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A falta de ocho jornadas para el final de Liga, las sensaciones que transmite el Atlético de Madrid no son especialmente positivas. En el campo aparece un equipo físicamente al límite, mermado en sus efectivos, cargado de ansiedad y aupado en una ola de negatividad que, sea cierta o no, acaba por tensar la pierna y nublar el optimismo. Fuera del campo, el panorama es incluso peor. El poderoso ejército del aparato, ese que lleva desde septiembre serrando los pilares conceptuales del equipo a base de extrapolaciones fantásticas y comparaciones tramposas, parece más animado que nunca ante la idea del último empujoncito. Una parte de la afición colchonera, no sé si nutrida o no, pero desde luego muy molesta, lleva un tiempo comprando esa misma propaganda extranjera y disparando desde dentro. Quizá esto último sea lo más preocupante, aunque ya decía Tácito que la fidelidad comprada siempre es sospechosa y, por lo general, de corta duración.
Cinco minutos después de empezar, el Atleti estaba por delante en el marcador. Y el cuadro colchonero mantuvo esa imagen de control un tiempo más
El caso es que el Atleti saltó entre bien y muy bien al Benito Villamarín. A pesar de tener otra vez una alineación de circunstancias, porque Lemar se cayó de la convocatoria poco minutos antes de empezar a jugar, los de Simeone saltaron al campo con la idea de dominar el juego y el partido. Y lo consiguieron. Esos primeros veinte minutos fueron de los mejores de estas últimas fechas. Con Herrera anclando el centro del campo y dando una salida limpia, con Koke pudiendo conectar más arriba y con la verticalidad de Carrasco y el dinamismo de Correa. Cinco minutos después de empezar, el Atleti estaba por delante en el marcador. Y el cuadro colchonero mantuvo esa imagen de control y eficacia un tiempo más. Saúl pudo incluso ampliar el marcador con un remante de cabeza. Pero en lo que seguramente era la primera jugada trenzada que hacía el Betis, los sevillanos igualaron el marcador con un remante de Tello tras una buena jugada por la izquierda.
El gol verdiblanco supuso un punto de inflexión en lo deportivo y también en lo anímico. Las fuerzas se igualaron, el juego se espesó y las dudas volvieron a flotar en el ambiente como si alguien hubiese golpeado un enjambre de abejas con un palo. Y aunque lo anterior es una metáfora, lo que sí golpearon de mala manera, y por enésima vez, fue el tobillo de João Félix. En el último minuto de la primera parte. En la frontal del área. En las narices del señor colegiado. ¿Cómo resolvió el asunto el administrador de justicia? Pues en la línea de lo que es últimamente el fútbol español: mirando a otro sitio y pitando el final del primer tiempo.
Liquidado João, tuvieron que retirarlo al primer minuto de la reanudación, el panorama que quedaba era francamente desolador. Simeone tuvo que improvisar una solución con lo que había, que era muy poco y en mal estado. Los de Pellegrini olieron la sangre y estiraron las filas, pero ni la desgracia de unos ni la ilusión de los otros hicieron que el partido se separase de esa espesura de ida y vuelta con la que se habían ido al descanso. Bien es cierto que Oblak tuvo que sacar un par de manos para dejar el marcador como estaba.
En ese momento leí en algún sitio algo sobre la fragilidad del Atleti y me acordé de mis clases de Física. No tenían razón. La fragilidad es la capacidad de un material para fracturarse por ser incapaz de deformarse y el Atleti, que es una máquina de adaptarse, rara vez se fractura. El Atleti recibe golpes, se deforma y se debilita, pero no se rompe. Es más, lo contrario de la fragilidad es la tenacidad y ahí es donde sí veo al equipo. En eso que decía Unamuno de que el modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura. Tenacidad. A eso hay que agarrarse.
En los pies de Correa estuvo la solución y estuvo muy cerca, además. Desgraciadamente, el karma volvió a no estar de su parte
Porque la tenacidad fue lo que hizo que, sin fuerzas, sin ánimo, sin delanteros y sin más recursos que la propia voluntad, los rojiblancos estuviesen a punto de llevarse los tres puntos. En los pies de Correa estuvo la solución y estuvo muy cerca, además. Desgraciadamente, el karma volvió a no estar de su parte.
Eso sí, nada justifica lo que este humilde escribano tuvo que leer y escuchar de Correa al terminar el encuentro. Nada. Dejémoslo claro, además. Correa es ese jugador con el que nadie cuenta como titular en verano, pero que en invierno acaba siento titular. ¿Por qué? Correa es un jugador con limitaciones evidentes, con muy poco gol (su mayor hándicap), pero que se lesiona poco, juega donde lo pongan, corre en lugar de protestar, mete la pierna siempre (a veces incluso cuando no debe), nunca se rinde, es capaz de provocar el caos cuando los partidos se vuelven planos y siempre, en las buenas o en las malas, cuando nadie más se atreve, siempre pide el balón. Es decir, Correa hace lo que otros no hacen. Es decir, aparece cuando no hay nada más.
Correa, como colchonero que es, acabó el partido llorando y consciente de lo que había pasado. La cámara enseñó a Simeone consolando al argentino con un abrazo y en ese momento yo sentí esa comunión que es tan difícil de explicar, pero tan fácil de entender. Me gusta creer que ese abrazo es el abrazo de la mayoría de los aficionados. O al menos de esa parte de la heterodoxa afición rojiblanca que sacaba pecho cuando ser rojiblanco no era cool, o cuando el Atleti era una cosa “simpática”, que servía para hacer risas en las redacciones deportivas mientras el equipo se arrastraba por la zona intrascendente de la clasificación. Esos que quieren que gane el equipo al que quieren y no los que quieren al equipo cuando gana.
A falta de ocho jornadas para el final de Liga, las sensaciones que transmite el Atlético de Madrid no son especialmente positivas. En el campo aparece un equipo físicamente al límite, mermado en sus efectivos, cargado de ansiedad y aupado en una ola de negatividad que, sea cierta o no, acaba por tensar la pierna...
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