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Estaba previsto que este próximo domingo 11 de abril se produjeran elecciones simultáneamente en tres países de América Latina: Ecuador, Perú y Chile. Las reflexiones de este artículo fueron escritas en torno a este “superdomingo” electoral, y que los comicios chilenos se hayan pospuesto al 15 y 16 de mayo –por razones preventivas ante el repunte de la pandemia– no cambia el hecho de que el 31% de los 216 millones de suramericanos y suramericanas hispanohablantes estén a punto de decidir su futuro. Sólo el supermartes norteamericano, la jornada en la que los partidos Demócrata y Republicano escogen a un tercio de los compromisarios que definirán la futura presidencia de Estados Unidos, decide tanto en tan poco.
Estamos por tanto ante un momento extraordinario. Es cierto que América Latina está acostumbrada a vivir elecciones próximas en el tiempo. Sin ir más lejos, entre el 20 y el 27 de octubre de 2019 Bolivia, Argentina y Uruguay celebraron elecciones presidenciales. Sin embargo, al menos en tiempos recientes, nunca tantos electores y electoras y tantos escenarios con posibles resultados tan divergentes se habían dirimido casi simultáneamente, y, sobre todo, nunca tres elecciones habían estado recientemente tan llamadas a marcar en su conjunto no sólo el destino de sus naciones respectivas sino también el de toda la región latinoamericana.
En términos estrictos, lo que se dirime son las futuras presidencias de Perú, que abre las urnas en el año del bicentenario de su independencia, y Ecuador, que resuelve en segunda vuelta presidencial entre el retorno del correísmo y la continuidad del proyecto neoliberal encarnado por el banquero Guillermo Lasso. Mientras, Chile elegirá a los asambleístas que escribirán una nueva Constitución llamada a dejar atrás la pinochetista de 1980.
Pero quienes observamos la región somos conscientes de que es mucho más lo que está en juego. Este superdomingo, lo que se pondrá a prueba son las nuevas orientaciones de los proyectos políticos estratégicos de la izquierda y la derecha regionales.
De un lado, la izquierda. El campo progresista arrancó el siglo XXI con una década de éxitos de las corrientes rupturistas que, acaudilladas por líderes con fuerte carisma –fue el caso de Hugo Chávez, Rafael Correa o Evo Morales–, lograron hacerse con el gobierno de sus países. En la segunda década del siglo, sin embargo, la derecha recuperó el control de la región, ya fuera cooptando dirigentes, como hizo en Ecuador con Lenín Moreno o en Perú con Ollanta Humala; interrumpiendo el orden constitucional como en el Brasil del impeachment a Dilma Rousseff, el Paraguay de la destitución de Fernando Lugo o la Bolivia del golpe a Evo Morales; o democráticamente, en las urnas, como en sucedió en Argentina y Uruguay.
A finales de la segunda década del siglo, golpeada por la pérdida del poder, la izquierda sudamericana tuvo que reinventarse y, sobre las bases sólidas de la herencia de crecimiento de la década ganada del progresismo, inició un proceso de renovación apostando por aggiornare sus proyectos políticos con inspiraciones socialdemócratas y un mayor compromiso institucional. Los nuevos líderes, acompañados en un segundo plano por los dirigentes históricos, se conectaron además con demandas emergentes en el siglo XXI como las agendas medioambiental y de género. Con estas banderas, Alberto Fernández en Argentina y Luís Arce en Bolivia recuperaron el poder para las fuerzas progresistas.
Test de la estrategia de ‘aggiornamento’
El superdomingo --que en el caso chileno se ha aplazado-- le toca el turno a Ecuador, Perú y Chile. Se evalúa por tanto la eficacia de esta novedosa estrategia de aggiornamento de la izquierda regional, y en definitiva la capacidad evolutiva de proyectos políticos nacidos a la sombra de fuertes liderazgos y que ahora presentan como candidatos a jóvenes dirigentes con experiencia de gobierno, puesto que Arauz fue ministro de Correa en Ecuador y Verónika Mendoza participó del gobierno de Ollanta Humala en Perú. En el caso de Chile, la definición estratégica está aún más en el aire. Las elecciones a la Asamblea Constituyente serán un preludio de la disputa entre Pamela Jiles del Partido Humanista y Daniel Jadue del Partido Comunista por el liderazgo de la lista de izquierda Apruebo Dignidad: su línea rupturista y su línea renovadora se enfrentarán directamente en las urnas del 15 y 16 de mayo. Lo que es seguro es que del éxito o el fracaso de ambas líneas estratégicas se derivarán aprendizajes que marcarán el futuro de la orientación de la izquierda no solamente chilena sino también regional.
Las derechas se exponen a perder el control de dos de sus tres bastiones, emblemas del modelo neoliberal en la región
Pero, sin lugar a dudas, son las derechas quienes se juegan más. En primer lugar, y fundamentalmente, se exponen a perder el control de dos de sus tres bastiones, emblemas del modelo neoliberal en la región, de su “éxito” macroeconómico que equivale a un desastre en términos de justicia e igualdad social: Perú y Chile. En Perú, con un escenario muy abierto, con la mitad del electorado indeciso respecto a su voto y con los apoyos electorales muy repartidos puesto que ninguna fuerza llega al 15%, emerge una muy sólida Verónika Mendoza, de Juntos por el Perú, que estaría muy cerca de garantizarse un puesto en la segunda vuelta. En el caso de lograrlo, su discurso constituyente podría llegar a conectar con el 86% de la población que ya se inclina, al igual que en Chile, por reformar e incluso dejar atrás la Constitución de la dictadura fujimorista. Un proceso de este tipo constituiría un antes y un después en un país aún traumatizado por las pertinaces acusaciones a gran parte de la izquierda de estar vinculada a la guerrilla de Sendero Luminoso.
En Chile, por otro lado, ya es posible afirmar sin temor a equivocarse que aun después de 50 años de hegemonía absoluta de gobiernos neoliberales, los sentidos comunes que llevaron a la Unidad Popular de Allende al poder siguen vigentes. En una encuesta de marzo de este año elaborada por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), el 59% de los chilenos y chilenas manifestaban sentir ilusión por el proceso constituyente. Eran aún más quienes pensaban que lo más beneficioso para el país en los próximos años sería que hubiese grandes cambios. Preguntados por qué tipo de sociedad aspiraban a construir, ocho de cada diez priorizaban la justicia social por encima de la libertad individual. En definitiva, seis de cada diez sienten un fuerte compromiso con el proceso constituyente y esperan cambios profundos en el ordenamiento social y político del país.
Finalmente, pero no menos importante, existe además un riesgo cierto para la derecha continental de que esta oleada constituyente contagie a su más sólido bastión, Colombia. Muchos colombianos y colombianas tendrán su vista puesta en unos comicios que podrían anticipar la victoria de Gustavo Petro en las presidenciales de 2022. Un dirigente de nuevo cuño, con la bandera del cambio productivo, la justicia social y la sostenibilidad ambiental como programa podría llegar a gobernar una Colombia que lleva hegemonizada por la derecha desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
Demasiado en liza. De ahí que la derecha regional se juegue no sólo el equilibrio geopolítico en la región, sino además su ser o no ser futuro en términos estratégicos. Y es que, durante la segunda década de este siglo, la derecha latinoamericana venía ensayando con cierto éxito opciones neoliberales puras contra el éxito de los gobiernos progresistas de la primera década. Ha sido el caso de Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile, Pedro Pablo Kuchinsky en Perú, Peña Nieto en México e incluso, de cierta manera, el propio Ivan Duque en Colombia. Todos ellos ganaron las elecciones representando opciones neoliberales puras con rostro tecnocrático y cierta apariencia de outsiders, imitando a veces sin mesura al presidente francés Emmanuel Macron. Todos ellos estaban incluso más conectados con los organismos de gobernanza global que sus precedentes en la dirigencia de las derechas latinoamericanas, aquellos hombres de partido provenientes de las viejas estructuras democristianas o directamente herederos de las dictaduras latinoamericanas del siglo XX.
Giro estratégico de la derecha
Sin embargo, en los últimos tiempos, las derechas latinoamericanas han empezado a experimentar dificultades para ganar elecciones ante una izquierda más comprometida con los procesos democráticos y la institucionalidad. Fue así como perdieron México primero y Argentina y Bolivia después. El neoliberalismo con rostro tecnocrático no parecía acabar de funcionar, y el temor a volver a perder el continente hizo sentir a los ideólogos de la derecha regional la necesidad de imprimir un giro estratégico. Entre tanto, una nueva corriente presentaba su alternativa estratégica a las derechas en el globo: Donald Trump impactaba al mundo con su forma de gobernar estridente, mediática, xenófoba, fuertemente iliberal y discursivamente contraria al actual modelo de globalización. El dextropopulismo se planteaba en el campo de la derecha como alternativa superadora del neoliberalismo, ya poco eficaz electoralmente. Las élites de las derechas latinoamericanas, muy permeables al influjo estadounidense, y en muchos casos conectadas histórica y emocionalmente con sus propios pasados autoritarios y populistas, no tardaron en abrazar la nueva orientación. Sólo así se pueden entender los fenómenos triunfantes de Nayib Bukele en El Salvador y Jair Bolsonaro en Brasil. Mientras, otras versiones dextropopulistas nacionales, no siempre estrictamente trumpistas en lo que se refiere a sus particulares histrionismos iliberales, se juegan su futuro en la región en estos comicios. Es el caso de Alvaro Noboa en Ecuador, al que el Consejo Nacional Electoral sacó de la contienda presidencial; Daniel Urresti o Rafael López Aliaga en Perú y Joaquín Lavín, el dirigente de la Unión Demócrata Independiente (UDI), un partido de raigambre pinochetista.
No es menor el hecho de que este superdomingo será el primer gran evento electoral latinoamericano tras la derrota de Trump
En este orden de cosas, cabe hacer notar que no es menor el hecho de que este superdomingo será el primer gran evento electoral latinoamericano tras la derrota de Donald Trump en Estados Unidos, país que siempre ejerce enorme influencia en la orientación de los partidos políticos de la derecha regional latinoamericana. Por tanto, en el propio campo descrito de las derechas, la disputa entre el dextropopulismo más allá de Trump y los representantes de la derecha democrática liberal estará también sobre el tapete.
En definitiva, se trata de una fecha electoral en la que la orientación de las grandes corrientes ideológicas de la región está en juego. Una victoria del populismo de derechas en Perú o de las fuerzas de la izquierda rupturista en Chile sin duda dibujarían un escenario muy diferente al que proyectarían victorias de fuerzas más moderadas a izquierda o derecha en la región. En cualquier caso, ¿romperán el empate catastrófico entre izquierda y derecha estas elecciones inclinando la balanza con contundencia en América Latina?, ¿estamos a las puertas de un nuevo escenario progresista con capacidad para articular políticamente la región recuperando instancias multilaterales como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR)?
Estas son algunas de las principales cuestiones que se dirimen el próximo superdomingo. La moneda está en el aire y el futuro de todo un continente, de nuevo, en manos de su gente.
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Sergio Pascual es miembro del Consejo Ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) y fue diputado en la Cortes Generales españolas durante las legislaturas XI-XII.
Estaba previsto que este próximo domingo 11 de abril se produjeran elecciones simultáneamente en tres países de América Latina: Ecuador, Perú y Chile. Las reflexiones de este artículo fueron escritas en torno a este “superdomingo” electoral, y que los comicios chilenos se hayan pospuesto al 15 y 16 de mayo –por...
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