Polarización
Cómo no hablar de Ayuso
‘Comunismo o libertad’ no puede ser contrarrestado ni con un aluvión de cifras ni con mofa. Quienes deseen mermar las opciones de la candidata del PP deben encontrar una forma de reconstruir el debate público
Manuel Almagro / Neftalí Villanueva 19/04/2021
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En 2017, durante una visita a la pagoda de Shwedagon, uno de los centros budistas más sagrados en Myanmar, objeto de disputa durante el período colonial, Boris Johnson, entonces ministro de Asuntos Exteriores, que acababa de tocar la campana que sustituyó a la campana original, robada y perdida en el s. XVII por mercenarios portugueses, empezó a recitar los primeros versos del poema de Rudyard Kipling Mandalay. En el poema, popularizado como una canción con el título Road to Mandalay, el viento y las campanas dan voz a la nostalgia de una chica por la marcha de su amado y cantan: “Vuelve, soldado británico, vuelve a Mandalay”. El embajador británico, visiblemente incómodo, intenta reconducir la situación y se produce el siguiente intercambio:
Embajador: tiene el micrófono puesto
Boris Johnson: desde luego
Embajador: quizás no es una buena idea…
Boris Johnson: ¿el qué? ¿Road to Mandalay?
Embajador: No, no es apropiado
Boris Johnson: … es estupendo
Boris Johnson, el mismo que placó en 2015 a un niño de 10 años durante un partido de rugby en Tokio, dijo que votar a los conservadores haría que a tu mujer le creciera el pecho, o que las mujeres que vestían el niqab parecían buzones o atracadores de banco, fue retratado como un bufón por la prensa progresista después del episodio de Shwedagon. No era la primera vez. Resúmenes de sus “hazañas” se publicaron con regularidad en la prensa británica e internacional, siempre en tono de mofa.
Boris Johnson no es desde luego el único político de éxito que ha hecho gala de una actitud poco cuidadosa hacia los datos o los hechos más básicos. Según el Washington Post, Donald Trump realizó 30.573 afirmaciones falsas durante su presidencia, más de la mitad de ellas durante el último año de la misma y fue acusado sistemáticamente de “hacer el ridículo” con sus declaraciones, especialmente durante la campaña de 2016, en la que consiguió ser presidente. Puigdemont es otro de los políticos que reciben con frecuencia estas descalificaciones / justas acusaciones, incluso antes de su salida de España. El destino político de ninguno de los tres se ha visto particularmente afectado por la merma que ha sufrido su reputación. Son personas que, de hecho, parecen haber convertido su falta de reputación en una palanca con la que empujar su agenda política.
El personaje político de la actualidad española que mejor replica esta dupla aparentemente paradójica –falta de reputación, éxito político– es la candidata del Partido Popular a la presidencia de la comunidad de Madrid. Boris Johnson fue noticia por decir que África era un país, Ayuso por afirmar que la “d” de “covid” correspondía a “diciembre”, en lugar de a “disease”. La reputación de Ayuso es sistemáticamente cuestionada, y algunos de sus opositores han llegado incluso a intervenir en sede parlamentaria asumiendo que la mera mención de una serie de declaraciones de ella era suficiente para desacreditarla como contendiente. Todo esto mientras Ayuso se acerca al 40% de expectativa de voto en las elecciones de mayo, doblando los resultados obtenidos en las últimas elecciones.
Hay al menos dos formas de entender la situación: o bien estas figuras de la política triunfan a pesar de su reputación, o bien triunfan gracias a su reputación. Es decir, o bien poseen cualidades extraordinarias capaces de compensar el daño que su reputación sufre de manera sistemática, o bien han encontrado una forma de convertir la merma de su reputación en un arma con la que obtener beneficios electorales. La hipótesis que nos parece más interesante, a la vez que preocupante, es la segunda: si hubiera una forma de convertir en rédito electoral la mofa y los ataques sistemáticos contra el carácter extravagante de sus declaraciones, tanto sus oponentes como la prensa afín a las mismas estarían errando gravemente su estrategia. La insistencia en la incompetencia de Ayuso sería tan reconfortante para quienes la señalan como contraproducente para las opciones de estos de ganar las elecciones.
Explicar esta posible estrategia de comunicación requiere introducir tres nociones diferentes: injusticia testimonial, polarización asimétrica y desacuerdos cruzados. El término “injusticia testimonial” fue acuñado por la filósofa Miranda Fricker para dar nombre a una injusticia particular, la de recibir un déficit de credibilidad al hacer una afirmación. Sin embargo, otorgar baja credibilidad a las palabras de alguien no es suficiente para que tal situación cuente como una de injusticia testimonial. Es crucial que esta falta de credibilidad esté motivada por los estereotipos asociados con el grupo social al que pertenece quien hace la afirmación. Más concretamente, el déficit de credibilidad debe cumplir tres condiciones para ser una injusticia testimonial. Primero, la persona que recibe una baja credibilidad debe pertenecer a una determinada identidad social que merma su capacidad para compartir conocimiento. Segundo, el déficit de credibilidad debe afectar a diferentes dimensiones de la vida de quien lo sufre (educativa, religiosa, sexual, política, jurídica, profesional, económica, etc.). Tercero, el daño causado debe ser éticamente reprochable, es decir, debe constituir una violación de algún principio moral.
La segunda de estas nociones es la de polarización asimétrica. La polarización política puede entenderse de muchas maneras. Por ejemplo, la polarización puede concebirse en términos de la distancia entre las opiniones políticas de al menos dos grupos ideológicos, en términos del número de cuestiones sobre las que dos grupos tienen propuestas diferentes, o en términos del nivel de impermeabilidad hacia los argumentos de “los otros”. Independientemente de la noción de polarización que se adopte, la polarización puede ocurrir de manera simétrica o asimétrica. Cuando la polarización entre dos grupos ideológicos aumenta porque solo uno de ellos ha experimentado un cambio hablamos de polarización asimétrica. Si solo un grupo ha aumentado la confianza en las creencias centrales de su identidad política y como consecuencia se ha vuelto más impermeable hacia los argumentos de la otra parte, entonces el incremento de polarización resultante es asimétrico. La evidencia muestra que las personas conservadoras, aquellas que típicamente se identifican con la derecha y con el centro ideológico, tienden a polarizarse mucho más que las progresistas (ver 1, 2, 3, 4, 5, 6).
La evidencia muestra que quienes típicamente se identifican con la derecha y con el centro ideológico tienden a polarizarse mucho más que las progresistas
La tercera de las nociones centrales para describir esta estrategia es la de desacuerdo cruzado. Cuando dos personas están en desacuerdo sobre alguna cuestión, la naturaleza de la disputa puede ser muy variada. Por ejemplo, dos personas pueden estar en desacuerdo no solo acerca de si Ayuso dijo que la “d” de “covid” correspondía a “diciembre”; también podrían disentir con respecto a si tal afirmación fue un buen movimiento político o no. Desacuerdos del primer tipo parecen poder resolverse fácilmente: basta con buscar la entrevista a Ayuso en Onda Cero para zanjar la cuestión. Los desacuerdos del segundo tipo, sin embargo, no siempre se resuelven apelando a hechos. Dos personas podrían estar de acuerdo sobre todos los hechos relevantes para la discusión y sin embargo continuar en desacuerdo acerca de si la afirmación de Ayuso fue un buen movimiento político. Cada uno de estos tipos de desacuerdo exhibe rasgos diferentes y su resolución requiere de distintas estrategias. Cuando dos personas están en desacuerdo sobre una cuestión particular y, sin embargo, cada parte da muestras claras de concebir el desacuerdo como siendo de una naturaleza diferente, entonces tal situación cuenta como una de desacuerdo cruzado. No es que cada parte esté hablando de una cosa distinta; ambas partes discuten sobre lo mismo, pero una parte cree que, por ejemplo, la cuestión se zanja apelando a hechos, mientras que la otra parte piensa que se trata de una cuestión de preferencias y no de cómo son las cosas. Cuando esto ocurre, la posibilidad de acuerdo y coordinación se ve profundamente mermada, en parte porque los argumentos de cada parte no consiguen afectar a la parte contraria y, en consecuencia, los adeptos de cada parte están expuestos de forma repetida a argumentos que corroboran su posición inicial.
La imagen pública de descrédito que construyen agentes políticos como Johnson, Trump, Puigdemont y Ayuso es entendida por quienes simpatizan con tales agentes como una que cumple las condiciones de la noción de injusticia testimonial. Al fin y al cabo estas personas pertenecen al grupo social de quienes dicen lo que piensan sin pelos en la lengua, y se sienten y son percibidas por sus adeptos como víctimas de una especie de “corrección política” y “cultura de la cancelación” que les impide expresarse libremente en cualquier ámbito público de su vida política. Así, el descrédito que estas personas reciben de manera sistemática es percibido como una injusticia para sus votantes y simpatizantes y refuerza su vínculo con ellos.
Ayuso, junto con el resto de actores políticos mencionados, sacan provecho de esta situación para embarrar las discusiones públicas en las que participan haciendo que el desacuerdo se convierta en uno cruzado. Emplean su reputación, crucialmente percibida como una que de manera injusta causa un déficit de credibilidad en sus intervenciones, como arma para obtener beneficio político. Han conseguido que se les considere “capaces de cualquier cosa” y al mismo tiempo conservan el apoyo de los suyos. Con frecuencia muestran una actitud inapropiada en las discusiones públicas que no se le aceptaría a otra persona: interrumpen, hacen comentarios completamente inapropiados, hacen afirmaciones surrealistas o claramente falsas, entre otras aportaciones inadecuadas, que consiguen generar una situación de desacuerdo cruzado y así fomentar polarización, al aumentar los argumentos que sustentan su posición mientras debaten de manera aparentemente constructiva con sus interlocutores. Consiguen así escapar de situaciones potencialmente problemáticas: preguntas incisivas de periodistas, debates públicos con personas más formadas o con más experiencia, etc. Y no es que simplemente sean personas excéntricas; hay muchos personajes públicos excéntricos cuyas salidas de tono nadie escucha. Estos agentes políticos consiguen hacerse escuchar, y obtener rédito político de ello, esencialmente porque su reputación les permite presentarse como víctimas de una injusticia ante su electorado, que se siente identificado con tal injusticia.
Si nuestra descripción es correcta, estas figuras públicas no triunfan a pesar del descrédito que sufren sino gracias, al menos parcialmente, a dicha merma en su reputación y a la división que les permite fomentar. Por tanto la estrategia de insistir en la incompetencia de estas figuras para contrarrestar su avance político es errada. Quienes se enfrentan a esta estrategia están en una posición complicada. Si ridiculizan a estas personas, fomentan la adhesión de su grupo y les permiten además salirse con la suya del modo antes descrito. Si aceptan el envite y deciden confiar en que la polarización de su propio grupo les permitirá ganar las elecciones, están haciendo una apuesta que se enfrenta a la evidencia empírica mencionada más arriba, la que afirma que las personas con tendencias conservadoras se polarizan más que las personas con tendencias progresistas. Jugar a fomentar la polarización no es bueno para el funcionamiento de las instituciones democráticas a medio plazo, pero también puede ser devastador a corto plazo para los resultados electorales de determinadas opciones políticas. “Comunismo o libertad” no puede ser contrarrestado ni con un aluvión de cifras ni con mofa. Las menciones a la literatura especializada, a la legislación europea o a la historia son tan inútiles, políticamente, como los memes que solo ven tus amigos. Quienes deseen mermar las opciones de Ayuso deben mirar más allá de las apariencias, dejar los tópicos de lado y encontrar una forma de reconstruir el debate público. Si no lo hacen estarán, como afirma Ta-Nehisi Coates en su libro We were eight years in power, olvidando “que había quienes amaban ese viejo país tal como era, que no lamentaban las divisiones sino que sacaban provecho de ellas”.
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Manuel Almagro y Neftalí Villanueva. Departamento de Filosofía de la Universidad de Granada.
En 2017, durante una visita a la pagoda de Shwedagon, uno de los centros budistas más sagrados en Myanmar, objeto de disputa durante el período colonial, Boris Johnson, entonces ministro de Asuntos Exteriores, que acababa de tocar la campana que sustituyó a la campana original, robada y perdida en el s. XVII por...
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