron eco del hecho para difundir ideas tránsfobas y despreciar a la víctima. Hubo incluso quienes sacaron de contexto un tuit previo de la víctima, en el que bromeaba con una amiga suya, para decir que estaba amenazando a la autora con un bate de béisbol.
Ante este hecho, la comunidad trans en varias redes sociales se unió para enviar mensajes de apoyo a la víctima. Y este es solo un ejemplo del apoyo que se pueden dar los oprimides en momentos peliagudos.
Este acompañamiento no solo ocurre en los momentos de ataque. En mi propia experiencia como mujer trans, sigo en redes a personas LGBTQ+, y sobre todo trans, ya sean binarias o no, porque su mera existencia en mi pantalla cuando abro Twitter me recuerda que soy válida, que existen más personas como yo, y que no seguir la cisnorma no me hace inferior a nadie. ¿Es esto una cámara de eco? Sí. ¿Es un grupo homofílico? También. No creo que eso me convierta en neonazi.
En el documental de Netflix El dilema de las redes, la doctora Cathy O’Neil, científica de datos y autora de Weapons of Math Destruction, asegura seguir en Twitter a gente con la que no comparte opinión para “estar expuesta a diferentes puntos de vista”.
¿Quién va a decirle a una persona racializada que siga a un supremacista blanco para “exponerse a opiniones diferentes”? Aunque la idea no es malintencionada, sí acarrea una idea de privilegio; un hombre blanco cishetero puede debatir sobre economía, sobre violencia de género, sobre racismo o sobre vidas trans porque para él serán debates teóricos. Puede exponerse a diferentes puntos de vista porque ninguno atenta contra su mera existencia.
Como mujer trans, no soy capaz de seguir cuentas –y lo he intentado– con ideas tránsfobas, que de entrada cuestionan quién soy y me acusan de hombre disfrazado cuyo único objetivo en la vida es violar mujeres –cis, porque parece que las trans no importamos–.
Incluso sin existir un ataque directo, disfruto como ya he dicho de ver el contenido de cuentas de personas trans. A veces no me interesan los temas que tratan porque soy ajena a ellos, pero la simple exposición a gente como yo que se atreve a vivir como es y como le da la gana, fuera de estereotipos, me ayuda a levantarme cada mañana y a enfrentarme a un mundo que aún nos es hostil a muches.
El dilema de las redes sociales está muy en boga últimamente. Se publican noticias sobre sus efectos negativos en la salud o en la sociedad, multitud de artículos criticándolas en su faceta de cámaras de eco –solo vemos rebotada nuestra propia opinión– y documentales con el foco en sus efectos perniciosos.
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Deva Escobedo
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