1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

los poetas malditos

Último encuentro de Rimbaud y Verlaine en Stuttgart

El autor reconstruye imaginariamente la reunión entre los dos poetas, en la que el escritor marsellés le habría entregado el manuscrito de sus ‘Iluminaciones’

Mario Campaña 9/04/2021

<p>Verlaine y Rimbaud. Fragmento del cuadro 'Un rincón de la mesa' (1872) de Henri Fantin-Latour.</p>

Verlaine y Rimbaud. Fragmento del cuadro 'Un rincón de la mesa' (1872) de Henri Fantin-Latour.

Wikimedia Commons

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Respiraba con dificultad cuando llegó a la Hasenbergstrasse, en las afueras de la ciudad, al pie de una de las colinas, pero no tardó en encontrar la dirección precisa, el número 7. Subió la escalera lentamente. Tenía treinta y un años pero su andar indeciso revelaba la fatiga de un hombre mayor, músculos flácidos y pulmones convalecientes. Eso y la calvicie avanzada, la piel cerúlea, los bigotes y la barba desordenados aludían a su pasado: los años de cárcel impregnaron su ser de un visible dramatismo, un aire roído, gastado. Había hecho de la culpa un bulto abrumador, excesivo para sus hombros, cuya inclinación resultaba ostensible. No era un expresidiario sino un desterrado quien llegaba a la vieja ciudad protestante tras ocho días de meditación en la abadía benedictina de Chimay y en la trapa de Forges. Iba a Stuttgart para terminar de purgar su culpa, por una necesidad de su alma, no de su corazón. Es cierto que en la cárcel, durante casi dos años, añoró la presencia del joven, aquel efluvio cálido que durante unos años solo él fue capaz de respirar. Es cierto: añoraba también su cuerpo compacto, e incluso su violencia de ángel malo, su cólera irreductible; pero ahora quería verle por una conminación de su conciencia. El destino del joven le concernía. 

Arthur, enterado de la fecha de excarcelación, no se sorprendió al verle en la puerta de su departamento. De un golpe de vista reconoció en la figura de Paul todo lo que necesitaba saber para descartar el arrepentimiento. Lo imaginó despertándose después de dos años de obligada somnolencia y dejándose llevar por su antigua inclinación a discutir acerca de todo antes de vivirlo. Era uno de esos hombres que necesita debatir con otros más que consigo mismo el fundamento de sus actos: comparar –se trataba de eso– le daba confianza; vencer el argumento de otro era la prueba de que no se equivocaba, como si sus juicios debieran servir no para su vida sino para la de todos los hombres. Y ahora, según sabía ya Arthur gracias a Ernest, Paul era militante de una nueva fe, como él mismo. Los dos eran, en efecto, conversos. Soldados de ejércitos opuestos.

También Arthur comparaba en silencio, para sí mismo. Lo hacemos todos. Se convenció de que no cabía esperar nada de un hombre de tipo mongoloide que se apoyaba en un bastón y enredaba entre sus dedos las cuentas de un rosario. El desprecio se volvió causticidad cuando advirtió una ridícula cantimplora gris sobre el pecho:

—¿Qué has venido a hacer aquí, especie de Loyola? –le preguntó con tono a la vez ligero y desdeñoso, mirándolo de soslayo, no al rostro sino al bulto.

Paul no se sorprendió:

–Quería ver por mí mismo –dijo– quién eres ahora.

La brusquedad inicial no presagiaba, sin embargo, nada malo. Por un instante se miraron sin decir palabra. Arthur vestía un abrigo largo muy ancho y pantalones raídos y manchados tan flojos que parecían a punto de caer. Llevaba apenas dos semanas en esa habitación casi desnuda que Paul alcanzó a repasar de reojo: vio un colchón y un somier, huesos de manzana y hojas de papel en el suelo, una mesa cubierta de ropa estrujada, un pequeño lavamanos y una silla similar a la que él mismo usara en prisión. Pensó que no habían vivido de modo tan distinto en estos dos años. Arthur, tal vez por precaución ante las severas restricciones que le imponía su arrendador, no lo invitó a pasar; le quitó de la mano la valija, la puso en un rincón, tomó el sombrero de cuero marrón y señaló la escalera. 

El día era frío y lluvioso y el cielo estaba negro como un barrizal; la lluvia mínima caía envuelta en un vaho que le daba un aspecto de leyendas góticas: un día de invierno de Stuttgar. Se enrumbaban al centro de la ciudad cuando Arthur dijo que había conseguido salir de la habitación cerrada, llena de espejos, de la poesía; ahora trataba de alejarse de ella, dejarla atrás.

–¿Habitación cerrada? Es un camino, tal vez el único digno que tenemos. Ese no fue el error –Paul pronunció sus palabras con parsimonia pero sin reservas.

 Era probable que en eso estuvieran de acuerdo: el pasado fue un error y cada uno por su cuenta y a su modo intentaba ahora salir de él.  

–Yo he terminado ya –replicó Arthur–. El camino en que estábamos no llevaba a ninguna parte. En todo caso, no a la vida, y no puede ni debe haber nada fuera. Lo que en el delirio parece ficción o apariencia es la realidad verdadera. La vida ordinaria es la única que existe y por eso la única que importa. Mierda para mí y mierda para ti.

Caminaba de modo maquinal, rápido, los gestos de quien sabe lo que quiere y se impacienta cuando no está intentando conseguirlo. Pero no había persona más adecuada que Paul para hablar de esto, así que se dispuso a continuar. Sin embargo, fue Paul quien habló:

–Fueron dos años de equivocación, pero no por la poesía –dijo, esforzándose por apresurar el paso–, ni por el desacuerdo con el mundo, sino por haber perdido de vista el bien. Nada puede ser benéfico para los hombres fuera del bien. Nosotros quisimos negarlo. Si es al margen de la virtud, todo es estupidez. Leí tu Temporada en el infierno. No has abandonado la atracción luciferina y la violencia, por mucho que digas que te arrepientes. En eso siempre me has llevado ventaja, pero fui yo quien disparó y fue a la cárcel. Las calles están llenas de hombres como tú, pero las cárceles se llenan de gente como yo.

Al decir esto Paul se detuvo en la mitad de la acera. Estaban muy cerca el uno del otro. Arthur le miró con rabia. Enarboló las manos, en un gesto maniático; dejó caer de modo cortante la derecha y la volvió a levantar; y repitió todo rápidamente. Al final, dijo:

–No. Jamás he sido como tú. Si ahora buscas la religión es porque ya no hay lugar para ti. El crimen te dejó fuera de juego. No tienes a quién más confíar tu alma, salvo a la iglesia –acusaba no solo con sus palabras sino también con la mirada y la feroz expresión de su rostro–. Toda Europa está poseída por la muerte. Sois todos unos cobardes asesinos –concluyó, con las dos manos otra vez en el aire.

Paul había pasado los dos años de prisión en Mons pensando en el crimen, en la muerte y la culpa. Purgó frente a los hombres aquel arrebato que le hizo disparar contra Arthur; pero ahora era el momento de la verdadera prueba: 

–El que no ha conocido el castigo –empezó a decir, con intención de defenderse, traicionando así su deseo– puede tratar de asesino a quien no rehúye sus culpas. Su capacidad de condenar está intacta porque no ha sufrido un castigo. Acusas a todos porque aún no han demostrado tu culpa: llamas crimen a lo que tú mismo has hecho con aquello que recibiste al nacer. ¿Cómo te mantienes ahora? ¿Cómo piensas vivir? ¿Vas a ser un maestro de francés toda tu vida?

Llegaron a uno de los bares descubiertos por Arthur en sus vagabundeos, un sitio pequeño con muebles y paredes recubiertos por la mugre que Paul observó con cautela. No había entrado a un antro así desde el período de Londres; el arrepentimiento a que le invitaba su nueva conciencia católica le impedía aventurarse en lugares inciertos, evitando así cualquier posibilidad de volver a ser lo que fue: un borracho.

–No quiero terminar como tú –dijo Arthur–: domesticado, engañado y pobre. Estoy dispuesto al trabajo, la salvación de todos, pero que tú nunca aceptarás. ¿Vas a vivir de la caridad?

Paul no esperaba esas palabras. Supo que necesitaba fuerzas superiores a aquellas de que disponía. En el fondo alimentaba la esperanza de atraer al joven hacia su nuevo credo y crecer juntos en esa fe y en el amor. Pidieron dos vasos de Riesling. El vino blanco, según acordaron con voz seca, era una necesidad para ambos en ese momento. Esforzándose por parecer conciliador, Paul respondió:

–Ha habido mucho orgullo en nosotros, Arthur. Hay que volver; aprender de quien haya acertado a hacer camino con la humildad. No podemos avanzar solos. Reconozcamos nuestra impotencia. La fe nos salva de lo que nos lastima. El secreto de la eucaristía encierra todo lo que tenemos para la salvación. La iglesia lo ha construido todo... 

Arthur lo miró con asco, como se mira a un niño depravado y sucio:

–No me interesa la religión. Ninguna moral, aunque puedo apreciar el bien. Toda doctrina tiene su cepo –dijo, subrayando cada palabra–. ¿Qué pueden darme la Iglesia, París, Francia o Alemania...? Toda eternidad ha sido perdida. Estáis todos de luto y hacéis alarde de ello. El arte es una estupidez. Quiero dinero. Oro. Mucha gente lo ha conseguido fuera de Europa...

Al escuchar a Arthur, Paul se preguntó cómo haría para que los caminos de los dos pudieran unirse. Aunque abrigaba la esperanza de volver a vivir con él, no le interesaba ningún viaje cuyo propósito fuera hacer fortuna. Tampoco estaba seguro de que las desavenencias sobre los fines de la vida fueran suficiente para separar a dos personas. Iba a aprenderlo más tarde.

Poco menos de una hora duró la conversación en el bar. Había dejado de llover; del sol ahora llegaba un melancólico resplandor. Entraron en tres o cuatro tabernas antes de alcanzar las penumbras del parque de Schlossgarten y sus caminos boscosos, siempre húmedos y frescos por la brisa del río Neckar. Arthur sintió deseos de introducirse en esa atmósfera y acercarse a la orilla. Le gustaban los ríos. Los poetas son hijos de los ríos, creyó casi a su pesar en ese instante. Creció junto al Meuse y nunca fue indiferente a su corriente tersa, impasible. Le pareció que, si no era la pradera de un río, un bosque o una habitación furtiva, no existía ningún lugar en que él y Paul pudieran volver a estar juntos. El fragor de la corriente veloz y el viento blanco lo excitó. Arrancó un puñado de hierba húmeda y fría y se reclinó sobre el tronco de un árbol.

Quiso hablar entonces de lo imposible, de lo que él y Paul y otros como ellos habían concebido por equivocación y vanidad. De las malditas quimeras. Hablaba con voz exacerbada, casi convulsa. No volvería a escribir. Eso también era imposible. Se despidió de los sueños cuando admitió que, pese a sus fantasías, sus sentimientos eran al fin y al cabo consonantes con la vida ordinaria. El poema se sale de la vida.

Paul escuchaba con una agitación que iba convirtiéndose en angustia. Arthur lo miró y pensó que aquel espantajo ya nada podía darle. En cuanto al dinero, le debía de quedar muy poco. Quiso probarlo. Deseaba una mensualidad, quizá ciento cincuenta francos, tres veces más de la cantidad que le enviaba cada mes su madre, de una insuficiencia irritante. El bosque, el alcohol y la proximidad física habían hecho su trabajo: Paul estaba ebrio y Arthur creyó que era un buen momento para volver a persuadirse de que nada iba a unirlos. Le pidió el dinero sin rodeos y con modos humillantes, burlones; el escarnio era ostentoso e hizo estrago. Él tenía esa facultad, sus palabras eran capaces de hacer detonar en Paul aquel depósito de material inflamable que se acumula día tras día en la sangre de todos.

–Cínico. Mugriento –le espetó por fin Paul, separándose con rabia ya incontenida.

–Quien dice que desprecia el dinero –empezó a responder Arthur, subrayando las sílabas y arrugando la cara– miente, es un hipócrita y un vanidoso. Nunca serás inocente, amigo. ¿Qué pureza? Nuestras manos siempre estarán manchadas. Y hay que someterse a ello. ¿Cómo? Eso es lo único en lo que cabe pensar.

De golpe Paul se sintió poseído por una extraña y poderosa influencia; en un instante dejó de ser un hombre para convertirse en una gigantesca y metálica corporización del bien, compelido a actuar contra el ángel deletéreo que tenía ante sí. Esta vez no iba a hacer falta un revólver, como en Bruselas, ni cuchillos, como en Londres: él mismo era el elegido.

Cerrando los ojos se lanzó hacia el cuello de Arthur con las dos manos contraídas en forma de garras. Consiguió asirlo de modo férreo, pero de pronto, en una nueva visión fantástica, observó cómo el cuerpo de Arthur se deshacía en pequeños trozos huidizos, en ojos, cabellos, piernas que primero se precipitaron hacia atrás, en caída lenta, y luego volaron en el aire gris de la noche sin estrellas. Los dos hombres rodaron por el suelo. Paul se revolvía como un hombre que sufre convulsiones. Lanzaba los manotazos y golpes de cabeza que un esposo infernal asestaría a su mujer infiel, virgen y loca.

Arthur carecía de esa furia alucinada; su mente poderosa era más fuerte que su desprecio y dominaba sus actos. Nunca había conseguido deshacerse de su altanera autoridad, que le dictaba siempre con nitidez desacostumbrada entre los seres humanos lo más conveniente. Eso le impidió convertirse en el vidente, el loco y el gran criminal que durante unos años deseó ser. No era capaz de vivir alucinaciones y no hubiera podido matar ni a su amigo ni a nadie. Pero no toleraba la arrogante y miserable cobardía de Paul, asquerosamente revestida de fraternidad y concordia. Consiguió zafarse. Por largos segundos estuvo sobre el cuerpo de su contrincante descargando su puño derecho sobre la cabeza, el cuello, la oreja izquierda. Después, durante un nuevo forcejeo, tuvo un momento de debilidad y permitió que Paul le rodeara la espalda con sus brazos. El gesto le tomó por sorpresa y le gustó, pero rehusó esa sensación.

Sin que supieran cómo, los dos se vieron de pie, uno frente al otro. Paul sangraba por la cabeza y la ceja derecha y Arthur tenía una gran mancha de fango en el pecho. Pudieron sentir y escuchar el aliento del Neckar; la turbulencia de las aguas resonaba a pocos metros y el viento producía extraños rumores al atravesar las ramas. Era la hora más cruda de la noche; tal vez las tres. Se acometieron otra vez, con poco equilibrio y precisión, pero con saña; sin duda querían hacerse daño. Arthur palpó en el pantalón la empuñadura del fierro que lo acompañaba. Una ráfaga le trajo el recuerdo de los combates con Paul en Londres. Dos fieras arrastrándose, mordiéndose los hombros, la nuca, las manos. Dos sombras acosándose, por instantes zumbando como moscas alrededor del otro, puñal en mano. Se abalanzaron una contra el otro repetidas veces. Paul volvió a buscar con sus garras el cuello de Arthur.

Nada más puede decirse. Se despertaron en casa, en el suelo, junto al colchón, cansados, sucios y heridos. Estaban a medio desvestir. No recordaban cómo habían llegado. Aún confundido, Paul estiró la mano hacia donde parecía yacer el cuerpo de Arthur. El frío de la noche había morigerado el dolor de la carne, entumeciéndola, pero ahora todo empezaba a reanimarse. Se palpó la cabeza, la cara. Su mano tocó primero el extremo inferior de una pierna. Notó el barro en ella. La frotó levemente, de abajo hacia arriba. Después se empujó con los pies, con dificultad, acercando su cuerpo adolorido al otro. Le puso la mano derecha entre las piernas y apreció, masajeándolo con íntima y recatada alegría, el bulto conocido, por fin reencontrado. Sintió entonces ternura, un brillo de felicidad. Arthur estiró su brazo y posó su mano sobre la cabeza de Paul. Este saltó como un pez y ganó dos cuartas hacia arriba. Entonces Arthur se tendió hacia un lado y apretó una de las nalgas de Paul. Carecían de volumen pero sabían contraerse de modo excitante. Se oyeron dos o tres chasquidos de lenguas. Emergió el olor de tigre que los inflamaba. Volvió la furia. Arthur se sacudió y volteó a Paul con fuerza, le tiró de los pantalones, metió su cabeza entre las nalgas al tiempo que, con las manos, le buscaba el pene, pequeño, puntiagudo y curvado hacia arriba. Lo acarició con vehemencia de arriba hacia abajo y recorrió con su mano aquella región musgosa que va del ano al pene, que a él le parecía un jardín, paradisíaco y mínimo. Paul se retorcía, entregado a la gran fiesta del pecado, a la pasión de la que esperaba escapar en vano.

Cuando volvieron en sí era casi mediodía. Paul cogió su valija y su abrigo y se dispuso a partir. Aunque no tenían nada que decirse, pidió a Arthur que le escribiera. Vio cómo este se arrastraba hacia la mesa, un cocodrilo amarillo pringado de barro que busca la orilla humana, en los comienzos del mundo; al llegar lanzó un manotazo hacia el tablón y agarró un manojo de papeles que acercó a Paul sin palabras. Llevaba dos años con ellos; ya no los sentía suyos. Paul lo miró perplejo. Entendía el significado de esa entrega. Cerró la boca, tomó el legajo y caminó hacia la puerta. En el umbral se detuvo, inclinó la cabeza, volteó la primera página y alcanzó a leer “Después del diluvio”, con aquella letra mínima y caprichosa que él conocía bien. Arthur dijo: “Nouveau los hará imprimir”. Pero Paul había salido ya, ajustando la puerta. 

Respiraba con dificultad cuando llegó a la Hasenbergstrasse, en las afueras de la ciudad, al pie de una de las colinas, pero no tardó en encontrar la dirección precisa, el número 7. Subió la escalera lentamente. Tenía treinta y un años pero su andar indeciso revelaba la fatiga de un hombre mayor, músculos...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Mario Campaña

Nacido en Guayaquil (Ecuador) en 1959. Es poeta y ensayista. Colaborador en revistas y suplementos literarios de Ecuador, Venezuela, México, Argentina, Estados Unidos, Francia y España, dirige la revista de cultura latinoamericana Guaraguao, pero reside en Barcelona desde 1992.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí