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Luis Suárez celebra el gol.
Rubén de la Fuente / Club Atlético de MadridEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Con el pitido final del partido que enfrentaba al Atlético de Madrid contra el Deportivo Alavés, el corazón de los aficionados colchoneros volvió a latir de forma regular después de bastante tiempo. Atrás quedaban minutos de angustia, toneladas de ansiedad, juego espeso, ocasiones falladas, paradas antológicas y decisiones arbitrales en límite de la credibilidad. ¿Había merecido la pena poner la salud en riesgo por algo así? Esa es una cuestión muy personal, pero el conjunto rojiblanco acababa de ganar tres puntos que le garantizaba seguir en lo más alto de la tabla clasificatoria.
El partido no había sido bueno y el Atleti no está bien. Vaya eso por delante. A pesar de haber saltado al campo con altas dosis de concienciación, con intensidad y dominando el juego, los de Simeone no consiguieron salirse del pase horizontal, de la lentitud en la circulación del balón o de esa sensación de angustia que hacía que todo resultara espeso y complicado. Había desaparecido la chispa y todo parecida destinado a terminar en ese lugar oscuro que los cenizos llevan vaticinando desde que el Atlético de Madrid es un equipo que pelea por ganar.
Mi sensación al descanso era que el principal enemigo de los jugadores estaba dentro de sus cabezas; que ahí estaba el problema y que ahí estaba también la solución. Y es normal, porque supongo que debe ser muy difícil abstraerse de esa corriente de terror que llega a diario desde la actualidad patrocinada. Este goteo constante de desazón, que no dejó de fluir en las buenas y que mucho menos lo hará en las malas. Ese espíritu cenizo y apocalíptico que va calando en una afición que sigue sin ser consciente de que el ejército que dice protegerle es casualmente el del enemigo. Esos rumores que parecen astillas bajo las uñas; esos juicios de valor gratuitos que cada mañana estallan en la cara al abrir las ventanas; ese constante runrún monocorde que no deja escuchar el verdadero sonido de la realidad.
Pero, mal que bien, los jugadores del Atleti se sobrepusieron en la segunda parte. Y no lo verán escrito en la crónica oficial, pero tiene mucho mérito sacar la cabeza cuando todo el mundo está esperando a que no lo hagas. En la primera jugada en la que el equipo pudo trenzar fútbol con rapidez y ganar un espacio de superioridad, Llorente y Lemar abrieron el balón para que Luis Suárez convirtiese en gol el caramelo que Trippier le lanzaba desde la banda. Y cambió la dinámica.
El Atleti podía haber sentenciado poco después, pero es complicado tener claridad de ideas jugando con cien gramos de ansiedad en cada articulación en el cuerpo. No lo hizo, y eso provocó que los minutos finales estuviesen plagados de nervios, errores, imprecisiones y sustos. A la fiesta se sumó, por supuesto, uno de esos árbitros que practican la geometría variable a la hora de repartir justicia. En vivo no, pero con la cámara superlenta la acción de Savić parecía penalti. Y no pudo resistirse. Bien es verdad, que si se arbitrase cada domingo con la cámara superlenta sería imposible jugar al fútbol. Afortunadamente, en la portería estaba otro de esos tipos a los que cuestionar su labor debería ser pecado. Oblak.
¿Y ahora, qué?, se pregunta ese aficionado moderno, ansioso y exigente, que vive para estar siempre enfadado. Pues ahora habrá que calmarse, cerrar filas y asumir que la realidad es lo que vemos y no lo que nos dicen que hay que ver. Es decir, habrá que tratar de vivir el hoy en lugar de tener que sufrir por un mañana que desconocemos. No hay otra. El equipo está mermado físicamente (el paso del Covid-19 por la plantilla ha resultado letal), ha perdido la confianza y los rivales parecen subidos en la ola buena, pero el Atleti sigue siendo líder y hay que jugar diez partidos más. El espíritu con el que encares ese tramo es ya cosa tuya.
Y no creo que sea necesario recurrir al mito de la caverna de Platón para explicar la actualidad del Atlético de Madrid, pero a lo mejor no es una mala idea. Piensen lo que hubiese pensado un aficionado colchonero si dos días antes de comenzar la Liga le hubiesen dicho que a falta de diez jornadas sería líder en solitario. ¿Recuerdan ese momento a principios de septiembre? El cuadro de Simeone venía de hacer una temporada discreta, había cedido a Morata, le habían quitado a Thomas y su único fichaje era un tipo que habían echado del Barça. Ni siquiera sabíamos todavía que el Atleti sería el equipo más afectado por el virus o que la Federación Inglesa de Fútbol, con la connivencia de la UEFA, elegiría limpiar sus deposiciones prohibiendo a Trippier jugar en España durante el tramo más crítico de la competición. Tampoco sabíamos que, entre hipidos y lesiones a destiempo, João Félix, la estrella, no sería capaz de coger ritmo. Que Saúl, inmerso en una batalla personal contra sí mismo, desaparecería de la primera línea. Que el equipo tendría que jugar sin mediocentros. Resulta que Simeone he tenido que construir un equipo con descartes de los rivales (Luis Suárez, Llorente, Hermoso), futbolistas que la mayoría de los aficionados hubiesen vendido en verano (Lemar, Correa), rebotados de la liga china (Carrasco) y los viejos roqueros que todavía le quedaban (Oblak, Savić, Koke y Giménez). Y fíjate, va el primero. Piénsenlo, porque lo mismo desde esa perspectiva, sin analistas de tertulia haciéndoles sombras chinescas, es más fácil encontrar la luz.
Así que disfruten de lo que hay porque de eso es de lo que se trata. Nadie en su sano juicio aceptaría las trampas dialécticas de su enemigo en plena batalla. Nadie con criterio se pondría a saldar cuentas a pocos metros de la meta. Solamente los cobardes se rinden cuando el enemigo parece poderoso.
Y después ya, que pase lo que tenga que pasar.
Con el pitido final del partido que enfrentaba al Atlético de Madrid contra el Deportivo Alavés, el corazón de los aficionados colchoneros volvió a latir de forma regular después de bastante tiempo. Atrás quedaban minutos de angustia, toneladas de ansiedad, juego espeso, ocasiones falladas, paradas antológicas y...
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