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AZAHARA PALOMEQUE / ESCRITORA

“En España muchos logros sociales se han conseguido a base de movilizaciones constantes”

Gonzalo Torné 2/05/2021

<p>Azahara Palomeque.</p>

Azahara Palomeque.

Cedida por la entrevistada

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Azahara Palomeque publicó en 2020 un libro de crónicas, Año 9 (RIL), que daba cuenta de las catástrofes del gobierno de Trump. Pero más allá de la mirada inquieta y la excelente capacidad de análisis de la realidad estadounidense que ya conocen los lectores de CTXT, el libro es también notabilísimo por su lenguaje (un lirismo de primera calidad) y por el manejo de un abordaje íntimo de la experiencia, que no solo casa bien con la crónica social y el testimonio generacional, sino que lo realza. ¿Cómo lo hace? Ni idea. En las preguntas que siguen he tratado, entre otras cosas, de enterarme.

¿Qué es más importante para ti el estilo o el análisis político?

Aspiro a encontrar un equilibrio entre ambos, aunque establezco prioridades dependiendo de lo que esté escribiendo en el momento. Por ejemplo, en poesía me preocupa mucho la forma, porque creo que, sin ella, directamente no se hace poesía sino otra cosa. En el periodismo, prima el análisis político, pero obviamente no son compartimentos estancos. Mis poemarios parten de problemáticas sociales, la crisis y la emigración en American Poems, o el cambio climático y la depresión en RIP (Rest in Plastic), y en mis textos en prensa también hay un cuidado extremo del lenguaje. En el fondo, creo que me estás preguntando por el eterno debate entre forma y contenido. La crítica del arte se ha encargado de erigir el Guernica como obra donde los dos aspectos se dan con la misma intensidad. En literatura, a mí me fascina alguien como Martín Santos, quien, en Tiempo de Silencio, hace una crítica brutal del franquismo sin renunciar a una prosa estelar, a caballo entre el noventayochismo y Joyce. En Año 9 se siente esa pulsión por alcanzar un equilibrio entre estilo y crítica social. Ahora estoy escribiendo una novela donde espero lograr una simbiosis más exacta aún.

¿Te has planteado “perder” la lengua, escribir en inglés?

¡Es que ya la he perdido! Casi. Mi interacción con el español se reduce a los libros que leo y a los que escribo, o a mi trabajo como periodista. Fuera de ahí, mi vida transcurre totalmente en inglés, y eso ya me ha supuesto renunciar a ciertos códigos culturales, a rasgos de mi personalidad que no caben en este país, a la ironía y el humor, por ejemplo. Así que no, no me he planteado nunca escribir en inglés, porque sería abandonar aún más unas raíces que, si lo hiciera, sentiría traicionadas. Y no tiene nada que ver con dominar o no el idioma. Mi inglés es prácticamente nativo, fácilmente podría pasarme al “otro lado”, pero hay algo que no se suele comentar cuando hablamos de bilingüismo, o poliglotía, y es la conexión afectiva que se establece con los distintos idiomas. Mi infancia y mi juventud fueron en español, mi madre sólo habla español. Yo quiero escribir libros que ella pueda leer, que lleguen antes a la gente que más quiero. 

Has escrito y publicado poesía, ¿juega la poesía un papel en tu escritura en prosa? Y en caso afirmativo, ¿cuál?

Esto va a sonar muy cursi, pero yo soy poeta de corazón. La poesía para mí no es sólo un género literario, es un modo de vida, una sensibilidad para percibir lo que nos rodea, una manera de entender el lenguaje y, consecuentemente, cómo nos narramos como sujetos políticos, y eso es algo que se puede siempre subvertir. No hay otro género que permita más juego y más cuestionamiento de los relatos prefabricados que la poesía. De hecho, cuando otros textos lo consiguen, se suele decir que son “poéticos”, lo cual sirve a veces para legitimar su pertenencia al canon. Esto parece un contrasentido, porque casi nadie lee poemarios. Te cuento un caso reciente: a Cristina Morales la han elogiado mucho –merecidamente– por sus piruetas lingüísticas en Lectura Fácil. Pues bien, ella misma dijo que no hacía nada nuevo, que esa experimentación ya estaba en las vanguardias y, añado, en poesía. Acabo de dar un rodeo tremendo para decirte que sí, la poesía juega un papel crucial en todo lo que hago, en mayor o menor medida. Es imprescindible.  

Hablas de tu salida de España como un “exilio”, pero desactivas la nostalgia hablando de tu país natal como “S-Pain” ¿Por qué esta elección de palabras? ¿Cómo articulas las tensiones entre nostalgia y “tristeza” por la marcha?

Pienso mucho las palabras que utilizo. Normalmente, se define el “exilio” como la huida del país por razones políticas, y la “emigración” como una marcha que se produce por motivos económicos. Sin embargo, desde el momento en que consideramos la falta de oportunidades laborales un asunto en manos de nuestros representantes políticos, esa dicotomía se viene abajo, así que yo uso los dos términos indistintamente. Por otra parte, me han criticado que emplee el vocablo “exilio” –que, en el imaginario español, evoca el republicano del 39–, teniendo trabajo y habiendo realizado un doctorado en Princeton. Pues bien, quien haya estudiado en profundidad el fenómeno, se dará cuenta de que una gran mayoría de nuestros escritores exiliados por la Guerra Civil fueron contratados en universidades y no tenían dificultades económicas, pero sí que sentían esa expulsión y ese desarraigo que, creo, nos une. Ahora respondo a lo de S-pain. Confesión: lo copié de una portada de The Economist, el neologismo no es mío. Pero me parece que alude a un riesgo del que hablaba Edward Said en su Reflections on Exile: el hecho de que los desplazados tendemos a aferrarnos a ideologías en muchos casos corrosivas para compensar la falta de territorio, para fabricarnos un mundo al que pertenecer. Yo he intentado no caer en eso. Con el S-pain neutralizo la nostalgia, evito idealizar mi país como paraíso perdido y caer en un nacionalismo españolizante feroz que nos obnubile y no nos deje ver, por ejemplo, las razones por las que me fui: la crisis de 2008 y su falta de oportunidades. Esas razones siguen vigentes en la realidad de muchos jóvenes de ahora. Me parece necesario no perder la perspectiva. 

Vives en Estados Unidos que se supone que es el espacio del planeta más representado por el cine, las películas, los libros... Pero Estados Unidos es inmenso, vives en Filadelfia, ¿consideras que tu día a día está bien representado, tu entorno, tu ciudad?

No me he planteado nunca escribir en inglés, porque sería abandonar aún más unas raíces que, si lo hiciera, sentiría traicionadas

Sí, pero huyo de los esencialismos. Filadelfia y mi entorno están bien representados desde la primera persona en que está escrito Año 9 y sabiendo que habrá relatos que me contradigan, lo cual agradezco: viva el disenso. De lo que sí he querido escapar es, primero, de la visión del turista: esa persona que pasea por Nueva York, hace fotos y se queda maravillado porque todo le recuerda a “una película”. A 20 minutos de Nueva York, en Newark, viven mis suegros, en el corazón fabril y obrero que ha servido para abastecer de bienes a la Gran Manzana tanto tiempo. Ese matiz es importante y aparece en el libro cuando hablo de Trenton, otra ciudad industrial venida a menos. En segundo lugar, y relacionado a lo anterior, no reproduzco topicazos hollywoodienses. Ya tenemos suficiente efectismo cinematográfico, glamour de celebrities que promueven una visión acrítica del país, incluso corresponsales que traducen mal la información. A mí me interesaba aportar una reflexión profunda, analítica, de un país que puede ser muy inhumano, escrita con la extranjería suficiente como para que te resulten atroces carencias que muchos estadounidenses no ven –la desatención pública–, pero siendo casi autóctona en cuando al sufrimiento que esas carencias provocan.  

¿Hay permiso de armas en Filadelfia? ¿Ves gente armada? ¿Se escuchan tiroteos?

Hay permiso de armas en todo el país, pero no, no veo a gente armada por la calle, eso es bastante raro. Sí que escucho tiroteos a menudo, en parte porque me paso las noches en vela escribiendo y ahí se distinguen muy bien. Pero he experimentado otros muy cercanos y no precisamente desde la ventana. Por ejemplo, antes vivía en una zona de fiesta y, en una sala de conciertos, un chaval mató a otro de un balazo. Yo no estaba allí, sino en la calle siguiente tomándome una cerveza, y vi cómo nos acordonaban la terraza. O, hace poco, hubo un tiroteo en mi universidad, delante de un banco. Llegaba un cargamento de dólares y unos ladrones intentaron atracar la furgoneta blindada donde iba el dinero. Antes del teletrabajo, yo pasaba todos los días por ahí, pero esa mañana me desvié para ir a correos. 

Trump empieza a parecer una pesadilla lejana, pero sus votantes siguen allí, ¿cómo es tu relación con sus votantes si la tienes?

Tengo poco contacto con trumpistas, la verdad. Parcialmente es a propósito, pero influye asimismo que la población esté tan segregada y uno viva donde están sus iguales. Eso sí, mis suegros, mi familia política en general y su círculo, son ultra conservadores. No puedo jurar que hayan votado a Trump, pero me da en la nariz que, muchos, sí. La relación es muy tensa. Hay días que hablamos del tiempo, otros que se lía la de Dios y me gritan “vete a Cuba”, otros que le dicen a mi marido que soy EL MAL porque no encajo con el patrón de mujer que ellos quieren y otros que, directamente, no hablamos. Con esto quiero enfatizar que el trumpismo no es sólo “que se mueran los negros, etc.” –lo cual, obviamente, me preocupa– sino también: no te pongas minifalda, no opines, y agradece que te hayamos acogido porque, si no, serías una muerta de hambre. 

¿Consideras a Trump una excepción dentro las dinámicas de la política estadounidense, o más allá de las formas, una exacerbación de las poquísimas ganas de invertir en sanidad, de proteger a las minorías...?

Lo considero una anomalía respecto a las formas, porque el decoro suele primar entre muchos republicanos, aunque sea para poder montarte un Guantánamo a gusto, pero es, sobre todo, un síntoma de políticas neoliberales imparables, una exacerbación del culto a la muerte y del individualismo producto de la desprotección por parte del estado, y no sólo a las minorías –casi un 50% de la población sufre lo que llaman “dificultades económicas” (financial hardship)–. Hay cosas que está intentando solucionar Biden y otras que, por cómo está estructurada la urdimbre del poder político, incluyendo la financiación de campañas electorales, son irresolubles –la violencia armada–. Aquí hay que responsabilizar al partido demócrata también, que lleva décadas abrazando el programa neoliberal y recortando prestaciones sociales.  

Trump se lo pone muy difícil a los ciudadanos, pero, ¿no se lo ha puesto muy fácil a la izquierda en Estados Unidos? ¿No les basta presentarse como lo contrario a Trump para justificarse, relegando avances en materia fiscal o social?

Hay cosas que está intentando solucionar Biden y otras que, por cómo está estructurada la urdimbre del poder político, son irresolubles

Con Trump tocó fondo un país que ya estaba muy perjudicado por gobiernos anteriores y sus políticas deletéreas. Lo que ha ocurrido en las últimas elecciones ha sido casi la creación de un “Frente Nacional” contra él, donde confluían muchísimas ideologías, hasta los republicanos del Lincoln Project, pero al final ganó Biden por la movilización masiva de minorías que no votaban, bien por desafección o porque directamente las restricciones en torno al derecho al voto se lo hacían muy difícil. Sí que Trump se lo ha puesto fácil a la poca izquierda que hay, y a los conservadores moderados (el Partido Demócrata no es estrictamente de izquierda). Pero en su derrota han influido también factores que no pasan por la ausencia de políticas sociales, por ejemplo, la pésima gestión que hizo de la pandemia, o la casi completa militarización de las ciudades que se produjo durante las protestas del Black Lives Matter el verano pasado. La gente fuera de este país no entiende hasta qué punto daba la sensación de vivir en un estado totalitario: con las calles tomadas por la guardia nacional, helicópteros, toque de queda… Eso le ha pasado factura.

¿Pagas muchos impuestos en Filadelfia?

Una barbaridad. En impuestos federales creo que el 22%. Luego están los estatales y los locales. Súmale que, como la sanidad y las pensiones son privadas, se me van miles de dólares en prestaciones que, desde mi mentalidad española, deberían estar cubiertas de antemano. A mí no me molesta pagar impuestos, sino que se derrochen en, por ejemplo, el presupuesto de defensa más abultado del planeta.

¿Has tejido una comunidad en Estados Unidos? ¿Mantienes complicidades en España? ¿Estás al día de lo que ocurre aquí? Bueno, si es que ocurre algo. 

Ocurren un montón de cosas, pero no tengo tele y me da la sensación de que muchas polémicas empiezan ahí, así que no participo. Pero sí que leo prensa y, ocasionalmente, escucho la radio española. El tema de las “comunidades” es delicado. Has dado en algo que me atormenta porque, por una parte, siendo inmigrante es dificilísimo establecer relaciones con gente que no te mire con condescendencia o directamente te rechace; por otra, la vida cultural en español es paupérrima aquí, exceptuando, quizá, los departamentos de español de las universidades, pero yo trabajo en una facultad de trabajo social donde el interés por la cultura es prácticamente nulo. Eso dificultad mucho la interacción. Sí que mantengo el contacto con amigos que, por razones de trabajo, viven en Chicago, en Nebraska, en Austin, en Nueva York… Pero la pandemia ha complicado los desplazamientos y en Filadelfia estoy terriblemente sola. Con España en distinto, precisamente ahora las distancias se han acortado. He recibido llamadas, audios, de amigos a los que no he visto en más de un año. Me salen proyectos de escritura, cine, distintas colaboraciones… Luego están los sospechosos como tú, que provienen de tuiter, donde se puede construir complicidad igualmente. He de decir que las redes sociales me están salvando de tanto aislamiento. 

La de Estados Unidos es una sociedad muy jerarquizada, ¿dónde te sitúas?

Qué preguntas más complicadas me haces (¡!) Conmigo explotan todas las teorías de Bourdieu sobre el espacio social (risas). A ver... Si nos centramos en una cuestión meramente económica, pertenezco a una clase media que, a día de hoy, llega a fin de mes holgadamente y puede permitirse comprar vuelos transatlánticos para volver a casa. Pero apenas tengo amistades aquí, y sufro a diario una discriminación por parte de gentes que, por hablar con acento y tener rasgos “árabes”, me desprecian. Tampoco encajo en las narrativas inmigrantes de superación que tanto se estilan en los discursos políticos: vine con un visado de estudiante, no crucé la frontera a nado, no soy “latina” en el sentido que le dan. Respecto a mis orígenes: crecí en Badajoz, en una familia monoparental; no me faltó nunca lo básico pero tampoco había para caprichos. Todo eso contrasta con la experiencia de la mayoría de la gente que me rodea en Estados Unidos. Así que me sitúo en un limbo paralelo. No lo sé, no hay manera de trazar la cuadratura del círculo. 

En el libro y en las entrevistas te preocupas por el “privilegio”, ¿cuál consideras que es tu privilegio? ¿En qué medida complica el debate cultural con alguien que pertenece a una minoría social? ¿Deberíamos evitar pronunciarnos los varones blancos en casos como los de Amanda Gorman? O por decirlo de manera menos polémica: ¿desde qué espacio se puede mantener abierta la discusión entre personas con “privilegios” distintos? ¿Debe estar todo el tiempo encima de la mesa?

Éste es un tema muy espinoso. De nuevo, ¡cómo me lías! Para empezar, es necesario poner las identidades sobre la mesa; de lo contrario, no seríamos conscientes de ciertas desigualdades históricas. Esto no es nuevo, la construcción del sujeto marginalizado data, al menos, de los años 60, y no es casual que poco tiempo después se produjera lo que algunos llaman “el giro postmoderno”, que tiene poco que ver con cómo se usa el término ahora y mucho con la fragmentación de los grandes discursos emancipadores que propone Lyotard. Se da entonces un fenómeno muy interesante porque, si bien existe una mayor sensibilidad social respecto a posiciones desfavorecidas (o el reverso: una mayor conciencia del “privilegio”), se hace prácticamente imposible un proyecto político que aglutine a las masas. Estamos viendo un clima de continuo desmembramiento, de enfrentamientos que pasan por discutir los privilegios de cada quien, de dificultad para establecer proyectos comunes. No creo que haya que eliminar estas conversaciones, pero sí gestionarlas de manera que nos permitan seguir creando, construyendo afinidades, no destruyéndonos. Y claro que deberían pronunciarse los varones blancos; a priori, no me parece de recibo censurar opiniones. No tendríamos democracia sin ese debate abierto. ¿Que cuál es mi privilegio? Pues creo que ya te he contestado antes: llegar a fin de mes, y con salud… de lo contrario me arruinaría pagando facturas médicas.

¿De qué España saliste? ¿A qué España te gustaría volver?

Salí de una España en crisis, empobrecida por las políticas de austeridad de la Troika, la corrupción…, pero reivindicativa e inteligente a la hora de reclamar lo suyo y decir “no es una crisis, es una estafa”. Lo quiera o no, soy producto generacional del 15M, en el que participé físicamente cuando los vuelos me lo permitieron, y en la distancia el resto del tiempo. Me gustaría volver a una España que bebe de aquellas enseñanzas y continúa comprometida políticamente, a pesar de que las condiciones de vida de la gente hayan ido a peor, o precisamente por eso. Mira, en Año 9 hay una crónica que habla de la falta de manifestaciones en Estados Unidos: es cierto, aquí la gente casi no sale a la calle, lo que vimos el verano pasado fue inaudito. En España, sin embargo, muchos logros sociales se han conseguido a base de movilizaciones constantes, año tras año, y la situación sería muchísimo peor si no hubieran existido aquellas huelgas maravillosas (me acuerdo de la marea blanca). Eso es un tesoro que hay que mantener vivo. Ésa es la España que me gusta: la crítica, la combativa. No se lo digas a nadie, pero voy a volver muy pronto. Allí estaré dando guerra. 

Azahara Palomeque publicó en 2020 un libro de crónicas, Año 9 (RIL), que daba cuenta de las catástrofes del gobierno de Trump. Pero más allá de la mirada inquieta y la excelente capacidad de análisis de la realidad estadounidense que ya conocen los lectores de CTXT, el libro es también notabilísimo por...

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Autor >

Gonzalo Torné

Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).

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