Evolución cultural
Todos los hombres son iguales
El cine después del MeToo: una mirada “puritana” a ‘Promising Young Woman’
Pablo Caldera 7/05/2021
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Se ha reprochado a la mayoría de las integrantes de mi generación el estar allanando el camino a un nuevo conservadurismo sexual y moral. El hecho de decir “hasta aquí” –y con ello evidenciar ciertas formas soterradas de acoso–, discriminar entre lo que es consentimiento real y lo que consentimiento forzado por el poder, o entre lo que es ingenuidad y lo que es puro aprovechamiento, constituye para una multitud de voces una nueva ola de puritanismo. Casi todos conocemos a alguien cuya moral se ha visto sacudida ante la llegada de movimientos como el #MeToo y las denuncias públicas a depredadores sexuales; o a alguien que alguna vez calló algo vivido o algo conocido, por miedo a represalias o por simple naturalización, a alguien que afirma sentirse descolocado ante la limitación represiva de su deseo. Y casi todos conocemos a alguien que, aprovechando esa supuesta ola de puritanismo, se ha dedicado a rastrear en la historia del cine, como si esta constituyera una fuente de enseñanza moral, películas descarnadas, perturbadoras, incorrectas, machistas, racistas e incluso paternalistas, con el propósito no de defenderlas, ni siquiera de analizarlas o valorar su contexto, sino de señalar su evidente sincronía, emitiendo juicios del tipo “X [película de hace cuarenta años] no podría hacerse hoy en día”.
Pero ¿alguno de ellos piensa en el contrasentido de la frase? ¿Qué ocurre con ese punto sociológico (y estético) de no-retorno, el momento en el que un movimiento político (pongamos, el #MeToo) se desvela como algo cuyo peso histórico no solo cambia el prisma de comprensión de los artefactos culturales que lo preexistían (para eso están), sino que marca las pautas de una nueva producción cultural que lo toma como referente insuperable? Hay películas, como Promising Young Woman (2021), que solo se entienden, que “solo se podrían haber hecho” después del #MeToo. No es que en la película de Emerald Fennell se haga referencia al movimiento, es más, ni siquiera se verbaliza o se sugiere la relación de su protagonista con él o su contexto; no hace falta, al igual que no era necesario nombrarlo en La letra escarlata de Angélica Liddell, una de las obras más profundamente reaccionarias que el terremoto #MeToo ha producido. Si bien aquel espectáculo (estrenado en 2018) destacaba por su ataque irredento y oscuro al contexto del feminismo mainstream de entonces, no fue la Liddell, sino los medios de comunicación reaccionarios que celebraban el espectáculo antes del estreno, los que hablaron de “puritanismo”, “censura” o “valentía”.
El #MeToo también es un movimiento estético que altera el orden de lo sensible
El #MeToo también es un movimiento estético. No diré que es “ante todo” estético, aunque esté dispuesto a aventurarme, pues si atendemos a su origen, su repercusión y sus compromisos, veremos que surge de la esfera artística (ya se sabe: abusos en la industria cinematográfica y literaria) y que se traslada, redes sociales mediante, a los hogares comunes. Pero sí estético en el sentido de alteración del orden de lo sensible: modifica nuestra relación con los artefactos culturales preexistentes, con los cuerpos en el espacio público; afortunadamente, condena ciertas formas de vida (entiéndase aquí el profundo significado estético de la palabra forma) a la visibilidad pública (otro concepto estético) y luego a la imposibilidad de repetición.
Todo lo que enuncia y todo lo que afirma o desmiente Promising Young Woman forma parte de la lucha por la hegemonía estética del #MeToo. Es cierto que existen películas con argumentos no muy diferentes, como La fiancée du pirate de Nelly Kaplan, acaso más famosa por la canción que compuso Barbara para su banda sonora que por su audacia manifiesta, o Hard Candy, otra película independiente americana protagonizada por Eliot Page. Pero el acierto de Promising Young Woman está en jugar en la misma liga discursiva que el reaccionarismo “antipuritano”. Los ideólogos conservadores como Juan Soto Ivars o Juan Manuel de Prada insisten en señalar que hay obras de arte, musicales o películas que pertenecen a las jaulas de su tiempo y de ahí no salen y es ilícito mirarlas desde un prisma actual, contemporáneo, que una mirada que confiere temporalidad propia a las piezas culturales –y con ello, las somete a reinterpretación, a juicio estético, moral o político– las pervierte o las limita o las modela con un contorno ideológico que difiere al de su contexto originario. Por otro lado, una crítica coherente con el #MeToo defendería el derecho a pervertir y desustancializar las obras de arte, a someterlas a revisión política; defendería, en fin, una temporalidad propia para las imágenes. Películas como Promising Young Woman, tan necesarias (no en un sentido moral, sino como es necesario lo opuesto a lo contingente), discuten el argumento conservador con sus mismas armas: también son hijas de su tiempo, coágulos contextuales que se vuelcan sobre el pasado para afilar el futuro.
Promising Young Woman se escribe en presente, se ríe del anacronismo y de la aparente irreconciabilidad entre el nuevo puritanismo y el sistema cultural
Promising Young Woman (ojo, spoilers) cuenta la historia de una etnóloga del deseo masculino: una mujer que sale por las noches, se hace la borracha o la dormida y demuestra cómo ningún hombre del pueblo está libre de ejercer una potencial violencia ante su pérdida de autonomía. Es, en realidad, una película sobre los tipos de límites: los morales, que conducen al abuso, y los límites epistémicos de la conciencia que modelan el consentimiento. Al hacerse la borracha, la protagonista evidencia su opresión, niega su autonomía como mujer y hace visibles las relaciones de poder implícitas en cualquier acercamiento en el que medie el deseo. Por eso, aunque levantó una polémica importante, el Ministerio de Igualdad del Gobierno de España hizo suyo el lema “Sola y borracha quiero llegar a casa” para resumir su Ley de Libertad Sexual. Por eso Promising Young Woman se escribe en presente, se ríe del anacronismo y de la aparente irreconciabilidad entre el nuevo puritanismo y el sistema cultural. Y subraya, en una suerte de respuesta irónica a los críticos apocalípticos del #MeToo, que incluso el hombre más aparentemente bueno del barrio no es de fiar. La caricatura verosímil del hombre contemporáneo funciona igual para el violador no arrepentido y para el bonachón que participó en algún evento turbio en el pasado: ambos han normalizado conscientemente la violencia, uno sabe que los tiempos han cambiado y que, por suerte, aquello que hizo ya no está permitido para alguien como él, y otro cree que las cosas no han cambiado tanto, que basta con maquillar un poco el discurso público para seguir siendo el mismo. Promising Young Woman acierta al tejer un vínculo entre el tiempo y el trauma: la protagonista no persigue solo a los hombres que violaron e indujeron al suicidio a su mejor amiga, sino que transforma su desolación y su rabia en un veneno misantrópico que fuerza la irrupción de la memoria. Es una película sobre el poder de la activación de un pasado que se creía sedimentado y que perturba cualquier ambiente “normal”, es decir: cimentado en la injusticia.
Paradójicamente, una película que centra su discurso en la importancia de la temporalidad mantiene una relación de tensión con su propio contexto temporal. ¿De qué forma se ríe Promising Young Woman del “ya no se puede hacer nada”? Matando a su protagonista, haciendo que la violencia se visibilice únicamente ahí, en la cruel escena de asesinato. El tiempo que dedicas a decir que vivimos en una casa del ahorcado sin paredes, en tiempos de exceso, sentimentalismo e imbecilidad, Promising Young Woman lo dedica a enseñarte lo fácil que es matar a una mujer. Puede que la película apele a un victimismo algo irresponsable al retratar a una mujer en un estado de vulnerabilidad constante –salvo en el trabajo, un entorno seguro–; vulnerable incluso cuando tiene la fuerza y el poder y la está ejerciendo: un hombre esposado, en una evidente posición de falta de recursos, puede con ella y la ahoga hasta morir y con el abrazo de dos amigos frente a la hoguera donde queman su cadáver, se consuma la venganza imposible. Esa era la nueva inquisición: que todo siguiera igual. La película ni es optimista con el feminismo ni es severa con las dinámicas del #MeToo, simplemente es un aviso, una indicación a la vista: anima a no mirar hacia otro lado, sino a ese vídeo de una violación entre risas grabado en un móvil que ya se ha quedado “antiguo”. Porque es preciso que incluso lo antiguo se recupere, se vuelva a ver, esta vez desde un prisma novedoso (el que, por suerte, nos “impone” la fuerza de un movimiento social como el #MeToo), y mirar al pasado, sin afán celebratorio ni cínicamente claudicante, y activarlo o ensuciarlo o examinarlo críticamente.
Se ha reprochado a la mayoría de las integrantes de mi generación el estar allanando el camino a un nuevo conservadurismo sexual y moral. El hecho de decir “hasta aquí” –y con ello evidenciar ciertas formas soterradas de acoso–, discriminar entre lo que es consentimiento real y lo que consentimiento forzado por...
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Pablo Caldera
Pablo Caldera (Madrid, 1997) es graduado en filosofía e investigador en epistemología y cine en la Universidad Autónoma de Madrid. 'El fracaso de lo bello' (La Caja Books, 2021) es su primer libro.
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