Blanqueamiento
Frente a la extrema derecha, periodismo
Un periodismo de contrapoder, fuerte, debería plantar cara a los abusos del Estado y de la extrema derecha, ya sea parlamentaria o extraparlamentaria. No puede ser tan difícil: rigor, ética y llamar ‘nazis’ a los nazis
Deva Escobedo 2/04/2021
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Un grupo de extrema derecha protagonizó el 31 de marzo el enésimo acto de provocación callejera en la escalada de acción que vienen realizando en los últimos meses. Tres neonazis intentaron reventar una concentración de No Binaries España en el Día de la Visibilidad Trans, y lo único que lo impidió fue la rápida actuación de les allí reunides, que expulsaron a las mujeres con camisetas con símbolos nazis o lemas de Straight Opposition (Oposición Hetero) antes de que desplegaran la pancarta que llevaban.
La masa, que coreaba “fuera nazis” consiguió mover a empujones a las chicas pertenecientes al grupúsculo Acción Femenina Nacional, que retrocedieron entre insultos y saludos fascistas. Se fueron sin que la Policía actuara contra ellas y la situación no llegó a mayores, pero ¿cómo puede ser que tres personas se enfrenten a 200 o 300 y sepan de antemano que saldrán con impunidad? La extrema derecha campa a sus anchas por Madrid.
El intento de agresión a un colectivo minorizado y oprimido como las personas trans no es el único acto de neonazis en los últimos meses.
Este 30 de marzo, integrantes del también ultraderechista Bastión Frontal, surgido del prácticamente extinto Hogar Social Madrid, realizaban un escrache al evento de Pablo Iglesias en Coslada. El candidato a la presidencia de la Comunidad iba a apoyar a la Asociación de Vecinos Fleming y a la Asociación feminista Clara Campoamor, que ya habían sufrido repetidos ataques. “La rutina es llamar al seguro, poner la denuncia y ya, porque sabes que nunca pasa nada”, lamentaba José Gómez, el presidente de la asociación vecinal, tras el “sexto o séptimo” ataque.
Los neonazis parecen seguir siempre el mismo patrón: aparición, ruido e impunidad al irse. Luego, a intentar sacar rédito por redes sociales. Así actuaron también el 27 de febrero, cuando su intento de reventar una manifestación a favor de la sanidad pública copó telediarios de todo el Estado. La convocatoria acabó con un detenido y, no, no fue uno de los provocadores, sino el secretario general de la CGT Madrid Sur.
Bastión Frontal, acusado ante la Fiscalía por un delito de odio contra menores extranjeros, está escalando sus acciones desde su nacimiento hace menos de un año. Si veis su logo, un molino de viento dentro de un círculo, mejor alejaos o, por lo menos, tened cuidado. Acción Femenina Nacional también se creó hace poco: este mismo enero.
Ante este aumento de las actuaciones impunes de la ultraderecha caben dos preguntas. La primera es “¿dónde está la Policía?”. No tengo respuesta ante su continuada laxitud con los colectivos de extrema derecha.
La segunda es “¿dónde está el periodismo?” Ana Rosa Quintana rotulaba como “jarabe democrático” el acto de intimidación del grupúsculo al ex vicepresidente del Gobierno. Este no es el periodismo que merece una sociedad con “plena normalidad democrática”.
El establishment mediático no parece tener problemas en blanquear a la extrema derecha, como ya se vio durante las elecciones andaluzas con Vox. Pero esto va más allá de llenar platós con temas que sabes que van a polarizar, interesar y, en definitiva, captar la atención cada vez más disputada de la audiencia. Nos jugamos mucho más. Y la amenaza no solo está en la calle.
La profesión periodística parece que dejó –con honrosas excepciones– de hacer de contrapoder hace tiempo. Ahora, su función parece más de correa de transmisión del propio poder, ya sea corporativo o estatal.
Con titulares como “Madrid se blinda ante las protestas en defensa de Pablo Hasél”, los medios tradicionales le siguieron el juego a la Policía cuando esta, claramente usando la táctica del síndrome de Sherwood, criminalizaba el movimiento antifascista que planeaba una manifestación el 20 de marzo.
Para empezar, un periodismo de contrapoder habría comprobado la información suministrada por la Policía Nacional. Al fin y al cabo, si queremos evitar engaños gubernamentales como el propagado el 11 de marzo de 2004, les profesionales debemos contrastar también las fuentes oficiales.
Habría bastado con acudir a la asamblea abierta dos días antes de la manifestación para comprobar que no, no había anarquistas italianos; no, no había CDRs tampoco. Solo un consenso: hacía falta manifestarse por el simple hecho de recuperar el derecho a la manifestación sin notificar a Delegación de Gobierno.
Un periodismo de contrapoder habría denunciado –como hizo esta revista– los sucesos de ese día: un dispositivo policial sin precedente en los últimos años que cercó a unas 300 o 400 personas, les impidió irse a casa y los identificó uno a uno.
Un periodismo de contrapoder, fuerte, debería plantar cara a los abusos del Estado y de la extrema derecha, ya sea parlamentaria o extraparlamentaria. El papel de la profesión cuando se refiere a estos temas es cuanto menos vergonzoso, y, si queremos alcanzar esa “democracia plena” de la que alardeaba el presidente Sánchez, necesitamos hacer verdadero periodismo, para una sociedad verdaderamente libre.
No puede ser tan difícil: rigor, ética y llamar “nazis” a los nazis.
Un grupo de extrema derecha protagonizó el 31 de marzo el enésimo acto de provocación callejera en la escalada de acción que vienen realizando en los últimos meses. Tres neonazis intentaron reventar una concentración de No Binaries España en el Día de la Visibilidad Trans, y lo único que lo impidió fue...
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