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Creo que fue Jean de La Fontaine el que dijo que ningún camino de flores conduce a la gloria, así que no descarto que el francés fuese aficionado al Atlético de Madrid unos cuantos siglos antes, eso sí. El conjunto colchonero es uno de los más laureados de España, pero es raro recordar uno solo de esos trofeos que no viniese precedido por un sendero de espinas, sustos y recovecos. Si nos circunscribimos a la Liga, de las diez veces que los rojiblancos han alzado el trofeo, en nueve de ellas ha tenido que hacerlo en una agónica última jornada. Personalmente no conozco otra versión.
Es decir, paciencia porque es lo que hay. Y es cierto que a veces uno se cuestiona los inconvenientes tan evidentes que tiene esto de pelear por la gloria y si no sería más fácil chapotear en esa cómoda posición contemplativa que tienen los que no se definen, no luchan, no se exponen y no se juegan nada, pero no. Claro que no. Siempre nos han dicho que ser del Atleti es tener que sufrir, pero es mentira. Ser del Atleti es definirse, luchar, exponerse y jugar a ganar. Lo de sufrir es simplemente uno de los efectos secundarios.
El Atleti, como colectivo, más que como equipo, necesitaba un partido como el disputado frente a la Sociedad Deportiva Eibar
El Atleti, como colectivo, más que como equipo, necesitaba un partido como el disputado frente a la Sociedad Deportiva Eibar. Lo necesitaba porque hacía meses que ni jugadores, ni aficionados, podían vivir un partido de fútbol sin tener que sujetarse el corazón. Y ha llegado. El contundente 5-0 que refleja el marcador deja pocas dudas respecto a quién merecía llevarse los tres puntos, pero además servirá como bálsamo frente a la ansiedad y como relajante muscular de cara a las semanas que se avecinan.
Si usted no ha visto el partido, pretende hacerlo en diferido y solamente dispone de quince o veinte minutos, le recomiendo que los reparta entre el final de la primera parte y el inicio de la segunda. Ahí está todo. El Ave Fénix que resucita, el despertar de la primavera, la explosión de sonrisas y el final del partido. Hasta ese momento, situémoslo en el minuto 42 para que todos lo tengamos claro, el equipo de Simeone era una versión somera, floja e insípida de sí mismo. Y no es que hubiese salido mal al campo, porque había salido bien, o que estuviese sufriendo, porque apenas había sufrido; el problema era que parecía un equipo sin alma. Falto de confianza y, por lo tanto, frágil. Es cierto que enfrente tenía al último clasificado de la Liga, pero también es cierto que enfrente había un equipo con la personalidad de su entrenador, un Mendilibar al que ojalá podamos seguir viendo en primera división. El Atleti sabía lo que tenía que hacer: controlar la presión alta de su rival, evitar su juego vertical, e intentar hacer daño por las bandas. Lo sabía bien, pero su ejecución era lenta, sin intensidad y sin corazón. Sin alegría. Con demasiada ansiedad en la cabeza.
Hasta que apareció Correa. Sí, el demonio de hace sietes días. El receptor de todos esos chorros de furia que lanzaron los mismos que hoy estarán aplaudiendo. El argentino entró primero al segundo palo para rubricar un balón prolongado tras un saque a balón parado y desatascar un partido que olía a cerrado. Después, apenas un par de minutos más tarde, ejecutó un giró imposible (y marca de la casa) para, en dos toques, quedarse solo en el área pequeña y hacer el segundo gol. Fue uno de esos días en los que Correa se defiende solito. Y no es el primero. Aunque suene reiterativo, Correa es un jugador que siempre da la cara. En las buenas y en las malas. Siempre. Que después le salga o no, es otra cuestión.
Y podemos estar cien millones de horas analizando los entresijos del fútbol, las tácticas o la calidad técnica de sus protagonistas, pero el fútbol son los goles. Punto y final. Tan simple y tan cruel como eso. Los goles hacen que todo cambie en un segundo. La cabeza, el corazón y los pies. Por eso el Atleti de la segunda parte fue otro equipo, igual que la SD Eibar también lo fue. El primero tenía de repente el aspecto del líder de la Liga. El segundo, desgraciadamente, se mostraba como el colista de la misma clasificación.
Desde que Carrasco hizo el tercer gol, un buen pase vertical de Saúl que el belga aprovechó para regatear al portero y marcar a puerta vacía, hasta el final del partido, lo que vimos fue un doblete de Llorente, un desfile de sonrisas y la resurrección de un montón de jugadores que van a tener que seguir subidos al carro. En ese sentido, destaco sobre todo a dos. El buen partido de Lodi, entrando mucho en juego y estando activo durante los minutos más críticos, y también al mejicano Herrera, que asea mucho la salida de balón, equilibra el centro del campo, y que, aunque sufre en los partidos con alta intensidad, es probablemente el mejor futbolista que el equipo tiene en esa posición.
Quedan siete partidos y las cartas están sobre la mesa. No hay más. Vendrán días buenos y días malos, pero es absurdo anticipar nada en un sentido o en el otro. Por eso me voy quedar otra vez con La Fontaine, ese colchonero inesperado, cuando decía que a menudo encontramos nuestro destino precisamente por los caminos que tomamos para evitarlo.
Creo que fue Jean de La Fontaine el que dijo que ningún camino de flores conduce a la gloria, así que no descarto que el francés fuese aficionado al Atlético de Madrid unos cuantos siglos antes, eso sí. El conjunto colchonero es uno de los más laureados de España, pero es raro recordar uno solo de esos trofeos...
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